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Documentos de James Petras

16 de septiembre de 2003

El debate sobre la Gran Defecación

James Petras
Traducido para Rebelión por Ainhoa Botto y Annie Ferrer

En medio del revuelo nacional causado por la amenaza que suponían las armas de destrucción masiva que el presidente Tush se sacó de la manga para justificar la invasión de Irak, surgió un acalorado debate entre los círculos científicos y periodísticos acerca de lo que ha pasado a conocerse como "La controversia de la gran defecación". Son escasos los congresos psicológicos o revistas médicas que no hayan salido a la palestra con apasionados argumentos sobre el tema. Se componen y descomponen tesis enteras sobre los distintos enfoques posibles, y mientras, las acusaciones de manipulación de datos y de problemas con la obtención de pruebas se han convertido en críticas por falta de ética. Lo que en un principio se consideraba simplemente como el eterno debate científico-esotérico entre psicólogos y antropólogos acerca de cuestiones como la privacidad y vulnerabilidad, ahora es una discusión política mordaz que ha alcanzado la cúspide de la pirámide gubernamental. El resultado del debate parece influir en cómo el creciente imperio estadounidense será dirigido, y puede que incluso ayude a comprender las razones que impulsan a la construcción de imperios.
La tesis original
A finales de verano de 2001, justo antes de la caída de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, y casi de forma simultánea, dos investigadores independientes publicaron sendos estudios acerca de las pautas de la defecación. Uno de los estudios lo realizó un equipo de psicólogos que afirmaba que las personas procuraban defecar donde no puedan ser vistos (tras puertas cerradas, en espacios separados o escondidos detrás de un árbol) por vergüenza, por no querer ser sorprendidos ensuciando el entorno a la vez que mostrando las partes más íntimas o aún peor, demostrando que sus cuerpos contuvieron sustancias de fétido olor.
El derecho a la "privacidad" era el eufemismo empleado para evitar ser acusado de comportamiento indecoroso (producir fétidos olores, exponer los genitales, exhibir una conducta incontrolable). La "privacidad" permitía a los individuos defecadores "tapar" su indecente acto (tirar de la cadena del váter, enterrar o tapar el excremento) e ir vestido normalmente. El otro estudio llevado a cabo por un grupo de antropólogos argumentaba que la conducta defecadora estaba regulada por el sentido de la "vulnerabilidad". En pleno acto de defecar, un individuo se ve incapacitado y procura protegerse en un lugar apartado, a puerta cerrada (si puede ser con llave), o en un edificio separado y con su propia entrada. Los investigadores estudiaron desde sociedades primitivas hasta prácticas tribales actuales de África y se percataron de que la vulnerabilidad durante la defecación es el resultado de quedarse sin armadura, escudo, espada o lanza protectora alguna para poder excretar adecuadamente los residuos corporales. Desarmados y ocupados con la tarea defecadora (que en ocasiones requiere un gran esfuerzo para liberar los residuos) incluso el guerrero más temible es vulnerable ante el enemigo más débil. Para ganar tiempo y prevenir el ataque del enemigo en potencia, los individuos ponen distancia y obstáculos al adversario; de ahí la necesidad de encontrar lugares cerrados u ocultos.
Los periódicos populares y los medios recogieron el debate científico alentados por la creciente paranoia ciudadana creada a raíz de la retórica cada vez más belicosa del Régimen Tush. Los libertadores civiles plantearon cuestiones de privacidad mientras la nueva y represiva legislación antiterrorista permitía colocar cámaras en lavabos públicos y ordenadores en miniatura en las tazas de los váteres para analizar cavidades anales y asegurarse de que sólo los desechos no contaminados (por productos químicos de destrucción masiva) caían en la taza. Expertos en ciencias sociales y humanidades indicaban que las amenazas a las personas (la brutal propaganda que afirmaba que terroristas fundamentalistas planeaban ataques a las alcantarillas que provocarían que las aguas fecales volviesen a las casas y oficinas creando riegos a la salud) causaba estrés corporal e inhibía el flujo defecativo, lo cual aumentaba la propensión al estreñimiento. Las principales empresas farmacéuticas que controlaban las patentes de laxativos guardaban silencio, aunque mediante contribuciones financieras apoyaban a la administración y su propaganda antiterrorista.
