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Latinoamérica

16 de octubre del 2003

Maíz: sexo, mentiras y videos

Silvia Ribeiro
La Jornada
El centro de origen del maíz está contaminado con transgénicos. Según comunidades indígenas y campesinas, así como organizaciones civiles: centro, sur y norte de México muestran contaminación transgénica que incluye al maíz Bt Starlink, prohibido para consumo humano en Estados Unidos. Si bien era lógico que esto sucedería -el maíz se cruza abiertamente-, tuvieron que ser los campesinos quienes lo comprobaran frente a la desidia -¿o complicidad?- de autoridades nacionales e internacionales.

Desde hace dos años que se sabe de la contaminación, la comunidad científica ha gastado más recursos en defenestrar un artículo de los investigadores Chapela y Quist, de la Universidad de California, en Berkeley, que muestra la contaminación transgénica en Oaxaca, antes que investigar qué estaba ocurriendo en México y cuáles serían los impactos. En vez de ello, hay una frondosa discusión teórica sobre términos: flujo genético, introgresión, hibridación, contaminación, y un largo etcétera.

En dos años, ni científicos ni políticos ni la comunidad internacional han dado pasos significativos para cambiar la situación real ni para parar las fuentes más obvias de contaminación como son las importaciones de maíz, dejando impunes a las megaempresas que han contaminado el centro de origen mundial del maíz.

Centro de origen, con base en los trabajos de N. I. Vavilov, es la región donde se encuentran los cultivos y sus parientes silvestres: plantas taxonómicamente cercanas que serían los ancestros a partir de los cuales los campesinos, pero sobre todo las campesinas, han creado, desarrollado y adaptado a miles de situaciones y ambientes diferentes los cultivos que consumimos actualmente.

El principal ancestro del maíz es el teocintle, que únicamente se encuentra en México, Guatemala y Nicaragua. Los centros de diversidad son los sitios en los que durante siglos los campesinas y campesinos han adaptado exitosamente cultivos de ése y otros centros de origen a regiones geoclimáticas y a sus miles de parcelas diferentes. La suma de estos procesos creó decenas de miles de variedades de maíz, una de las principales riquezas alimentarias de la humanidad.

Procesos similares han ocurrido con el arroz, el trigo, el sorgo, la papa, la yuca, el centeno, los frijoles, los jitomates e innumerables cultivos con centros de origen en distintas regiones del mundo, la mayoría ubicados en el sur político del planeta: América Latina, Asia y Africa. Por tener mayor diversidad y ser un "reservorio" genético mundial, todo lo que sucede en los centros de origen tiene un impacto mayor que en otras regiones.

La enorme biodiversidad agropecuaria, base de la alimentación y otras necesidades básicas de la humanidad, tiene entonces actores: los y las campesinas e indígenas. Es un proceso intrínsecamente descentralizado que se hace por necesidad y cariño: para adaptar cada planta o animal a las condiciones de cada pueblo, de cada familia -en su mayoría asentada en terrenos marginales adonde los han empujado las oleadas desde conquistas y despojos hasta las actuales políticas comerciales.

De esta creación milenaria, basada en la necesidad y el amor, donde cultivo y cultivador mantienen una relación recíproca, los laboratorios y las industrias sacan el material imprescindible para sus semillas industriales, pero, como no conocen el lenguaje de la tierra, hicieron desde el inicio semillas híbridas químicodependientes. Ya borrachas de adicción, les han insertado artificialmente transgenes de otras especies para que resistan aún más químicos.

Como tampoco saben el lenguaje de los insectos y sus equilibrios, las han convertido también en insecticidas: desde la primera hojita, los cultivos transgénicos Bt son tóxicos para las larvas de mariposa, y hasta 236 días luego de terminada la cosecha, la toxina que dejan en el suelo afecta sus microorganismos. Todo para beneficio exclusivo de las seis multinacionales que controlan los transgénicos: sus semillas adictas producen incluso menos volumen y consumen más químicos que las híbridas.

Con esto han contaminado el centro de origen del maíz, uno de los cuatro cereales de mayor consumo en el planeta. Ahora nos quieren pasar la película de que no hay problema, y que si en el centro de origen no pasa nada, ya se puede contaminar todo lo demás. Si no detenemos este proceso, no tardaremos en ver lo mismo en centros de origen de otros cultivos mayores, como el arroz en Asia.

Los campesinos e indígenas mexicanos dicen en su denuncia que el maíz es sagrado, que es su pasado, su presente y su futuro: "contaminarlo es un crimen contra todos los indígenas y campesinos que milenariamente cuidamos el maíz para que la humanidad pueda disfrutarlo" (Baldemar Mendoza, Oaxaca).

Andrew Light, de la Universidad de Nueva York, decía recientemente en una conferencia sobre flujo genético de maíz que si las empresas y los gobiernos estuvieran haciendo una campaña pública para demostrar que la comida kosher es "sustancialmente equivalente" a las demás y que los judíos no tienen argumentos científicos para no consumir otros alimentos y, por lo tanto, deberían resignarse a comerlos, el mundo lo señalaría como una descarada campaña de antisemitismo.

¿Qué deberíamos hacer entonces con la campaña real de contaminación transgénica de los cultivos, base del sustento y las culturas e identidades indígenas y campesinas del mundo, empezando por las de México?
Silvia Ribeiro
Investigadora del Grupo ETC
http://www.etcgroup.org