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La vieja Europa

12 de enero del 2003

Soy un teólogo libre

Juan José Tamayo
El País

La Congregación para la Doctrina de la Fe me ha hecho el honor de ocuparse de mi obra teológica durante tres años como antes lo hiciera con la de mis amigos Hans Küng y Leonardo Boff. La Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española ha hecho suyos los resultados del estudio. Nunca imaginé que el Vaticano y los obispos españoles dieran tanta importancia a mis investigaciones.
Seguro que ha sido un trabajo concienzudo e intenso, dada la amplitud de mi obra: dos tesis doctorales, cerca de 1.000 artículos en medios de comunicación, más de 2.000 recensiones de libros de filosofía, teología y ciencias sociales, 500 estudios en revistas especializadas, y más de 30 libros. El último acaba de aparecer en la editorial Trotta con el título Nuevo paradigma teológico. Seguro que seguirá dando trabajo por este año a los detectives del Vaticano y de nuestro episcopado.
Mi primera reacción ante las críticas a mi teología no puede ser otra que la del agradecimiento. ¡A cuántos colegas les gustaría que Roma se ocupara de sus libros, aunque fuera para darles un pequeño tirón de orejas y tener la oportunidad de someterse humildemente al veredicto vaticano! Pero no lo consiguen. Y yo, que soy un teólogo libre por opción y convicción desde mis años mozos, que no pertenezco al clero ni dependo de obispo alguno, ni enseño en los santuarios de la dogmática católica, me encuentro con la sorpresa de ser estudiado por parte de la más alta instancia teológica romana y española. Así que ¡muchas gracias! Y no es un cumplido, y menos una ironía, aunque algo de irónico tiene el que se me considere teólogo heterodoxo, cuando yo soy el primero en reconocerlo, siguiendo la invitación de san Pablo. "Conviene que haya heterodoxos" y haciendo realidad la afirmación de Ernst Bloch: "Lo mejor de la religión es que hace heterodoxos".
Pero con mi agradecimiento va mi sorpresa de que se me haya estado investigando sin consultarme y de que se me comunique la existencia de una Nota y de un Informe de descalificación de mis ideas cuando la investigación estaba cerrada. Con lo fácil que hubiera resultado haber mantenido un diálogo entre colegas, aunque no hubiéramos llegado a un acuerdo. Habermas nos ha enseñado que la razón es dialógica, no autoritaria. Lástima que el estudio de mi obra haya sido para condenarme sin oírme, y no para llevar a cabo un debate a fondo sobre las grandes cuestiones debatidas hoy en la teología. Lo hubiera aceptado gustoso, pero no en las dependencias del viejo Santo Oficio, sino en la Academia, con luz y taquígrafos.
Y con la sorpresa, un reproche: que siempre que el Vaticano se dedica a investigar a los teólogos y las teólogas se preocupe de la ortodoxia más que de la ortopraxis. El cardenal Ratzinger sabe que para un teólogo cristiano el Evangelio es anterior al dogma, el seguimiento de Jesús de Nazaret, anterior a la obediencia al papa, el Sermón de la Montaña que el código de derecho canónico y la construcción del reino de Dios, más importante que la edificación de la Iglesia.
Siempre me he sentido muy en sintonía y solidaridad con los teólogos malditos y los reformadores que en la historia del cristianismo han sido. Pero ahora con mayor motivo. Haré memoria subversiva de algunos de ellos. El primero es Jesús de Nazaret, judío reformador, crítico de su religión e iniciador de un nuevo movimiento liberador: el cristianismo. Recuerdo a Arrio (256-336), sacerdote piadoso, que situaba a Jesús en la máxima cercanía de Dios, pero no lo reconocía como Dios para salvar el monoteísmo cristiano. Fue condenado el año 325 en el concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino en su palacio de verano para asegurar la unidad de la Iglesia. No me olvido de Nestorio (fallecido en el año 451), patriarca de Constantinopla, que no reconocía a María como madre de Dios, sino como madre del hombre Jesús de Nazaret. Fue condenado en el concilio de Éfeso (431), privado de toda dignidad eclesiástica y expulsado de la Iglesia. Murió exiliado en el desierto egipcio. Otro heterodoxo fue Prisciliano (350-384), obispo de Ávila, que practicaba una vida ascética rigurosa. Acusado de conducta inmoral y de magia, fue el primer hereje a quien se aplicó la pena capital.
