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         Documentos de James Petras | 
   
    
  
    
  
     
      
     
      
           
            
    
  
     
      
         
      
         
           
             
              
              
             El 
              papel de las clases privilegiadas
              en la destrucción de la democracia chilena
                
            
por James Petras
              Fuente: H.I.J.O.S.
             
            Introducción 
            
            En el vigésimo quinto aniversario del derrocamiento de Salvador 
            Allende, presidente del gobierno socialista chileno democráticamente 
            elegido, el juicio convencional de los hechos continúa repitiendo 
            los mismos errores básicos en relación con la violenta 
            destrucción de las instituciones democráticas, sus perpetradores, 
            y, más específicamente, sobre la relación entre 
            las clases media y alta y las prácticas totalitarias de los 
            dictadores militares. Pintar el derrocamiento de la democracia como 
            un suceso puramente "militar", ajeno a la estructura de clases, a 
            las elites políticas y a las tradiciones autoritarias profundamente 
            arraigadas en una sociedad tan estratificada como la chilena, contribuye 
            a ocultar las verdaderas fuerzas actuantes en el golpe de estado y 
            permite la colaboración entre una izquierda supuesta y el centro-derecha 
            gobernante. La distorsión de la historia política de 
            Chile y del papel jugado por las clases y sectores civiles implicados 
            en el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular es acompañada 
            por la falsificación de la naturaleza del sistema político 
            chileno anterior al golpe. Actualmente algunos ex-izquierdistas dispuestos 
            a colaborar con los responsables del golpe de estado y quienes lo 
            apoyaron, proclaman que fue la izquierda chilena la que lo provocó 
            con su ideología, valores y conducta antidemocráticas. 
            Estos arrepentidos describen al gobierno de Allende como compartiendo 
            el mismo talante autoritario que el régimen militar de Pinochet, 
            buscando con ello legitimar su actual colaboración con el régimen 
            neoliberal vigente al que presentan como el mejor de los mundos posibles. 
            Sin embargo, este enfoque, denominado como la estrategia de los "dos 
            demonios" por sus críticos, no resiste un examen histórico 
            cuidadoso. Este ensayo sostendrá, en primer término, 
            que el derrocamiento de Allende fue un golpe clasista en el cual civiles 
            pertenecientes, casi exclusivamente, a las clases altas jugaron un 
            papel decisivo en el apoyo y la promoción de medidas totalitarias 
            antes, durante y después del violento golpe que derrocó 
            al presidente electo. En segundo término, sostendremos que 
            bajo el gobierno de Allende, Chile experimentó un nivel de 
            participación democrática sin precedentes en su historia, 
            comparable a los sistemas más avanzados en el ámbito 
            mundial. El problema de Chile no fue la ausencia de democracia, sino 
            la incapacidad de su gobierno, democráticamente electo, para 
            distinguir entre oposición legítima y subversión 
            totalitaria. El problema consistió en la falta de voluntad 
            de los demócratas en el gobierno de Allende para defender el 
            orden constitucional frente al comportamiento ilegal y violento de 
            las clases altas, sus organizaciones sociales y las elites de los 
            partidos políticos que defendían sus intereses. 
             
