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Sujeto y trabajo
Por Luis
Mattini / La Fogata
arnolkremer@lafogata.org
Si uno lee la literatura social del siglo XIX, ve filmes como
"Germinal", incluso a escritores de mediados de siglo XX como Elio
Vittorini y la remata con la última novela de Saramago "La caverna";
si uno escucha a nuestros abuelos, casi centenarios, puede comparar las consecuencias
de la segunda revolución industrial con los actuales resultados de la
llamada globalización. No queremos decir que no hay nada nuevo bajo el
sol sino que se confirma la tendencia del desarrollo capitalista enunciada y
seguida por sus estudiosos críticos, desde "El capital" de
Marx a "El imperialismo fase superior del capitalismo" de Lenin y
"La integración mundial, ultima etapa del imperialismo" de
Silvio Frondizi.
Empero la literatura tiene la ventaja
de mostrar el dolor, el drama humano, psicológico, emocional, las catástrofes
culturales, por encima de la lectura de un dudoso progreso justificado por las
ciencias sociales.
Cierto es que frente a la escasez generalizada en el siglo XIX ha sido justo
que Marx viese en el desarrollo capitalista, la acumulación de riqueza
amasada en sangre que sería, no obstante, la base material imprescindible
para pensar en una sociedad igualitaria. Sin embargo eso ya no parecía
creíble a la segunda mitad del siglo XX a pesar que nosotros lo queríamos
creer. Porque ese " queríamos creer" explica las revueltas
mundiales de los sesentas, precisamente más fuertes en las generaciones
de jóvenes bien alimentados, sea allá el mayo francés,
acullá la primavera de Praga, ahí la masacre de Tlatelolco o aquí
cordobazo llevado a cabo por las clases sociales populares, que habíamos
disfrutado de la niñez peronista. Las cargas de caballería, los
tanques, los gases, los garrotes y las ametralladoras nos demostraron que ya
no era creíble, si alguna vez lo fue.
El hilo conductor en estos casi dos siglos ha sido el conflicto entre capital
y trabajo, confrontación antagónica, irreconciliable por su propia
naturaleza. Una historia tinta en sangre que puso la impronta sobre la historia
de la vida del pueblo y está registrada en toneladas de páginas,
en las ciencias, las artes y en la memoria colectiva. Un tema monumental, por
cierto, del que aquí solo me propongo examinar la vinculación
que en este proceso se ha establecido entre trabajo y sujeto, entre trabajo
e identidad y cómo la historia de la modernidad - que es la historia
del capitalismo - desarrolló una relación ambigua entre el culto
y la humillación al trabajo. Desafortunadamente, el marxismo no escapó
a esa influencia. Culto como forjador de la esencia humana y humillación
en sus divisiones en jerarquías variables según exigencias de
cada época, partiendo de aquella primogénita separación
entre trabajo manual e intelectual y demás subdivisiones de acuerdo a
las necesidades del mercado, incluso el socialista..
Hoy es evidente que el folleto de Engels "El papel del trabajo en la transformación
del mono en hombre" estuvo muy influido por el darvinismo, y un materialismo
lineal que le atribuyó solo al trabajo la conformación de la conciencia
y el lenguaje, otorgándole a la subjetividad una subordinación
pasiva. De esa influencia entre un economicismo indeseado y un biologismo insospechado,
debido al prestigio de las ciencias naturales en aquel siglo, viene la concepción
marxista oficial que supone un sujeto sustancial, originado por las fuerzas
productivas, materializado en el trabajador. En efecto: así como la evolución
de las especies basada en la supuesta, al menos hoy cuestionada, supremacía
de los más fuertes, la evolución del trabajo de sus formas presumiblemente
menores a las mayores, artesanales a industriales, antiguas a modernas, etc.
desarrollaría la clase social llamada a ser la emancipadora de la humanidad:
los obreros industriales. El proceso industrial sería irreversible puesto
que se identificaba acumulación y concentración capitalista con
centralización productiva física..
La temprana descentralización productiva
Sin embargo, ya desde principios y a lo largo de toda la década del sesenta,
pico más alto de la industrialización en Argentina, desde los
sindicatos empezamos a lidiar con un nuevo enemigo: el contratista. Muchos luchadores
de aquella época recordarán conmigo a alguien que quizás
habían olvidado. ¿Quién era el contratista? ¿Quiénes eran?
Fueron los villanos menores frente al gran explotador empresario cuando las
grandes empresas comenzaron a derivar parte de su producción a "terceros"
hoy llamados "proveedores"
Esto no había sido siempre así. Por el contrario, en el momento
de su apogeo la industria tendía a producir en sus plantas prácticamente
todos los elementos que componían su mercancía. Partía
literalmente de la materia prima la que a su vez era perfectamente definida.
. Por ejemplo, si tomamos un frigorífico de la década del treinta,
era fama que de la vaca solo se perdía el mugido. Todo lo demás
se manufacturaba directamente en sus instalaciones. Los frigoríficos
tenían hasta sus propios talleres, la "tachería", por
ejemplo, en donde fabricaban las latas en que se envasaban los picadillos y
otros derivados de la carne. La racionalidad inglesa llegaba al extremo del
aprovechamiento de destinar un par de carpinteros solo para que se dedicasen
a desarmar los cajones de embalajes de maquinarias y otros insumos. recibidas,
seleccionar la madera, y depositarla en orden para usos posteriores
Esa indiscutida racionalidad técnica que lograba el máximo de
productividad frente a las formas anteriores y en la que Marx advierte la posibilidad
de la creación de la base material para el comunismo tenía – como
se sabe – una contradicción irreconciliable: la forma social de la producción
con el carácter privado de la apropiación. Asimismo, al agrupar
a los trabajadores en grandes establecimientos los capitalistas por un lado
lograban la máxima eficiencia y por otro, a su pesar, fortalecían
a su antagonista. En esas condiciones, al momento mayor de industrialización
se correspondió el momento de mayor fuerza del movimiento obrero. Los
estados de bienestar y los propios estados socialistas como reflejo de esa fortaleza.
.
