VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
PAIS VASCO

10 de junio del 2003

Probemos sin ETA

Santiago Alba Rico
Rockdelux y Gara

Tengo la impresión desde hace mucho meses de que un cierto debate sobre la existencia de ETA es silenciado en las filas abertzales vascas, muchos de cuyos militantes la juzgan con un creciente malestar, cuando no con abierta contrariedad. Este silencio se justifica a menudo con el pretexto de que, en medio de las brutales agresiones del gobierno español, no es el momento para plantear la cuestión. ¿Cuándo sería el momento? ¿Hay que esperar a que el Estado afloje la presión? ¿O a que ETA, derrotado el proyecto de autodeterminación, entregue las armas? Sea como fuere, el argumento entraña una trampa de introlegitimación rutinaria que puede formularse con la siguiente paradoja: sólo será legítimo cuestionarse la existencia de ETA cuando ETA deje de existir. Pero de esta manera nos limitamos a dar por supuesta la existencia de ETA sin necesidad de probar, como sería de rigor, su contribución a la autodeterminación y el socialismo en el Pais Vasco. Por debajo de esta argumentación se dibuja ya la sombra de eso que, del otro lado, llamamos condenatoriamente "razón de Estado". Para mentir hacen siempre falta razones u ocasiones (como la de "aumentar en un pétalo la rosa", por citar al poeta Aresti); la verdad, en cambio, debe ser dicha sin ninguna razón particular y sin esperar el momento; y la verdad es que, hoy por hoy, la existencia de ETA es un obstáculo para cualquier proyecto soberanista y de izquierdas en el País Vasco.

Escribía en un textito reciente que "izquierda" y "derecha" se distinguen, mediante un tajo sin posible sutura, en que la izquierda se ocupa de la "geografía" mientras la derecha sólo se ocupa de la "lógica". Lo que caracteriza a la "geografía" es que se asienta en el espacio, donde cada diferencia es significativa; lo que caracteriza a la "lógica" es que en ella se disuelven todas las diferencias, como puras funciones de "formas" o "esquemas" provistos de un sentido "superior" (tal esa "España" de la que hablaba Jose Antonio en 1934, "síntesis trascendente" que superaría la división izquierdas/derechas).

Los ciudadanos españoles estamos fatalmente acostumbrados a que nunca sea el momento de reclamar una verdadera democracia o de protestar por los atropellos infligidos a la "realmente existente" porque ahora de lo que se trata es de luchar contra el "terror"; los partisanos de la autodeterminación y el socialismo en el País Vasco nos estamos acostumbrando también a aceptar que nunca sea el momento de pedir cuentas a ETA porque ahora de lo que se trata es de combatir la "dictadura españolista". El resultado es una geminación de los dos bandos, más allá de toda racionalidad, en el seno de dos lógicas idénticas y contrarias y en detrimento de las libertades, la justicia y el derecho dentro y fuera de Euskadi. En nombre de la "democracia", todo está permitido, y a todo nos resignamos, mientras exista ETA; en nombre de la autodeterminación y el socialismo, todo es bueno, razonable, útil, sensato, mientras el pacto de Estado PP-PSOE siga cerrando periódicos, torturando detenidos y negando el derecho a la autodeterminación de los ciudadanos vascos. Para imponer una "lógica" hacen falta muchos medios, muchas armas y muy pocos escrúpulos; esa es la ley de todo Estado opresor. Frente a él lo que hace falta es una estrategia en el espacio, cuya diversidad de procedimientos se ciña a coyunturas y cartografías rigurosamente analizadas. Copiar la lógica enemiga con menos medios y menos armas -y pretendiendo al mismo tiempo estar investido de una mayor moralidad o legitimidad- no sólo es indigno; es además suicida. Negar las diferencias es dejar que las cosas vayan solas; y en este mundo las cosas siempre van solas hacia la derrota; la victoria exige la intervención de más inteligencia, más legitimidad e incluso de más imaginación. Los comunicados de ETA, como los argumentos de los que siguen resignándose a sus acciones, presuponen la existencia de un continuum trascendente autolegitimador de carácter revolucionario (Palestina, Irak, las FARC, los zapatistas, etc.), arrastrando todas las diferencias en una secuencia lógica que integraría también a ETA y en la que no podría operarse ningún corte sin ser acusado de complicidad con el opresor. Esta es precisamente la "lógica" del gobierno cada vez que se grita "no a la guerra" o se denuncia un caso de tortura; y la lógica, cuando no mata, reprime y silencia al opositor. Puede ser ingenuo proponer un cambio de estrategia a la vista de los resultados -políticos y morales; pero lo que es de una candidez de apisonadora es el acomodamiento en un "esquema" olímpico en virtud del cual, frente a un Estado intrínsecamente perverso, toda forma de resistencia sería intrínseca e indiferentemente buena. Eso es sólo el forro de la coraza enemiga y podemos darle la vuelta tantas veces como queramos sin librarnos jamás de su prisión. Como todas las lógicas contrarias, la del PP y la de ETA no tienen ya más eficacia que la de darse recíprocamente la razón, reforzarse mutuamente -cismogénesis simétrica, lo llamaría Bateson- y aumentar así, en el mundo de los vivos, el número de "daños colaterales", entre los cuales hay que incluir la democracia, la solidaridad entre los pueblos, la unidad de las izquierdas y la propia independencia del País Vasco.

