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Latinoamérica

11 de octubre del 2003

Cancún: el colapso de la ofensiva neoliberal

Immanuel Wallerstein
La Jornada
Cancún es algo más que una batalla geopolítica coyuntural. Representa el sepelio de la ofensiva neoliberal que comenzó en los años 70. Para entender la importancia del suceso, debemos volver al principio.

Los 70 marcan un viraje en dos de los ritmos cíclicos de la economía-mundo capitalista. Fue el comienzo del prolongado estancamiento de la economía-mundo, una fase Kondratieff-B, de la cual no hemos salido aún. Marca el momento en que la hegemonía de Estados Unidos en el sistema-mundo comenzó a declinar. Los estancamientos en la economía-mundo significan que la tasa de ganancia se desploma en grado importante como resultado de una mayor competencia de las principales industrias y la consecuente sobreproducción. Esto conduce a dos clases de batallas geoeconómicas: una lucha entre los centros de acumulación de capital (Estados Unidos, Europa occidental, Japón-este asiático) por revirar a los otros la carga de estas tasas de ganancia disminuidas. Yo llamo a esto "exportar el desempleo", y lleva ya unos 30 años: cada uno de los tres centros ha despuntado sobre los otros en momentos diferentes (Europa en los años 70, Japón en los 80 y Estados Unidos a fines de los 90).

Sin embargo, la segunda batalla geoeconómica ocurre entre el centro y la periferia, entre el Norte y el Sur, donde el Norte intenta quitarle al Sur toda ganancia (por pequeña que sea) que haya logrado durante el periodo Kondratieff A de expansión (entre 1945 y 1970). Como todo el mundo sabe, América Latina, Africa, Europa del este y el sur de Asia la pasaron muy mal a partir de los años 70. La única área en el sur que se desempeñó relativamente bien fue el este y el sureste asiático, al menos hasta la crisis financiera de fines de los años 90. Pero en la periferia hay siempre un área que se desempeña bien en un declive, porque debe existir una región a la que se muden las industrias en decadencia.

En un periodo así de difícil, en el cual los capitalistas bregaban por mantener sus entradas, a veces reubicando la producción, pero sobre todo mediante especulaciones financieras, comenzaron lo que sólo puede llamarse una ofensiva contra las ganancias obtenidas por el sur y las clases trabajadoras del Norte en el periodo A, previo. A esto se le llamó "neoliberalismo". El rostro político de la contraofensiva encarnó primero en el Partido Conservador británico y el Partido Republicano estadunidense, que de ser organizaciones de keynesianos moderados se transformaron en creyentes feroces en las panaceas de Milton Friedman.

Los años de la señora Margaret Thatcher como primera ministra británica y el periodo de Ronald Reagan como presidente de Estados Unidos representaron un muy marcado viraje a la derecha en la política nacional y mundial, pero lo más importante es que ocurrió también una transformación de sus propias estructuras partidarias. Así las usaron como palanca para desplazar -del centro a un lugar muy a la derecha- el punto de equilibrio de las políticas internas. La nueva política conservadora constituyó un golpe a los productores en las tres fuentes de aumento en los costos: salarios, internalización de los costos para reducir el daño ecológico y más impuestos que financiaran al Estado benefactor.

Hubo un intento por coordinar esta política para todos los países del norte, creando una serie de nuevas instituciones, notablemente la Comisión Trilateral, el G-7 y el Foro Mundial Económico de Davos. La política económica que se propuso terminó llamándose Consenso de Washington.

Primero que nada, debemos resaltar que el Consenso de Washington remplazó eso que se llamaba desarrollismo. Este había regido la política económica mundial en el periodo previo (a fines de los 60 Naciones Unidas había proclamado que los 70 serían la década del desarrollo). La premisa básica del desarrollismo era que todo país podría "desarrollarse" si tan sólo su Estado implementaba las políticas apropiadas, y que al final habría un mundo de estados más o menos semejantes y más o menos igualmente ricos. Por supuesto el desarrollismo no funcionó, no podía funcionar, y la cruda realidad fue evidente para todos en los 70.

En su lugar, el Consenso de Washington proclamó que el mundo entraba en la era de la "globalización". Se decía que ésta traería el triunfo del libre mercado, la reducción radical del papel económico del Estado y, sobre todo, la eliminación de todas las barreras creadas por el Estado para el movimiento transfronterizo de bienes y capital. El Consenso de Washington ordenaba que el papel central de los gobiernos, en especial los del sur, era terminar con las ilusiones del desarrollismo y aceptar la apertura irrestricta de sus fronteras. La señora Thatcher alardeaba de que no había otra opción. Y decía: "TINA, there is no alternative" (no hay alternativa)** . Tina significaba que cualquier gobierno que no se conformara sería castigado, primero que nada por todo el mercado mundial y segundo por las instituciones interestatales.

No se ha prestado atención suficiente al hecho de que sólo a partir de los años 70 las instituciones interestatales comenzaron a jugar un papel significativo en estas luchas geoeconómicas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) se convirtieron en los vigilantes activos del Consenso de Washington. Podían jugar este papel dado que los estados del Sur, gravemente heridos por el estancamiento de la economía-mundo, tenían escasos fondos y constantemente debían recurrir a los prestamistas externos para compensar su balanza negativa de pagos. En particular el FMI impuso condiciones drásticas para tales préstamos, condiciones que por lo general requerían reducir considerablemente los servicios sociales dentro del país y priorizar los pagos de la deuda externa sobre todo lo demás.