Por otro lado bajo la supuesta ley de la dialéctica de la transformación
de la cantidad en calidad, se había desarrollado la idea que a mayor
concentración humana volcada a un colectivo orgánico, mayor eficiencia
y racionalidad. Esta ley supuestamente objetiva que a su vez acrecentaría
cada vez más la fuerza del movimiento obrero, llevó a afirmar
que el capitalismo monopolista sería el último peldaño
de desarrollo después del cual sólo cabría el socialismo
como un nuevo momento de la ley del "progreso por saltos". De ahí
que los estados socialistas no dejaran en pie ni un modesto kiosco y crearan
esos monumentales complejos administrativos o productivos que fueron caracterizándose
por su falta de agilidad para adaptarse a la vida misma. Otro tanto ocurría
con los estados de bienestar dándoles, sin querer, amañados argumentos
al liberalismo, es decir al mercado, siempre en acecho a la maximización
de las ganancias.
Pero parece ser que los capitalistas, atenazados entre la ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia y el progresivo poder de los sindicatos,
estudiaron mejor que los marxistas a Hegel y comprendieron más rápidamente
que existe, en cada situación, un punto que podría denominarse
óptimo de concentración de personas organizadas. Dicho de otra
manera y visto al menos desde la eficiencia, la actividad colectiva es superior
a la individual, pero en determinado punto de crecimiento cuantitativo el proceso
se altera y es como si empezara a retroceder. El ente se transforma en un paquidermo
de lenta reacción. La pedagogía lo había desarrollado al
encontrar el número óptimo de participantes a una clase: no menos
de tantos y no más de tantos.
Por eso es que la ruptura con el llamado fordismo tiene varias causas. Por un
lado las nuevas necesidades de la velocidad de circulación de la mercancía
y las distintas formas que va adoptando la acumulación del capital siempre
acosado por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Por otro las especificidades
del matrimonio entre la ciencia y el mercado desplegando la tecnología
casi como un fin en sí mismo; pero por otro y sin dejar de señalar
las interinfluencias, la necesidad de desarmar al movimiento sindical.
Y este proceso viene de lejos, fue paulatino y sus saltos estuvieron condicionados
por la propia competencia capitalista y por la lucha política creando
nuevas situaciones. Ahora se nos aparece como si hubiera salido de la nada.
Como si de un día para otro la industria se desconcentrará Peor
aún, como si ya no hubiera manos que produjeran. Como si los bienes de
uso salieran milagrosamente por los ventanales de los grandes edificios administrativos,
abandonaran el aire acondicionado, las moquetas y los ordenadores, se empacaran
solos, volaran a los supermercados, y formaran fila en las estanterías
a la espera de los alienados consumidores. Bien es cierto que los cambios tecnológicos
han reducido la mano de obra empleada y esa es una de las causas de la desocupación.
Pero ocurre que la tremenda agresión del desempleo relativiza un problema
tanto o más grave: el deterioro de las condiciones de trabajo de la calidad
de vida y del salario. Así se da la paradoja que en medio del aumento
de la desocupación, los ocupados trabajan más intensamente y mayor
tiempo.
Porque para el capitalismo, la llamada tercera revolución industrial
- que los soviéticos anunciaban como la "revolución científico-técnica"
y pensaban liberar, implantando por la vía pacífica el socialismo
universal - ha sido una revolución para nada progresista. Revolución
no suficientemente analizada por los marxistas. La revolución fue de
contenido y de forma pero no de esencia. Se desarrollaron las técnicas
a punto tal de transformarse en tecnología, se concentró la investigación
a la que se la separó de la producción, se descentralizó
el aparato propiamente productivo dispersando la mano de obra para darse el
siguiente cuadro: a una hiper concentración del capital como nunca vista
en la historia, se corresponde una descentralización productiva, tanto
en instalaciones nómades, como en la distribución en cientos de
micro fabricantes. Hasta los edificios son prefabricados, transportables. A
este proceso suele llamársele desindustrialización
Nueva forma productiva para un mismo modo de producción
Cuestión de palabras, en todo caso podría llamarse neoindustrialización
o pos industrialización, pues mientras ayer este proceso consistió
en concentrar los trabajadores en grandes establecimientos sacando la gente
de sus lugares naturales, destruyendo economías "primitivas",
trabajos domiciliarios y todo eso que se ha conocido y que la literatura registra
a veces hasta con nostalgia, hoy se reciclan los grandes edificios industriales
para usos comerciales, en el mejor de los casos culturales y se desmenuza la
producción en cientos de unidades, en partes de las cuales un número
importante son trabajos domiciliarios.
Y eso - como dije más arriba - en el caso de nuestro país data
de hace casi cincuenta años. . Poco a poco las empresas empezaron a mandar
a hacer afuera las piezas secundarias de sus producciones. Y ese afuera eran
talleres chicos en los que la debilidad de la fuerza sindical posibilitaba que
esos pequeños patrones - las PYMES tan caras a los PC - pagaran menos
salarios y en condiciones inferiores de trabajo. Cierto es también que
obtenían menos plusvalía y eran aherrojados por los grandes. Pero
para los trabajadores de la gran industria, incluso la imperialista, esos contratistas
representaban el enemigo directo y sus trabajadores los esquiroles del movimiento
obrero.
Con los años, las empresas despedían personal y se daba la paradoja
de obreros que recibían una fuerte indemnización por despidos,
compraban una máquina y pasaban a ser contratistas de la misma empresa.
En muchos casos los patrones sumaron a las indemnizaciones préstamos
para maquinaria con lo que finalmente los trabajadores que se habían
especializado en la propia fábrica, hacían el mismo trabajo por
cuenta propia, quizás ganando un poco más, trabajando más,
pero sintiéndose emancipados..
Se puede observar entonces un proceso desde el inicio de la industrialización,
en los albores del capitalismo, hasta nuestros días que recorre una gran
parábola. En su parte ascendente la industria arranca cada vez más
a la gente, hombres y mujeres, de sus hogares, los concentra en la producción
y los proletariza. En las cercanías de las fábricas se establecían
los conglomerados obreros y, de conjunto era como si las dos clases en pugna,
el proletariado y la burguesía se alinearan ordenando sus divisiones
para la guerra de clases. Sin embargo, llegado a ese punto y con centenares
de combates y batallas, ganadas, perdidas o empatadas, el proceso comienza a
invertirse en curva descendente hasta que las grandes instalaciones son demolidas
o recicladas y los trabajadores se dispersan cada vez más en nuevos hogares,
en las villas o entremezclados con la clase media para la producción
domiciliaria. Práctica esta que - además de desarticular las fuerzas
del trabajo - no solo implica un deterioro de las condiciones laborales y de
salarios sino que extiende la explotación directa a la familia, puesto
que para cumplir los pedidos y al costo requerido, los trabajadores, convertidos
en cuentapropistas o autónomos, suelen con harta frecuencia incluir a
sus cónyuges y sus niños en las fabricaciones.
Lo notable, realmente notable y muy lamentable, es que este proceso se dio sin
que el movimiento obrero lo registrara como peligrosa tendencia y posterior
magnitud. En realidad no se lo quería ver. Todavía no se lo quiere
ver porque de verlo con profundidad nos haría reconsiderar todo el concepto
del sindicalismo y de la propia lucha emancipadora de la clase trabajadora.
Pero sobretodo porque la relación entre existencia y conciencia no es
lo lineal con que se ha presentado. En términos de saberes populares
suele decirse que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
En efecto. Fue tal al esquematización de la teoría social fundada
en el siglo XIX apoyada en el portentoso desarrollo de las ciencias, que se
estableció la idea de la conciencia como algo irreversible, soberbia,
tan soberbia como ese pensamiento cientificista que niega la existencia de aquello
que no comprende o que está fuera de sus presupuestos. Este el modo que
la conciencia "precede" a la existencia. La realidad que no obedece
a la teoría no existe, a lo sumo es la excepción, la anomalía.
Por lo tanto para esa conciencia de lo real, esas pequeñas derivaciones
hacia los hogares - que estaban destrozando las fuerzas organizadas del trabajo
- eran subproductos, excepciones sin importancia, intrascendentes, ya que no
se correspondían a la teoría de la racionalidad capitalista. La
industria seguía siendo la gran industria y proletarios solo podían
ser los de los trabajadores de las grandes fábricas, porque así
estaba escrito en los textos. . Esos contratistas, obreros pequeño aburguesados
no contaban en las leyes del desarrollo social. A lo sumo como aliados circunstanciales
en la lucha antiimperialista y serían finalmente barridos por el socialismo.
No es necesario aclarar que por su parte esos obreros pequeño aburguesados
se la creyeron y alimentaron el prejuicio. Eran "patrones", hombres
libres, emancipados de la "esclavitud asalariada". En el caso de Argentina
hubo que esperar el menemismo para crear la expresión "esclavos
autónomos" que es la que corresponde sin ironías.
Anotemos bien aquí que estos cambios en los procesos productivos no se
deben a una sola causa objetiva, la económica o la científico
técnica. La lucha del movimiento obrero ha obrado con una determinación
subjetiva no menos importante. Nadie puede asegurar que de no haber existido
semejante fuerza sindical y política la conversión hubiera sido
la misma. Y anotémoslo bien, puesto que ello nos da pié para pensar
en las posibilidades de la potencia "material" de la subjetividad
para modificar las supuestas leyes objetivas.
El sujeto sustancial
Ahora bien, la concepción de un sujeto sustancial, emánente del
desarrollo de las fuerzas productivas y del mito del progreso, fijaba los siguientes
presupuestos: ("Presuponer" invita a pensar que la conciencia precede
a la existencia. )
El carácter social de la producción industrial genera la conciencia
colectiva, base del socialismo. Corolario por lógica formal: otros sectores
sociales, campesinos, artesanos, autónomos, etc., no podría "engendrar"
conciencia socialista, deberían ser "arrastrados" por el proletariado.
La disciplina fabril favorece la disciplina colectiva
La plusvalía, que expresa el concepto preciso de explotación,
diferenciado pero no antagónico al de opresión, produce una contradicción
innegociable puesto que la eliminación de la plusvalía solo es
posible con la eliminación del capitalismo..
La única clase explotada es el proletariado. Las demás clases
populares sufren la opresión. Las opresiones pueden ser negociables y
hasta resueltas sin cambiar el sistema. La explotación no puede resolverse
sin cambio revolucionario. Por lo tanto la única clase revolucionaria
tiene que ser la obrera.
La concentración posibilita el cambio de cantidad en calidad. El sujeto
proletario es el único sujeto posible con una contradicción irresoluble
que sólo puede resolverse por negación de los contrarios y el
devenir de un nuevo sujeto: la humanidad emancipada. La alienación del
trabajo asalariado, la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía,
niega el papel del trabajo como esencia y por ende cosifica el humano. Contradicción
también antagónica.
Con estas premisas, adoptadas como leyes objetivas inalterables, como supuestamente
lo era la ley de la gravedad, puede explicarse por qué los partidos comunistas,
la socialdemocracia y hasta populismos que abrevaban en la doctrina marxista,
aferrados a una teoría del progreso lineal, no comprendieran el fenómeno
social de los sesentas los cuales, excedieron en mucho los protagonista fabriles
y fueron liderados por vanguardias "pequeñoburguesas" radicalizadas.
(Oprimidas pero no explotadas) Puede observarse también que los jóvenes
obreros participaron más en carácter de ruptura cultural generacional
que en el de obreros y, en algunos aspectos tomaban contacto con el movimiento
hippie.
Porque a despecho de los presupuestos atribuidos a la conciencia, la concentración
fabril, la división del trabajo, la disciplina laboral, la cultura del
trabajo, apoyadas por el sistema educativo y los medios de comunicación,
impusieron las imágenes identificatorias de vida del orden burgués.