En los últimos meses hemos asistido en el País Vasco a la sombra rampante de un deslizamiento totalitario: la ilegalización de Batasuna, el cierre de Egunkaria, la tortura de periodistas e intelectuales vascos, la prohibición a los presos de estudiar una carrera, las huelgas de higiene y de hambre silenciadas por los medios de comunicación, la orden de disolución del grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak, el ataque a la asamblea de Udalbiltza, la creación del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, la impugnación de las plataformas de AuB e incluso el veto administrativo por razones ideológicas a interventores electorales. Fuera de Euskadi, nadie se ha estremecido ni protestado. Mientras las movilizaciones contra la guerra aumentaban en todo el Estado, la clausura del único órgano de expresión en euskara parecía enteramente normal. Aún más, mientras ocurrían todas estas cosas, doce ilustres intelectuales de todo el mundo, algunos de ellos muy sensibles a otras tropelías más lejanas, firmaban un manifiesto lewiscarrolliano en el que mimaban la propaganda del PP y denunciaban la dictadura impuesta... por el nacionalismo vasco.

Lejos de mí hacer sólo responsable a ETA de estas miserias. A los firmantes de este manifiesto (y muy especialmente a Gunter Grass y Juan Goytisolo, a los que presuponíamos, como en la cartilla militar, el valor moral y el compromiso político) no les puede disculpar ni la obediencia debida ni la ignorancia ni el engaño: su obligación era estar enterados y su responsabilidad en esta cuestión raya la infracción moral. ETA no es la única responsable de la represión del Estado español, de la indiferencia de sus ciudadanos ni de la traición de sus intelectuales. Pero fijémonos: contra las cuerdas como consecuencia del desaguisado del Prestige y del apoyo a EEUU en la invasión de Irak, condenado a fracasar en su acorralamiento del nacionalismo vasco, el PP necesitaba una buena campaña electoral y ETA se prestó inmediatamente a echarle una mano. ETA no es responsable de todo; el problema es que, en virtud del "esquema" lógico arriba citado, al final parece que no es responsable de nada, ni siquiera de sus acciones, respuesta siempre infalible y automática a la responsabilidad del Estado. Volvemos al "esquema": los discurso del PP y ETA son discursos en el espejo que se replican y refuerzan mutuamente sin más criterio de legitimidad que la íntima convicción, por ambos bandos, de que la justicia, la verdad y la libertad están de su parte. Pero eso es lo que justamente la izquierda (sobre todo cuando se ha elegido la vía armada) tiene que estar demostrando ininterrumpidamente: que la verdad, la justicia y la libertad están de su lado. No podemos fiarnos de ella como del padrecito zar, porque el padrecito zar no es de izquierdas. Y eso es lo que ETA hace mucho tiempo que no hace: explicarnos por qué la justicia, la verdad y la libertad están de su parte.

