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AUTONOMIA POLITICA y GESTION ESTATAL.
Por Luis Mattini
La Fogata
Algunos muchachos de los setentas están en el gobierno en varios países. El
primero que llegó había prometido "hambre cero" y a tres años de gobierno no se
diferencia demasiado de Cardozo, el gran teórico del setentismo. Por casa, de
una pueblada pacífica –reprimida con inusitada violencia por los herederos de
"paladín de la democracia"– emergió un hijo de Hebe de Bonafini como presidente
de la República haciendo buena letra y prometiendo fidelidad a su generación.
Sin embargo, a dos años, en este renovado "granero del mundo" persisten ocho
millones de indigentes. En la patria de Sandino cincuenta mil personas salen en
protesta contra el pacto Ortega-Aleman que pretende sellar un acuerdo de reparto
mafioso de los poderes del Estado. En China a cincuenta y nueve años de la
revolución hay 40 millones de ricos; 140 millones de prósperos clasemedieros y
unos mil trescientos millones de pobres. Menos mal que nuestros vecinos de la
otra banda, recién llegados y más cautos, sólo prometieron asfaltar calles.
Esto es sólo un picoteo por el mundo y la historia reciente de movimientos que
llegaron al gobierno, por distintas vías, muchos de los cuales fueron
"construyendo poder" desde abajo, y todos tienen algo en común: diversos grados
y formas de "traición". Los únicos dirigentes que no "traicionaron" a lo largo
de la historia fueron los que se murieron a tiempo o los pocos que, como El Che,
San Martin, el General Giap, renunciaron al poder.
¿Qué malabarismo de la "dialéctica" puede seguir explicando esta sistemática
"traición" de los hombres?
¿Es posible seguir viendo la historia a través de un modelo teórico que la
realidad hace pedazos de generación en generación? Porque, no nos engañemos,
aunque uno se reivindique militante "práctico", actúa con alguna teoría. La
"toma del poder" o su variante "construir poder".
¿Olvidamos la célebre tesis II de Marx: "Es en la práctica donde el hombre
tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento".?
Olvidando esa tesis-guía, ante el hecho de que a dos años de aquel "que se
vayan todos" regresaron todos, ese modelo teórico canta victoria por el supuesto
"desencanto" de los llamados autónomos, quienes pensaron que aquella pueblada
contenía elementos para repensar todas las teorías del poder. Sin embargo ese
mismo modelo teórico, que cierra conclusiones descalificatorias a sólo dos años
de esta minúscula experiencia práctica, persiste en seguir negando lo que la
vida de, al menos dos siglos (para no hablar de dos milenios) afirma
tozudamente: que hasta ahora "la toma del poder" ha significado el cambio de un
modo de dominación por otro modo de dominación. Y que el "progreso" del nuevo
modo de dominación signifique el bien, depende de quienes se beneficiaron y a
costa de qué y de quienes otros se perjudicaron.
Por su parte, los llamados autónomos que cuestionan a esa especie de vía estatal
hacia el socialismo, no las tienen todas consigo. Están a la vista las
limitaciones y las impotencias de expresiones como "que se vayan todos",
"democracia plena"; "contrapoder" "la resistencia del éxodo", "horizontalidad
del poder", "primacía de la sociedad civil" y todas las variantes de estas
búsquedas.
Precisamente por ello es imprescindible retomar la cuestión del Estado. Digo
"retomar" porque este viejo debate no se resuelve con malabarismos dialécticos y
metáforas geométricas sobre la diferencia entre círculos y espirales y las
relaciones entre el sujeto y el objeto. El viejo debate es si la sociedad se
puede transformar desde abajo o desde arriba.
En el primer caso, tenemos mucho por andar. En el segundo, como se apuntó
párrafos arriba, hemos andado mucho y tenemos crudas observaciones. En cualquier
caso el tema es si el Estado podría ser una instancia organizativa de la
sociedad fiel a los intereses populares.