Ese orden burgués en épocas de expansión de mercados de
economías productivas, podía adaptar a sus necesidades un obrero
bien pago y con reconocimiento social para que cumpliera el rol de productor
y consumidor. A su vez ese obrero industrial bien pago, pero sobre todo reconocido
por su cultura laboral, orgulloso de su lugar en la sociedad moderna, en el
progreso de la humanidad, ignoró la alienación, ignoró
su propio carácter como mercancía y aceptó el modelo identificatorio
de la burguesía, aunque en muchos casos convencido que eso era la vía
al socialismo. Así puede decirse que la burguesía y el proletariado,
disputándose pacífica o violentamente la distribución de
la riqueza avanzaban, no obstante, juntos, aliados en la constitución
de la sociedad industrial. Las demás personas pertenecientes a otros
sectores sociales, muy numerosos, pero desperdigados y fuera de ese esquema,
los marginados, los campesinos (la producción rural no industrializada)
las mujeres no profesionales, las domésticas, los artistas, los pensadores
no orgánicos, los pequeños productores, los artesanos, los cuentapropistas,
los locos, los vagos, los díscolos, los delincuentes, constituían
una masa considerada parasitaria, en muchos casos mayoritaria, por un lado la
escoria social llamada "lumpenproletariado" y por otro restos de clases
precapitalistas que, como la nobleza (y la esclavitud, no olvidarlo) estaban
destinadas al "basurero de la historia". Esta es la cuota de humillación
del trabajo que el marxismo oficial debe asumir .
¿Y la tan mentada y ruidosa clase media? La llamada clase media no se define
ni por el lugar en la producción ni por el nivel de ingresos. La clase
media es una mentalidad. Exactamente esa mentalidad de identificación
con los ideales de vida burgueses adoptados y sostenidos por la propia clase
obrera. La clase media es "el hombre de la calle",. "la gente",
como se acostumbra a decir ahora. La clase media es el "hombre masa",
ese que se cree igual a todos y hace centro en los derechos individuales. Como
mentalidad, trasciende los estamentos y clases, la componen los obreros más
estables, profesionales, empleados públicos, docentes, vendedores ambulantes,
comerciantes en general, y sobre todo se autodefinen como modelo. En la actualidad
la clase media es una masa autoasumida como tal, como clase media, que forma
la mayoría de la población, principalmente asalariada, dependiente
o autónoma. Esta clase media no existía en tiempos en que Marx
desarrolló sus teorías y apenas si aparece algo difusa en los
textos clásicos, mezclada con la aristocracia obrera. Por lo tanto, para
el marxismo oficial no ha sido digna de estudio (no existía) con lo que
le dejó el campo libre a ese notable liberal que fue Ortega y Gasset.
.
La jerarquía laboral como injusticia social
Esa fue la etapa del capitalismo monopolista El orgullo por el trabajo, se superponía
con frecuencia a los intereses económicos y los empresarios lo alentaron
y aprovecharon eficazmente. Las ciencias sociales, salvo la psicología,
casi no lo registraron en sus macro estadísticas y mensuras impersonales.
. Sólo las vivencias "etnológicas" por así decirlo,
mostradas por algunos testimonios y por el arte la han documentado. Recuerdo
en mis años de sindicalismo, en una oportunidad que teníamos un
largo conflicto por el incremento del trabajo incentivado en una gran empresa
del grupo Techint. Había una gran combatividad y excelente disciplina
sindical. Sin embargo la empresa persistía en sus objetivos y hubo que
recurrir a las medidas de fuerza. Por ejemplo, trabajo a reglamento, a desgano,
disminuir la producción, lo cual se hacia inevitablemente a costa de
ingresos puesto que se perdían los incentivos. Ante esto alguien propuso
invertir la medida: mantener los niveles de producción que garantizaban
el cobro de los plus de incentivo pero desentendiéndose de la calidad.
La medida no pudo prosperar porque la mayoría de los obreros, entre quienes
me cuento, preferimos perder plata antes que elaborar un producto por debajo
de nuestras capacidades profesionales. Otro ejemplo es el de un soldador de
la industria naval que era el delegado de sección. En una muy violenta
discusión con el representante de la patronal, defendiendo un compañero
que padecía de alcoholismo. En un momento el ejecutivo le dice algo así
como: "Bueno, bueno, señor Lamela, Ud. habla así porque es
una persona de gran responsabilidad, uno de los mejores soldadores de la empresa,
una garantía para el trabajo, pero este muchacho que Ud defiende es poco
serio, bla, bla…" No puede decirse que el delegado dejó la defensa
del compañero, pero fue evidente el impacto de las palabras que se ajustaban
a sus concepciones con respecto al trabajo, de modo tal que perdió energías
en la discusión. Este delegado defendía al compañero por
que era su deber sindical, pero en el fondo lo repudiaba por "lumpen"
y compartía con el patrón el criterio de papel en la sociedad.
Desde luego, esta cultura del trabajo, esta manifestación de "seriedad"
o "responsabilidad" ese rechazo moralista al ocio como el peor de
los vicios, frente a tendencias "aventureras" de "lúmpenes"
y pequeñoburgueses disociadores - en el socialismo real se los llamaba
"inadaptados sociales" - era parte importante de las consideraciones
que signaban a la clase obrera como la única capaz de establecer y llevar
a la práctica los parámetros de la nueva sociedad. Y eso tenía
su lógica, sólo que hoy es evidente que dichas consideraciones
eran la expresión más avanzada de la moral burguesa de su época
de oro, la moral protestante, la sociedad eficiente, aséptica, económica,
sana, en donde el trabajo era la identidad, la esencia del hombre, no muy diferente
a la planteada por Tomás Moro en la novela "Utopía"
y el ocio el más grave de los pecados inmoralidades..
Uno de los problemas no menores de esta moral burguesa decimonónica adoptada
por el socialismo revolucionario y reformista es la jerarquización del
trabajo, la reducción en su importancia sólo a los productores
de "vanguardia", por así decirlo. En la Unión soviética
fue paradigmático. Apología del trabajo manual, del proletario,
pero siempre y cuando este sea un metalúrgico y sobre todo un tornero,
ajustador o matricero. Los pobres diablos que estaban obligados a conducir tranvías,
repartir correspondencia, barrer las calles, pintar paredes, limpiar vidrios,
cuidar niños o ancianos etc. eran categorías inferiores. . Ni
que decir la opinión social que merecía una mujer que aspirara
solo a ser madre y cuidar su prole. El obrerismo del marxismo ruso reconocía
el trabajo intelectual, después del manual y casi solo en su aspecto
científico, los académicos, y dentro de estos, los de ciencias
duras. Cierto es que se extendió el arte al alcance de las grandes masas.
Sin embargo, además de profesionalizado, es decir desnaturalizado, se
lo ubicaba en lugar subordinado y siempre ligado al mundo de la producción.
Estos criterios más el dogmatismo político engendraron el célebre
"realismo socialista" que no fue ni realismo ni socialista.
