El Vaticano, los cristianos y los transgénicos
* Marcelo Barros 
  
  Jesucristo hizo de la cena una señal privilegiada de su presencia en 
  el mundo. Desde entonces, las comunidades cristianas aprendieron a considerar 
  todo alimento como expresión del don amoroso de Dios. Esto es herencia 
  del judaísmo. Un rabino decía: "Quien come sin dar gracias, 
  se apodera indebidamente de algo que recibió de Dios. Por tanto, esta 
  persona no tomó el alimento. Lo robó". 
  Una verdadera espiritualidad no divide cuerpo y alma. Jesús enseñó 
  a los discípulos a orar al Padre y a incluir en la oración del 
  "Padre nuestro" la preocupación por el pan de cada día. 
  A una hermana que le preguntó dónde encontraba más a Dios, 
  la gran mística Santa Teresa respondió: "en las ollas de 
  la cocina". 
  La sacralidad del alimento como don de Dios se expresa en la forma saludable 
  de alimentarse, en el cuidado de la vida de todos y en el respeto a la tierra 
  y a la dignidad de los seres vivos. Por eso, es de esperar que pastores de las 
  iglesias cristianas, siempre atentos a defender lo que llaman la "ley natural", 
  se movilicen para luchar contra los alimentos transgénicos, o sea, cereales 
  obtenidos de semillas genéticamente modificadas. De un gobierno que sirva 
  verdaderamente a su pueblo y no a los intereses de las multinacionales esperamos 
  una actitud firme y que no ceda a las presiones para abrir el país a 
  este mercado. ¿Alguien plenamente consciente puede pensar realmente que los 
  alimentos transgénicos están hechos para disminuir el hambre de 
  los países pobres? ¿Acaso las cinco grandes multinacionales que en el 
  mundo entero controlan toda la producción de semillas transgénicas 
  las producen pensando en beneficiar a los países pobres o en resolver 
  el problema del hambre? Todo el mundo sabe que cualquier cultivo transgénico 
  está patentado. Las semillas no pueden ser usadas para volver a sembrar 
  sin antes pagar los derechos de patente. Además de eso, la Monsanto y 
  las otras multinacionales que producen transgénicos tienen patentes sobre 
  la tecnología "Terminator": semillas suicidas que no 
  germinan en la segunda generación. Y estas mismas multinacionales fabrican 
  y venden los productos químicos agrícolas (agrotóxicos) 
  que envenenan nuestros ríos, destruyen ecosistemas y provocan, en nosotros 
  y en los animales, enfermedades que no sabemos cómo han sido contraídas. 
  Condicionan la compra del alimento transgénico al agrotóxico que 
  ellas mismas producen. Es una venta doble: compró una cosa, pues tiene 
  que adquirir la otra. El lucro de las empresas garantiza venenos para todos 
  los gustos y en todas las etapas de la producción: en la tierra que se 
  cultiva, en la simiente fabricada artificialmente para ser estéril y 
  asesina y en el alimento que viene a nuestras mesas. El Doctor Frankenstein 
  se pondría muy feliz con esta nueva versión de su ingenio. 
  Todo ser humano depende del alimento y no puede ser una comida cualquiera. Pensemos 
  en los desequilibrios de la anorexia: la persona que no consigue alimentarse 
  puede llegar a morir porque la angustia vital le impide ingerir alimentos. Pensemos, 
  por el contrario, en más de mil millones de seres humanos que quieren 
  comer y no tienen el qué. También está la ansiedad de la 
  multitud que hoy hace dieta o las muchas personas que engordan de forma descontrolada. 
  Esta situación se da tanto entre la población negra y pobre de 
  los Estados Unidos, como entre los indios de Brasil. Todo esto revela que no 
  basta con alimentarse. Es preciso saber cómo y porqué. Hay varios 
  niveles de hambre así como grados diferentes de seguridad alimentaria. 
  El hambre no se sacia con cualquier tipo de comida. La salud sólo está 
  garantizada con un alimento saludable y recibido de forma adecuada. Seguir una 
  dieta significa buscar la forma correcta de recibir a través del alimento 
  la energía de vida contenida en ellos. Pero, ¿cómo conseguirlo 
  si se acaba con este flujo de energía vital de los alimentos? ¿O es que 
  está pensado para no pasar energía ni comunicar vida sino beneficio 
  a quien vende el alimento y dependencia económica e incluso muerte a 
  quien cultiva y recibe el producto? 
  La "seguridad alimentaria" sólo puede significar la preocupación 
  y el compromiso de garantizar alimentos con los atributos adecuados a la salud 
  de los consumidores. O sea, un correcto porcentaje de nutrientes, sin contaminación 
  de naturaleza química, biológica o física ni nada que pueda 
  perjudicar a la salud del pueblo. 
  Quien vive una espiritualidad ecuménica procura ir a la raíz de 
  las cuestiones. No acepta que se ponga en riesgo la vida de los seres humanos 
  y la integridad del planeta tan sólo a causa de los intereses económicos 
  de las multinacionales. Elegimos gobernantes para que nos representen. Ellos, 
  sin consultarnos, no pueden substituirnos en las decisiones fundamentales de 
  la vida de todos. 
  Es extraño para un cristiano oír al sacerdote pronunciar las palabras 
  de Cristo sobre el pan: "Esto es mi cuerpo" y saber que aquel pan 
  está hecho de trigo transgénico, producido con tecnología 
  "Terminal" suicida y cultivado con agrotóxicos mortíferos. 
  Tenemos derecho a ver en toda la naturaleza las señales de la presencia 
  de Dios, energía de amor del universo. 
  * Marcelo Barros, monje benedictino y escritor.