En plena Edad Media nos encontramos con Joaquín de Fiore (muerto hacia 1203), eremita de Calabria y visionario apocalíptico que anunció la utopía de la era del Espíritu. A pesar de que el papa Gregorio IX intervino en su favor, su obra fue considerada subversiva y condenada. El Maestro Eckhart (1260-en torno a 1327) fue una de las cumbres de la mística de todos los tiempos. El papa Juan XXII condenó parte de su obra por herética después de muerto.
No faltaron mujeres acusadas de herejía. La mística beguina Margarita Porete (muerta en 1310) cayó en manos de la Inquisición, que la encarceló. Su libro Espejo de las almas simples anonadadas fue aprobado por tres clérigos, pero fue prohibido bajo pena de excomunión y quemado en la plaza pública por orden de Guido II, obispo de Cambrai. Declarada hereje y relapsa por la Inquisición, fue entregada al brazo secular, que la quemó viva en 1310 en la plaza parisina de Grève ante la presencia de las autoridades eclesiásticas y civiles. Guillerma de Bohemia (muerta en 1281), buscadora de Dios y maestra de vida espiritual, a quien acudían hombres y mujeres pidiendo consejo y consuelo, contó con el apoyo de los cistercienses, que la enterraron en su abadía de Chiaravalle, donde los milaneses la veneraban como santa. La Inquisición, empero, mandó desenterrar su cadáver y quemarlo públicamente.
Juan Hus (1369-1415), rector de la Universidad de Praga, persona fervorosa, y de moral intachable, criticó con dureza al clero y a los obispos ricos y cuestionó las formas de piedad superficial. Defendió una Iglesia desligada del poder temporal. Acudió al concilio de Constanza con una promesa de inmunidad que no se cumplió. El concilio de Constanza lo condenó por hereje y lo entregó al emperador Segismundo, quien le hizo morir sofocado por el humo de la pez.
Lutero (1483-1546) criticó a la Iglesia simoníaca que vendía la salvación a precio de oro, y puso en marcha la Reforma protestante centrada en la subjetividad de la fe, el espíritu comunitario y la primacía de la Biblia sobre los dogmas. Un papa lo excomulgó, León X, y casi cinco siglos después otro papa, Juan Pablo II, pidió perdón por esa condena.
La Iglesia católica fue inflexible con la incipiente ciencia moderna y persiguió a algunos de sus principales cultivadores. Giordano Bruno (1544-1600) fue apresado por la Inquisición y quemado en el romano Campo de las Flores. Galileo Galilei (1564-1642) tuvo que comparecer ante el tribunal de la Inquisición, que condenó su teoría científica por herética en 1633, y vivió su ancianidad bajo la vigilancia de la Inquisición.
El místico Juan de la Cruz (1542-1491) colaboró con Teresa de Jesús en la reforma de la vida religiosa orientada a vivir el evangelio en toda su radicalidad y en clave humanista, en un clima fraterno, con sencillez y sin excesos rigoristas. Carmelitas calzados, algunos seglares y gente armada lo detuvieron y lo encerraron en una celda del convento de Toledo, donde permaneció medio año. Logró huir. Al final de su vida los propios carmelitas descalzos lo persiguieron y difamaron. Fue canonizado en 1726 y declarado doctor de la Iglesia en 1926.
El teólogo y filósofo Antonio Rosmini (1797-1854) puso el dedo en las cinco llagas de la Iglesia: la división entre el clero y el pueblo en el culto público, la insuficiente educación del clero, la desunión de los obispos, el nombramiento de los obispos abandonado al poder secular y el mantenimiento del feudalismo, que ha terminado por suprimir la libertad de la Iglesia, de donde derivan todos sus males. El libro que señalaba esas llagas fue a parar al Índice de Libros Prohibidos. Siglo y medio después, se ha iniciado su proceso de beatificación. ¡Contradicciones de la vida!