            Golpe militar o golpe clasista 
             
            Durante los diez años en que realicé estudios sobre 
            la política chilena (1962-1973) creció mi escepticismo 
            sobre el paradigma dominante que hablaba de su prolongada y asentada 
            tradición democrática. Descubrí que desde finales 
            del siglo XIX hasta mediados los años sesenta, varios gobiernos 
            chilenos estaban implicados en algunas de las más sangrientas 
            represiones ocurridas en América Latina contra sindicatos democráticos 
            y pacíficas protestas campesinas y urbanas. El sistema electoral 
            era tan imperfecto que, hasta bien entrado este siglo, menos del 10 
            por ciento del electorado podía determinar los resultados electorales. 
            En segundo lugar, Chile experimentó una serie de violentas 
            convulsiones que prepararon el terreno para la caída de Allende. 
            En 1891, así como en el período comprendido entre la 
            segunda mitad de los años veinte y el comienzo de los treinta, 
            el proceso político estuvo marcado por golpes militares y convulsiones 
            civiles, con las clases dominantes reclamando la intervención 
            del ejército para resolver los conflictos laborales y para 
            derribar a políticos nacionalistas. Aquellas recurrieron a 
            la organización de milicias paramilitares "republicanas" para 
            reforzar su dominio frente a los movimientos de izquierdas emergentes, 
            incluso después de la restauración de la democracia, 
            a mediados de la década de 1930. El autoritarismo, profundamente 
            asentado, de la política chilena se manifestó en la 
            década comprendida entre 1948 y 1958 con la proscripción 
            del Partido Comunista y el establecimiento de campos de concentración 
            en varias localidades de norte desértico del país, como 
            Pisagua, constituyendo un verdadero precedente de los campos abiertos 
            por el régimen militar del general Pinochet, respaldado por 
            esas clases dominantes, en la década de 1970. La proscripción 
            de la principal organización política de la clase obrera 
            (el Partido Comunista) durante los años cincuenta, pone en 
            tela de juicio la premisa fundamental sostenida por los que afirman 
            la existencia de una "tradición democrática sólidamente 
            asentada a lo lago de un siglo" en la política chilena. Al 
            comenzar mis estudios de campo en Chile a mediados de los sesenta, 
            topé con frecuencia con actitudes y conductas autoritarias 
            entre los miembros de las clases alta y media alta. Desdeñaban 
            las preferencias de voto de obreros y campesinos, al tiempo que se 
            mostraban hostiles a las normas y procedimientos democráticos 
            que afectaban sus intereses sociales y económicos. Aplaudían 
            públicamente las medidas represivas adoptadas por el gobierno 
            Frei contra los mineros del cobre y del carbón. Durante la 
            década de 1960 circularon dos versiones relativas a la naturaleza 
            del sistema político chileno: la "versión oficial" que 
            repetía sin cesar que Chile era una democracia que gozaba de 
            vibrante vitalidad, y la "versión extraoficial", que inspiraba 
            el comportamiento de las clases dominantes y que consideraba a la 
            democracia como algo a tolerar siempre y cuando los privilegios de 
            clase, las desigualdades y la concentración de la propiedad 
            permanecieran intactos. En varios encuentros informales mantenidos 
            con grandes terratenientes a finales de los sesenta, me manifestaron 
            su intención de oponerse la reforma agraria promulgada y de 
            alentar un derrocamiento violento del gobierno. Cuando en aquella 
            época desarrollé la tesis de un golpe apoyado por la 
            clase alta (en las conclusiones de mi primer estudio Politics and 
            Social Forces in Chilean Development) los autores más convencionales 
            descartaban esa posibilidad. 
            La tradición autoritaria de las clases alta y media alta chilenas 
            (CAMA) se activó inmediatamente después de la victoria 
            electoral de Salvador Allende. Al comienzo, miembros violentos de 
            las CAMA asesinaron al general Schneider, un constitucionalista, esperando 
            provocar con ello un golpe militar. Ejecutivos de multinacionales 
            norteamericanas (AT& T) junto a sus homólogos chilenos 
            contribuyeron a financiar otro golpe de estado que terminó 
            fracasando. El derrocamiento violento de Allende fue un proceso, no 
            un evento singular sucedido el 11 de septiembre de 1973. Las actividades 
            ilegales y violentas de los partidos, dirigentes y activistas de las 
            CAMA jugaron un papel principal en el desencadenamiento del asalto 
            militar al poder, colaborando con el gobierno en la represión 
            desatada en fábricas y barrios, apoyando al nuevo régimen 
            militar-civil y recogiendo los beneficios de su política. Entre 
            1970 y 1973, pero especialmente durante el período que se extiende 
            desde mediados de 1972 hasta septiembre de 1973, prácticamente 
            la totalidad de los empresarios y propietarios rurales con los que 
            conversé criticaban la reticencia militar a derrocar el gobierno. 
            Por supuesto muchos de ellos rechazaban la idea de arriesgarse personalmente 
            para defender sus sagrados derechos de propiedad. Hombres de negocios, 
            profesionales enriquecidos, propietarios de empresas de transporte 
            y comerciantes mayoristas participaban en boicots ilegales que amenazaban 
            el bienestar popular, con el fin de derrocar al régimen, no 
            de alcanzar reivindicaciones específicas. Los propietarios 
            de los medios de comunicación colaboraron con organismos de 
            espionaje extranjeros (como, por ejemplo, Agustín Edwards de 
            El Mercurio con Richard Helms de la CIA) para provocar el caos y apoyar 