Merece la pena detenerse en el detalle de por qué se insistía
tanto en el metalúrgico. Por una serie de reflexiones que se puede parodiar
como un tratado de lógica formal: Socialismo es industrialización
más ideología; industrialización, para aquella etapa, era
siderurgia; Siderurgia implicaba desarrollo científico y obreros del
metal; ideología implicaba sujeto portador de la misma: el obrero industrial
y de este el metalúrgico y dentro del metalúrgico el tornero el
ajustador o el matricero El herrero, que en última instancia es el padre
de la metalurgia, pertenecía al precapitalismo, al basurero de la historia.
Conviene reiterar que para el mito del progreso la tendencia induatrializadora
sería irreversible y todos los sectores marginales desaparecerían.
A esa era se la ha llamado también "La cultura chimenea", porque
la fábrica ponía la impronta a la cultura. El conjunto de la sociedad
se ordenaba por la fábrica. Los trabajadores de cuellos blancos y servicios
en general, los docentes y hasta las organizaciones empresarias se organizaban
al modelo del sindicato obrero. Nótese que este se había disciplinado
por la fábrica. Ese parecía el último escalón del
capitalismo y para hacer el socialismo solo era cuestión de tomar el
poder entendiendo como poder sólo el aparato del estado.
Pero ocurrió lo que está ocurriendo: de pronto (como hemos visto
no tan de pronto) la industria se desconcentra, y los asalariados en forma de
cuentapropistas pasan a ser mayoría sin tener muy claro que son asalariados,
esclavos autónomos. El desempleo deja de ser, como había sido,
un contingente de personas no ocupadas más o menos controlable para regular
el salario con la oferta y demanda, para transformarse en estructural y creciente.
Los marginados no son ya el "lumpenproletariado" compuesto por inadaptados
sociales, sino los que "perdieron", los que "sobran", están
de más. Las profesiones deterioran su calidad por la interminable división
del trabajo en cientos de ridículas y alienantes, pero eficaces, subdivisiones.
Esta fragmentación establece especializaciones que requieren mucho menores
conocimientos que las anteriores pero que no se sabe bien por que misterioso
milagro, dejan la ilusión de una mayor capacitación o que hay
que ser más inteligentes para ejecutarlas. El mayor de los absurdos,
no sólo no resiste la evidencia práctica sino que tampoco resiste
la lógica. La informática ha simplificado geométricamente
la producción, por lo tanto las tareas son mucho más sencillas
y requieren menos inteligencia. Sin embargo el mito de la capacitación
como solución al problema del desempleo actúa como una eficaz
zanahoria delante del hocico. Una de las más burdas estafas. Ni siquiera
puede admitirse que es un error de apreciación, de cálculo, es
una grosera mentira. Porque la actual capacitación consiste en darle
al futuro empleado unas nociones técnicas sobre sus tareas específicas
pero lo fundamental es la preparación de tipo psicologico-social, por
así decirlo, para las nuevas relaciones laborales en la que prima la
competencia por sobre la cooperación. Cuando se afirma con total desparpajo,
que una persona adulta, a la que llaman "vieja", está demasiado
estructurada para aprender las nuevas técnicas, lo que se está
diciendo es que posee demasiados lastres de una conducta laboral histórica
que ay que destrozar. Dicho en criollo, son demasiado mañosos, para adaptarse
a las nuevas formas de explotación.. .
Aquí hay un aspecto muy importante en la relación trabajo y capital
que se oculta en la supuesta necesidad de capacitación. En pasado no
solo la concentración numérica era una de las armas importantes
de los trabajadores. También tenía enorme incidencia el caudal
de conocimientos que trabajador era portador, sea por transmisión generacional,
por escuelas o por la propia práctica industrial. En este juicio tiene
poco valor el grado de "alfabetización", aunque incide, el
valor esencial es lo que el cuerpo del trabajador poseía, no ya los meros
brazos portadores de la "fuerza de trabajo", sino lo que esos brazos
sabían hacer y no eran fácilmente reemplazables. Un herrero, carpintero,
tornero, matambrero, albañil, etc significaba años de "entrenamiento"
, como desdeñosamente la pedagogía norteamericana clasificaban
las virtudes manuales para diferenciarlas de los conocimientos "intelectuales".
Sin embargo ya Spinosa afirmaba que no es el cerebro el que piensa sino el cuerpo.
El propio Marx había dicho algo así como "el hombre piensa
porque tiene manos" No pocas huelgas se ganaron porque los trabajadores
de esas industrias eran difíciles de remplazar.
Desafortunadamente hasta los propios sindicatos suelen no tener en cuenta esto
y caer en la trampa de la supuesta capacitación como solucionadora del
desempleo. El sindicalismo, instrumento de la era industrial, organizado como
correspondía a aquellas pautas, o sea por rama de la industria, con sus
huestes acantonadas en el propio interior de las fabricas, se vuelve impotente
cuando los asalariados se dispersan en miles de domicilios y los concentrados
son cada vez menos numéricamente, menos capacitados, menos indispensables
a punto tal que ya son el componente más fácilmente renovable
del proceso productivo. . La huelga, como instrumento principal de lucha en
aquellos tiempos en que la mano de obra no era tan fácilmente renovable
, es hoy un arma mellada y no será posible concebir otras armas si no
se reconoce este cuadro de situación. Si no se reconoce que la organización
sindical tradicional es obsoleta para enfrentar la actual organización
del mundo patronal, los sindicatos están condenados a una creciente defensiva
sin posibilidades de retomar la ofensiva. Si la fabrica se ha descentralizado
y el capital se ha concentrado como nunca, habrá que pensar en una organización
sindical capaz de enfrentar este nuevo proceso. Pensar que quizás no
sirva más la organización piramidal concebida a la imagen de la
rama de la industria, sino tal vez en forma de red intentando una total concentración
de los objetivos comunes de todos los trabajadores, de todos, no de los "industriales"
de todos, sin excepción con una descentralización de las estructuras
que permitan actuar con eficacia en cada situación. No estoy proponiendo
nada concreto, porque no podría hacerlo desde este teclado. Simplemente
sugiero ejes posibles de debate para enfrentar los problemas concretos en situaciones
concretas.
