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Zapatismo

Subyugar a la naci�n.
Cuando el cuerpo femenino es territorio de tortura a manos del estado.

 

Luc�a Rayas
Mujeres y la Sexta.

Presentado en la mesa "G�nero y violencia de estado: la represi�n hacia mujeres militantes y guerrilleras".

Introducci�n.

La tortura es un tema cruzado por dos ejes contrapuestos: por un lado hay mucho que decir y, por otro, no siempre se encuentran las palabras apropiadas para hablar del tema, y lo que se calla produce un enorme silencio. Mucho que decir por los cientos de testimonios, escritos o en espera, por las colecciones de denuncias impunes, por las legislaciones nacionales e internacionales contravenidas, por resarcir la dignidad de quienes la han sufrido. El otro eje, el silencio, proviene del pasmo ocasionado por lo indecible de la experiencia; una "suspensi�n de la raz�n y el discurso" (DRAE, definici�n de "pasmo") para quien escucha un testimonio de tortura, que deja o puede dejar en aislamiento a quien la comparte (Calveiro 2006: passim). Sin embargo, bien dice Pilar Calveiro (2006), indecible pero no incomunicable. Se trata de un tema necesario. Hablar de tortura no para "normalizarla" en el discurso como parece haberse normalizado en la pr�ctica represiva nacional, sino para llenarla de nuevo significado cada vez que se denuncie y que a ninguna y ninguno de nosotras nos parezca nunca tan solo una palabra m�s..
Esta presentaci�n se organiza en torno a un n�cleo: el an�lisis de la tortura a manos del estado en general y, en particular sobre mujeres, con una mirada de g�nero. Antes de proceder a ese an�lisis, creo relevante mencionar un par de elementos hist�ricos as� como explicar el t�tulo de la presentaci�n (Subyugar a la naci�n). En cuanto a la parte hist�rica:.
En primer lugar, es relevante acotar que las pr�cticas ejercidas desde el estado en contra de quienes considera demasiado peligrosos o subversivos se han llevado a cabo en nuestro pa�s en diversos momentos. Uno de ellos corresponde al periodo llamado de Guerra Sucia �de mediados de los 60 a mediados de los 80- a�os de mayor poder de la Direcci�n Federal de Seguridad, la polic�a pol�tica. Vale la pena recordar que las decisiones se tomaban entre algunos personajes poderosos, y que se carec�a por completo de controles jur�dicos o sociales que limitaran o restringieran sus acciones..
En segundo, el periodo corresponde, internacionalmente, a los a�os de la Guerra Fr�a, que dividi� al mundo en dos campos antag�nicos. La Guerra Fr�a estipulaba e impon�a una serie de preceptos, entre los que se encontraba la adopci�n de la doctrina de seguridad nacional y la lucha contra "la amenaza comunista" (aduciendo razones de estado) que representa una "frontera ideol�gica" (Meneghini, 2006) al interior del propio pa�s. Esta doctrina fundamenta la vigilancia y represi�n de los propios ciudadanos al identificar como enemigo interno en cada pa�s a los partidos de izquierda, guerrillas y organizaciones antiimperialistas. El inter�s de los EUA en Am�rica Latina, que consideraba su �rea de influencia y traspatio, se tradujo en capacitaci�n militar y de inteligencia, incluyendo entrenamiento en t�cnicas de contra-insurgencia y exterminio..

�Por qu� llamar a esta intervenci�n "Subyugar a la naci�n"?.

