País Vasco
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Iñaki Gil de San Vicente
«El marxismo, la menos dogmática y la menos formal de las doctrinas, en cuyo
marco de generalizaciones resaltan la carne viva y la sangre caliente de las
luchas sociales y de sus pasiones.»
Trotsky 1915
«Es cierto que prever significa únicamente ver claro el presente y el pasado en
tanto que movimiento. Ver claro: esto es, identificar con exactitud los
elementos fundamentales y permanentes del proceso. Pero es absurdo pensar en una
previsión puramente "objetiva" (…) Sólo aquél que quiere con fuerza identifica
los elementos necesarios para la realización de su voluntad.»
Gramsci 1924
«Ellos lucharon, fracasaron, lucharon de nuevo, fracasaron de nuevo, volvieron a
luchar; acumularon una experiencia de 109 años, una experiencia de centenares de
luchas, grandes y pequeñas, militares y políticas, económicas y culturales, con
o sin derramamiento de sangre, y sólo entonces obtuvieron la victoria
fundamental de hoy. Estas son las condiciones morales, sin las cuales la
revolución no habría podido triunfar.»
Mao 1949
El comunicado de ETA del pasado jueves 20 de octubre, que anunciaba el cese
definitivo de su accionar armado, confirma de nuevo que ETA es una organización
política clandestina que por circunstancias obvias se vio en la necesidad de
recurrir a la violencia defensiva táctica, a la lucha armada. Que ETA es una
organización política ha sido reconocido por comentaristas españoles y por los
sucesivos gobiernos del Estado español que han conversado y negociado con ella.
Se ha reconocido también que su influencia política no ha desaparecido en los
momentos de tregua o de cualquier otra forma de cese transitorio de su acción
armada, sino que se ha plasmado de otra manera, con otras expresiones. La
naturaleza política de ETA se inscribe de pleno dentro de la tradición marxista
que siempre ha insistido en la dialéctica entre los objetivos históricos, la
estrategia adecuada para alcanzarlos en cada fase y contexto de lucha, y las
adecuaciones tácticas que deben implementarse dentro de la estrategia según
varían las coyunturas y circunstancias. No sólo la larga historia de ETA sino
también la corta historia previa de EKIN e incluso, apurando el análisis, el
prolongado proceso de lenta confluencia entrecortada y abortada por las
dictaduras de 1923-1931 y de 1936 en adelante, entre diferentes corrientes
marxistas, socialistas, nacionalistas e independentistas vascas, este proceso
decisivo para entender el surgimiento y la fuerza de masas de ETA también se
realizó según la dialéctica entre los fines y los medios, siempre dentro de los
cambios forzados por las innovaciones represivas de los sucesivos gobiernos
españoles.
No hace falta insistir que en semejante interacción permanente de fuerzas, el
azar juega un papel mayor o menor dependiendo de menor o mayor acierto
estratégico y teórico de la izquierda revolucionaria. En este sentido, es
innegable la capacidad del «fenómeno ETA» para superar todas las adversidades y
contingencias. No podemos entender esta permanencia si utilizamos definiciones
mecánicas, no dialécticas. Hay que entender a ETA como una doble realidad: por
un lado, ETA «como mucho más que ETA», es decir, como un complejo y enrevesado
movimiento de (re)construcción nacional vasca que se sostiene pese a todo desde
finales de la década de 1950 y, por otro lado, «como muchas ETA» que van
apareciendo y desapareciendo en el tiempo pero manteniendo una continuidad
coherente basada en la lucha por unos objetivos irrenunciables y elementales. Lo
que conecta a los dos componentes de esta realidad histórica es la
incuestionable legitimidad del independentismo vasco sostenida a pesar de todas
las represiones, equivocaciones y escisiones sufridas. Apurando un poco,
podríamos decir que ETA es como el río de Heráclito que es y no es, que
permanece a pesar de que siempre cambia. Y esta innegable realidad histórica es
incomprensible para el mecanicismo formalista del pensamiento dominante.