En los 80 se decidió ahondar esta situación. La Organización Mundial de Comercio (OMC) era una idea que se había discutido desde los 40. Pero se había topado con diferencias considerables entre los centros de acumulación de capital. Lo que permitió proceder a crearla en los 80 fue el acuerdo común entre los países del Norte de que sería una herramienta muy útil para impulsar más aún el Consenso de Washington. En teoría, la OMC está en favor de la apertura de fronteras, maximizando el libre mercado mundial. El problema central es que el Norte nunca lo dijo así: quería que el Sur abriera sus fronteras, pero sin ser recíproco.

Después de que Estados Unidos logró crear el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y Europa avanzó en su unión económica, los países del norte decidieron que era tiempo de instrumentar su programa mediante la OMC. El momento escogido fue la reunión de Seattle en 1999. El Norte había esperado mucho. Los estragos del Consenso de Washington -desempleo creciente, degradación ecológica, destrucción de la autonomía alimentaria- condujeron a un movimiento de protesta inesperadamente fuerte que pudo reunir a muchos grupos, de los anarquistas, pasando por los ambientalistas, a los sindicalistas. Y sus protestas combinadas lograron desactivar la fuerza de la reunión de la OMC. Además, en Seattle, Estados Unidos y Europa occidental estaban confrontados por las políticas proteccionistas del otro. Así que la reunión de Seattle terminó sin lograr nada.

En este momento, ocurrieron otros dos sucesos importantes. El primero fue la fundación del Foro Social Mundial, que tuvo sus primeras tres reuniones en Porto Alegre, constituyéndose como "un movimiento de movimientos" contra el neoliberalismo, el Consenso de Washington y el Foro de Da-vos. Y hasta la fecha sigue teniendo logros. El segundo suceso fue el 11 de septiembre de 2001, que condujo a la proclamación de la doctrina Bush que implica acciones preventivas contra todo aquel designado "terrorista" por el gobierno estadunidense.

De entrada, el efecto del 11 de septiembre fue el respaldo mundial a la lucha contra el "terrorismo". Y poco después se celebró en Doha la siguiente reunión de la OMC. En dicha reunión el Norte pudo imponer a un Sur momentáneamente cohibido la aceptación de que se discutieran nuevos tratados para abrir aún más las fronteras económicas mundiales. Estos tratados debían ser reconfirmados en Cancún 2003.

Una vez más, la reunión de Cancún llegó muy tarde. Entre Doha y Cancún vino la invasión de Irak y su secuela, que viró fuertemente los sentimientos del mundo contra Estados Unidos y mostró las serias limitaciones del poderío militar estadunidense. Mientras tanto, el movimiento mundial por la paz fortaleció considerablemente los grupos de Porto Alegre, que a su vez lograron presionar a los países del Sur de modo que fortalecieran su estructura.

En Cancún las fuerzas más o menos unidas del Norte impulsaron su programa buscando abrir las fronteras del Sur a sus bienes y capital, mientras protegen la propiedad intelectual del Norte (las patentes) contra la dilución o la falta de respeto hacia ella. El Sur también se organizó. Brasil tomó la de-lantera creando el Grupo 21 (que incluye a India, China y Sudáfrica), el cual afirmó, en esencia, que el Sur insistía en que se abrieran las fronteras del Norte a las manufacturas y la agricultura del Sur. En esta batalla, el Grupo 21 -los "poderes intermedios"- obtuvo el respaldo de los países más pobres, en especial los de Africa. Debido a que el Norte no quería hacer concesiones serias al Sur, por razones de política interna, el Sur no reculó. El resultado fue el estancamiento.

Esto lo consideran todos hoy un triunfo político de los estados del Sur. Debe ser claro que esta victoria fue posible por la coyuntura de una debilidad geopolítica estadunidense y la fuerza del movimiento de Porto Alegre. Efectivamente, la OMC está muerta. Sobrevivirá en el papel, como ocurre con otras instituciones interestatales, pero ya no tiene importancia.

Estados Unidos espera darle vuelta a la situación actuando unilateralmente. Se topará con que ya no será tan fácil hacer que países importantes del Sur firmen acuerdos de libre comercio por su lado. El Sur busca ahora desafiar al FMI y al BM. De hecho, esta ofensiva ya comenzó, y el serio desafío lanzado por el presidente argentino, Néstor Kirchner, muestra que tales posturas pueden funcionar. No pasará mucho tiempo antes de que el término "neoliberalismo" represente una de las olvidadas locuras del ayer.




* Director del Centro Fernand de la Universidad de Binghamtom

** Con humor muy propio de la aristocracia británica tan cara al Hola!, Thatcher hacía el juego de palabras entre Tina, nombre propio, y lo que como siglas pretendía que significara "There is no alternative" (no hay alternativa). Era como si una arrogante patrona se dirigiera a la sirvienta (la pobre Tina) y le recetara la medicina que la curaría de su supuesta estupidez (N. T.)

© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera