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              La cultura del miedo
               
              21 de marzo de 2001 
Este 
              ensayo es la introducción de "Colombia: La Democracia Genocida", 
              volumen de 125 páginas, escrito por Javier Giraldo S. J., 
              en 1996. Dos hechos debieran resonar en la conciencia de los estadounidenses, 
              en su lectura de la documentación del Padre Giraldo, acerca 
              del reino de terror en el que se vio sumida Colombia durante la 
              "Guerra Sucia" perpetrada por las fuerzas de seguridad del estado 
              y sus paramilitares asociados, desde principios de los años 
              80. El primero es que la "Democra-tadura" de Colombia, como Eduardo 
              Galeano denomina el actual laberinto de formas democráticas 
              y terror totalitario, ha pasado a encabezar el índice de 
              vulneración de los derechos humanos en todo el hemisferio, 
              en los últimos años, lo cual es sin duda toda una 
              proeza, vista la competencia. El segundo es que Colombia ha contado 
              para sus crímenes con ciertos cómplices, de entre 
              los cuales, el gobierno de EE.UU. se lleva la palma, si bien, Gran 
              Bretaña, Israel, Alemania y demás han colaborado en 
              el adiestramiento y el aprovisionamiento de armas a los asesinos 
              y torturadores que forman la red de terratenientes narco-militares 
              que gestiona la "estabilidad" de un país rico en promesas, 
              que se tornan en pesadilla para mucha gente. En julio de 1989, el 
              Departamento de Estado de EE.UU.A. anunciaba sus planes de subvencionar 
              la venta de armamento militar a Colombia con supuestos "fines contra 
              el narcotráfico". La venta se "justificaba" en el hecho de 
              que "Colombia cuenta con una forma de gobierno democrático 
              que no presenta indicios permanentes de violación de derechos 
              humanos reconocidos universalmente.
              Unos 
              meses antes, la Comisión de Justicia y Paz, presidida por 
              el Padre Giraldo, hacía público un informe documentando 
              las atrocidades cometidas en el primer semestre de 1988, que incluían 
              3000 asesinatos de carácter político y 273 campañas 
              de "aniquilación social". El peaje humano era de ocho asesinatos 
              políticos al día, de los cuales siete personas eran 
              asesinadas en sus propios hogares o en plena calle y una desaparecía. 
              En su alusión a este informe, la Oficina de Asuntos Latinoamericanos 
              en Washington (WOLA) añadía que "la gran mayoría 
              de los desaparecidos en los últimos años son organizadores 
              de base social, campesinos y dirigentes sindicales, militantes de 
              izquierda y activistas pro derechos humanos y demás actores 
              sociales", un total de más de 1.500 personas, en el momento 
              en el que el Departamento de Estado elogiaba a voces la democracia 
              Colombiana y su consideración por los derechos humanos. Durante 
              la campaña electoral de 1988, 19 de los 87 candidatos a alcalde 
              del único partido político independiente, el UP, fueron 
              asesinados, junto con más de 100 del resto de sus candidatos. 
              La Organización Central de Trabajadores, coalición 
              de sindicatos instituida en 1986, había perdido ya a más 
              de 230 de sus miembros afiliados, quienes aparecían muertos 
              tras haber sido salvajemente torturados. Pero el "sistema de gobierno 
              democrático" colombiano salía airoso, sin tacha ni 
              "indicios consistentes de graves violaciones" de derechos humanos. 
              Para cuando el Departamento de Estado de los EEUUA publicara su 
              informe, los tan encomiables métodos, según el informe, 
              se llevaban a la práctica con extraordinaria eficacia. El 
              índice de asesinatos políticos entre 1988 y 1989 ascendía 
              a 11 personas al día, según un informe de la sucursal 
              colombiana de la Comisión de Juristas Andinos. Entre 1988 
              y principios de 1992, 9.500 personas resultaban asesinadas por motivos 
              políticos, 830 personas desaparecían y se perpetraban 
              313 matanzas (1988-1990) de campesinos y gente humilde.
              A lo largo de todos estos años las principales víctimas 
              del terrorismo de estado han sido, cómo no, los campesinos. 
              En 1988 las organizaciones sociales de uno de sus departamentos 
              sureños denunciaban una "campaña de aniquilación 
              total y tierra quemada, al estilo Vietnam," llevada a cabo del modo 
              más vil por las fuerzas del ejército, "aniquilando 
              a hombres, mujeres, ancianos y niños. Hogares y cosechas 
              eran arrasadas y los campesinos eran expulsados de sus propias tierras." 
              También fue en 1998 cuando el gobierno de Colombia estableciera 
              un nuevo régimen judicial llamando a la "guerra sin cuartel 
              al enemigo interno," autorizando la "máxima criminalización 
              de toda suerte de oposición social y política," según 
              un informe Europeo - Latino Americano presentado en Bruselas, en 
              el que se examinaba la "consolidación del terrorismo de estado 
              en Colombia". Cuando se hizo público el informe del Departamento 
              de. Estado Norteamericano, un año después de estos 
              sucesos, el Ministro de Defensa colombiano reincidía en la 
              doctrina de la "guerra sin cuartel" desde todos los poderes del 
              estado "en el ámbito político, económico y 
              social". La Guerrilla era el objetivo oficial, pero como ya observara 
              un alto mando militar en 1987, sus organizaciones eran de escasa 
              importancia: "el peligro real," explicaba, es "lo que los insurgentes 
              han venido a denominar la "guerra política y psicológica," 
              sus esfuerzos por "controlar a los agentes sociales" y la "manipulación 
              de masas". Los "rebeldes" buscan influencia en los sindicatos, las 
              universidades, los medios de comunicación y un largo etcétera, 
              y el gobierno debe atajar esta "guerra" con su propia "guerra sin 
              cuartel en el ámbito político, económico y 
              social." Vista la doctrina y la práctica, el estudio de Bruselas 
              concluye, con los pies en el suelo, que el "enemigo interno" del 
              aparato terrorista del gobierno se extiende a "organizaciones laborales, 
              movimientos populares, organizaciones colectivas indígenas, 
              partidos políticos de oposición, organizaciones agrarias, 
              sectores intelectuales, corrientes religiosas, colectivos de jóvenes 
              y estudiantes, comunidades de vecinos," de hecho, cualquier sector 
              o colectivo susceptible de verse indeseablemente influenciado. "Todo 
              individuo que, de una u otra forma, comulgue con los objetivos del 
              enemigo debe ser considerado un traidor y tratado como tal," según 
              un manual militar colombiano. El manual data de 1963. Por aquel 
              entonces, la violencia en Colombia se veía "exacerbada por 
              factores externos", escribía el Presidente de la Comisión 
              Permanente de Derechos Humanos colombiana y antiguo Ministro de 
              Asuntos Exteriores, Alfredo Vásquez Carrizosa, unos años 
              atrás, en un repaso de sus consecuencias. "Durante el mandato 
              de Kennedy," continuaba, Washington " se las ingenió para 
              transformar nuestros ejércitos regulares en brigadas de contrainsugencia, 
              integrando la nueva táctica de los escuadrones de la muerte." 
              Estas iniciativas "indujeron a lo que actualmente se conoce en América 
              Latina como la "doctrina de la Seguridad Nacional,... no un sistema 
              de defensa contra el enemigo externo, sino el medio de hacer de 
              la institución militar amo y señor de la jugada... 
              [con] derecho a actuar contra el enemigo interno, doctrina introducida 
              por Brasil y adoptada en Colombia: es el derecho de maniobra y aniquilación 
              de los agentes sociales, miembros de sindicatos, hombres y mujeres 
              que no apoyan el sistema y son, por tanto, extremistas comunistas." 
              La "Guerra Sucia" se potenció a principios de los años 
              80 -- no sólo en Colombia -- conforme la administración 
              Reagan fue extendiendo sus programas por toda la región, 
              dejándola devastada y repleta de cientos de miles de cadáveres 
              de personas torturadas y mutiladas, que cabe no apoyaran lo suficiente 
              al sistema o, incluso, estuvieran bajo la influencia de los "subversivos." 
              Los norteamericanos no debieran permitirse el lujo de olvidar los 
              orígenes de la doctrina de Brasil, la de Argentina, la de 
              Uruguay, la de Colombia," y algunas otras. Fueron diseñadas 
              y aplicadas por alumnos adiestrados y equipados aquí mismo. 
              Las nociones básicas provienen de los manuales norteamericanos 
              de contrainsurgencia y "conflictos de baja intensidad".
              Estos tecnicismos son simples eufemismos del terrorismo de estado, 
              práctica ampliamente extendida en América Latina. 
              Cuando el Arzobispo Oscar Romero se dirigió por escrito al 
              Presidente Carter en 1980, poco antes de su asesinato, pidiéndole 
              en vano que pusiera fin al apoyo de E.U.A. los estados terroristas, 
              éste comunicaba al rector de la Universidad Jesuita, Padre 
              Ignacio Ellacuria, que se veía atado al "nuevo concepto de 
              estrategia de guerra especial, la cual consistía en la supresión 
              de cualquier intento de organización popular bajo acusación 
              de Comunismo o terrorismo..." De modo que el Padre Ellacuria informaba, 
              poco antes de ser asesinado por la misma mano negra, una década 
              más tarde, que los hechos revestían la década 
              asesina de un simbolismo tan espeluznante como eficaz.
              "Estos agentes terroristas del estado reciben adiestramiento de 
              EE.UU. para garantizar su debida asimilación y orientación 
              para con los objetivos norteamericanos", comunicaba el Secretario 
              de Defensa Robert McNamara al Asesor del Consejo de Seguridad Nacional, 
              McGeorge Bundy en 1965. Este es un asunto de particular relevancia 
              "en el ámbito cultural de la América Latina, donde 
              se reconoce al ejército el poder de destituir a los gobernantes 
              de sus cargos, si, a juicio de los militares, su conducta es injuriosa 
              para con el bienestar de la nación. Es derecho del ejército, 
              y de aquellos que se encargan de proporcionarle la debida orientación, 
              el privilegio de determinar el bienestar de la nación, y 
              no de las bestias de carga que duramente trabajan, sufren y mueren 
              en sus propias tierras.
              Cuando el 
              Departamento de Estado hizo público el envío de una 
              nueva remesa de armamento como recompensa a los logros de Colombia 
              en el terreno de los derechos humanos y la democracia, sin duda 
              tenía acceso al historial de atrocidades recopilado por la 
              principal organización pro Derechos Humanos en Colombia. 
              Tenía pleno conocimiento del papel de los EE.UU. en la implantación 
              y el respaldo de un régimen de terror y opresión. 
              El ejemplo, desgraciadamente, sigue un típico patrón 
              que apenas varía, además de ser perfectamente verificable. 
              Conforme la "Guerra Sucia" de la década de 1980 fue alcanzando 
              su cada vez más fatídico peaje en vidas humanas, los 
              EE.UU.A. fueron estrechando su colaboración. Entre 1984 y 
              1992, 6.844 soldados del ejército colombiano eran adiestrados 
              bajo el auspicio del Programa Internacional de Adiestramiento Militar 
              estadounidense. Más de 2.000 colombianos eran adiestrados 
              entre 1990 y 1992, periodo en el que la violencia alcanzaba niveles 
              sin precedentes", bajo la presidencia de César Gaviria, según 
              informes de la Oficina de Asuntos Latinoamericanos de Washington, 
              corroborando las conclusiones de diversos observatorios internacionales 
              pro Derechos Humanos. El presidente Gaviria era un predilecto de 
              Washington tan admirado que la administración Clinton lo 
              impuso como Secretario General de la Organización de Estados 
              Americanos, en un juego de poder que suscitó gran resentimiento. 
              " [Gaviria] Ha mostrado una gran visión de futuro en la creación 
              de instituciones democráticas en un país en el que, 
              en ocasiones, resulta peligroso hacerlo," manifestaba un representante 
              de OAS -- sin ahondar, no obstante, en la causalidad del "peligro". 
              El programa de adiestramiento dirigido a los oficiales del ejército 
              colombiano es el más importante de todo el hemisferio, y 
              la ayuda militar que proporciona EE.UU. a Colombia actualmente constituye 
              la mitad del total destinado al hemisferio. Y se ha incrementado 
              con Clinton, según un informe de Human Rights Watch, que 
              añade que planeaba incrementar su capacidad de emergencia 
              de endeudamiento ante la eventualidad de que el Pentágono 
              pudiera resultar insuficiente dada la necesidad de incremento. La 
              tapadera oficial para la colaboración en el delito es "la 
              guerra contra los grupos insurgentes y los narcotraficantes". En 
              su informe de nuevas ventas de armamento de 1989, el Departamento 
              de Estado se basaba en sus propios informes sobre los Derechos Humanos, 
              en los el monopolio de la violencia se atribuía a los grupos 
              insurgentes y a los narcotraficantes. Así es como EE.UU. 
              "justificaba" su suministro de equipamiento y adiestramiento militar 
              a los torturadores y exterminadores de masas. Un mes más 
              tarde, George Bush anunciaba el mayor envío de armamento 
              jamás autorizado, en virtud de las disposiciones de emergencia 
              contempladas en la Ley de Ayuda Internacional. El destinatario de 
              las armas, no obstante, no era la Policía Nacional, actual 
              responsable de la práctica totalidad de las operaciones contra 
              el narcotráfico, sino el ejército. Los helicópteros 
              y los aviones de transporte, como ya se apuntara en el momento, 
              son inútiles en la guerra contra las drogas, aunque, no para 
              otras finalidades. Los grupos pro Derechos Humanos puntualmente 
              informaban del bombardeo de aldeas y demás barbaries. Resulta 
              insólito también que Washington no estuviera al corriente 
              de que las fuerzas de seguridad a las que apoyaba estuvieran estrechamente 
              implicadas en operaciones de narcotráfico, y, textualmente, 
              como claramente reconocen sus líderes, el objetivo fuera 
              el "enemigo interno", susceptible de apoyar o, de una u otra forma, 
              dejarse influir por los "subversivos".
              En una conferencia sobre el terrorismo de estado organizada por 
              los Jesuitas en El Salvador y celebrada en enero de 1994, se advertía 
              de a la "pertinencia de investigar... el peso que la cultura del 
              terror ha tenido en la domesticación de las expectativas 
              de la mayoría con respecto a alternativas que no fueran las 
              de los poderosos." Este es el punto crucial, cuando tales métodos 
              se emplean para subyugar al "enemigo interno." La física 
              israelí Ruchma Marton, quien forma parte de la vanguardia 
              en la investigación de los métodos de tortura empleados 
              por las fuerzas de seguridad de su propio país, apunta a 
              que, dado que las confesiones obtenidas bajo tortura carecen de 
              valor, el verdadero propósito de la tortura no es la confesión, 
              sino que es más bien el silencio, "el silencio inducido por 
              el miedo." "El miedo es contagioso," proseguía, "y se extiende 
              a los demás miembros del grupo oprimido, silenciándolos, 
              paralizándolos. La inducción al silencio mediante 
              el suplicio es el verdadero objetivo de la tortura, en su sentido 
              más profundo y fundamental." Lo mismo atañe a todos 
              los demás aspectos de las doctrinas que han sido urdidas 
              y aplicadas, con o sin orientación y apoyo, a base de una 
              serie de procedimientos fraudulentos. La imposición del silencio 
              del enemigo interno es vital en las democracia-duras que la política 
              de Estados Unidos de América pretende imponer en sus dominios, 
              desde que "asumiera, en base a sus propios intereses, la responsabilidad 
              del bienestar del sistema capitalista mundial", según profería 
              el diplomático e ilustre historiador de la CIA Gerald Haines, 
              en un debate sobre la invasión norteamericana de Brasil en 
              1945 -- e incluso antes, lo cual habría de tener también 
              importante repercusión interna. Es vital imponer el silencio, 
              máxime, en la región donde se dan las mayores desigualdades 
              del mundo, gracias, en gran medida, a las políticas de la 
              superpotencia que prácticamente la controla. Es necesario 
              imponer el silencio y hacer que cunda el pánico en países 
              como Colombia, donde el selecto 3% de la elite posee más 
              del 70% de la tierra cultivable, mientras el 57% de los campesinos 
              más pobres subsisten con el 3% --, en un país donde 
              el 40% de la población vive en la "más extrema pobreza", 
              incapacitado para cubrir sus necesidades de subsistencia más 
              básicas, a tenor de un informe oficial del gobierno de 1986, 
              y el 18% de sus gentes vive en la "absoluta miseria" sin posibilidad 
              de satisfacer sus necesidades básicas de nutrición. 
              El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar calcula que cuatro 
              millones y medio de niños menores de 14 años, la mitad 
              de los niños del país, son pasto del hambre. Recordemos 
              que se trata de un país de enorme potencial y recursos, que 
              cuenta con "una de las economías más saludables y 
              florecientes de América Latina," según aseguraba el 
              experto en la materia, John Martz, en Current History, loando este 
              triunfo del capitalismo en una sociedad con "estructuras democráticas", 
              que, al margen de sus inevitables defectos, figura entre los más 
              consolidados del continente," modelo de "una bien instituida estabilidad 
              política" --, conclusiones que no resultarían desacertadas, 
              si no fuera por el sentido que se les pretende dar.
              Los efectos 
              del adiestramiento y la venta de armamento de EE.UU. no se limitan 
              a Colombia. El historial de los horrores está plagado. En 
              el diario Jesuita América, el Reverendo Daniel Santiago, 
              sacerdote radicado en El Salvador, informaba en 1990 de la historia 
              de una campesina que, un día, al llegar a casa, se encontró 
              a su madre, hermana y tres hijos sentados alrededor de una mesa, 
              en la que sus cabezas seccionadas yacían frente a sus mutilados 
              cuerpos y sus manos colocadas sobre sus propias cabezas, "cual si 
              estuvieran dándose palmaditas." A los asesinos de la Guardia 
              Nacional Salvadoreña les había resultado difícil 
              conseguir que las manos del bebe de 18 meses se mantuvieran en su 
              sitio, de modo que las habían clavado en su cabeza. Un enrome 
              cuenco de plástico repleto de sangre presidía el centro 
              de la mesa. Dos años antes, el grupo salvadoreño pro 
              Derechos Humanos, que se mantenía al pié del cañón 
              pese al asesinato de sus fundadores y directores informaba de la 
              aparición de 13 cadáveres en las dos semanas siguientes, 
              de los que la mayoría presentaba signos de tortura y entre 
              las que se hallaban dos mujeres que habían sido colgadas 
              del pelo a un árbol, siéndoles seccionados sus pechos, 
              y sus rostros pintados de rojo. Los hallazgos son el pan de cada 
              día, pero el momento resultaba significativo puesto que Washington 
              se hallaba a punto de concluir con éxito la cínica 
              exención de sus criminales clientes de los términos 
              de los acuerdos de paz de Centro América, proclamando la 
              "justicia, la libertad y la democracia" imperante, "el respeto por 
              los derechos humanos," y las garantías de "integridad e inviolabilidad 
              de toda forma de vida y libertad." El historial es interminable 
              e interminablemente asolador. Tan macabras escenas, raramente reflejadas 
              en la prensa convencional de los EE.UU., están diseñadas 
              para la intimidación. Más adelante Santiago describe 
              que "los escuadrones de la muerte no sólo asesinan a la gente 
              -- la decapitan y luego los empalan en altas estacas que luego utilizan 
              para ornamentar el panorama. La Guardia del Tesoro Salvadoreño 
              no se contenta con destripar a los hombres, sino que tiene que seccionar 
              sus genitales y rellenar con ellos sus bocas. La Guardia Nacional 
              no sólo viola a las mujeres salvadoreñas, sino que 
              les extrae sus úteros y los utiliza para cubrir sus rostros. 