Pero este enfrentamiento cotidiano a la explotación responderá
solo a la necesidad y no a la libertad si no va impregnado de una praxis liberadora.
Debe contener en cada particularidad su universal, su creación de legitima
igualdad. En esa búsqueda es fundamental una radical critica a la apología
del trabajo como "esencia", la que llevó a su odiosa jerarquización
y esta es fuente de desigualdad, casi tanto como la económica. El conocido
adagio "no solo de pan vive el hombre" no es una trivialidad. La sociedad
no es desigual solo por diferencias de ingresos económicos. Lo es también
por diferencias jerárquicas como lo era la sociedad medieval en donde
frecuentemente un noble poseía menos riquezas que un mercader y sin embargo
era socialmente superior. . Desde luego que la mayor parte de las veces esos
privilegios por categorías sociales van acompañados de ventajas
económicas y de este modo ambas categorías se interinfluyen. Y
así como el republicanismo burgués reprodujo los títulos
nobiliarios en los títulos académicos, el socialismo repite la
fórmula con las jerarquizaciones en el trabajo. Por eso es que aunque
se hubiera buscado y aplicado la igualdad en la distribución de recursos,
la sociedad socialista no podía ser igualitaria desde el punto de vista
de la emancipación humana
Es posible admitir cierta diferencia en los ingresos ya que no todas las personas
desean lo mismo ni tienen las mismas necesidades. Después de todo la
fórmula del comunismo era : "de cada cual según sus posibilidades
y a cada cual sus necesidades" El igualitarismo aritmético es una
expresión infantil de comunismo. Una persona come más que otra,
la que vive en el trópico necesita menos ropa o calefacción que
la que vive cerca de los polos y así hasta el infinito. Del mismo modo
el deseo laboral u ocupacional. ¿Quién dijo que a alguien no le puede
gustar más ser taxista que ingeniero o cuidar niños en vez de
diseñar muebles?. Alguien puede desear trabajar de tenedor de libros
porque es más aliviado físicamente que de albañil, mientras
otro quiere ser agricultor porque le gusta andar al sol.
El problema es que la desigualdad pasa por la jerarquizaron del trabajo. Si
cuidar niños tuviese la misma consideración social y humana que
diseñar edificios, ser docente, médico o decorador, etc., independientemente
de los ingresos en cada caso, no habría desigualdad sino diferencias
de lo múltiple.
Ahora bien, si seguimos adoptando la idea de un sujeto sustancial, es decir
el que surge de la práctica laboral, concretamente el proletario y a
la vez continuamos estableciendo las jerarquías señaladas en las
diversas actividades humanas, el comunismo sería un contrasentido, una
imposibilidad lógica: ayer en la sociedad soviética el tornero
era superior al barrendero; hoy lo sería el informático. Para
pensar la igualdad hay que pensar las personas en carácter de tales,
en el sentido del ser, de seres sociales. La persona es María o Luis,
tío, amigo, madre, padre, compañero, vecino. María trabaja
de psicóloga, no "es" psicóloga, trabaja como psicóloga
y "es" María. Luis trabaja de barrendero, no "es"
barrendero, "es" Luis Extraordinaria ventaja nos da nuestra lengua
que puede diferenciar el ser del estar. Porque deberíamos decir: María
"está" psicóloga, es lo que está haciendo solo
determinadas horas del día. ¿Nos hemos detenido alguna vez a observar
esta absurda paradoja? María, que seis horas de cinco días de
la semana trabaja de psicóloga, se encuentra en una reunión social
con Luis y dirá muy naturalmente yo "soy" psicóloga.
María regresa a su casa y todos los días limpia los baños,
cambia pañales a los niños, barre los pisos y lava la ropa, es
decir tareas muy parecidas a las de Luis. A su vez Luis, que todos los días
durante seis u ocho horas barre las calles, regresa a su casa y toca el clarinete,
pinta o cría palomas de raza. Pero en la reunión dirá a
su vez: "Yo "soy" barrendero". Por eso, la igualdad pasa
porque un barrendero tiene el mismo valor social que un psicólogo. En
todo caso seria materia de discusión su valor económico, si de
economía se tratase y en el sentido de cuánto cuesta a la comunidad
la formación profesional de una u otra actividad. Pero como personas,
como sujetos son iguales.
Sin embargo estas jerarquizaciones que criticamos no han sido caprichosas, provienen
de una jerarquización del conocimiento y la visión unidimensional
de la vida misma que se espanta ante lo múltiple, lo diferente y responde
con valorizaciones identificatorias. No acepta que Luis, el barrendero no es
"superior" ni "inferior" a María, es diferente. No
admite que una persona pueda sentirse bien con una actitud más contemplativa
ante las cosas, ante la vida, que otra que se sentirá bien en la investigación
a fondo. Son diferentes. Ambos incursionan por vías distintas en la conciencia
social. Porque Luis barrendero puede poseer conocimientos "mayores"
que los de María psicóloga o "menores", pues quien lo
dice. Lo que vale es Luis como sujeto constituyente de cada situación,
como persona, como ser social, fiel al deseo, fiel a la libertad.
La "subjetivación" del sujeto"
Podemos comprobar hoy que la posición de privilegios no pasa solo por
la acumulación de dinero sino también por la apropiación
del saber, por supuesto científico. Y precisamente el saber conlleva
apropiación de riquezas. Y no cabe dudas que es así. Ante esta
evidencia, surgen tendencias desde el movimiento emancipador, desde muchos pensadores
y sujetos sociales preocupados por la renovación del marxismo como teoría
de liberación, que proponen redirigir la lucha de clases hacia la disputa
de esos conocimientos. Se argumenta que, siendo hoy el conocimiento – el conocimiento
científico - el factor principal de producción de riqueza, los
detentores de dicho conocimiento serian el actual sujeto como ayer lo fue el
productor manual. Esta línea de pensamiento no logra superar la noción
de un sujeto sustancial, que deviene el desarrollo de las fuerzas productivas
y por lo tanto nos llevaría a un nuevo callejón sin salida.
En primer lugar porque este juicio habla de un "nuevo" productor de
conocimiento ignorando el insoslayable aporte del trabajador al conocimiento.
Conocimientos constituidos por saberes heredados o adquiridos, pero sobre todo
por la ejecución del único modo acabado de conocer: la investigación.
