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Tenencia de la tierra y soberania.
Por Luis Mattini
Lo que complica aún más el problema es que de ese "negocio" estamos
involucrados todos de una manera u otra, aún sin saberlo. En efecto: amén de los
servicios derivados (transportes, obras viales, comercializaciones,
especulaciones, contadurías, etc), el Estado Nacional se financia en parte
sustancial con las retenciones a las exportaciones y con ese dinero, además de
pagar la deuda externa, paga los sueldos estatales, subsidios de todo tipo,
incluidos los planes jefas y jefes de hogar. Desde luego, no es la "copa que
derrama la riqueza", sino las migajas del gran festín, pero que llegan a
millones de personas y constituye una cierta forma de contención social que
amenaza transformarse en estructural.
Por ello es que encarar el problema de la concentración de la tierra, de la
expulsión de los campesinos y pueblos originarios, con medidas de tipo
protectoras en el sentido de soberanía nacional, es decir con legislaciones que
prohiban o restrinjan la compra de tierras por parte de extranjeros, además de
entretenernos en discusiones vacuas, es inútil porque, en caso de aplicar tales
disposiciones legales, un extranjero encontrará cientos de argentinos dispuestos
a ser testaferros.
Soberanía alimentaria, en cambio, significa que la tierra tiene como objetivo
prioritario y excluyente la de alimentar en forma suficiente y sana a
todos los habitantes de la Nación. Pero además, hacerlo previendo las
necesidades de las generaciones futuras, utilizando métodos y tipos de
producción no "extractivos" que permitan la regeneración de los nutrientes de la
tierra. Una vez logrado ese objetivo, podemos empezar a hablar de
"exportaciones" de los excedentes.
En fácil darse cuenta que, de lograrse algo así, los campos serían repoblados
naturalmente por genuinos campesinos y abandonados por los empresarios que sólo
pueden hacer negocios con las exportaciones. Y, por supuesto ¿Qué extranjero
tendría interés en comprar tierras argentinas si el objetivo de las misma es –en
primer y excluyente lugar–producir para la necesidad de la población? En todo
caso, si acepta esas condiciones, bienvenido sea, hay lugar para muchos más
todavía.
Ahora bien: cuando hablamos de reforma agraria, sin la cual es impracticable
toda soberanía alimentaria, empleamos el sentido lato de la expresión, esto es:
reformar el régimen de tenencia actual por otro cuyas características habrá que
crear. No se refiere a la vieja consigna de todas las revoluciones burguesas,
consistente en el simple "reparto" de la tierra. Habrá que pensar en la búsqueda
de diversas formas de tenencia, de ocupación, de usufructo colectivo en forma
tal que vayan extinguiendo la idea de propiedad de la tierra. (Tenencias
comunales, cooperativas, depositarios de las comunidades originarias, etc.;
respetando ciertas formas privadas por derechos adquiridos, que producen en la
misma direccionalidad, en un proceso que vaya afirmando el concepto que la
tierra no es siquiera "de quien la trabaja". La tierra, como el aire y el agua,
es de nadie y es de todos)
Es muy importante trabajar la idea de que se trata de un sistema a crear en una
práctica colectiva y no una fórmula salida de las teorías económicas. Porque la
importación directa de los sistemas aplicados, primero en los EE.UU (con sus
famosos farmer individuales por familia) y después en diversas
experiencias internacionales, particularmente las prácticas de los distintos
socialismos, sin tener en cuenta las características regionales, crearon no
pocos problemas al desconocer las tradiciones de cada país, su composición
rural, comunidades, costumbres de los pueblos originarios, los ecosistemas, etc.
Pensar en un país distinto –o, como se dice ahora, en otro mundo posible– no
puede hacerse si no se piensa en cuál debe ser la base agraria de ese mundo que
deseamos. De allí partirán todos los demás proyectos de un mundo mejor. Esto
significa un vuelco coperniano a la teoría revolucionaria de los dos últimos
siglos, de la que nos hemos nutrido, la que se caracterizó por razonar que el
socialismo sería posible en base a la industrialización universal, empezando por
la "industrialización" del campo. Hoy estamos en condiciones de asegurar que
técnicas agropecuarias que los hombres y las mujeres han desarrollado a lo largo
de la vida, no son comparables a la tecnología industrial, en primer lugar
porque una planta o un animal es un ser vivo y tiene una historia que comparte
con la propia historia de la humanidad. Podría afirmarse también que el efecto
de la biotecnología en la vida vegetal y animal y en la cultura campesina es
comparable al efecto de las invasiones extranjeras sobre las diversas
civilizaciones.