Un pensamiento dominante que en un principio y durante años afirmó la derrota
inmediata y definitiva extinción de ETA; que más tarde afirmó que su
desaparición estaba al borde de producirse, y que ahora sostiene triunfante que
por fin ETA ha sido derrotada. El río que siempre fluye, que nunca es el mismo
pero que permanece, que está y no está, sigue rompiendo los esquemas mentales
dominantes, al sobreponerse ETA a los sucesivos sistemas represivos españoles,
con sus doctrinas, estrategias y tácticas, superación perceptible a medio y
largo plazo, pero no exenta de errores, estancamientos y momentos de crisis. El
Estado es el centralizador estratégico de las tácticas represivas en aras de
garantizar los objetivos del capital: su acumulación ampliada. Cuando es un
Estado nacionalmente opresor, la centralidad estratégica de las represiones
adquiere más importancia que cuando no oprime a otro u otros pueblos. En la
primera situación, la española y la francesa, la centralidad represiva es muy
superior a la segunda, aunque ella no niega la existencia de represiones
concretas que tienen autonomía relativa, tanta autonomía aparente que muchos
intelectuales terminan creyendo que el Estado ha desaparecido. Pero la realidad
es tozuda y siempre termina imponiéndose, sobre todo cuando se constata el
avance de la lucha independentista de los pueblos y cuando la crisis del capital
obliga al Estado a intervenir crudamente.
La evolución de ETA ha estado influenciada, además de por la represión, también
por las dos grandes crisis económicas del capital, la iniciada en 1968-1973 y la
iniciada en 2007, y por la crisis de la izquierda internacional agudizada por la
contraofensiva neoliberal exacerbada desde la década de 1980. Ha sido una
influencia directa en el quíntuple sentido de, uno, el golpe asestado a la
vertebración obrero-fabril industrial clásico del pueblo trabajador durante la
falsa «reconversión industrial»; dos, la derrota de las luchas armadas en el
centro del imperialismo y su evolución en los pueblos oprimidos; tres, la
implosión de la URSS y de su bloque con el desprestigio de su «socialismo»;
cuatro, los efectos sociales del boom financiero e inmobiliario, del
dinero barato, del consumo fácil, de las modas postmodernas y postmarxistas e
individualistas, del apoliticismo guay, etc.; y, cinco, la sobrecogedora
irrupción de la crisis actual en 2007, con su gravedad aún no asimilada teórica
y políticamente en todas sus consecuencias por parte de la izquierda abertzale,
a pesar de las tres huelgas generales y de la áspera y creciente lucha de clases
que se libra en nuestra nación.
Pero además de los desgastes producidos por la represión siempre actualizada y
por los efectos de las crisis, también han presionado sobre ETA los mecanismos
de alienación y absorción inherentes al orden capitalista en cuanto tal, su
«coerción sorda» y la capacidad de este sistema para invertir y ocultar la
estructura explotadora, presentando las causas como efectos y estos como
aquellas. El capital es un sistema de relaciones sociales de explotación que se
invisibiliza a sí mismo y que se refuerza a sí mismo subsumiendo al trabajo en
su egoísta e individualista lógica del máximo beneficio cuanto antes y sin
reparar en consecuencias. Si bien la conciencia nacional de pueblo oprimido, que
sabe y sufre el colaboracionismo de su burguesía con el Estado, actúa como
relativo contrapeso del fetichismo, siendo esto verdad, tampoco hay que
sobrevalorar su efectividad emancipadora. Los tres grandes problemas que afectan
a ETA y a la izquierda abertzale en su conjunto, así como al proceso ascendente
que va del autonomismo crítico, al soberanismo y al independentismo socialista
son represión, crisis y fetichismo, porque al formar una sinergia multiplican su
efecto paralizante y hasta reaccionario, unionista y nacionalista español y
francés.
