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Latinoamérica

5 de octubre del 2003

Apuntes para entender el sustento ideológico de la revuelta indígena en Bolivia
Huayna Cápac, el Emperador Inca que eternizó a la nación aymara

Wilson García Mérida
Rebelión
El Inca que gobernó 30 años antes de la Conquista ibérica, estaba a punto de consolidar un equilibrio entre las tendencias monoteístas del Estado imperial inca y las pervivencias politeístas en el seno de la comunidad primitiva aymara. Semejante paradigma de un "Estado comunitario" fue el sustrato de una potente y próspera economía agrícola andina que, de no haber mediado la trágica irrupción española, tenía perspectivas ciertas de convertirse en un modelo civilizatorio que habría traído "otros devenires" para la postrera modernidad. Todo esto subyace en las permanentes revueltas aymaras de Bolivia.

D
urante la expansión incaica que suponía la conquista quechua desde el Cuzco sobre los pueblos aymaras del Collasuyo, los estadistas incas emprendieron un proceso masivo de desplazamientos poblacionales conocidos como "mitimaes", cuya finalidad era reemplazar las poblaciones rebeldes aymaras con habitantes leales al dios quechua Inti, "relocalizando" grandes masas en todo el imperio para garantizar esa emergente hegemonía quechuística sustentada sobre una intensificación de la producción agrícola en esta zona. Cochabamba estuvo en el centro de esa estrategia llevada a cabo durante el incanato de Huayna Cápac, quien gobernó entre 1493 y 1525.

Según Teresa Gisbert, Huayna Cápac decidió que el centro y cabeza de playa del imperio para la repartición de "mitimaes" sería Cochabamba, pues era "un valle fértil que después de la guerra con los naturales (etnias de raíz aymara, nr) había quedado completamente deshabitado" (1).

Sobre la extensa área del valle cochabambino cuya influencia geopolítica abarcó los actuales departamentos de Oruro, Potosí, Chuquisaca, parte del norte argentino y el norte de Chile, Huayna Cápac erigió un centro administrativo que apoyaba la expansión militar y económica del imperio apuntando incluso hacia los territorios chirguanos y yuracarés en el Chaco y los trópicos del Chapare y Moxos, una vez que el gobernador incaico hubiese consolidado la hegemonía estatal quechua sobre las comunidades primitivas aymaras.

En esa estrategia que se truncó con la llegada de los españoles, siguiendo la política de su padre Tupac Yupanqui, el inca Huayna Cápac había cedido en su proyecto estatal y civilizatorio basado en un solo dios (el dios Sol o Inti) y pactó con los rebeldes aymaras para adoptar el régimen politeísta como religión oficial del Imperio Incaico.

La religiosidad como modelo económico

Entonces la sociedad incaica (aymara y quechua) entrelazaba sus actividades económicas con la práctica religiosa de manera indisoluble. Muchas actividades productivas como siembra, cosecha, limpieza de canales de riego, etcétera, que exigían un trabajo cooperativo, según Stern, se realizaban en un marco ritual. "La creencia en que las relaciones con los dioses afectaban al bienestar material reforzaba la autoridad de las élites de la comunidad, pero estaba arraigada, no obstante, en la experiencia práctica" (2).

Es más, de no cumplirse con las ofrendas y ritos para halagar a los generosos dioses y diosas agrícolas, éstos tomarían represalias suspendiendo las lluvias para riego, provocando sequías o desatando tempestuosas inundaciones con la consecuente zaga de hambruna y pestes. En ese sentido la ética aymara resultó ser una ética de ferviente prosperidad.

Era pues, entonces, imprescindible que el formidable centro agrícola, administrativo y militar establecido por Huayna Cápac en los valles de Cochabamba tuviera también que funcionar como un escenario de intensa actividad religiosa desarrollada en torno a los "collus" cochabambinos (3).

Se diría que con el traslado de los "mitimaes" del sur de Cuzco hacia los valles de Cochabamba, los incas trajeron también a estas tierras los (y las) "huacas" y "huillcas" de los que se tiene memoria gracias a los textos de Huarochiri (4).

El capítulo 14 del Manuscrito de Huarochiri nos ofrece un dato revelador: Fue el dios caminante Cuniraya Wiracocha quien animó al inca Huayna Cápac a bajar del Cuzco para cruzar el Titicaca hasta llegar a las fronteras aymaras de Cochabamba:

"Se dice que poco antes de la aparición de los huiracochas (5), Cuniraya se encaminaba hacia el Cuzco. Al llegar allí, habló con el inca Huayna Cápac: ´vamos, hijo, a Titicaca´, le dijo. ´Allí voy a iniciarte en mi culto´.Y agregó: ´Inga, dales instrucciones a tus hombres para que enviemos a los brujos, a todos los sabios, a las tierras de abajo´. Huayna Capac lo hizo enseguida.