¿Por qué esta necesidad de semejante giro, en primer lugar en nuestra cabezas?
Porque, el desmoronamiento de los grandes ensayos socialistas, y la declinación
de los Estados Nacionales, que además de ensayos funcionaron como contenedores
de la voracidad capitalista, dejó como más evidente consecuencia, una profunda
crisis civilizatoria.
Por eso es que ya no se trata como antes de cambiar el mundo sino de hacerlo
de nuevo. Es decir, ya no se trata de la toma del poder para, desde el
aparato del estado, construir el socialismo sobre la base material creada por el
capitalismo. No sólo porque el capitalismo está podrido, como relación social
que es, sino porque la gangrena se extiende a su base material, su industria, su
urbanismo, su cultura, su ciencia... por eso, repito, ya no se trata de cambiar
el mundo, sino de hacerlo de nuevo. Y, si construir desde el fondo de la
crisis civilizatoria estamos hablando, esto es, construir desde la vida misma,
es casi evidente que hay que empezar por origen de la vida misma; el campo.
Asegurar primero alimentos, vestido, techo, educación y arte para todos,
y desde allí hacia las demás necesidades creaciones de la cultura humana.
¿Significa esto que debamos mudarnos al campo? ¿Un "retorno a la naturaleza"? No
exactamente, más bien un "retorno" mental. En cuanto a instalación física,
además de ser materialmente imposible, no pasa por allí el asunto: así como en
el pasado tampoco pasaba por trabajar en la fábrica para ser revolucionario y
sin embargo, se aceptaba la impronta práctica de la clase obrera industrial como
sustento de las elaboraciones teóricas. Se trata de asimilar que, mientras en el
pasado reciente quedábamos roncos vociferando la consigna "revolución agraria"
(desde las ciudades, por supuesto) oponiéndola a la muy reformista "reforma
agraria", hablando de la "oligarquía vacuna", gritando contra el monocultivo en
un país donde la propia clase dominante, aún por razones de mercado o por la
razón que fuere, había logrado un aceptable multicultivo, y nuestra práctica
militante en la ciudades se centraba en el mantenimiento de fuentes de trabajo
que sólo tenían como objeto la producción de mercancías; es decir, mientras el
campo era para nosotros, civilizadores urbanos, sólo la zamba "Del tiempo y
mama", los empresarios –nacionales y extranjeros– habían desplazado (o se
habían fusionado) con esa oligarquía tradicional y realizaban la "revolución
agraria" más retrógrada de todos los tiempos. La "oligarquía vacuna" fue un nene
de pecho al lado de los actuales empresarios sojeros.
De lo que se trata entonces, es de visualizar la exigencia situacional desde
donde repensar y actuar. Evitar que el poder, a través de los medios de
comunicación masiva, nos mantenga ocupados con el "default"
(insolvencia), "riesgo país", seguridad, ALCA, MERCOSUR, balseros cubanos,
invasión a Marte, deuda externa, FMI, falta de elegancia del presidente, los
postizos de la primera dama, etc, mientras que los gobiernos –aun en los casos
de mejores intenciones– implementan políticas que siguen embaucando a los
progresistas con el sueño de la "incorporación al mundo" (como si no fuéramos
mundo o el mundo estuviera en otra parte). Sin dudas que la deuda externa es un
problema serio; pero al mismo tiempo es un globo sensible a una pinchadura. En
tanto que la deuda interna es la realidad atroz de este país y no se
resuelve pagando, no pagando o negociando. La deuda interna, la insolvencia
económica, política, social, cultural y ética del Estado argentino sólo se
resuelve construyendo de nuevo el país. Y ese nuevo país no podrá ser posible si
no nos desembarazamos de muchos desatinos y formidables despilfarros de la
cultura urbana que hemos adoptado suponiéndolos parte de un ilusorio progreso.
¿Utopía? La utopía, en el sentido negativo del término, digamos mejor, la
ilusión, es pensar que la vía única del mercado mundial –incluso administrada
por hipotéticos gobiernos populares, socialistas y aun con intercambios con los
"socialistas" chinos– es la solución. ¿Que esto ya se sabe?. No tanto compañero;
he discutido con piqueteros y trabajadores de empresas recuperadas que piensan
que sólo exportando se puede salir de la pobreza.