Partiendo de esta realidad, el marco teórico sintetizado en las tres citas
arriba expuestas nos permite comprender tanto la evolución de ETA como, a una
escala mayor, la del pueblo trabajador desde su formación en la fase industrial
del capitalismo vasco a finales del siglo XIX. Es así porque las tres versan
sobre dos componentes insustituibles del marxismo como praxis de la revolución:
por un lado, la dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, y, por otro lado,
la importancia clave de la ética socialista como fuerza material que se plasma
en el proceso histórico. Entre otros y otras muchas marxistas, Trotsky, Gramsci
y Mao vuelven a incidir en diversos tiempos y espacios en que, a lo largo de los
decenios de lucha, la subjetividad, la decisión lúcida y crítica, y la voluntad
de vencer, reforzada generación tras generación, actúan como fuerzas políticas
física, materiales, tangibles, al margen de las tácticas violentas o pacíficas
-formas diferentes de violencia y de paz, etcétera- que se adopten en cada
período. Sin duda, la ética socialista se revela más fácilmente como fuerza de
emancipación en las largas luchas sociales, sobre todo de liberación nacional de
clase y de sexo-género, que en las relativamente cortas fases y ondas de lucha
de clases en su orientación exclusivamente economicista y sindical, no política
en el sentido decisivo de toma del poder. Aquí, la cita de Mao es más apropiada
para la experiencia vasca en general y de ETA en particular.
Con esto no negamos la importancia decisiva de otras aportaciones marxistas. En
cuanto teoría matriz, el marxismo llega al secreto de las múltiples
explotaciones descubriendo cómo nacen y se desenvuelven, cómo crecen e
interactúan, surgiendo imperceptiblemente desde las contradicciones esenciales
del capital, desde su identidad genético-estructural; y explica además cómo esta
expansión creciente de las opresiones diferenciadas en sus formas externas se
complejiza aún más con el desarrollo desigual de lo histórico-genético. Como
teoría matriz, el marxismo explica que el desarrollo desigual de las luchas,
desigualdad que debe ser asumida sobre todo en su contenido de liberación
nacional de clase y de sexo-género, siempre nos remite a una escala más amplia,
la del desarrollo combinado de la lucha mundial entre el capital y el trabajo.
La dialéctica entre estos dos niveles unidos en el interior a la totalidad debe
ser teorizada, por un lado, mediante el internacionalismo proletario, hoy más
necesario que nunca al ver cómo algunas izquierdas agotadas se pliegan a los
dictados del capital mundializado; y, por otro lado, desde las experiencias
propias de los pueblos trabajadores en su lucha por el socialismo y por su
verdadera independencia. Ambas prácticas teóricas se basan sólo y exclusivamente
en la praxis revolucionaria sostenida durante generaciones, a pesar de sus
altibajos y derrotas.
Deliberadamente, hemos llegado a uno de los puntos de reflexión que queríamos
plantear: el del papel de la conciencia subjetiva de masas, de la voluntad de
lucha de un pueblo nacionalmente oprimido y su entronque dentro del marxismo. La
evolución de ETA y el comunicado del pasado 20 de octubre nos remiten a esta
cuestión que, muy significativamente, ha marcado uno de los puntos de separación
entre el independentismo socialista y el marxismo libresco y formal,
antidialéctico. No vamos a rememorar aquí las causas de las sucesivas escisiones
dentro de independentismo socialista que optaron por vías que de un modo u otro
pasaban por la aceptación del marco estatal de resolución del conflicto
provocado por la ocupación española de una parte de Euskal Herria. Por marco
estatal de resolución entendemos la tesis que sostiene que el futuro libre de
Hego Euskal Herria sólo es posible dentro de un Estado español federal o
confederal, pero Estado español en definitiva.