La investigación, sí, solo que en vez de un plan predeterminado
sobre una currícula teórica sé hacia sustancialmente en
el propio proceso de producción donde cada individuo, desde el ingeniero
jefe hasta el lingador, frecuentemente semianalfabeto, peón en la penúltima
escala del salario, aportaba su cuota experimental al progreso tecnológico.
Repito, porque es necesario detenerse en este punto. No hago hincapié
en el tornero, quien por saber dos o tres operaciones algebraicas que aprendió
en la escuela técnica o las saca directamente del manual, para calcular
los engranajes de una rosca pretende una "inteligencia" superior y.
está más cerca de nuestros actuales "trabajadores del conocimiento".
Hago hincapié exactamente en el peón, el menos calificado de los
obreros porque los saberes que él aporta aparentan ser los más
lejanos a los que producen la universidades. Me veo obligado a distraer al lector
con un ejemplo: Cuando la industria construye un puente grúa, por tomar
un caso, semejante maquinaria es diseñada por los ingenieros que extraen
sus conocimientos de los acumulados por todos los antecesores y aportan su creatividad
inventando algún nuevo modelo. Pero eso tiene que realizarse, tanto construirse
como probarse su uso. Hasta el fin de este proceso no puede decirse que se sabe.
Entre los problemas no menores a resolver, está la propia construcción,
de acuerdo a los recursos disponibles. El tablero de dibujo o la actual computadora
prevé todo lo previsible pero si hay creación hay elementos desconocidos,
hay algo no previsible, hay un nuevo saber que devendrá del enfrentamiento
experimental. Si se tratara de una pieza de cerámica, el diseñador
lo ejecutaría con sus propias manos y aun asi, estaría experimentando,
es decir diseñando, teorizando, hasta el acabado. Pero como se trata
de una obra colectiva hay que imaginarse centenares de manos que experimentan,
prueban, se equivocan, vuelven a probar, se golpean, se lastiman, salen callos…..
Y cuando decimos manos decimos cuerpos, no solamente una pretenciosa maquinilla
llamada cerebro. No son poco importantes en las fases constructiva de nuestro
ejemplo los momentos en que a esa monstruosa construcción prefabricada
hay que darla vuelta para trabajarla del otro lado. . Ello se lleva a cabo mediante
poderosas grúas y un observador superficial se quedará con la
boca abierta al ver como esas ingenios mecánicos hacen girar la bestia.
Sin embargo quien está en la intimidad de las operaciones sabe que en
esa delicada maniobra es tan grave la destreza del los gruistas como especialmente
la de los lingadores para hacer las ataduras en los sitios exactos. Un error
puede causar un desastre. Desde luego que un ingeniero dirige la maniobra y
se hace responsable (no siempre) pero este hombre le reza a San Ingeniero para
que no se vayan a equivocar los peones lingadores. Y también es cierto
que hay ingenieros que pueden realizar ellos mismos la maniobra, pero en ese
caso, tal conocimiento no provino del análisis lógico previsible
sino de haber puesto y poner el cuerpo en la tarea..
¿Y qué conocimientos tan irremplazables posee el lingador? ¿En qué
escuela los aprendió? ¿ Por qué ni el ingeniero ni nuestro orgulloso
tornero lo pueden reemplazar? Porque este hombre posee el conocimiento del cuerpo
que piensa. Porque ha ido experimentando y experimenta tanto en forma directa
como indirecta. Es decir, no por casualidad los mejores lingadores venían
del campo, de tareas agropecuarias y traían una serie de saberes impregnados
en el cuerpo constituidos como teoría no "racional" por así
decirlo, que los hacia más aptos para esa tarea. Por algo había
lingadores buenos y malos. Sin embargo ni la patronal ni los sindicatos, dirigidos
la más de las veces por obreros "calificados" se preocuparon
demasiado por una compensación económica acorde. Si a esto le
agregamos que por lo general estos operarios eran "cabecitas" cualquier
argentino sano comprenderá de inmediato..
Desde luego, durante el auge industrial y el éxodo del campo a la ciudad,
sobraban campesinos para hacer de lingadores y escaseaban los torneros y en
ello radica la descalificación de la tarea. Por raro que parezca y por
más que se crea un exabrupto, pensemos que no es muy diferente que en
la actualidad. Sobran las personas con estudios terciarios de modo tal que se
los puede entrenar en dos meses para hacer cualquier tarea productiva que dependa
de la informática. Por lo tanto las calificaciones no están dadas,
nunca los estuvieron, por la índole intrínseca de las especializaciones,
por la densidad y profundidad de los saberes y conocimientos, por el esfuerzo
que significa cada adquisición de los mismos, (quemarse las pestañas,
horas de culo en la silla, y bla, bla, bla) como suele repetirse sin ton ni
son, sino por una cuestión de oferta y demanda. Hoy un ingeniero civil
maneja un taxi porque hay un arquitecto que hace su trabajo mientras un publicista
realiza tareas de arquitectura.
Como queda dicho, una nueva teoría del sujeto que mantenga el criterio
sustancial, necesario, inmanente del desarrollo de las fuerzas productivas,
ahora llamado "trabajador intelectual", nos llevará a un nuevo
callejón sin salida. Si ello se complementa con el criterio cientificista
de un sujeto investigador separado del objeto de investigación, actuando
impunemente, sin poner el cuerpo, ajeno a toda ética que no sea la "objetividad"
del objeto de su estudio, sin involucrarse como constituyente en el problema,
la encerrona histórica será completa.
Es imprescindible hacer un replanteo radical de la teoría del conocimiento
lo que nos posibilitará una lectura creativa, superadora de la relación
entre trabajo intelectual y manual, entre teoría y práctica. Tales
divisiones existen sólo en la abstracción del análisis.
El pensamiento racionalista pone el cenit en el análisis. El criterio
empirista lo pone en la práctica. Y ambos procesos parecieran marchan
separados suscitando interminables discusiones que recuerdan el asunto de la
gallina y el huevo. Ahora se habla, cosa que no es nueva, de una "práctica
teórica" y de allí estos hipotéticos nuevos sujetos
sociales, los trabajadores del conocimiento.