            acciones violentas encubiertas. La casi totalidad de los empresarios 
            organizaron lock-outs ilegales para paralizar la economía y 
            derrocar al gobierno. Con frecuencia colaboraron con grupos derechistas 
            para intimidar a aquellos que rehusaban participar en los cierres 
            patronales. La dirección del Partido Demócrata-Cristiano 
            (PDC) se implicó en los esfuerzos sistemáticos para 
            paralizar al gobierno de la Unidad Popular bloqueando la aprobación 
            de presupuestos, intentando la dimisión de ministros con los 
            pretextos más nimios, e instruyendo a sus partidarios en los 
            sindicatos y las asociaciones profesionales para que colaboraran con 
            los empresarios para desbaratar la producción y bloquear los 
            mecanismos de negociación colectiva. La cúspide dirigente 
            del PDC conspiró con servicios de inteligencia extranjeros 
            recibiendo fondos ilegales, y con oficiales militares dispuestos a 
            derrocar a Allende y sustituirlo por un demócrata-cristiano. 
            El Partido Nacional, de extrema derecha, junto al grupo terrorista 
            Patria y Libertad, organizó el sabotaje de la producción, 
            distribución y transmisión de energía. Los acontecimientos 
            militares del 11 de septiembre de 1973 fueron precedidos por un nivel 
            inédito de actividades violentas apoyadas y dirigidas por las 
            CAMA, con el propósito explícito de crear un clima propicio 
            al golpe militar. El proceso de "organización del golpe" estuvo 
            controlado, casi por completo, por civiles pertenecientes a las clases 
            alta y media alta, con el objetivo de debilitar a las organizaciones 
            de la clase obrera y del campesinado. Fue un proceso de carácter 
            claramente clasista dirigido a subvertir y anular los cambios socioeconómicos 
            y políticos que habían permitido el acceso a la propiedad 
            a los campesinos, el control obrero en la industria y el desarrollo 
            de un sistema financiero para promover el sector económico 
            de propiedad social. El violento derrocamiento del gobierno democrático 
            por los militares era el medio idóneo para recuperar privilegios 
            de clase, la propiedad indiscutida sobre los medios de producción 
            y el control total de las relaciones de producción. Una vez 
            desencadenado el golpe de estado y ante la mínima posibilidad 
            de que hubiera resistencia armada, los miembros de las clases dominantes 
            se refugiaron en sus domicilios a la espera de acontecimientos mientras 
            los partidos Demócrata Cristiano y Nacional hacían explícito 
            su apoyo al golpe -desde la seguridad de sus cuarteles generales. 
            La naturaleza militar del asalto final al gobierno, fue la culminación 
            de las actividades ilegales instigadas por los civiles, que "legitimaron" 
            la violencia a los ojos de los generales. La judicatura, la mayor 
            parte de la burocracia civil y la gran mayoría de la elite 
            empresarial y profesional -incluyendo a muchos profesores de la Universidad 
            Católica y la Universidad de Chile- ofrecieron inmediatamente 
            su colaboración a la nueva junta militar. Inmediatamente después 
            de la consumación del golpe de estado, las CAMA aportaron una 
            colaboración esencial en la formulación de la política 
            económica, la represión de los trabajadores, la expropiación 
            a los beneficiarios de la reforma agraria, en obtener la asistencia 
            financiera internacional y una política de defensa para la 
            junta militar. Sin esta colaboración a gran escala y a largo 
            plazo, la junta militar habría tenido serias dificultades para 
            sostenerse. Industriales, gerentes y terratenientes desencadenaron 
            purgas masivas contra los sospechosos de simpatizar con el gobierno 
            de Allende. Empresarios y burócratas sindicales aliados a la 
            Democracia Cristiana y al Partido Nacional denunciaron a activistas 
            y dirigentes sindicales sometidos a tortura, ejecutados o encerrados 
            en campos de concentración por la policía secreta y 
            los militares. Los dirigentes de las principales organizaciones industriales, 
            comerciales y médicas se colaboraron con el régimen 
            militar con asesores y técnicos para suplir su inexperiencia 
            en temas económicos. Los infames Chicago-Boys de la Universidad 
            Católica proporcionaron los programas económicos y trajeron 
            a Chile a asesores como Milton Friedman y Arnold Harbeger para legitimar 
            el "modelo" económico de superexplotación. Muchos miembros 
            del alto clero expresaron públicamente su apoyo a la junta 
            militar, aún cuando sacerdotes demócratas eran arrestados 
            y torturados. El Partido Nacional e inicialmente la Democracia Cristiana 
            aprobaron la disolución del parlamento. La primera divergencia 
            se produjo poco después que los militares disolvieran los partidos 
            políticos. Los demócrata-cristianos que habían 
            aprobado al primera ola de arrestos y ejecuciones masivas, terminaron 
            objetando cuando vieron claramente que el golpe no les devolvería 
            el poder. Algunos sectores protestaron por la disolución de 
            su partido. Otros, en cambio, la aceptaron y se unieron al régimen 
            de Pinochet. Mucho más significativo fue el abrumador apoyo 
            a la junta, sin interrupción durante una década y media, 
            del grueso de las CAMA, instaladas en los lujosos barrios de Santiago 
            (Las Condes, Vitacura, Providencial), Concepción, Valparaíso, 
            Temuco. Las razzias militares en los barrios de chabolas, habitados 
            por las clases bajas, las brutales masacres durante as protestas populares 
            que se produjeron entre 1983 y 1986 fueron aplaudidas por las CAMA 
            y el grueso de la clase media bajo los auspicios de El Mercurio, La 
            Tercera y las principales cadenas radiofónicas y televisivas. 
            