En otros textos hemos defendido la existencia de un «marxismo español» incapaz
de romper su dependencia ontológica, epistemológica y axiológica con y del marco
de acumulación de capital que es la «nación española» y no vamos a extendernos
ahora. Lo que sí debemos repetir aquí es que ese marco estato-nacional burgués
tiene una quiebra interna que va agudizándose, o que permanece bullente en el
subsuelo, con la mundialización de la ley del valor-trabajo y con la
concentración, centralización y perecuación de capitales dentro de la Unión
Europea: nos referimos a la quiebra, a la sima abisal creada al conjugarse la
debilidad de una burguesía que no se atrevió a realizar su revolución
político-económica, agraria y antifeudal, cultural y educativa, militar y de
integración no mayoritariamente violenta, con las dinámicas desestabilizadoras
que tienden a surgir de las entrañas de la contradicción expansivo-constrictiva
inherente a la definición simple de capital. Esta contradicción es la base de la
territorialización del Estado-nación burgués como espacio centrípeto de
acumulación geográficamente demarcado y cada vez más sometido a las fuerzas
centrífugas de la mundialización.
Pues bien, ETA, como expresión y síntesis de la larga lucha del pueblo
trabajador vasco, se mueve en parámetros cualitativamente diferentes a los del
«marxismo español», ya que lo que plantea es, en primer y decisivo lugar, la
independencia estatal de Euskal Herria, asumiendo, además, que el mismo derecho
lo tienen el resto de naciones y pueblos dominados por el imperialismo español.
Desde una perspectiva marxista, quiere esto decir que la libertad de los pueblos
y la emancipación de las clases explotadas sólo pueden conseguirse mediante la
extinción histórica del Estado español en cuanto espacio material y simbólico de
acumulación de capital y, por ello, de desarrollo de la ley del valor-trabajo
relativamente controlado por la clase dominante, por la burguesía española. Dado
que el Estado es la forma política del capital geográficamente localizado, por
eso mismo, la emancipación del trabajo -en su triple expresión de sexo-género,
de nación y de clase- es inseparable de la extinción del Estado.
Más aún, en la situación vasca, el derecho a la independencia aparece ya como la
necesidad de un Estado independiente. La dialéctica entre derecho y necesidad
está sujeta a la agudización de las contradicciones, de manera que el derecho,
cualquier derecho, se transforma en necesidad urgente de realizarlo, de
practicar ese derecho, conforme la opresión que lo niega se ha endurecido a tal
extremo que pone en riesgo la supervivencia del colectivo que tiene ese derecho,
aunque no sea reconocido, aunque sea negado. El derecho a la huelga, por
ejemplo, pasa a ser necesidad imperiosa de hacer huelga cuando la patronal
endurece sus agresiones y el derecho/necesidad de huelga se transforma en
necesidad de ocupar la fábrica, recuperándola para la clase obrera, cuando la
patronal quiere cerrarla definitivamente. En esencia, lo mismo sucede con el
derecho de autodeterminación: pasa a ser necesidad cuando el pueblo negado de
ese derecho elemental comprende que sin su ejercicio se multiplican las
explotaciones que sufre. Y el derecho/necesidad de autodeterminación salta a
necesidad de la independencia estatal cuando el contexto entero presiona hacia
esa dirección.
Lo que bulle debajo del derecho/necesidad a la independencia, como a la
recuperación de una fábrica, o a impedir que un banco expulse de su domicilio a
una familia obrera, o el derecho/necesidad al aborto consciente, libre y
gratuito, etcétera, no es otra cosa que la lucha contra la propiedad privada. La
burguesía española es ahora propietaria del Pueblo Vasco y del resto de naciones
que ocupa y explota, al igual que es propietaria de las fuerzas productivas y
propietaria de las mercancías fabricadas por la clase trabajadora; de la misma
forma que el hombre es propietario de la mujer y el imperialismo es propietario
de medio mundo. Pues bien, la independencia en su sentido pleno, socialista,
significa la expropiación del expropiador, la recuperación de la nación por el
pueblo oprimido, al igual que, a otra escala, la clase obrera recupera su
fábrica, la mujer recupera su cuerpo y la familia recupera su domicilio al
impedir el desahucio por el banco, desahucio ejecutado gracias al derecho
burgués a la propiedad privada, derecho garantizado y aplicado por sus fuerzas
represivas y su judicatura.