Una serie de acontecimientos extraños propiciaron entonces que el Presidente Tush, el Secretario de Defensa Culsfelt y el Subsecretario de Defensa Cacowitz saltasen a la palestra. Un canal de televisión por cable creado por un grupo de colgados de Texas condenados al ostracismo, descendientes de accionistas de Pedoenburton y Petróleo y Construcciones Eruptantes, satirizaron en un programa la imagen del Presidente Tush, que aparecía en el baño de la Casa Blanca con la puerta cerrada. Le acompañaba un texto que decía: "El presidente Tush temeroso e inseguro se echa pedos y caga con la puerta cerrada". El Presidente Tush, que acababa de regresar de sus azarosas vacaciones de verano en el Rancho de Cagadaful, estaba haciendo zapping y fue a dar con el programa. Indignado, se levantó del sofá inmediatamente y mirando a la pantalla exclamó: "¡yo cago como se me antoja!." Por un momento se quedó absorto en sus pensamientos; más bien, durante 5 largos minutos y, al fin, con cierto recelo, añadió "¿Cómo saben cómo cago?" "¿ Será que hay algún agente secreto infiltrado en mi casa o alguna cámara secreta?".
Llamó a seguridad y les reunió para cuestionar su "utilidad" y también al equipo de contraespionaje de Dallas para investigar a los servicios especiales. Al mismo tiempo, expertos en electrónica inspeccionaron el baño, la taza del váter y su dormitorio. No dieron con ningún aparato escondido.
Al día siguiente El Presidente Tush fue al baño y dejó la puerta abierta de par en par. Procedió a desabotonarse el pijama, se bajó los calzones y se tiró un sonoro pedo que despertó a La Señora Tush. "¡bajad!, ¡bajad!", gritaba mientras expulsaba una boñiga tras otra. "¿Sucede algo malo, cariño?", preguntó ella. Y él contestó: "me niego a cagar con la puerta cerrada, porque ni tengo miedo ni soy vulnerable. Debo mostrar al mundo que el país está seguro en mis manos. No cierres la puerta, que caiga la mierda, que caigan las bombas".
Tush se levantó, se limpió el trasero y observando el papel higiénico manchado añadió: "ni el miedo ni la vergüenza evitarán que este presidente tome cartas en el asunto. Pásame el teléfono, cielo".
La Señora Tush que en ese momento estaba haciendo ascos a la bola de papel higiénico impregnada con una majestuosa boñiga, sonrió y le alcanzó el teléfono inalámbrico al Presidente. "Agente especial, comuníqueme con Culín y Caquín". Ya me entiende, con Culsfelt y Cacowitz, tengo que hablar con ellos, dígales que se trata de una emergencia."
¿Estás ahí, Culín?, ¿eres tú, Caquín? No sé si sabréis compañeros que circula por los medios de comunicación en los Estados Unidos una campaña siniestra que nos tacha de ser "conejillos de indias," y lo peor es que ahora dicen que si cagamos con la puerta cerrada es porque tenemos miedo, somos vulnerables y todo eso. No podemos dar al mundo el liderazgo al que aspira en estos momentos de crisis. Si los gabachos se enteran de todo esto nos pondrán a parir en las Naciones Unidas.
Se hizo un silencio al otro lado del teléfono hasta que Culsfelt exclamó: "¿Qué quieres que hagamos?", "¿cagamos en público o bombardeamos Bagdad?". "¿ Por qué no las dos cosas al mismo tiempo?", añadió Cacowitz.
"A ver, lo más importante es que dejéis la puerta abierta mientras defequéis. Así reafirmaremos nuestra valentía. Debéis filtrar a los medios de comunicación que cagamos igual que actuamos, es decir, confiando en la fuerza de nuestro país y con la certeza de que Dios nos ampara, tal y como sucedió por ejemplo cuando enviamos aviones de guerra a Tabul y Bagman."
" Entiendo Señor Presidente, pero es que no tengo ganas de defecar", contestó Culsfelt. "Pero no seas tonto Culín, todos defecamos en algún momento del día. No te avergüences de ello. Ahora debéis comunicar este asunto con discreción al resto del gabinete. "Puertas de par en par y bombas fuera."
"De acuerdo, Señor presidente, ¿algo más?", preguntó Cacowitz. En media hora, el presidente debía acudir a una reunión con Mossad para hablar sobre un defectante iraquí clave, pero no les comentó nada a estos, dada la gravedad de la situación. "Sí, quiero que se instalen cámaras en todos vuestros baños. Así me aseguraré de que todos estamos unidos en esto. Si luchamos juntos, conseguiremos que nuestra nación pase a ser la mejor de todos los tiempos, ¿entendéis?." " Sí, Señor Presidente".
Cacowitz se organizó un horario, de modo que la expulsión de sus despojos corporales y su consiguiente fetidez no coincidiesen con ninguna reunión ineludible. Culsfelt hizo lo mismo. A pesar de que la comunidad científica no sabía todavía que cada uno de los altos cargos del régimen de Tush estaba cambiando su patrón defecador, sin duda este hecho iba a ser trascendente para la investigación del futuro.
A las siete de la mañana, antes de recibir órdenes militares y de emprender algún nuevo ataque o masacre se pudo oír decir en voz alta a cada uno de los miembros del gabinete: "bajad, bajad", al tiempo que sus cagadas iban descendiendo y salpicaban la taza del váter. Aliviados, miraron a la cámara y sugirieron la "V de victoria".