El pensamiento de Luis Mattini
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El progresismo y la justicia social
Por Luis Mattini
La Fogata
Si existe una palabra equivoca, ésta es progresismo.
Se dice que progresista es aquel que está a favor de la razón, la ciencia, la
educación, el trabajo, el arte, la equidad social, etc. Sin embargo no es tan
obvio el hecho de que la inmensa mayoría de las corrientes políticas son
progresistas.
¿O acaso se puede dudar de que trotskistas, comunistas, socialistas, radicales,
peronistas, demócratas cristianos, demócratas en general, liberales etc. y hasta
los macristas, reivindican ese concepto de progreso y tratan de impulsarlo ?
¿Qué dice? ¿Que Menem no es progresista? Veamos: Durante su presidencia se
produjo una verdadera "revolución agraria", no sólo en la concentración de la
tierra, sino en transformaciones que pone a este país entre los avanzados del
mundo en biotecnología . Hoy la vieja oligarquía con olor a bosta de vaca se ha
convertido en la burguesía de los agronegocios, duplicando la producción
agraria. En otro orden, merced a su gestión cualquier hijo de vecino puede tener
un teléfono celular; ni hablar de la renovación del parque automotor, ómnibus,
camiones, combis y automóviles, aniquilando a "mastodontes" ferroviarios y
tranvías, con su consecuencia en construcción de kilómetros de carreteras y
autopistas. Y mucho más ni hablar de los supermercados que pusieron a nuestro
alcance todo lo que produce el mundo. También Menem transformó las Fuerzas
Armadas, de ejército de imberbes conscriptos en eficiente ejército profesional.
Por otro lado, por obra y milagro del dólar barato, una buena parte de los
progresistas , con ropas y aires de turistas del primer mundo, pudieron conocer
Cuba y apadrinar escuelitas de niños cubanos plenos de salud, con dentadura
completa y ejercitada inteligencia, pero eso sí, carentes de lápices de colores,
papelitos y juegos electrónicos. En el ámbito cultural, gracias a Menem el 90
por ciento de los comunicadores (y de los "comunicados") se enteró de que
Sócrates no escribió libros. El gobierno de Menem Implementó los cupos femeninos
en la estructura política. ¡Ah! Y una cosa importantisima!: siendo católico
confeso, fue el único presidente que se divorció en pleno ejercicio de sus
funciones (mientras otros de discurso "progresista", laico y hasta anticlerical,
se juntaban con su ex mujer, de la que estaban separados de hecho, para que
fungiera como primera dama.) Después… las "relaciones carnales", que nos
permitieron "ingresar en el mundo", jubilar por "viejosmundistas" a Hegel y al
maestro Astrada, tirar al riachuelo a los "posmodernos" franceses con su
alambicada e "imprecisa" lengua, para renovarnos con las ciencias sociales
estadounidenses, con la "precisión" del inglés, reemplazar la "dialéctica" por "empoderar"
y así pudimos "empoderarnos" de nuestros problemas, "empoderando" todo lo habido
y por haber y gracias a ese empoderamiento la política se hizo "ingeniería
política".
¿Que ese progreso no alcanzó para todos? Es cierto, pequeño detalle. En todo
caso, aparte de la gran burguesía, el capital transnacional, los ricos y los que
se enriquecieron en grande, en el campo de los plebeyos quienes más disfrutaron
el momento fueron precisamente los progresistas.
Hay más, pero esto es suficiente ejemplo, agreguemos que poco de lo impulsado en
la era menemista se ha modificado; en general hay un continuismo en esa línea de
progreso, aunque ahora con discurso e imágenes setentistas. El punto culminante
será cuando abandonemos esa bárbara costumbre de comer carne asada para degustar
refinados platillos de soja.
La primera cosa que hay que recordar es que el fetiche del progreso fue bien
explicado, para variar, por Karl Marx en el "Manifiesto Comunista": la burguesía
es una clase que no puede existir sin revolucionar constantemente. Por lo tanto
el progreso es un ideal del humanismo burgués, inherente del capitalismo. Todo
lo humano pasó a ser burgués y todo lo burgués a humano. Sin embargo, el
"entusiasmo" de Marx por ese progreso en el siglo XIX no lo era porque lo
considerara "esencia" humana, sino como un período inevitable y necesario para
que la burguesía destrozara formas arcaicas de dominación y creara, a su pesar,
la riqueza material y el sujeto político para la realización del comunismo. No
hay nada que autorice a pensar que el comunismo debía de ser necesariamente
progresista. Por el contrario, Marx y Engels, en los recreos de la rigurosidad
analítica de su obra –degustando un buen vino renano– soñaban, imaginaban y
volcaban en notas marginales cómo, alcanzada ya la plenitud productiva para
salir del reino de la necesidad, con casa y comida para todos, aún teniendo en
cuenta el crecimiento de la población y demás etc., abolida la propiedad privada
y el Estado, los hombres y mujeres, liberados de la dictadura de la división del
trabajo, potenciarían sus energías creativas hacia lo lúdico y el arte. En tanto
el progresismo hizo de la división del trabajo una identidad y del progreso una
condición humana esencial que lo obliga a la compulsión productiva en constante
desarrollo.