              No les es suficiente con asesinar a los niños, los arrastran 
              sobre alambre espinoso hasta que se les desprende la carne de sus 
              huesos, mientras sus padres son obligados a presenciarlo. La estética 
              del terror en El Salvador es religiosa. El propósito es asegurarse 
              de que el individuo quede totalmente subordinado a los intereses 
              de la Madre Patria, razón por la que, en ocasiones, los escuadrones 
              de la muerte son denominados por el partido gobernante, ARENA, "Ejércitos 
              de Salvación Nacional". Lo mismo ocurre en la vecina Guatemala. 
              En la tradicional "cultura del miedo", el experto en asuntos latinoamericanos 
              Piero Gleijeses escribía, "la paz y el orden se garantizaban 
              mediante una feroz represión, y, sus coetáneos, siguen 
              el mismo curso: "Al igual que a los indios se les tildó de 
              bestias salvajes para justificar su explotación, también 
              los grupos sociales son tachados de terroristas, traficantes de 
              drogas o como quiera que sea el término artístico 
              actual. La razón fundamental, no obstante, sigue siendo la 
              misma: las bestias salvajes pueden caer bajo la influencia de los 
              "subversivos" que cuestionan el régimen de injusticia, opresión 
              y terror, que debe reinar al servicio de los intereses de los inversores 
              extranjeros y de los privilegios nacionales.
              Durante estos espeluznantes años, no ha habido nada tan inspirador 
              como el coraje y la dedicación de todos aquellos que han 
              luchado por superar la cultura del miedo en sus atormentados países. 
              En el camino han caído abatidas las voces de las víctimas 
              silenciadas por el poderoso -- un crimen tras otro. Pero han recogido 
              el testigo de la lucha y la excelente labor del Padre Giraldo, cuyas 
              elocuentes palabras no sólo debieran servirnos de aliento, 
              sino de fuerza de inspiración para actuar y poner fin a estos 
              actos de terror en la medida de lo posible. Su testimonio aquí 
              constituye una "urgente petición". Debiera hallar una respuesta, 
              pero no ha de quedar sólo en eso, porque nuestras responsabilidades 
              van mucho más allá. El destino de los colombianos 
              y de mucha otra gente depende de nuestra disposición y capacidad 
              para reconocer y atajar este tipo de actuaciones.
               
              Noam Chomsky
              Cambridge, MA
              Mayo de 1995
La versión inglesa 
              de Colombia: La Democracia Genocida está disponible en la 
              Editorial de Common Courage Press, PO Box 702, Momroe, ME 04951. 
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              Sections y The Parecom Site. [http://www.zmag.org]
              "El poder no concede nada sin previa reivindicación. Nunca 
              lo ha hecho y jamás lo hará. Los límites de 
              los tiranos los fija la capacidad de aguante de aquellos a los que 
              oprime."
              Frederick Douglas, 1844
               Por Noan Chomski
              ZNet
              Traducido por Jain Alkorta y revisado por Deborah Gil, marzo de 
              2001