Hasta ahora no lo ha sido. Hasta ahora el Estado ha tenido una formidable
capacidad para coptar y amansar toda construcción popular. Los únicos momentos
que ha podido ser "utilizado" con ese objetivo han sido en momentos de crisis o
de transición…"fatalmente" hacia otro modelo de dominación. Hasta ahora la
historia le dio la razón al marxismo primitivo y al anarquismo: Estado y
esclavitud son correspondientes.
Pero al mismo tiempo no es posible "exiliarse" del Estado, no se puede actuar
como si no existiera porque el Estado no sólo existe sino que, en tanto relación
social, somos parte del mismo.
La naturaleza del Estado Moderno
Reconocer su existencia y para actuar en y sobre él, es capital no perder de
vista la naturaleza del Estado. Su razón de ser es hacer que funcione una
sociedad de desiguales. No olvidar que si la sociedad fuera igualitaria no
habría necesidad de Estado, como no lo hubo en la comunidad primitiva. Para que
se entienda, el estado tiene que hacer que la sociedad funcione, disciplinar por
las buenas o por las malas, para que el dominado acepte la dominación.
Ahora bien, así como la plusvalía, la ganancia capitalista, no aparece nítida
como robo, sino metamorfoseada en el pago de un salario "justo", análogamente,
la dominación del Estado se metamorfosea en presentarse a si mismo como la
expresión del "interés general".
Por ello es imprescindible desmitificar al Estado Moderno. Tanto el mito
populista que asume como verdadera la función del Estado de servir al "interés
general" , como la hipocresía antiestatista del liberalismo que lo "achica" o
"agranda" según los intereses de la libre circulación de la mercancía, o como el
fetiche seudo marxista inventado por el stalinismo de la vía estatal al
socialismo.
Convengamos entonces que el Estado, todo Estado, no es neutral, es una instancia
esencialmente clasista que se presenta a sí mismo como la expresión del "interés
general" en relaciones sociales injustas, metamorfoseadas en lo jurídico como
"igualdad ante la ley".
Ahora observemos que ese "interés general" , la ficción de "hacer como que"
conlleva una contradicción, con la obligación de "hacer algo" que le dé a la
ficción visos de realidad.
Y aquí es posible asirnos de esa contradicción, aprovechar la apelación al
"interés general" que justifica la existencia del Estado arrancando medidas y
recursos favorables a los intereses de las clases dominadas. Pero para ello es
fundamental vacunarnos contra la marrullera facultad de coptación del Estado.
Una hipótesis práctica para ensayar pistas aproximativas podría ser separar el
Estado como "relación social" del "Aparato del Estado"
Podemos observar dos instancias en el aparato del Estado: la primera, la
estructura burocrática y de servicios permanente, "personal de planta"
(Administración, servicios, educación, justicia, fuerzas de seguridad, sanidad,
etc) como maquinaria que, sin perder su función de aseguradora de la estabilidad
social desigual, crea sus propios intereses de existencia. Es decir, el Estado
es una máquina de dominación impersonal, no obstante, sus piezas no son de
hierro, son personas (empleados-funcionarios) y esas personas tienen sus
intereses individuales y corporativos. Sobre todo corporativos. Desde el
ordenanza hasta el Juez, desde el chofer hasta el Escribano General. Esta
estructura es formidable y tiene plena conciencia "inconsciente", vaya la
contradicción, de su ser y de la acción común en defensa de su propio cuerpo por
encima –y entrelazado– de su papel impersonal sobre conjunto de la sociedad.
En segundo lugar, "la gestión", es decir, la personas elegidas para conducir los
periodos marcados por la constitución –los "políticos"–, desde el presidente de
la república hasta el último militante del partido contratado como "asesor".
Ambos grupos humanos que mueven esa maquinaria tienen, repito, dentro de la
función específica del aparato del Estado, intereses grupales como un fin en sí
mismo que no responden sólo, ni a la ficticia función del "interés general", ni
a la efectiva función de garantizar el orden existente. Unos están motivados por
los intereses corporativos ya mencionados y los otros por la "reglas de la
política", que les obliga a tejer relaciones, anudar acuerdos, pagar por
servicios recibidos, en vistas al próximo período, como garantía de la
existencia de la especie. Ambos grupos combinan legítimas motivaciones sociales
con la defensa propia.