Cuando se representa a la naci�n se suele traer al imaginario una estampa de mujer. Esto es, se recurre a la met�fora de la mujer como naci�n que tiene como contraparte la idea del estado como un ente masculino. Explicar� sucintamente estas representaciones de g�nero para claridad posterior. La noci�n de estado, en la modernidad, se construy� conforme a los derechos del hombre �entendido como tal y no como metonimia de humanidad- en concordancia con un contrato social fundamentado en la "fraternidad masculina" (Pateman, El contrato sexual). Las mujeres quedaron excluidas de este contrato y de la ciudadan�a inherente a �l y los varones incluidos en su capacidad de miembros y representantes de la familia. As� se conforma el estado. La naci�n, por su parte, se refiere a la dimensi�n de la reproducci�n y continuidad �tareas de mujeres- en los sentidos biol�gico, cultural y simb�lico (Yuval-Davis, 2004: 68); con la diada mujer/naci�n se evoca una unidad �tnico-geneal�gica (Guti�rrez, 2004: passim). La mujer/naci�n es la mujer que es tutelada por el estado. En nuestro caso, se trata de una mexicana apegada a las caracter�sticas de g�nero del nacionalismo sobre el que se funda el estado-naci�n; una mujer que es depositaria de la "cultura nacional". Adem�s de muchas otras caracter�sticas, esta mujer ser�a una buena madre que transmite las tradiciones, educa y forma individuos �tiles a la sociedad. Si bien esta noci�n de mujer ha ido cambiando con los a�os, tanto para la sociedad como para el estado, su base profunda permanece junto con las expectativas sobre el comportamiento femenino..
Como mujer/naci�n y como "madre de la naci�n" �su misi�n reproductora-, el cuerpo de la mujer imaginaria (la idea de mujer) se vuelve el cuerpo de la naci�n. Se trata de un cuerpo desexualizado y reglamentado. Los l�mites de su cuerpo deben protegerse como s�miles de las fronteras nacionales; ella guarda el honor y la moralidad. Las mujeres de carne y hueso representamos, simb�licamente, a esa mujer imaginaria..

La tortura.

