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Las acciones preventivas del imperio
Miguel Ángel Ferrari
  Programa Hipótesis, LT8 Radio Rosario
   
  "Los hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas han entregado un mensaje 
  claro a todos los enemigos de los Estados Unidos: aun a siete mil millas de 
  distancia, al otro lado de los océanos y continentes, en las cimas de 
  las montañas y en las cuevas, no escaparán a la justicia de esta 
  nación". Esto decía el presidente norteamericano George W. Bush 
  en su discurso sobre "el estado de la Unión" pronunciado el pasado 29 
  de enero.
  El sábado 1º de junio, el gobierno estadounidense dio un gran salto en 
  su política exterior.
  Encaminado a imponer a sangre y fuego la absoluta unilateralidad de Washington 
  en el manejo del mundo, el presidente Bush pronunció un discurso en la 
  academia militar de West Point que encierra una nueva doctrina militar. Esta 
  nueva doctrina establece el derecho de los Estados Unidos a realizar ataques 
  militares preventivos contra aquellos países que juzgue como terroristas 
  o que den cobertura a los terroristas.
  Ya en su mensaje del 29 de enero Bush advirtió --aludiendo al terrorismo-- 
  "actuaremos con deliberación, sin embargo el tiempo no está de 
  nuestro lado. No aguardaré los acontecimientos mientras se cierne el 
  peligro". Allí estaba anticipando esta nueva doctrina que --siguiendo 
  la tradición de la Casa Blanca-- llevará estampado su apellido.
  Mediante la doctrina Bush, los Estados Unidos se arrogarán el derecho 
  a asestar --a quienes ellos lo decidan-- el primer golpe bélico, sin 
  esperar crisis o actos de guerra específicos previos.
  Conocidos en el derecho internacional como casus belli.
  Las consecuencias de esta brutal e inicua doctrina imperial, fueron graficadas 
  de este modo por el columnista William Safire, en la edición del 31 de 
  enero del periódico The New York Times "el revólver que puso en 
  la mesa este dramaturgo político, se disparará en el próximo 
  acto".
  Las clases dominantes de los Estados Unidos han aprovechado los ataques terroristas 
  del 11 de setiembre como una oportunidad única para reconfigurar al mundo, 
  imponer a propios y extraños su absoluto predominio militar e iniciar 
  una marcha triunfal hacia el tan anhelado monopolio petrolero planetario.
  Respecto de este último objetivo, conviene recordar dos cosas: en primer 
  lugar que las reservas petrolíferas estadounidenses --a estar por el 
  consumo actual-- sólo alcanzan para abastecer a ese país durante 
  cuatro años. De allí se desprende la importancia estratégica 
  del control de la producción de crudo en todo el orbe.
  En segundo término, es harto conocido el entrelazamiento existente en 
  los Estados Unidos entre los intereses petroleros, la industria militar y el 
  poder político, especialmente en esta etapa de gobierno republicano. 
  Todos los halcones, desde el propio Bush; pasando por el vicepresidente, Richard 
  Cheney; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y la secretaria del Consejo 
  Nacional de Seguridad, Condoleezza Rice, están vinculados de uno u otro 
  modo a esos grupos económicos.
  Quizás la expresión más acabada de lo que terminamos de 
  decir, está expresada en la designación de Zalmay Khalizad como 
  enviado especial de la Casa Blanca a Afganistán. El señor Khalizad 
  es experto en perforación petrolera y de gas natural en Asia central. 
  En la década pasada fue asesor de alto nivel de la compañía 
  petrolera Unocal, con sede en los Estados Unidos, y autor de un estudio donde 
  evaluó la constrcción un gasoducto, a un costo de varios miles 
  de millones de dólares, que atravesaría Afganistán, conectando 
  la ex república soviética de Turkmenistán con Pakistán 
  y la India. El actual enviado del gobierno estadounidense en Afganistán 
  negoció un acuerdo --en su momento-- con los gobernantes talibanes, desplegó 
  un intenso lobby en Washington por una mayor presencia estadounidense en Afganistán 
  y propició el estrechamiento de relaciones con el retrógrado régimen 
  que gobernaba en Kabul.
  Khalizad, no sólo es un lobbista de los intereses petroleros, sino que 
  tiene aspiraciones de estudioso de la política exterior norteamericana. 
  En un pequeño libro de su autoría, titulado "De la contención 
  al liderazgo mundial", recomienda que Washington debe hacer todo lo posible 
  para impedir que surja un rival estratégico o económico. En un 
  pasaje de su opúsculo escribe: "es vital para los intereses de los Estados 
  Unidos evitarlo, lo que supone, estar dispuestos a utilizar la fuerza si es 
  necesario".
  El atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono, 
  cuya autoría --con seriedad y rigor jurídico-- aún no se 
  ha establecido, además de las sombras que arroja la negligencia de los 
  organismos de seguridad que fueron reiteradamente advertidos, se ha constituido 
  en una excelente oportunidad, como decíamos, para reconfigurar el mundo.