Unos hombres dijeron que eran animados por el Cóndor (condoris).

Otros se dijeron animados por el Halcón (mamanis).

Entonces Cuniraya Wiracocha les dio las instrucciones siguientes: ´Id a las tierras de abajo, allí direis a mi padre que su hijo os envía para que os entregue una de sus hermanas´".

Y fue que el padre de Cuniraya Wiracocha, el dios aymara Pachacamac, respondió a los mensajeros del inca Wayna Cápac enviándoles desde las tierras del sur un cofre que cuando fue abierto "aquel lugar se inundó de luz".

Dentro la organización de ayllu (unidad comunitaria básica de la organización incaico-aymara donde se operan las relaciones de reciprocidad productiva o ayni), entre las principales obligaciones de kurakas, mallcus y jilacatas (6), figura la de organizar, en su condición de sacerdotes devotos inherente a su alto rango administrativo y castrense, todas las fiestas rituales del año en cada una de las fases del ciclo agrícola.

Aquello supone, por ejemplo, que en los alrededores de Quillacollo se veneraba no solo a las diosas "mamas" Kawillaka y Chuquisuso o al dios Pariacaca en vísperas de la siembra, sino a una infinidad de "huacas" vinculados con otros ciclos agrícolas y fenómenos de la naturaleza, que ejercían influencia tangible sobre la vida cotidiana de los comunarios.

La pervivencia de los toponímicos

La propia geografía y los toponímicos del territorio occidental boliviano sugieren su asociación con una amplia diversidad de dioses y diosas de raigambre aymara.

Pariacaca era un dios asociado con montañas enormes, semejantes a los nevados del Tunari, el Illampu o el Illimani. Cuando combatió al malvado Walallu Karwinchu, según se lee en el capítulo 16 del Manuscrito de Huarochiri, aquel dios antropófago le envió una boa de dos cabezas a la cual Pariacaca exterminó lanzándole un cayado de oro en el lomo y el ofidio quedó convertido en piedra.

"Se dice que esa boa paralizada, hasta ahora aparece claramente en el camino a Janaj Pariacaca. Se dice que la gente cuzqueña y de otros lugares, los que saben, se llevan como medicina pedazos de la indicada boa petrificada que caen al golpearla con una piedra, con la creencia de que les protegerá contra las enfermedades" (7).

Entre los departamentos de Cochabamba y Oruro, entrando a la puna, se encuentra la población de Paria, que en aymara significa "polvos de color colorado, como de berbellón" (8). Paria-Qaqa quiere decir "Peña Colorada" (nombre de una población situada en el extremo sur del departamento de Potosí).

Es muy probable también que en las aguas termales de Cotapachi, próxima a la laguna de Cota, en Quillacollo, y por las orillas del rio sapenco (hoy río Rocha), se hubiera adorado a una exhuberante diosa de la fertilidad llamada Huayllama, cuya leyenda narrada en el capítulo 30 del Manuscrito nos habla de una ninfa que se petrificó después de hacer el amor con un dios de los regadíos, Anchicara, mientras éste ampliaba los causes de un pequeño manantial.

También ha podido estar presente en estas nuestras tierras el terrible Pachacamac. Este dios emparentado con el Sol, antiguamente exigía sacrificios humanos y ofrendas de oro y plata. Los ayllus devotos eran obligados por el Inca a tributar los necesarios sacrificios en honor a este poderoso "huaca" cuando se producían movimientos sísmicos en sus dominios.

Pachacamac significa "el que conmueve al mundo". Este dios tenía el poder de crear terremotos cuando se inquietaba. Cuando los dioses aymaras pactaron con el inca Tupac Yupanqui para pacificar a los collas rebeldes en beneficio de la hegemonía quechua (9), Pachacamac se negó a cooperar con el Inca porque a un sólo movimiento suyo podría destruirse el mundo entero, incluido el Imperio mismo.

"También se dice que cuando voltea la cara a otro lado es cuando la tierra se sacude. Por eso no mueve el rostro en absoluto. Si moviera todo su cuerpo, el mundo se acabaría".

Sipe Sipe y sus aledaños, zona de permanente actividad sísmica, habrán sido pues los dominios de Pachacamac.

Entre Titicaca y Sabaya

Como se ve, el emperador Huayna Cápac llevó la obra civilizatoria impulsada por su padre Tupac Yupanki a un nivel de franco esplendor, el cual sólo pudo ser truncado con la irrupción de los españoles en pleno apogeo de la expansión incaica que se materializaba con la fundación de "llajtas" como Cochabamba, donde lo aymara pervive como sustrato de la cultura y la religiosidad, en armonía perfecta con la lengua quechua dominante en buena parte de este territorio del antiguo Collasuyo.