a) deshacer el mundo y deshumanizar al sujeto torturado.
En el texto Contra la tortura, de Subirats, Calveiro y otros, se dice "La tortura es un instrumento de violencia destinado a destruir la integridad moral y f�sica del ser humano, a reducir su existencia a la expresi�n vital m�s degradada, anular su voluntad y disponer enteramente de las personas y sus vidas bajo el arbitrio de los verdugos y las instituciones estatales que la alientan y organizan" (hasta aqu� la cita, p. 9). En otras palabras, la tortura intenta destruir la subjetividad de las personas, alienarlas de su voluntad. Es un sistema que usa "t�cnicas agresivas de interrogaci�n y m�todos de presi�n f�sica y moral, mediante instrumentos el�ctricos, qu�micos, f�sicos y ps�quicos" (idem). La tortura tiene como finalidad extraer confesiones y conseguir informaci�n, infundir pavor en las personas, quebrantar su voluntad, castigarlas y mostrar el poder de los perpetradores. Lograr, en suma, la sujeci�n de las personas..
La tortura sucede fuera del �mbito legal y somete a las personas a un aislamiento social y a una orfandad en cuanto a derechos. A la persona se le somete a tormentos, en especial durante los periodos llamados "de desaparici�n", y se le exige informaci�n a cambio de cesar la tortura. La iniciaci�n de la persona detenida en esta mara�a de ilegalidad deja sus marcas en el cuerpo, sitio en que se actualiza el poder ilimitado de los verdugos. Se trata de la puesta en acto de la dominaci�n sobre los lugares m�s �ntimos del cuerpo y el esp�ritu humanos (ibid. pp. 9-10)..
La aplicaci�n de la tortura se extiende a aquellas personas o grupos �la familia, las amistades, las y los compa�eros- que puedan tener alguna informaci�n sobre movimientos de resistencia, armada o no. Es un sistema de terror y dominaci�n para liquidar una voluntad colectiva. Busca destruir la confianza en s� mismos y en los v�nculos de solidaridad..
Hist�ricamente la tortura se practica sobre aquellos que reconocemos como "otros", los que son distintos. As� se va alejando el problema del reconocimiento con un semejante, pero no termina con �l. Varias acciones se llevan a cabo para subrayar este distanciamiento, todas tendientes a la deshumanizaci�n de la persona a torturar. Esto se hace, en primer lugar, mediante operaciones ideol�gicas y �rdenes verticales para construir a las personas como "enemigo" o "traidora" o "terrorista". En el caso de la jerga de los a�os de la Guerra Fr�a, se construy� al comunismo como una epidemia que hab�a que erradicar � y a sus agentes (cualquiera que se organizara con fines libertarios o democratizadores en ese medio de cerraz�n pol�tica) como focos de infecci�n. A este distanciamiento ideol�gico siguen aquellos que se consiguen por medios f�sicos. Cubrir los rostros de los torturados es una medida, por ejemplo, que cumple con este precepto, y tambi�n con el objetivo de no poder reconocer posteriormente a los torturadores. Otra medida es mantener a las personas sucias, con la misma ropa, subalimentadas, de modo que se vaya construyendo una imagen de abyecci�n. La condici�n subhumana en que se coloca a "los subversivos" permite, as� mismo, justificar su exterminio..
La tortura pues, deshace el mundo de las personas torturadas e intenta deshacer su humanidad. Muchas veces involucra y tortura a terceros para quebrar a la persona contra quien se act�a. Dentro de estas interacciones perversas se suma tambi�n la imposici�n de l�mites. Se ha documentado la participaci�n de especialistas que se�alan el fin de la tortura �en ese momento-, de manera que se mantenga a la persona con vida siempre que se suponga que a�n tiene algo que el estado quiere..
Adem�s, la tortura tiene tambi�n la finalidad de asentar un precedente: aquello que se practica sobre un cuerpo-sujeto se vuelve un mensaje para todos (Calveiro, op. cit., p. 23)..
El dolor f�sico en general, incluido el provocado por la tortura, no s�lo se resiste al lenguaje, sino que lo destruye y revierte a la persona que lo sufre a un estadio previo al lenguaje, a sonidos y gritos viscerales (Scarry, 1985: 4). En diversos testimonios se menciona como algo peor que sufrir la tortura misma, escuchar cuando torturaban a otros. No s�lo se vuelve el dolor inexpresable y la humillaci�n indecible, sino que la experiencia acarrea memorias ubicadas en todos los sentidos. Volver a escuchar imaginariamente los gritos y gemidos de las otras personas, asociar permanentemente olores con la tortura, o colores o texturas, son temas recurrentes en la literatura testimonial, por hablar de los m�s obvios. Quedan tambi�n los s�ntomas del stress post-traum�tico, incluyendo dificultad para relacionarse sexualmente, incontinencia, reacciones de p�nico, y otra gran cantidad de padecimientos..
b) feminizaci�n de los sujetos torturados y tortura sobre cuerpos de mujer.
La tortura a las mujeres adquiere matices particulares. La objetivaci�n que suele hacerse de los cuerpos femeninos en la sociedad, adquiere renovada fuerza en la tortura. En el caso de las mujeres militantes y guerrilleras, esta potencia proviene de al menos dos fuentes: por un lado se castiga a las mujeres por atreverse a retar el orden, por romper los dictados que su identificaci�n con la naci�n le exige y enfrentarse al estado que en teor�a las protege. Por otro porque, al unirse a una movilizaci�n social, dejan de lado su misi�n de g�nero tradicional, alejadas del �mbito dom�stico para volverse actuantes en la esfera p�blica. Literalmente se insubordinan ellas, las por definici�n subordinadas. Se atormenta entonces el cuerpo idealizado de la madre-patria �de quien todos y todas somos hijas- pero tambi�n, a nivel simb�lico, el de la madre, la esposa, la hija, la hermana, raz�n por la que se vuelve m�s importante a�n deshumanizar a esa persona..
Se ocupan, para infligir dolor en las mujeres, todas las t�cnicas que se usan en hombres: golpes, choques el�ctricos, simulaciones de ejecuci�n, amenazas de muerte, ahogamiento en aguas sucias, sofocamientos (AI, 2001), adem�s de una serie de tormentos dirigidos en espec�fico a esferas de vulnerabilidad de g�nero. Entre estas torturas podemos nombrar actos de violencia sexual tales como manoseos constantes, el uso de lenguaje sexualmente ofensivo, violaciones rutinarias y violaciones multitudinarias. No podemos dejar de lado que la violaci�n representa la puesta en acto del poder patriarcal y que constituye un atentado con ecos m�ltiples, ya que confirma la posesi�n de una y la afirmaci�n del otro. La violaci�n da�a a las mujeres en su m�s profunda intimidad. Cuando el ultraje a las mujeres se comete frente a su pareja o a miembros de su familia, este adquiere un relieve especial porque supone que los presentes no pudieron protegerla, al tiempo que expone el honor de la pareja o la familia que imaginariamente la mujer porta..
A las mujeres tambi�n se las tortura con amenazas de actuar �o con acciones de hecho- contra los hijos e hijas o madres y padres, como ataque a las relaciones filiales y a la estructura familiar de la que la mujer se supone eje. Son situaciones potencialmente enloquecedoras como lo son tambi�n las torturas a mujeres embarazadas que incluyen manipulaciones ps�quicas sobre el futuro de la criatura que llevan en el vientre..
Uno de los resultados de la tortura sobre mujeres embarazadas, bien documentado por Amnist�a Internacional y patente en los relatos de algunas sobrevivientes mexicanas (Armend�riz, s.f.:114-9), es el efecto a mediano o largo plazo de la tortura sobre los hijos y las hijas de estas mujeres. Amnist�a Internacional reconoce trastornos emocionales en quienes sufren abuso antes del nacimiento, y encontr� m�ltiples casos de esto entre personas que nacieron en la d�cada de los 70 en Am�rica Latina, cuyas madres estuvieron en detenci�n. Estos trastornos muchas veces son irreversibles..
En algunos de los testimonios del periodo de la guerra sucia en M�xico se menciona haber sido secuestradas y/o torturadas en su propio hogar a manos de agentes policiales (buscar referencia en libro de I Encuentro). Esta invasi�n al mundo privado violenta la intimidad de maneras inimaginables. Permanecer atada a los muebles de tu casa, que te amaguen con tus implementos cotidianos y que te sometan en territorio conocido representa una alienaci�n respecto de lo que una considera el �mbito de protecci�n por excelencia. Otra manera de deshacer el mundo..
Sobre las mujeres se potencia y actualiza el poder patriarcal del estado, pero tambi�n su poder viril, ya que la tortura inherentemente refuerza la pasividad de las mujeres a quienes somete. En este sentido, el de la pasividad forzada, la impotencia y la dependencia del otro, la tortura feminiza imaginariamente tambi�n a los hombres. La puesta en acto de la tortura sobre los cuerpos de personas �hombres y mujeres- afirma la masculinidad de los torturadores en la producci�n de dolor y sufrimiento. Tienen el poder para reducir al otro o la otra en v�ctimas pasivas, cuerpos a ser penetrados (Jelin, 1999: xx)..