Además, y esto es lo importante, ambos grupos son adversarios y se desconfían
mutuamente. Por eso, modificar la estructura permanente del Estado ha sido la
empresa más difícil de cualquier político con intenciones renovadoras.
Gestión y política
La palabra gestión fue puesta de moda y degradada por los novísimos
politólogos del FREPASO quienes, hojeando los manuales de ciencia política de
cuño norteamericano , pretendieron reemplazar lo político por la gestión. Pero
sucede que entre política y gestión existe una relación de reenvíos mutuos, sin
que una logre suplir o eliminar a la otra.
Esta relación no es moco de pavo, ya que la gestión siempre intentó, e intenta,
suprimir a lo político. En efecto, cuando las luchas políticas alcanzan su
"materialización", es decir, cuando se accede al gobierno, la gestión pretende
hacerse dueña de la situación y se apropia del entusiasmo transformador
libertario de la política para encorsetarla en el reino de la necesidad. Esos
hombres que en el llano se jugaron azuzando la rebeldía la libertad y la
justicia sin límites, puestos a gobernar llamarán a la "responsabilidad", a la
obediencia.
Y esto no es "traición". Es la consecuencia de la lógica del Estado. No podría
ser de otra manera, porque la gestión, en tanto –modo de administrar los
recursos, de los logros de la propia lucha política– por la vía del aparato
estatal, necesita de la "estabilidad", "gobernabilidad", es decir retomar la
"ficción-real" de representar "el interés general".
Por eso es que nuestro secretario general, comandante guerrillero o aquel gran
estratega de la resistencia desde el exilio o bien el dirigente obrero combativo
que accede a cargos gubernamentales, ahora, en funciones estatales, no "hace
política" hacia la sociedad sino que ejerce la administración. Y la gestión,
bueno es repetirlo, estará siempre condicionada por la necesidad, por la simple
razón que los recursos pocas veces alcanzan para lo óptimo sin romper
privilegios o "derechos adquiridos". Romper los privilegios no es resorte de la
gestión sino de lo político.
De esto se desprende que no hay "gestión revolucionaria" por sí misma, por
propia decisión, por voluntad o por los antecedentes del gestionario, no pude
haberla porque en tal caso sería política y se negaría como gestión. Tal es la
ley no escrita del Estado. El secreto del Estado como máquina de dominación
consiste en esa paradojal relación entre la gestión y la política.
Esto no impide que en determinadas situaciones concretas, la defensa de una
gestión puede ser una lucha política (por ejemplo la defensa de la gestión de
Chávez hoy) lo que no le quita a la gestión su carácter de gestión, ni significa
que lo política se convierta en gestión.
Por lo demás, hay mejores y peores gestiones, distribuciones más justas o menos
justas ( hasta ahora nunca "justas" sin adverbios ) diversas maneras de
gobernar, en cualquier caso condicionada por lo político, –como expresión de la
lucha de clases– política que a su vez es ejercida por quienes no tienen
funciones de gestión. Porque aunque determinado gobernante "represente" a
determinada clase, sus decisiones estarán condicionadas por la lucha de clases.
Por eso, teniendo en cuenta la estructura piramidal de Estado, es propio decir
que la gestión está "arriba" y la política está "abajo", entendiendo el arriba y
el abajo como posiciones espaciales metafóricas y no jerarquizadas.
El aparato del Estado entonces –para el pensamiento libertario marxista o
anarquista– no es el lugar de la política sino de la gestión. El aparato
del Estado es impotente en política, administra, por así decirlo la resultante
de ese entretejido social que es el poder. Impotente en política pero, claro
está, no neutral en su cometido. Lo político en cambio es la potencia del "poder
hacer" que activa en ese entretejido social y condiciona la gestión. La gestión
es estática, lo político es dinámico.
Si convenimos que ni política ni semánticamente se puede hablar de "revolución
estática", entonces, no hay tampoco "Estado revolucionario", como no hay Estado
de libertad, hay actos revolucionarios y actos de libertad.