Los teólogos modernistas que quisieron compaginar cristianismo y modernidad, derechos humanos e Iglesia, fracasaron en el intento. Uno de los más significativos fue Alfred Loisy (1857- 1940), autor de importantes obras exegéticas, entre ellas El Evangelio y la Iglesia, donde puede leerse esta sentencia lapidaria: "Jesús predicó el reino y vino la Iglesia"·
El dominico Chenu (1895-1990) fue procesado por su libro Una escuela de teología: Le Saulchoir, que terminó en el Índice de Libros Prohibidos. En la década de los sesenta participó activamente en el Vaticano II e inspiró la Gaudium et Spes. No le fue mejor a su hermano de orden Congar (1904-1995), que sufrió tres destierros, fue desposeído de su cátedra y tuvo que soportar la censura de sus libros. Unos años antes de morir, Juan Pablo II lo nombró cardenal.
Bernhard Häring, uno de los principales renovadores de la moral católica, se mostró contrario a la publicación de la Humanae Vitae. Desde entonces, fue controlado por funcionarios de la Congregación para la Doctrina de la Fe que lo seguían a todas partes. Escribió una carta al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la que le confesaba: "Preferiría encontrarme nuevamente ante un tribunal de Hitler" a comparecer ante la Congregación romana que le juzgaba. Su proceso, que duró ocho años, fue calificado por el propio Häring de "auténticas tribulaciones", porque coincidió con la aparición de un cáncer de garganta que le obligó a someterse a siete intervención quirúrgicas, seguidas de la terapia de cobalto. ¡Faltó compasión!
Hans Küng (1928) fue llamado por Juan XXIII para participar como perito en el Concilio Vaticano II, siendo muy joven. Quince años después, la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró: "Se aparta en sus escritos de la plenitud de la verdad católica y... no puede ser considerado teólogo católico ni enseñar como tal". Casi la misma descalificación que acaba de aplicárseme a mí.
Leonardo Boff fue silenciado dos veces: la primera, por nueve meses, aceptó el silencio; la segunda, por tiempo indefinido, lo consideró una humillación y abandonó la Orden franciscana, no el espíritu de san Francisco. Ivone Gebara también ha sido sancionada por unas declaraciones en torno al aborto sacadas de contexto.
Ahora les toca el turno de las sanciones a los pioneros del diálogo interreligioso e intercultural. Uno ha sido el teólogo de Sri Lanka Tisa Balasuriya, condenado por el Vaticano por sus interpretaciones del pecado original, la divinidad de Cristo y algunos dogmas sobre la María y por su intento de presentar el mensaje cristiano en diálogo con las religiones orientales, mayoritarias en Asia. Fue suspendido a divinis por negarse a suscribir una profesión de fe que consideraba voluntad divina la exclusión de la mujer del sacerdocio. Unos años después, Roma le levantó la suspensión.
Otro de los caídos por mor del diálogo interreligioso ha sido Jacques Dupuis, profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, que vivió y enseñó en la India durante cerca de cuarenta años y ha elaborado "una teología cristiana del pluralismo religioso". La Congregación romana le ha acusado de graves errores contra elementos esenciales de la fe divina y católica.
De este breve recorrido por la historia de la heterodoxia cristiana se pueden sacar algunas lecciones: 1ª. La mayoría de los condenados se caracteriza por una experiencia religiosa profunda, vida ejemplar, compromiso con los sectores marginados y gran coherencia entre pensamiento y práctica. 2ª. Casi todos demostraron fortaleza de espíritu y lucidez de mente, y no se dejaron amedrentar ni por el fuego de las hogueras, ni por las excomuniones, ni por las expulsiones de sus cátedras, ni por las amenazas de castigos eternos, que sólo existen en la imaginación de quienes amenazan. 3ª. Dialogaron con la cultura de su tiempo e hicieron avanzar la reflexión teológica. 4ª. Con el paso del tiempo, muchos fueron rehabilitados, y algunos, canonizados. No puedo estar, por ende, en mejor compañía.
Mantengo la mano tendida para dialogar. Ahora bien, para iniciar el diálogo, me gustaría recordar al cardenal Ratzinger y a sus colaboradores el verso de Antonio Machado: "¿Tu verdad? No. Guárdatela. La verdad. Vamos a buscarla juntos".
Juan José Tamayo Acosta es secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII y profesor de la Universidad Carlos III