Ahora bien, el mito del progreso se basa en la idea de "superación", desarrollo
infinito de modo tal que el presente sería superior al pasado e inferior al
futuro. Nosotros seríamos superiores a nuestros padres y abuelos y nuestros
hijos habrán de ser superiores a nosotros. (Pavada de narcisismo, de esta lógica
resulta que, por el sólo hecho de haber nacido después, yo soy superior a
Platón, Eloísa, Evita, el Che y, desde luego, a mis progenitores).
Una mirada atenta a la historia revela, sin embargo, que en el único aspecto que
se verifica el progreso, en el sentido de superación, es lo científico
tecnológico.
Por otra parte progreso significa cambio, pero cambio no es siempre progreso. O
quizás sea mejor decir que no hay nada que unifique automáticamente progreso con
felicidad, plenitud espiritual, bienestar o calidad de vida.
Está claro, en cambio, que la historia registra permanentes transformaciones con
frecuentes rupturas (revoluciones) en donde la ruptura parece ser la única
regularidad y, sin embargo, eso no significa siempre que las nuevas
generaciones, tomadas en su totalidad, vivan o sean mejores que las anteriores.
Más apropiado sería hablar de permanente resignificación, del modo en que se
constituyen las subjetividades colectivas y del sentido que adquiere la vida y
la propia historia en cada período observado. Aquello de que "cada generación
tiene que hacer la suya". Cierto es que está obligada a hacerla a partir de las
condiciones heredadas, pero también es importante observar que entre época,
generación y herencia, hay algo más que una relación "dialéctica", (¿será el
mentado "empoderamiento"?) hay un todo único en el cual determinar quién hizo a
quien es cuestión de punto de vista. Hasta ahora el método lógico para analizar
la historia es insuficiente para entender esos mecanismos y estéril para
predecir el futuro porque siempre será creación.
El examen se complica aún más al observar cómo, cuando una generación se destaca
en su época (por ejemplo la generación de entre guerras o la generación de los
sesenta-setenta) suele ocurrir que la siguiente se dedique a estudiarla e
imitarla, perdiendo la oportunidad de "hacer la suya", y entonces es cuando
suele venir una "tercera" generación que la pasa por arriba. (sospecho que eso
es lo que está ocurriendo o por ocurrir ahora)
En tal sentido el arte ofrece mejor ventaja porque en el propio arte no hay
progreso sino continua resignificación (no confundir con las técnicas
artísticas) El arte absorbe el pasado sin pretender superarlo en el presente, ya
que el arte se dedica a poner al día los enigmas que nunca tuvieron solución, y
que probablemente nunca lo tendrán, porque constituyen el drama de la vida. El
arte es quizás el mejor ejemplo de felices y bienvenidos cambios sin progreso.
Tal vez por eso es que el arte suele ser urticante para los progresistas cuando
se empeña, implacable, en recordarles lo que quieren olvidar.
Fuera del progreso tecnológico, repito, todas las inquietudes, angustias
existenciales o valores de la actual civilización, de alguna manera estuvieron
presentes a lo largo de la historia, sea como lucha, (lo que implica alguna
forma de conciencia de ello), sea como práctica efectiva o sea como búsqueda
filosófica. No hay nada nuevo bajo el sol, parece querer decir el arte, que en
su sabiduría expresa lo mismo de diferentes maneras en las diversas épocas. Por
ejemplo, la situación de la mujer era mejor en las tribus germánicas que hoy en
muchos países de vieja civilización; había mayor respeto a la diversidad sexual
en algunas comunidades primitivas que en la Cuba socialista, los derechos
humanos hincan sus raíces en el derecho natural, la lucha por la emancipación de
los trabajadores estuvo presente desde Egipto, pasando por Espartaco a los
anarquistas. Y ello acaso explique por qué, ante la sensación de intemperie que
deja el agotamiento de un paradigma, o el aparente fracaso de una apuesta
generacional, los sujetos más inquietos, los que muestran mayor capacidad de
compromiso con su época, "regresen" a revisar a los viejos pensadores
"conflictivos", a aquellos que se habían dejado al costado del camino en la
transitoria y legítima euforia de determinada época revolucionaria,( Sócrates,
Vico, Spinosa, Nietzsche, etc.).