La teoría del continuum revolucionario se puede resumir así: lo que tienen en común las FARC, los zapatistas, Hamas, Hizbollah, la resistencia iraquí y ETA es que molestan (a los Estados represivos y, al parecer, a los que no aprobamos los atentados de la organización armada vasca). El problema, una vez más, es que no todos molestan por igual ni en la misma dirección. ¿A quién molesta, por ejemplo, Hamas? Digamos unas palabras porque este caso puede servirnos muy bien de metáfora.

La concordancia entre la "lógica" del pacto PP- PSOE y la de ETA se demuestra también en la ingenuidad -que Lenin calificaría de infantil- con que ambas partes creen en la "radicalidad" de la violencia, en que lo más radical es siempre coger las armas. Pero lo más radical, en cada momento, es lo que ataca más de raíz un problema. En 1987 la resistencia palestina se radicalizó muchísimo: los niños se enfrentaron con piedras a los tanques. En el año 2000 la resistencia palestina se desradicalizó sustancialmente: los jóvenes se hacían estallar en los mercados. La intifada de 1987 iba por buen camino hasta que el gobierno israelí y Arafat se pusieron de acuerdo para acabar con ella. El gobierno israelí alimentó y armó a Hamás porque le convenía mucho que la resistencia adoptase una forma violenta.

El resultado ya lo conocemos: acuerdos de Oslo, conversión de la AP en el policía mercenario de Israel, aumento de los asentamientos, limpieza étnica y una catástrofe que puede acabar ahora, después del linchamiento de Irak, con toda sombra de un futuro Estado palestino democrático. No soy pacifista y, sobre todo, no me gusta la moralina. Como saben mis lectores, he escrito abundantemente contra la inmoralidad de "condenar" a los mártires que la propaganda oficial llama "terroristas suicidas" (así como contra el "totalitarismo" implícito en la "condena" ritual de ETA). Como Alfonso Sastre y la ONU, acepto resignadamente que todas las formas de violencia son deplorables, pero no igualmente ilegítimas. Pero eso no me impide decir que Hamas está colaborando con el ocupante, haciendo exactamente lo que él quiere para justificar así brutales campañas de guerra que los israelíes llevarían a cabo igualmente, pero que no preocupan a nadie precisamente porque, cada vez que Sharon lo necesita, un kamikaze se hace estallar en un café de Tel Aviv. Los radicales hoy en Palestina son los del grupo de Mustafa Barghuti (apoyados por Edward Said desde su casa de Estados Unidos y por tantos internacionalistas vascos que acuden solidariamente a Ramallah, Jenin y Jerusalem), los cuales molestan por igual a Sharon, a Arafat y a Hamas. Seamos, en todo caso, serios: la situación de Palestina y Euskadi (he estado en ambos sitios, para los que se sientan impresionados por la experiencia personal) sólo se parecen en "esquema", pero no en el espacio. El "esquema" es el mismo, pero la realidad cotidiana, las posibilidades de resistencia, las vías abiertas al cambio son muy diferentes. De cualquier manera y dejando aparte el "esquema", el parecido es éste: ni ETA ni Hamas molestan al Estado opresor sino todo lo contrario.

El País Vasco esta hoy dramáticamente pinzado entre dos lógicas simétricas de cuyo vaivén atroz sólo sale beneficiado -y sólo provisionalmente- el PNV. Al final, dejando que las cosas marchen solas, perderemos todos. Las verdaderas víctimas de este cascanueces no son las de la Asociación de Víctimas del Terrorismo -aunque también. Las verdaderas víctimas son los militantes de la izquierda abertzale, aquellos que pagan con cárcel y tortura sus legítimas aspiraciones políticas, los que durante treinta años han dado una lección de sacrificio, organización social y capacidad de resistencia, los únicos que se alegraron de la tregua de ETA del 99 y los que tuvieron la esperanza -conteniendo la respiración- de que ETA al menos se mantuviera en silencio antes del 25 de mayo. La verdadera víctima de esta colisión entre trenes de vía única será, en fin, la libertad -al mismo tiempo- del pueblo español y del pueblo vasco.

La izquierda abertzale ha probado durante treinta años con ETA. Que pruebe ahora sin ella. "Cuanto peor, mejor" es la divisa de la más rancia lógica hegeliana -que es siempre de derechas. Las cosas, de todos modos, difícilmente pueden ya empeorar.