El ascenso del derecho en abstracto a la necesidad concreta e imperiosa se
realiza sólo mediante la lucha revolucionaria como síntesis suprema de un sin
fin de otras luchas colectivas e individuales más superficiales aunque siempre
importantes. La lucha revolucionaria es radical porque va a la raíz, a la
recuperación de la propiedad colectiva, pública, estatal, comunal y a la
construcción del poder popular, del Estado propio: propiedad colectiva y poder
popular, he aquí la raíz. Solamente la experiencia adquirida en las luchas
parciales y sectoriales puede sentar la base teórica y política para ir
confluyendo en la lucha revolucionaria dirigida a la raíz. Y en esa dinámica
ascendente los sectores menos concienciados, que se limitan a la reivindicación
del derecho abstracto, van avanzando con más o menos dificultades a la
conciencia política de la necesidad de la independencia, de la urgencia de dejar
de ser un objeto pasivo propiedad de la burguesía a llegar a ser un sujeto
activo propietario de sí mismo. Naturalmente, este avance es permanentemente
obstruido por un sin fin de fuerzas contrarias que buscan asegurar la dominación
española, de modo que en absoluto se trata de un ascenso lineal y
predeterminado, sino de una lucha que puede concluir en derrota.
Como organización política, ETA ha sido muy consciente de este ascenso de la
abstracción democraticista, necesaria en sí misma como base de inicio, a la
conciencia concreta de la necesidad de la independencia. Un momento importante
en ese ascenso está siendo el salto del autonomismo al soberanismo como antesala
del independentismo. Ahora esos tres niveles generales, surcados cada uno de
ellos por graduaciones específicas, se expresan ya en Bildu y tienden a
expresarse en Amaiur, como muestra del ascenso en la movilización
democrático-institucional popular y de masas. Pero este logro venía ya
anunciado, además de por múltiples prácticas, por la creciente voluntad de
participación a varios niveles en los sucesivos períodos de contacto,
conversación y negociación entre ETA y los gobiernos españoles, y entre la
izquierda abertzale y otras fuerzas sociopolíticas, sindicales y populares con
representantes de esos gobiernos. Y por no extendernos, otro ejemplo es la
efectividad con la que la izquierda abertzale y ETA han ido superando los cada
vez más duros sistemas represivos.
El paso del derecho a la necesidad se plasma, fundamentalmente, en la decisión
de romper amarras conceptuales, no sólo materiales, con la lógica estatalista
del pensamiento español y francés que actúa como un agujero negro, que todo lo
engulle y pulveriza. Una vez constatada la suficiente acumulación crítica de
iniciativa popular y social capaz de acelerar, extender e intensificar la
conciencia de la necesidad del Estado independiente, una vez llegados a esta
fase, la organización política ETA pone en marcha una decisión ya teorizada como
posible desde hace mucho tiempo y vista como cada vez más probable conforme se
materializa el avance popular. El comunicado del 20 de octubre oficializa esa
transformación nueva de un proceso de liberación que siempre cambia reforzando
su permanencia. Insistimos en que el mecanicismo es incapaz de entender esta
dialéctica del movimiento. Si por un instante recurriésemos al individualismo
metodológico burgués, diríamos que de la misma forma en que en cada crisis
determinados marxistas individuales han desatado el nudo gordiano que les ataba
al pasado volviendo a la dialéctica, lo mismo ha sucedido varias veces en la
historia de ETA: recordemos, por ejemplo, a Txabi Etxebarrieta y Argala y sobre
todo a muchísimos militantes anónimos, imprescindibles héroes desconocidos. Pero
como una de las características de la izquierda abertzale es su pensamiento
colectivo, decimos que la dialéctica del movimiento se expresa en la praxis de
decenas y decenas de miles de personas.