A nadie le pueden caber dudas que la vida de los obreros industriales,
jurídicamente libres, en la Inglaterra del siglo XIX, fue mucho peor que los
artesanos que les precedieron. La expresión de Marx, "esclavitud asalariada", no
es una metáfora. A ello se le agrega que, a mil años de que el cristianismo
aboliera la esclavitud en occidente, la acumulación capitalista, en plena
modernidad, se hizo en gran medida por el literal trabajo esclavo en las
colonias, mientras la Europa civilizada alumbraba las revoluciones democrático
burguesas en Holanda, Inglaterra, las Trece Colonias de América y en Francia.
¿Colonialismo? Sí claro, qué duda cabe, pero también recordar a Brasil, caso
ejemplar de potencia esclavista con vuelo propio.
Es cierto que escribo esto desde mi casa en el barrio Congreso, con calefacción
y gozando del actual estado de derecho, sin la humillación de inclinar el cuerpo
o arrodillarme cuando pasa el Rey, como hubiera ocurrido en la época de la
colonia. Esto es, sin dudas un progreso…para mí…porque no es menos cierto que,
por un lado en aquellos tiempos había en otros sitios del mundo hombres y
mujeres más libres y por otro, con sólo asomarme a la ventana veo al cartonero
en su labor, y a media docena de indigentes durmiendo junto a la reja de la
iglesia, testigos de que, en este mismo momento, en este mismo país y en este
mismo mundo, hay millones de personas que sufren carencias infinitas y crueles
persecuciones.
Y la tendencia no es precisamente alentadora por el lado del progreso: aún si
convenimos que la sociedad jurídica a mediados del siglo veinte, durante los
estados de bienestar, (como el peronismo clásico en la Argentina) significó una
gran mejora para los desposeídos de siempre, no podemos dejar de ver que duró
apenas unas pocas décadas. Los actuales muros levantados en España, Israel y
Estados Unidos son un escándalo aceptado, la tendencia hacia una nueva
esclavitud en la producción globalizada se naturaliza, de esclavitud asalariada
pasamos a esclavos autónomos y del absolutismo de la nobleza, pasamos a la
aristocracia ilustrada y a la opresión de la sociedad de control.
El mito del progreso fue cuestionado seriamente desde el arte y desde la
filosofía y la critica más aguda ha sido, y sigue siendo, que el progreso vive
en función de futuro. El presente es sólo válido como acumulación para la
felicidad futura. Y, pues claro, podría ser una creencia más, de hecho en tanto
mito, lo es y, en honor a la diversidad, debería ser tan respetable como
cualquier otra, no muy diferente a las religiones monoteístas que prometen el
reino de los cielos.
Pero ocurre que se da la sugerente circunstancia que quienes hoy en día
sostienen el mito del progreso, quienes les dicen a los indigentes, paciencia,
edúquense, capacítense, estamos acumulando para el futuro, quienes afirman que,
sea por evolución o por la "ley dialéctica" del "progreso por saltos", en un
futuro no lejano todos los seres humanos disfrutarán de los resultados de esa
educación, tanto en bienestar material como en derechos y plenitud espiritual,
quienes sostienen eso, digo, los políticos, los científicos sociales y no
sociales, los sacerdotes de la tecnología, los comunicadores, (sobre todo la
rama de comunicadores que popularizan las ciencias, quienes al leer esto me
exorcizarán con el neologismo "tecnofobia") ellos viven este presente con
altibajos, pero por lo general de más o menos a mejor y de mejor a bien,
usufructuando las regalías de refritos de teorías, amparándose en la categoría
"progresista" como si ésta nos eximiera de responsabilidad y sin recapacitar con
el escarmiento del 19 y 20 de diciembre.
De todos modos, dejemos de lado la sorna e intentemos entender el mito, porque
corresponde recordar que nosotros lo sosteníamos en nuestra juventud, cuando
estábamos influidos en gran medida por el determinismo histórico. Al capitalismo
le sucedería necesariamente el socialismo. El comunismo estaría al final
de un largo camino en el que se integraría todo lo conquistado por la humanidad
desde aquel arranque en la comunidad primitiva.