Precisamente, en esa relación paradojal el Estado, destinado a garantizar una
relación social desigual, se disfraza de "interés general" y siempre tratará de
sujetar a lo político ya que este último es, por definición, "insaciable", y una
de las formas mas sutiles de aherrojarlo es el chantaje de la gestión.
En efecto, el Estado, la gestión, se siente saciado cuando logra el
"equilibrio social", lo que se dice, gobernabilidad, por la forma que fuere y
estas son muy variadas ( estado de bienestar, disciplinamiento por coerción
económica, represión, unificación ante la amenaza externa, paternalismo, promesa
de futuro, etc) acentuando su carácter estático. Lo político en cambio, como
lucha, como arte, como subversión, como libertad, como búsqueda de la justicia
es insaciable. Porque hasta ahora, por lo menos, la experiencia vital de
la sociedad humana no ha encontrado los límites a la justicia y la libertad como
infinito del devenir, como misterio de la vida. ¿Podría haber "exceso" de
justicia?
La idea de la insaciabilidad de lo político estuvo presente siempre en el
cuerpo de ideas del marxismo revolucionario. Trotsky fue uno de sus mejores
teóricos con su hipótesis de "revolución permamente" y luego el Che es elocuente
cuando con su aguda sensibilidad afirma que las revoluciones no se estancan, o
avanzan o retroceden.
Autonomía política y Estado
Si logramos actuar separando conceptualmente gestión de política sin perder de
vista su unidad, si mantenemos claro la naturaleza del Estado y no nos dejarnos
seducir por su ficción como expresión del "interés general", podremos disputar
los espacios en el aparato del Estado sin miedo a perder la autonomía, a quedar
coptados por su fetiche. Porque, por ganas que tengamos, no podemos darle un
portazo al Estado. Ignorar su poder sería suicida, desaprovechar sus recursos
sería al menos lamentable.
El problema es que, la más de las veces, el movimiento popular ha emprendido la
disputa de espacios en el Estado por la única vía que, en su ficción de
representar el "interés común", nos permite de buena manera: la vía
institucional de la democracia representativa. La representación es la máscara
que oculta su esencia clasista en forma de derecho político. De acuerdo a esta
ontología del derecho burgués, disputar espacios ha sido siempre ocupar bancas o
cargos "políticos" de "decisión". Por lo general la resultante ha sido y es,
comportarse como "políticos" donde –de aceptar– debería obrarse como
administradores tratando de arrancar conquistas, y encima, con harta frecuencia,
como malos administradores.
Esto es así porque se considera al aparato del Estado como el espacio donde lo
político alcanza su máxima expresión, como el lugar de la "acumulación del
poder", como instrumento para transformar la sociedad "desde arriba". Pareciera
que no nos hemos detenido a pensar que acumular un supuesto "poder popular" en
un ente que tiene como finalidad disciplinar la sociedad, amolar las aristas más
agudas de la desigualdad, disimular la explotación y la opresión, no puede ser
menos que un contrasentido.
De lo que se trata entonces es de "tomarle la palabra" al Estado en ese
presentarse como "interés general", para arrancarle enormes recursos creados por
la comunidad, para sustentar las actividades sociales autónomas, que no sólo
presenten una solución inmediata a los problemas materiales, sino también
experimentos de nuevas formas sociales. En esas experiencias colectivas,
múltiples y diversas, en lo político, depurado de la trampa de la
representatividad (la llamada politiquería) y no en la gestión del aparato del
Estado, estará la acumulación de energía social, no hacia la construcción de un
nuevo poder, sino hacia la disolución de todo poder en la paulatina extinción
del Estado y su remplazo por la libre asociación de productores.
Nuestro militante, ahora en "cargos políticos" transformados en funciones
estatales al servicio de esas construcciones populares, deberá comprender que se
encuentra en situación análoga al docente que asume como director de escuela. Ya
no es maestro, ahora administra un sistema, pero el ejercicio de la docencia
sigue estando en manos del maestro.