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PAIS VASCO

25 de septiembre del 2003

Resistencia en Navarra
Primer asalto en Artozki


Gara
Cuando los agentes especiales de la Policía Foral cruzaron en la mañana de ayer el puente de Artozki, encontraron detrás de la barricada a varios solidarios que les cantaban «Lau teilatu». Dos horas después, su impotencia la pagó la guitarra, que fue destrozada a golpes contra un árbol por uno de los encapuchados. Toda una patética declaración de intenciones, sin apenas testigos, que no amilana a los defensores de Artozki: «Tras nueve días, el pueblo sigue en pie, habitado y más vivo que nunca. Hay que seguir en guardia».

Desde los tejados se escuchaban gritos de indignación: «No les hagáis caso, están provocando, igual buscan que les tiremos una teja, pero no lo van a conseguir». A sus pies, siete encapuchados de la unidad especial antidisturbios de la Policía Foral acababan de destrozar la oficina improvisada por los solidarios, a modo de tienda de campaña, junto a la plaza de Artozki.

Hicieron más: arrojaron con rabia las bicicletas a la huerta, arrancaron los carteles que impiden entrar a las casas no habitadas, tiraron al río los carteles de la parada del autobús, desmontaron la fuente de la que beben los encerrados... Y, en el momento cumbre de dos horas y media de rapiña, uno de ellos destrozó en mil pedazos una guitarra, golpeándola contra un árbol.

La guitarra había sonado un par de horas antes, a las 10.00, cuando se produjo la primera irrupción. Desde los tejados en los que hay solidarios día y noche se lanzó la contraseña de alarma y cuatro encapuchados, uno de ellos esgrimiendo el lanzapelotas, no tardaron en aparecer sobre el puente de entrada a Artozki. Allí se toparon con dos coches cruzados, un alambre de espino y una barricada de piedras, maderas y objetos diversos. Detrás de ella, tres chicas y un chico entonando con una guitarra ''Lau teilatu'', y un nutrido repertorio canciones de Silvio... A los forales no les debieron gustar.

Pronto quedó de manifiesto que aquella visita no era como las anteriores.

Algo sí coincidía: los policías encontraron más de una docena de personas encaramadas y amarradas a los tejados, y cuatro más «encofradas» en bidones de cemento bloqueando las calles. Dieron la vuelta al pueblo ajenos a las preguntas de los solidarios, que no tardaron en descubrir dos vehículos más que grababan imágenes del pueblo desde los montes de enfrente.

Por un momento pareció que los encapuchados se iban, pero no... Tras cerrar la entrada al pueblo a quienes bajaban desde Lakabe, volvieron con una grúa que se llevó los dos vehículos que hacían de barricada. Amagaron de nuevo con marcharse, pero lo que ocurrió fue que llegaron más y entraron de nuevo, esta vez a saco. Lo primero fue asegurarse de que no había excesivos testigos. El propietario de la única cámara recibió un mensaje claro y conciso: «Como grabes algo, te quedas sin cámara». En esta segunda ronda entraron en varias casas, arrancaron los carteles de las paredes, y sacaron fotografías de todo y de todos. El tono de su actuación fue subiendo de grado calle a calle. Así, cuando volvieron a la plaza arrancaron la cámara de vídeo de las manos de su propietario, que insistía y con razón en que no había grabado imágenes de la patrulla. Luego vinieron los golpes que echaron abajo la tienda de campaña y el triste final de la guitarra. Se salvaron, de momento, los juguetes de niño y las botellas de sidra. Poco más. Hasta los bolsos de mano fueron registrados.

«¡Qué arma tan peligrosa, una guitarra!», se lamentaba el dueño ante el instrumento hecho astillas. «¡Qué valientes!», se escuchaba desde los tejados. Fue el único momento en que los forales hablaron tras las capuchas.

«¿Por qué no nos dejáis en paz? ¡Esas cosas son nuestras, no tenéis derecho a romperlas!», preguntó una solidaria. El mando replicó que «estáis en una propiedad privada», y la joven le recordó que tienen permiso de los dueños de las viviendas. El policía calló.

Poco antes, otro joven se había empeñado en hacerles llegar ese mismo mensaje. Caminó tras los encapuchados leyendo la carta de los vecinos publicada en GARA, en la que niegan que hayan abandonado el pueblo voluntariamente. El responsable del operativo dio otra muestra de su impotencia arrebatándosela de un manotazo.

A las 12.30, tras dos horas y media campando a sus anchas por el suelo los tejados son de los solidarios, los forales se dieron la vuelta por fin. Lo último que se oyó desde este lado del puente fue comentar que «aquí vamos a sudar».

Los encerrados interpretaron la irrupción como un intento de amilanarlos y lamentaron que no hubiera más testigos para poder narrar todos los detalles.

Pero la fiesta la llevan encima y uno de ellos no tardó en arrancar risas emulando a un policía foral tras colgarse un casco y un abrigo rojo. Luego revisaron los lugares en que entraron los encapuchados «¿habrán puesto micrófonos?» y explicaron por qué, pese a los sustos, están contentos: «Tras nueve días de resistencia, Artozki sigue en pie, habitado y más vivo que nunca». El primer asalto está ganado.

Hoy volverá a amanecer muy pronto en Artozki, y los tejados se llenarán de siluetas oteando el horizonte. Los encerrados piden «seguir en guardia y acudir al pueblo». Lo mismo hizo la parlamentaria electa e ilegalizada Ainara Armendariz, que acudió a solidarizarse.