Huayna Cápac no sólo amplió la base cuantitativa del imperio incaico --habiendo llegado personalmente a inspeccionar sus nuevos dominios territoriales que llegaron hasta el norte de Chile y Argentina, desplazándose desde Cochabamba como su principal centro de reabastecimiento--, sino también dio un gran salto cualitativo creando un universo ideológico y religioso que homogeneizó el pensamiento inca en todo el imperio y se nutrió del pacto entre las diversas deidades aymaras representadas por la Pachamama y el dios quechua Inti del que descendía el Inca.

A partir de un singular "diálogo inter-divino", el emperador quechua logró instaurar un equilibrio entre las tendencias monoteístas del Estado imperial inca y las pervivencias politeístas en el seno de la comunidad primitiva aymara (el ayllu). Semejante paradigma de un "Estado comunitario" fue el sustrato de una potente y próspera economía agrícola andina que, de no haber mediado la trágica irrupción española, tenía perspectivas ciertas de convertirse en un modelo civilizatorio que habría traído "otros devenires" para la postrera modernidad.

La fuerza del pensamiento aymara se halla profundamente arraigada en aquella religiosidad que sobrevivió a pesar del etnicidio perpetrado por la religión cristiana durante la sangrienta evangelización llevada a cabo a partir del siglo XVII.

La primera resistencia de los indígenas andinos contra la invasión española fue de carácter estrictamente religioso. El "Taqui Onqoy" fue un movimiento liderado por los sacerdotes comunarios en defensa de sus dioses y diosas ante la imposición del dios cristiano. Esa "guerra santa" terminó en un baño de sangre perpetrado por la cruz y la espada de los invasores, a la par de la extirpación de idolatrías llevada a cabo por los curas inquisidores, de lo cual surgió el sincretismo en las actuales prácticas "paganas" de los indios cristianizados.

Sin embargo esa lucha inicialmente religiosa adoptó la forma política de recurrentes revueltas indígenas en el mundo aymara que domina el territorio occidental de Bolivia. Estas revueltas, como las de Warisata recientemente, no dejarán de estar propiciadas y bendecidas por aquellos dioses y diosas que en otros tiempos gobernaban fértiles y dichosos sobre los ayllus devotos desde las playas del Titicaca hasta los confines de Sabaya.

NOTAS:

1. Gisbert, Teresa: "Iconografía y mitos indígenas". Ed. Gisbert, La Paz, 1980.

2. Stern, Steve: "Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española", Alianza Editorial, Madrid, 1986.

3. Los "collus" eran una especie de "mounds" o colinas artificiales de tierra vegetal semejantes a los palacios a la interperie del neolítico europeo. Estos "mounds" andinos eran lugares de siembra y cosecha, a la vez que de adoración y fiesta. "Collu" es un vocablo de origen aymara que sobrevive como un importante toponímico en las regiones de Cochabamba, La Paz y Oruro; de ahí que además de Quillacollo existen otras poblaciones con nombres tales como Suticollo, Pomacollo, Chacacollo, Incacollo, Colchacollo, Caracollo, etcétera.

4. El o la "Huaca" (o "Guaca") es el nombre genérico con que se conoce a las deidades mayores del mundo andino. Los dioses y diosas menores son llamados "Huillcas" o "Villcas". Estos seres son descritos en el célebre Manuscrito de Huaruchiri atribuido al extirpador de idolatrías Francisco de Ávila, quien recopiló los mitos y ritos que constituían un importante culto no cristiano practicado entre Cuzco y Lima.

5. Se creía inocentemente que la llegada de los españoles era en principio una misión civilizadora encomendada por el dios Cuniraya Huiracocha, emparentado con el Sol; por eso los indígenas los llamaron erróneamente, a los conquistadores ibéricos (caracterizados por su tez blanca) "wiracochas", otorgándoles un rango de nobleza (por su supuesto origen divino) que inclusive en la actualidad equivale a "caballero" o "señor".

6. kurakas, mallcus y jilacatas son rangos jerárquicos de conducción y mando representativo definidos por la comunidad.

7. Manuscrito de Huaruchiri, capítulo 16, editado por Angel Sandóval Herbas en "Dioses mayores y menores del antiguo Huaruchiri", Mimeógrafo, Cochabamba, 1989, y por Gerald Taylor en "Ritos y Tradiciones de Huarochiri", Instituto Francés de Estudios Andinos, Lima, 1999.

8. Taylor, Gerald: op.cit, pag. 9.

9. El encuentro y negociación entre los dioses aymaras y el inca Tupac Yupanqui (que gobernó entre 1470 y 1490 logrando ocupar y colonizar territorios collas hasta el río Loa en Chile y parte del norte de Argentina) es relatado en el capítulo 23 del Manuscrito.

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