            Prácticamente no se registran casos de familias pertenecientes 
            a las clases altas dando refugio o protección a militantes 
            obreros o campesinos. En ese sentido la actitud de la clase alta chilena 
            frente al atropello de los derechos humanos fue peor que la registrada 
            en la Europa ocupada durante la persecución de los judíos 
            por los nazis. Los contados casos en que ofrecieron refugio o apoyo 
            a demócratas perseguidos fue cuando se trataba de izquierdistas 
            pertenecientes a su propia clase. Profesionales y hombres de negocios 
            chilenos contaron, en algunos casos, con el apoyo familiar para refugiarse 
            en las embajadas. El carácter clasista de la sociedad chilena 
            se manifestó incluso en la persecución de la oposición. 
            Muchos de los izquierdistas pertenecientes a la clase media abandonaron 
            a sus compañeros de la clase obrera, llegando a Europa donde 
            alcanzaron, en muchos casos, posiciones lucrativas en las universidades 
            así como subsidios. Mientras que campesinos y obreros sufrieron 
            el peso de la represión militar y de la explotación 
            y el abuso de las clases dominantes. El aspecto clave de la fusión 
            y colaboración entre las CAMA y los militares fue su acuerdo 
            "en colocar a obreros en su sitio", restaurar las estructuras clasistas 
            y castigar con severidad a los transgresores. Los industriales ya 
            no tuvieron que afrontar huelgas o negociaciones colectivas con los 
            sindicatos. Los terratenientes pudieron contar nuevamente con la obediencia 
            ciega de los campesinos aterrorizados. Las damas de la alta sociedad 
            pudieron tiranizar sin obstáculos a sus sirvientas. El retorno 
            de un orden y una legalidad clasista incuestionables fue el motivo 
            de la colaboración mutua entre las CAMA y los militares. La 
            distribución de los beneficios económicos en el nuevo 
            orden militar fue otro de los puntos clave en la consolidación 
            de sus relaciones con las clases dominantes. Las enormes ganancias 
            que obtuvieron banqueros y empresarios industriales, los vastos imperios 
            económicos surgidos en el seno de la nueva clase de millonarios 
            es una consecuencia directa de la naturaleza esencialmente capitalista 
            del régimen militar. En términos estrictos la junta 
            militar reprimió con el asesoramiento y la ayuda de jueces 
            y líderes civiles pertenecientes a las clases altas. En el 
            ámbito social y económico fueron las clases altas chilenas 
            las que diseñaron y aplicaron las políticas que privatizaron 
            empresas públicas lucrativas, quienes aseguraron los préstamos 
            internacionales que permitieron recuperar la banca en crisis para 
            que pudiera privatizarse. Se comete un serio error cuando se dice 
            que los militares devolvieron su riqueza a los ricos, porque el régimen 
            nunca fue exclusivamente militar. Especialmente en el ámbito 
            de la política económica fueron los miembros de las 
            clases altas, vinculados a las instituciones económicas más 
            importantes de la sociedad civil chilena, quienes dictaron los términos. 
            La visión totalitaria de Pinochet fue compartida por la mayor 
            parte de las clases altas durante su mandato. Apoyaron sus medidas 
            diseñadas para sostener el modelo económico que las 
            enriquecía mientras empobrecía a millones. 
             