  A propósito de ello, Condoleezza Rice opina que el terrorismo internacional 
  solamente podrá ser derrotado recortando la soberanía de los estados 
  nacionales. La jefa del Consejo Nacional de Seguridad considera que la soberanía 
  implica muchas obligaciones, tales como no masacrar a la población, no 
  agredir a los vecinos y no apoyar la terrorismo. El gobierno --según 
  Rice-- que no cumple con estos requisitos no tiene derecho a ser soberano. Al 
  tiempo que los Estados Unidos y otros países tienen el derecho y la obligación 
  moral de intervenir. Ante la sospecha de que un Estado fabrica armas de destrucción 
  masiva y tiene contacto con terroristas el ataque puede ser preventivo.
  Claro que, quien se reserva la autoridad para establecer qué Estado debe 
  ser castigado, son los propios Estados Unidos. Que --dicho sea de paso-- son 
  los mayores fabricantes de ese tipo de armas y su relación con el terrorismo 
  (inclusive el de Al Qaeda y el talibán) fueron y son ampliamente comprobables. 
  En América latina hemos padecido en carne propia la instrucción 
  en la Escuela de Asesinos de las Américas, la instigación y la 
  puesta en práctica del terrorismo de Estado, que segó centenares 
  de miles de vidas de nuestros compatriotas.
  Los halcones estadounidenses no sólo están poniendo al mudo ante 
  la posibilidad de agresiones de todo tipo que --al decir de ellos mismos-- puede 
  incluir ataques nucleares, sino que están avanzando sobre las propias 
  instituciones de los Estados Unidos. Opinan que a partir de ahora las guerras 
  no serán convencionales --las famosas guerras asimétricas--, que 
  el enemigo no tendrá ejército y que, por lo tanto, el derecho 
  internacional carecerá de sentido.
  Creen que el límite entre la paz y la guerra se desdibujará en 
  muchas regiones del planeta. Es por ello que el jefe del Estado Mayor norteamericano 
  tiene tanto peso en el gabinete de Bush, aunque no sea miembro del Gobierno. 
  La tradicional separación entre la estructura militar y civil del poder 
  Ejecutivo se debilita, lo que significa que las futuras guerras dependerán 
  menos de la voluntad del Congreso y más de los deseos de la Casa Blanca 
  y el Pentágono. También el grupo de halcones petromilitaristas 
  le está escatimando los derechos al propio pueblo norteamericano.
  Otro de los pilares de la convivencia internacional que esta perversa doctrina 
  Bush está destruyendo, es el derecho a la neutralidad. Este derecho fue 
  respetado en las últimas grandes guerras y --hasta podríamos decir-- 
  que cuenta con antecedentes desde los más recónditos tiempos. 
  Ahora la expresión totalitaria de Bush "quien no está con nosotros 
  está con los terroristas" pone en peligro a la mayoría de los 
  países del mundo que pretenden ejercer el legítimo derecho de 
  la autodeterminación.
  Un país que desde hace más de cuarenta años viene ejerciendo 
  este derecho, es la República de Cuba. Pero ocurre que ahora el imperio 
  norteamericano puede (como lo hizo con la falsa imputación de hace un 
  mes, cuando se acusó a La Habana de producir armas químicas) ampararse 
  en la supuesta legalidad de su lucha contra el terrorismo, para atacar a ese 
  proceso popular que --en el transcurso de esta semana, con más de nueve 
  millones de manifestantes, sobre once millones de habitantes, a lo largo de 
  toda la isla-- puso de manifiesto que no está dispuesto a ser pisoteado 
  por quienes se arrogan el rol de amos del mundo.
  Para apoyar en concreto esta doctrina imperial, el presidente Bush solicitó 
  en enero un aumento del presupuesto militar de 48 mil millones de dólares 
  (esta cifra es mayor que el presupuesto militar total de cualquier país 
  del mundo). Mientras la primera potencia planetaria aplica estas cuantiosas 
  cifras al incremento de los gastos de guerra, acaba de finalizar en Roma --en 
  medio de un evidente fracaso-- la cumbre mundial contra el hambre.
  "Los líderes de las naciones industriales --dice el diario Clarín 
  de Buenos Aries-- ni siquiera buscaron pretextos para justificar su ausencia. 
  El presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, recordó que hace poco 
  los mismos líderes vinieron a Roma para firmar el pacto entre la organización 
  militar, la OTAN, y la Rusia del presidente Vladimir Putin. 'No vinieron en 
  cambio por los 800 millones de personas que mueren de hambre'", destacó 
  el sucesor de Mandela. Pareciera que para los fascistas encumbrados en el gobierno 
  de EEUU todavía tiene vigencia aquella vieja máxima popular de 
  la China imperial, que decía: "al emperador se le permite incendiar una 
  aldea, pero a los campesinos se les prohibe siquiera encender una vela".