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Argentina: La lucha continúa

Madres de la Plaza

Raúl Zibechi

La reciente decisión de la Asociación Madres de Plaza de Mayo de poner fin a las anuales Marchas de la Resistencia estampa en negro sobre blanco los desafíos que los movimientos sociales enfrentan ante el nuevo escenario político en América Latina. Hebe de Bonafini, presidenta de Madres, señaló que "ya no tenemos un enemigo en la casa de gobierno y por eso no reconocer el momento político que se está viviendo es un error". Fue más lejos: "Estamos obteniendo revoluciones por el voto democrático en toda Sudamérica sin derramar sangre, pero sobre la sangre derramada por miles y millones". Hebe, fiel a su trayectoria, sigue mostrando un fino olfato para detectar los virajes políticos.
La decisión de Madres fue contestada por otros organismos de derechos humanos que argumentan que, pese a los indudables avances registrados por el gobierno de Néstor Kirchner, sigue habiendo torturas en comisarías, redadas y detenciones arbitrarias de jóvenes pobres, y la protesta social sigue siendo duramente castigada. Línea Fundadora, el otro sector de las Madres, separado de la organización original en 1986, recordó a las presididas por Hebe que "los 30 mil desaparecidos tienen que ver con la deuda externa que se está pagando". La mayor parte de la izquierda partidaria rechazó también la decisión de Madres.
Sin embargo, nadie en su sano juicio puede acusar a Hebe y a las Madres de estar bajando los brazos. Pocos grupos y pocas personas pueden esgrimir la biografía de Hebe y sus compañeras. Comenzaron la ronda de los jueves en la Plaza de Mayo en abril de 1977, en el pico del genocidio que perpetraba la dictadura de Videla. Se las denominó "locas", porque nadie comprendía aquel extraño coraje despojado de todo cálculo político, capaz de desafiar y poner a la defensiva a un régimen asesino. Pagaron con sangre y desapariciones. La perseverancia y potencia de sus acciones -que resonaron afectivamente en los rincones más inesperados- les abrieron con el tiempo un lugar en el corazón de los argentinos. Y del mundo. Desafiaron la soledad. Quien pasara por la plaza los jueves a las tres de la tarde podía contemplar un pequeño círculo de mujeres rodeadas de indiferencia y agresividad: no pocos las insultaban y salivaban por "antiargentinas", cuando el país entero tenía ojos y oídos sólo para el Mundial de Futbol de 1978.
Con el fin de la dictadura las Madres intensificaron y ampliaron la protesta. En la década de los 80 fueron un puente entre generaciones. Por Madres pasaron miles de jóvenes que se formaron como activistas junto a estas amas de casa que no hablaban de ideología sino de afectos. Cuando la dictadura invadió las islas Malvinas (1982) desafiaron el carnaval chovinista con un lema memorable: "Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también"; y cuando un grupo armado intentó copar el cuartel de La Tablada (1989) afrontaron la histeria fascista -ante la que claudicó la mayor parte de la izquierda- exigiendo respetar la vida de los detenidos.
¿Quién puede darle lecciones de dignidad a las Madres? Un minúsculo grupo de octogenarias jugó un papel decisivo el 20 de diciembre de 2001, al poner el cuerpo (siempre ponen el cuerpo) ante las balas y los caballos de la gendarmería. Golpeadas con saña, su gesto electrizó aquella jornada empujando a miles de jóvenes a seguir su ejemplo, llevándose por delante al represivo gobierno de Fernando de la Rúa. En el acierto o en el error, Hebe siempre fue ella misma: pensamiento y acción autónomos, anclada en la cultura popular, esa misma cultura que las llevó a enarbolar como símbolo de su lucha el pañal-pañuelo que recuerda a sus hijos. Ahora no son pocos los que recuerdan alguna pifia célebre de Hebe, como el apoyo a los atentados del 11 de septiembre. Otros esbozan el terrible adjetivo de "traición". Pero los críticos están dejando pasar una doble oportunidad: las Madres fueron una de las primeras organizaciones que hicieron política desde abajo, por fuera de las instituciones. Y no por eso fueron ni menos políticas ni menos eficientes. Enseñaron, por medio de hechos, otra forma de hacer.
Por otro lado, la decisión de Madres y el discurso de Hebe colocan al movimiento social ante la ineludible necesidad de procesar un debate acerca de las relaciones con los nuevos gobiernos progresistas. Kirchner es el resultado de un importante ciclo de protestas, de la potencia de unos movimientos que ahora oscilan entre la sumisión al gobierno y la repetición de formas de acción que los debilitan. El MTD de Solano, un grupo piquetero radical donde los haya, hace tiempo dejó de cortar las rutas porque entiende que ahora los desgasta más a ellos que a sus adversarios.
El desconcierto lleva a muchos a repetir machaconamente discursos y métodos intemporales que no hacen sino extenuar a los movimientos, profundizar su aislamiento y agotar sus potencialidades. Aceptar que un ciclo ha terminado y debe dar paso a algo diferente choca con las inercias y resistencias de quienes creen posible una acumulación lineal de fuerzas. La llegada de sectores progresistas a los gobiernos de la región debería ser una buena noticia y, en todo caso, es poco realista pensar que nada ha cambiado.
El nuevo escenario pone en jaque las formas de acción centradas en la demanda al Estado; cuando los nuevos gobiernos hacen concesiones sin necesidad de movilización, ¿salir a la calle tiene el mismo sentido? La dialéctica demanda-concesión -centrada siempre en la relación con los estados- puede dar paso, como muestran los movimientos más creativos, a dinámicas más autocentradas que profundizan la construcción de mundos nuevos y la acción política no institucional. Supone, además, ir más allá de la simple relación causa-efecto. Requiere arriesgar, experimentar, sin la menor certeza acerca de los resultados. Todo esto impone romper los viejos moldes. "Los marcos mentales también son prisiones de larga duración", nos recuerda Braudel. En este trayecto incierto el camino de 28 años de Madres es, fuera de duda, fuente de inspiración, renovación y radicalidad. 

Fuente: lafogata.org