VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
País Vasco

Sanz e Ibarretxe en Madrid

Iñaki Gil de San Vicente
Gara

Dicen que en política los gestos son tan importantes como los documentos, pero, al menos en el caso español, eso no es cierto porque los documentos no se cumplen en absoluto, y menos cuando se refieren a los vascos, mientras que los gestos siguen teniendo el alto valor simbólico que tenían en la Edad Media. La peregrinación de Sanz e Ibarretxe a Madrid ha vuelto a confirmar que el Estado español sigue dando más importancia a los gestos de lealtad y obediencia de los súbditos que a los documentos oficiales.

Los primeros, los gestos de acatamiento, muestran mate- rialmente la sumisión al poder, y están cargados de un repugnante simbolismo de autohumillación que penetra en lo más profundo de las mentes alienadas, cobardes y egoístas. Los segundos, los documentos oficiales, están para ser ol- vidados, tergiversados, amputados o incumplidos sin reparo alguno. Esta y no otra es la constante de los sucesivos gobiernos españoles para con los vascos ya que nunca han cumplido hasta el final ninguno, ni siquiera las promesas realizadas, desde aquella remota fecha de 1204 cuando el rey castellano prometió devolver los territorios Araba, Gipuzkoa y Bizkaia al Estado Navarro arrancados mediante invasión militar.

En la política española los gestos son mucho más importantes que los documentos por dos razones muy simples: porque al ser una cárcel de pueblos no puede reconocerlo en ningún texto oficial; y porque su burguesía sigue necesitada de muchas estructuras feudales como la monarquía, el poder antide- mocrático de la Iglesia, la centralidad política de un ejército cada vez con más mercenarios... y de otras más brutales y primitivas aún como la tortura. Por esto, la prensa ha aplaudido el gesto de Ibarretxe mientras que ha visto normal la presencia de Sanz. El primero ha roto la tímida distancia de protocolo que separaba un poco al PNV del gobierno de turno en determinados actos oficiales, mientras que el segundo ha ido a todo correr, echando chispas.

Una vez bajo el cuadro que rememora la rendición de Granada, todo se ha desarrollado como estaba previsto y hasta Fraga ha alabado la corrección de Ibarretxe. ¿Y qué estaba previsto? Pues que las 17 autonomías aceptaran sin queja alguna que existen tres problemas estatales que les afectan esencialmente: la gran deuda sanitaria, su presencia en la UE y la reforma estatutaria, y que esos problemas deben resolverse en el marco de la Conferencia que ha de repetirse anualmente. Si nos fijamos, los tres problemas más el de la institucionalización de la Conferencia atañen a parte de las cuatro contradicciones irresolubles que minan a «España» desde hace siglos: la débil legitimidad nacional de su clase dominante; la fuerza de las reivindicaciones nacionales no españolas; el atraso de la economía y la corrupción e ineficacia del aparato estatal.

El fracaso del sistema sanitario expresa, además de la voluntad privatizadora fieramente neoliberal, también su corrupción e ineptitud administrativa. La necesidad de estar presentes en la UE expresa, además de la diversidad internacional y regional dentro del Estado, también su invertebración socioeconómica. La supuesta reforma estatutaria expresa, además del fracaso de una «transición» que nunca existió, también el fracaso de unas pobres autonomías que nacieron muertas. Y la creación de la Comisión expresa, además de la gravedad de las crisis anteriores, la conciencia de un sector del poder estatal, el PSOE, de que es mejor tener a los regionalistas y autonomistas dentro y meando para fuera, que fuera pero meando para dentro.

El otro sector del poder estatal, el PP, ha aceptado a regañadientes y por la boca pequeña lo mismo, esperando a mejores tiempos. Lo malo para los fieles súbditos que acudieron a Madrid es que sus palabras no sirvieron de nada porque todo se postergó para un futuro indeterminado. Alguien planteó el crucial problema del agua, de la progresiva desertización de la península, pero ¿y qué? Lo que Madrid quería y obtuvo era la foto de rebaño alrededor de pastor delegado. Madrid no quería hacer una reunión de debate y menos aún un debate constructivo, para eso tiene sus ministerios y funcionarios estatales, sino sólo llamar al orden, llamar a capítulo general como se ha- cía en la alta Edad Media, cuando el rey ordenaba a los señores reunirse anualmente en un sitio determinado para cumplir la li- turgia ceremonial de la pleitesía debida. Al igual que entonces los capítulos eran en regiones diferentes, ahora la Conferencia se realizará en autonomías diferentes.

Vueltos a sus residencias, los presidentes autonómicos rumiarán en soledad los déficit, deudas e impotencias de sus instituciones regionales, viendo cómo lo decisivo lo impone Madrid sin contar con ellos excepto en campañas electorales. Sanz, por ejemplo, multiplicará sus agresiones fascistas contra todo lo navarro, euskaldun y demócrata, ocultando que Nafarroa es una colonia de las transnacionales imperialistas, una base militar de la OTAN y un trofeo de guerra de Madrid. Ibarretxe, por su parte, callará una vez más ante el escarnio permanente del PSOE, se esconderá tras promesas incumplidas y seguirá colaborando con la represión del independentismo, intentando jugar con varias barajas por si acaso. Pero ambos, más los quince res- tantes, han obtenido el sabroso premio de una comida en Palacio, con los reyes. Algo es algo en estos tiempos de comida basura, espárragos chinos embotados en Nafarroa y cocineros guipuzcoanos perseguidos. Donde manda el es- tómago la conciencia desaparece. Ante todo esto, hay que recordar a Karl Marx: «La monarquía no tiene otro principio que el hombre deshumanizado, y despreciable (...) Allí en donde el principio monárquico se halla en la mayoría, los hombres se encuentran en la minoría; donde se halla por encima de toda duda, no hay hombres».