Hay que salir de la trampa teoría-práctica, desactivar ese enciclopedismo
que parece creer que conocimientos acumulados por la memoria, la escritura,
el disquete o el disco rígido es la teoría. Esa acumulación
es información que a veces nos informan sobre teoría y establecen
lo que suele llamarse epistemología, gran palabra esta que con solo pronunciarla
se terminan las discusiones. La absolutización del papel rector del cerebro
como órgano del pensamiento y de todas las conductas humanas. Entender
que por muy buena receta que nos den, por inteligente que seamos, para hacer
un buen plato hay que quemar varios intentos.
Y en ese "quemar" está el quid de la cuestión. Porque
de eso se trata, de "quemar" y sobre todo de "quemarse".
Esa es la historia de la propia ciencia reconocida por los verdaderos científicos
y no estos arrogantes "cientistas", creadores de la vaca loca y los
"efectos no deseados", aprendices de brujos, sin el espíritu
libertario de las brujas medievales, embriagados de soberbia que imaginan dominar
el mundo por medio del análisis lógico previsible. . Por más
promesas que nos hicieron los tecnócratas, desde Descartes en adelante,
la razón no puede adelantarse a la experiencia, la razón marcha
con la experiencia y a esa identidad le llamamos praxis. Así lo ha pagado
la historia de la humanidad y, en nuestra búsqueda de la esencia a través
de la existencia, estamos dispuestos a seguir pagando el precio de la aventura
de comer del árbol del conocimiento. Repito, estamos dispuestos a seguir
pagando pero a condición de blanquear la situación, de un sinceramiento,
un "así son las cosas". No actuamos desde afuera, estamos involucrados
porque somos constituyentes de la situación, incluso, parafraseando a
Sartre, a pesar nuestro.
Es imprescindible sacudirnos de este equívoco en que nos metió
la modernidad, particularmente durante la primera revolución industrial,
mejor dicho su lectura iluminista, en donde creímos que el cerebro privilegiado
de los James Watt, Juan Gutemberg o Jorge Stepensson fueron los milagrosos creadores.
Y no lo tomo al azar, la máquina de vapor fue concebida muchísimo
antes por Papín, un francés y no pudo llevarse a cabo porque en
toda Francia no había un herrero capaz de construir el émbolo
y el pistón con la precisión necesaria. Fueron los herreros de
la más desarrollada Inglaterra quienes lo pudieron hacer y Watt se llevó
la primicia.
Esta propuesta de un sujeto en base al productor de conocimientos establecería
en segundo lugar una mayor y más odiosa división social entre
"sabihondos" y "suicidas". En el mejor de los casos, un
paternalismo por parte de los que posean el privilegio educativo formativo o
especiales aptitudes para las ciencias sobre quienes no los posean; los primeros
estarán destinados a dirigir a los segundos. Aun suponiendo que se hiciera
la gran revolución, ultra radical y socialista que eliminara el trabajo
asalariado y la propiedad privada de los bienes de producción, se establecería
un nuevo tipo de clasismo entre los que saben y los que no saben.
Por eso es que ha llegado el momento de reformular el concepto e sujeto encontrando
los fundamentos teóricos para actuar sobre las situaciones concretas
ejercitando una crítica radical a toda la cultura del trabajo. No para
negar el papel de esta vital actividad humana sino para intentar ubicarla en
su justa posición junto a otras manifestaciones vitales del ser humano
aunque no se dirijan a la satisfacción de las necesidades biológicas.
El arte, el placer y el juego.
Y dejamos para lo ultimo algunas precisiones por no decir definiciones. Es obvio
que cualquier actividad requiere "trabajo", La primera de todas el
arte. Pero aquí hemos hablado del trabajo que responde a enfrentar la
necesidad de la vida "biológica" Y esto no es una redundancia
puesto que la vida humana excede la necesidad biológica. En tal prosecución
el trabajo ha sido una maldición, una pesada carga que arrastra la humanidad
desde el inicio de la civilización, la que ha costado sudor, lágrimas
y sangre……pero no para todos. Después de ese larguísimo camino
la capacidad de la tecnología permitiría satisfacer las necesidades
vitales con poco esfuerzo humano suponiendo una sociedad igualitaria y con una
revolución en los hábitos de consumo. . Pero de todos modos hay
- y probablemente habrá siempre - tareas desagradables, que nadie o casi
nadie desea hacer. Para ello no hay solución teórica la vista,
la experimentación social será el camino de la solución
en la medida que nos desprendamos de prejuicios jerárquicos. Podemos
imaginar que todas las personas de la comunidad deberán aportar un tiempo
de " trabajo social" por así llamarlo, del mismo modo que en
ciertas culturas antiguas se trabajaba para el estado o como hoy en día
se pagan los impuestos.
Será como habrá de ser, en todo caso es futuro y lo escrito en
el párrafo anterior es pura imaginación solo para mostrar que
es posible pensar de otra manera de la que nos ha impuesto la razón de
la modernidad. Si es así, no podré ser acusado de "pecado
de lesa idealismo" al sugerir un sujeto no por su "base material"
por su estática sustancia social, sino por su existencia, por su praxis
social en situación concreta, por su subjetividad enfrentada a la alienación
del papel en la producción. Ciertamente las ciencias sociales no han
logrado todavía de sistematizar un pensamiento en esa dirección
a pesar de que la vida misma está sembrada de ejemplos de prácticas
explorativas en tal sentido por sobre la conciencia de sus protagonista.
Por suerte la política como arte y el propio arte no se amilana y, pegados
a la vida misma, enfrentan la incertidumbre con la convicción con alentadores
resultados. Si nos salimos de la política espectáculo y nos introducimos
en la sociedad profunda contactaremos este tipo de política que propiciamos.
En el cine: "El tren de la vida", "Tierra y Libertad", "La
mirada de Ulises", en la novela: "Mascaró" de Haroldo
Conti, "La Caverna" de José Saramago. Lástima que para
el pensamiento racionalista el arte aparezca también en el reino de la
necesidad y no en el reino de la libertad.
Yo aprendí más sobre lo que es la sociedad
burguesa, el capitalismo, etc., leyendo las novelas de Balzac que con el conjunto
de los historiadores, economistas e investigadores de estadísticas profesionales
de su época. (Federico Engels)