Veamos el ejemplo más fresco: el presidente de la Nación parece haber acordado
con China un jugoso intercambio. Argentina aumentará el envío de soja
transgénica (y después será el maíz rr, recientemente liberado por la Secretaría
de Agricultura) producido por empresarios con enorme tecnología y un puñado de
personas. A cambio los chinos traerán locomotoras, recuperarán ramales de aquel
abnegado ferrocarril trocha angosta para facilitar el transporte de los
productos agrarios hacia los puertos más convenientes. También nos mandarán
telas, ropas, zapatillas "Nike", bicicletas, herramientas, tinta china, papel,
pólvora para los fuegos artificiales, etc. Cualquier comparación con la
Argentina oligárquica del siglo XIX, cuando los ingleses construyeron redes
ferroviarias en forma de embudo hacia el puerto de Buenos Aires, se llevaban
lanas, cueros, carnes y traían desde ponchos criollos (entre otras cosas la
bombacha gaucha) hasta edificios enteros, no es más que la pura casualidad de la
lógica del desarrollo capitalista.
Como para cumplir esos compromisos será necesario aumentar la producción
agrícola y las tierras aptas están trabajando al tope, por un lado se reemplazan
cultivos arraigados y por otro se extiende la frontera agrícola hacia regiones
no tradicionales, gran parte de ellas bosques nativos. ¿Ha visto Ud las fotos de
las topadoras arrasando los montes? Se asemejan, no por casualidad, a los
tanques norteamericanos que invadieron Irak. La diferencia es que aquellos
blindados avanzaban por el desierto de arena tripulados por norteamericanos y
estos paquidermos mecánicos avanzan convirtiendo los montes y la biodiversidad
en desiertos verdes, tripulados y comandados por gente de civil con DNI
argentino. Como lo sabe cualquiera, todo lo que se exporta incrementa de
inmediato su precio interno. Los alimentos serán cada vez más caros y la mayoría
de ellos vendrán de afuera, ya que la tierra está reservada a la soja. La
degradación de bosques y tierra, la desertización y los cambios climáticos,
serán la herencia para los hijos de los sobrevivientes, ricos y pobres.
Y hablando de pobres; lo que no se sabe del todo o –digamos de otro modo– no
todos saben, es que en esos bosque nativos vive gente. En algunos comunidades
aborígenes, en los más, campesinos criollos. Toda esta gente es muy cabeza dura
y no quiere creer que abandonando sus campos podrán pasar a gozar de las
delicias de la vida urbana en la periferia de Córdoba, Rosario o Buenos Aires.
Tozudos, no se dan cuenta que su producción precaria, no tecnificada, no los
sacará nunca de pobres; en cambio los sojeros logran extraer cientos de dólares
por hectárea. Con la parte que retiene el Estado, ellos recibirán planes jefas y
jefes de hogar, más unos pesos que pueden darle los sojeros por sus posesiones o
bien para que se vayan, podrán instalarse en las ciudades donde, comerán huevos
brasileños, uvas chilenas, tomates italianos, pan francés, lechuga australiana,
dulce de leche japonés…en fin, habrán ingresado al mundo.
Los sojeros no son tan mala gente después de todo. En realidad la más de las
veces intentan comprar el campo. Claro que el precio está muy condicionado. En
primer lugar porque gran parte de los títulos, si es que los hay, es papel
mojado. De todos modos ellos ofrecen unos buenos pesos, suficientes como para
irse a la ciudad, comprar una casita en la villa y hasta poner algún bolichito.
El sojero insiste, el campesino mira sus perros, sus diez cabras, sus dos vacas,
la chancha con su cría reciente, unas veinte o treinta gallinas, pensando dónde
las va a poner en la villa. Pero el sojero le resuelve también ese problema: se
las compra junto con el rancho. No es cuestión de discutir por unos pesos más.
Ni modo. Gente tozuda esta, repito. El campesino no vende. Prefiere la barbarie
del campo a la civilización de la ciudad. A los pocos días le robaron una vaca,
precisamente la que daba más leche; la otra murió de una misteriosa enfermedad.
Por otro lado se le perdieron tres cabras, algún descuidado tiró un pucho y se
le incendió el cobertizo del forraje, y por la noche, a veces se oyen disparos.
¿Quién puede ser el despistado que anda cazando de noche?
Es allí cuando la inocente topadora deja de parecerse para convertirse en un
tanque de guerra real.