            La continuidad del autoritarismo en el período postpinochetista 
            
             
            Lo más notable en la transición al sistema electoral 
            es la continuidad de las desigualdades económicas y sociales 
            del período precedente, la permanencia del aparato militar 
            y de inteligencia con sus estructuras intactas y la impunidad de los 
            principales responsables de las violaciones de los derechos humanos. 
            Este continuismo explica la facilidad con que las autoritarias CAMA 
            han aceptado al proceso electoral. El férreo control ejercido 
            por las clases dominantes sobre la sociedad, los medios de comunicación 
            y las instituciones económicas, a través de los partidos 
            políticos gobernantes expresa el continuismo del poder en un 
            nuevo contexto. La anterior fusión cívico-militar de 
            la dictadura ha sido reeditada en la Concertación: la fusión 
            de las clases altas con los partidos políticos, el estado y 
            los militares. En los años noventa esta continuidad se manifiesta 
            así mismo en el control estatal sobre los sindicatos y las 
            organizaciones campesinas, en la salvaje represión de las protestas 
            pacíficas y en la incorporación del máximo líder 
            del estado totalitario en una de las cámaras parlamentarias. 
            Firmemente instaladas en los centros del poder económico y 
            militar, las CAMA toleran la actividad pública que no afecta 
            los aspectos centrales del gobierno y la economía. Los debates 
            y manifestaciones políticas reciben poca o ninguna difusión 
            pública y son consideradas como entretenimientos para pacificar 
            a la oposición. 
             