Reflexiones finales.

La doctrina de seguridad nacional impuso una visi�n amplia del enemigo en la que se inclu�a no s�lo a personas de los movimientos armados, sino tambi�n a todos aquellos que difundieran ideas que van contra el concepto de sociedad nacional que tiene el r�gimen. Adem�s, desde el punto de vista del estado, las mujeres que hacen pol�tica, y m�s las que desaf�an al estado en esta actividad, trastornan el orden de g�nero. Se alejan de la unidad m�tica de las comunidades nacionales imaginarias. Su participaci�n en movimientos sociales mete en contradicci�n los supuestos atados a la dupla estado/naci�n, en la que el primero, patriarcal, protege y tutela a la segunda, quien garantiza la estabilidad y continuidad de un nosotros definido y limitado por contornos que implican comportamientos prescriptivos. El castigo que el estado impone a este desv�o tiene tambi�n la finalidad de restablecer el orden de g�nero. Un sometimiento brutal como lecci�n ejemplar por rebelarse..
La tortura atropella la dignidad y la vida humana, y por eso est� prohibida de manera absoluta en la mayor parte de los pa�ses del mundo. La dignidad es un derecho de cada ser humano. Cuando el torturador destruye la dignidad de la v�ctima destruye tambi�n la suya propia; es un comportamiento inhumano. Dice Castresana, Fiscal del Tribunal Supremo de Espa�a, que el respeto ilimitado por la dignidad humana marca la frontera entre la civilizaci�n y la barbarie; la pr�ctica de la tortura contamina toda la estructura legal y a sus representantes (Castresana, 2006:79). La falta de voluntad pol�tica de castigar a los responsables de la tortura crea un clima de impunidad que alienta a que se comentan m�s abusos de los derechos y la dignidad humanos..

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Fuente:www.lafogata.org   

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