En este paradigma habíamos confundido una postura ética, ontológica, perenne,
por así hablar, de Marx (la que seguimos asumiendo a mucha honra como tal) –la
Tesis 11, "no sólo interpretar sino transformar al mundo"–, confundimos,
repito, ese grito de combate, esa rebeldía ante la injusticia, con la
oportunidad de ponerlo en práctica en una coyuntura concreta, en vísperas de la
revolución alemana de 1848. Al ser en se momento Alemania el país de mayor
progreso de Europa, la revolución burguesa sería la antesala de la revolución
proletaria. Como se sabe, las cosas no fueron así. Sin embargo, al asumir como
"ley" lo que era un cuerpo de creencias, una válida hipótesis de lucha, se
olvidó que Marx afirmó mucho después que, si al momento de la crisis
capitalista, el proletariado no hacía la revolución, la humanidad podría
regresar a la barbarie. En ese juego entre la apasionada apuesta a la revolución
proletaria y la fría admisión de la posibilidad de que no fuera así, Marx
expresa el concepto de potencia y potencialidad, que poco tiene que ver con el
determinismo o con cualquier forma de esencialismo. Ese es, quizás, el punto en
que Marx se acerca más a Spinoza que a Hegel.
Por eso es preciso dejar de concebir a la emancipación como una resultante
inevitable del progreso, al comunismo como un sucesor "material" y cultural del
capitalismo en donde la ruptura sería sólo un acto político (revolución) de
captura del aparato del Estado, puesto que el capitalismo no es un simple
sistema económico, es una relación social que interactúa. La sociedad de mercado
que reproduce la relación social y viceversa, tal relación reproduce el mercado.
El ciudadano, el sujeto se troca consumidor. Por esa razón todo "progreso"
técnico científico está condicionado por este juego. Todo producto de ese
progreso es, en principio, sospechoso de trocar al sujeto en consumidor, real o
virtual. La emancipación de la humanidad no será posible sin una profunda
ruptura con esa forma de producir y consumir.. porque la dominación no
reside sólo en la propiedad de los medios de producción, sino también en el
carácter mismo de esos medios.
Como se dijo más arriba, Marx explicó muy claro que la burguesía es una clase
que no puede existir sino revolucionando constantemente. Y repetimos que
vivir revolucionando los medios de producción no es una supuesta esencia
de la humanidad, porque la humanidad ni es esencia divina ni naturaleza
determinada, sino potencia histórica que le posibilita ejercer esa cuota
de libre albedrío suficiente para decidir "revolucionar" o no. Hoy queda claro
que la humanidad, en tanto potencia, puede y debe "regular" (y hasta
"conservar") los cambios en los medios de producción, reservando aquellos en que
la larga empíria ha probado como adecuados y sostenibles para su satisfacción y
actuar con extrema precaución ante la incertidumbre.
Todavía se puede escuchar decir por ahí que "pretender detener el progreso
científico sería como pretender detener un embarazo". Esta errónea comparación
deja un cuerpo de huecos, vaya la paradoja discursiva, interesantes para
examinar: por ahora digamos que, de ser así, deberíamos revisar al Tribunal de
Nuremberg y las condenas a los experimentos con seres humanos del nazismo. La
ciencia experimenta con seres humanos,(sobre todo la economía política)
Nuremberg sólo puso límites (que no siempre se cumplen ni mucho menos) Pero lo
importante de Nuremberg, aún en su formidable hipocresía, fue que se atrevió a
controlar a la ciencia con la ética. Antes de dicho tribunal no se necesitaba
ser criminal de guerra para negarle a la ética, es decir a la política, el
derecho a controlar a la ciencia.
Por último, lo más importante: quienes nos acusan de tecnofobia no comprenden
que el desarrollo tecnológico sin control produce ese formidable despilfarro
material e intelectual que no sólo no tiende a eliminar, sino que acrecienta la
desigualdad social.(en el capitalismo y en el socialismo que supimos construir
hasta ahora) En lo material, los cartoneros existen no sólo porque el desempleo
brinda esa mano de obra, sino también porque su materia prima es el despilfarro
de la irracionalidad productiva. En lo intelectual, porque miles de graduados
por el sistema educativo –pagados por el Estado, los Organismos Internacionales
o las ONG– se ganan la vida investigando y trazando proyectos de "capacitación"
inútiles para remediar lo irremediable; los desequilibrios sociales. Ocupaciones
que se transformaron, más allá de la mejor voluntad, en un fin en sí mismo.
Al progresismo, como religión laica de nuestros tiempos, le hace falta una
revolución interna al estilo de la experimentada por el cristianismo cuando
surgieron los "progresistas" sacerdotes para el Tercer Mundo, quienes para
"progresar", tuvieron la sabiduría de "regresar" a Cristo.