            Los intelectuales arrepentidos 
             
            Una de las dificultades que afronta la nueva generación de 
            opositores al status quo en Chile es el reencuentro con el pasado. 
            Uno de los mayores obstáculos son los "intelectuales izquierdistas 
            arrepentidos". El papel fundamental del intelectual arrepentido y 
            reconciliado con el status quo, es el de distorsionar la rica experiencia 
            democrática del gobierno de Allende para conseguir una buena 
            posición dentro del sistema electoral neo-autoritario dominado 
            por las CAMA. El sistema político chileno durante el gobierno 
            de la Unidad Popular fue uno de los más democráticos 
            en la historia occidental reciente, cualquiera que sea el aspecto 
            desde el que se lo examine. No sólo tuvieron lugar elecciones 
            libres, abiertas y regulares para elegir a los representantes políticos, 
            sino que también aquellas tuvieron lugar en los sindicatos, 
            organizaciones campesinas, de mujeres y vecinales, así como 
            en otros sectores de la sociedad civil. Trabajadores elegidos democráticamente 
            administraron las fábricas, los campesinos votaron para designar 
            a los dirigentes de los asentamientos generados por la reforma agraria, 
            y los estudiantes y empleados universitarios participaron en la elección 
            de los equipos de gobierno de los centro académicos. Muchos 
            institutos de investigación y servicios públicos (salud, 
            vivienda e higiene) fueron sometidos al control de los ciudadanos. 
            Esta contundente realidad democrática, sin precedentes en Chile 
            como en Occidente, ha sido negada, distorsionada y falsificada por 
            estos ex-izquierdistas arrepentidos. Enfocan sus críticas sobre 
            los "valores autoritarios" de la izquierda chilena, su "visión 
            instrumental" de la democracia, su afinidad por las ideologías 
            autoritarias (pro-soviéticas). Sin embargo, la cuestión 
            fundamental es que estos denominados por aquellos como intelectuales 
            autoritarios se atuvieron a las reglas de juego democráticas. 
            Ninguno fue capaz de imponer sus supuestos valores "autoritarios" 
            en el sistema político. En mis diez años de investigación 
            en Chile, entre 1963 y 1973, la mayor parte de los datos que obtuve 
            demuestran que el grueso de las medidas democráticas fue impulsado 
            por la izquierda: comités barriales democráticamente 
            elegidos, fábricas y granjas autogestionadas, coparticipación 
            universitaria, comités de salud pública comunitarios, 
            etc. Los ex izquierdistas vergonzantes falsifican la realidad deduciendo 
            actitudes autoritarias a partir de esquemas ideológicos abstractos 
            en lugar de observaciones empíricas e históricas sobre 
            el comportamiento de la izquierda. Por lo tanto inventaron el mito 
            que presenta a la izquierda rechazando a la democracia, adjudicándole 
            que la consideraba como un mero "instrumento en el camino a al dictadura 
            del proletariado". La realidad es que la izquierda extendió 
            y profundizó la democracia participativa más allá 
            de la convocatoria periódica de elecciones parlamentarias, 
            extendiéndola a los lugares de trabajo y a los barrios así 
            como al sistema educativo y sanitario. 
            Las normas democráticas fueron utilizadas para realizar una 
            democracia sustantiva - igualdad de condiciones y libertad de expresión 
            para las clases populares, hasta ese momento oprimidas e intimidadas 
            por empresarios, terratenientes y damas de al alta sociedad. Lo que 
            resulta particularmente deshonesto en esos intelectuales ex izquierdistas 
            es su falta de interés en explorara y criticar actualmente 
            el pasado autoritario y totalitario de sus colegas demócrata-cristianos 
            y derechistas en el parlamento y las universidades. No lo intentan 
            para lesionar su mutuo acuerdo y el nuevo consenso basado en denunciar 
            el pasado igualitario y socialista y celebrando el régimen 
            electoral neoliberal y autoritario. Para estos ex izquierdistas los 
            demócratas fueron los responsables del golpe de estado, no 
            las CAMA implicadas en la violencia. Aducen que los políticos 
            que nivelaron riqueza y propiedad fueron "provocadores". Este absurdo 
            lógico es una apología transparente de los tres años 
            de violencia y violación de las normas democráticas 
            organizadas por el PDC y el P. 
            Nacional en colaboración con las clases altas durante la presidencia 
            de Allende. La nueva generación que alcanza la madurez política 
            en Chile en la búsqueda de cambios auténticamente democráticos 
            debe recuperar la verdadera historia de la democracia bajo el gobierno 
            de la Unidad Popular y rechazar los mitos y falsedades difundidas 
            por los intelectuales ex izquierdistas. Sobre todo deben rechazar 
            los rasgos autoritarios de las CAMA chilenas mientras perfilan su 
            programa de justicia social.