Ahora bien, por cuanto movimiento, la dialéctica de los contrarios aparece al
desnudo, y eso es muy bueno porque descubre los riesgos y peligros, y los
errores. Aquí sólo podemos reflexionar sobre cuatro. Uno es el retroceso en la
formación intelectual, teórica, de la militancia abertzale. Siempre el
pensamiento va por detrás del cambio de lo real, pero el pensamiento ha de
intentar que esa distancia sea lo más pequeña posible y, sobre todo, ha de
intentar descubrir la tendencia evolutiva de las contradicciones, para lograr
incidir sobre ellas. En momentos de crisis como el actual, prever las tendencias
es decisivo, más si cabe cuando la conciencia de la necesidad de un Estado
independiente se sigue asentado más que todo sobre deseos y anhelos. El deseo
llega a ser una fuerza revolucionaria objetiva, como hemos visto en las tres
citas anteriores, pero su efectividad emancipadora se asienta sobre el
conocimiento teórico de lo real, de lo contrario, el deseo suele terminar en la
decepción.
Otro riesgo, el segundo, nace del anterior y concierne a la urgencia de
argumentar la viabilidad de un Estado vasco como piedra angular del
independentismo en el largo contexto mundial determinado por la actual crisis.
Se avanza despacio en este asunto, aun sabiendo, a grandes rasgos, su
factibilidad. Superar los dañinos efectos de varias modas ideológicas ya
destrozadas por la objetividad del capital en crisis, es tanto más urgente
cuanto que, todavía, sectores del pueblo trabajador y de su juventud, sectores
de la militancia abertzale, muchos sectores del soberanismo y autonomismo
critico, de las fuerzas democráticas, y el grueso de la casta académica, siguen
parcial o totalmente bajo los influjos adormecedores de esas obsoletas
mercancías intelectuales de usar y tirar. Si bien se multiplican los esfuerzos
para acortar la distancia entre la crisis y el pensamiento, aún no hemos salido
de la zona de peligro que puede agrandarse por nuestros errores, volviendo a
aumentar la distancia entre la evolución de lo real y nuestro lento deseo.
El tercer riesgo no es otro que menospreciar la fuerza paralizante y
ordenancista del capital en sí, con sus recursos casi infinitos. Si hablar
siempre de burguesía es hablar de Estado y de clases explotadas, de su
composición interna, ahora es vitalmente urgente conocer qué es y cómo se
expresa el pueblo trabajador, las «grandes masas explotadas», en la terminología
de Rosa Luxemburg. La recuperación del concepto de pueblo trabajador y su
aplicación a la realidad del capitalismo vasco de finales de los años 60 fue uno
de los aciertos decisivos de ETA. La ficción e irrealidad de un supuesto
«capitalismo sin crisis», de la «nueva economía», etc., arrinconaron este
concepto hasta casi olvidarlo. Pero la realidad es terca y no se puede ocultar
por mucho tiempo la objetividad de la explotación. Conocer con suficiente rigor
las distintas fracciones y sectores, capas y estratos internos del pueblo
trabajador actual es imprescindible para realizar una política acertada de
aglutinación de fuerzas, de alianzas con la genéricamente denominada «clase
media», con la vieja y nueva pequeña burguesía. Son estas preocupaciones
permanentes en la historia de ETA que en estos momentos vuelven a mostrar su
decisiva influencia.
Y el cuarto y último riesgo es el menospreciar la fuerza de recuperación del
nacionalismo imperialista español y francés. La dinámica abertzale orientada
hacia la creación de un Estado propio, que puede y debe llegar incluso al
momento crítico de una declaración de independencia nacional al margen de las
instituciones españolas tal cual existan en ese momento, sean republicanas o
monárquicas, debe tener muy en cuenta que hace tiempo que hemos entrado en la
fase de lucha entre modelos opuestos de identidad nacional. Los cantos de sirena
de que se puede ser a la vez vasco, español y europeo han sido silenciados por
la estruendosa devastación de la crisis estructural, civilizacional, de larga
duración que afecta absolutamente a toda la realidad humana y a sus sentimientos
más personales e íntimos. En este nuevo contexto que se impone con la
inmisericorde fiereza de las leyes de la acumulación, la (re)creación de una
identidad vasca progresista, solidaria e incluyente, que busca ser una fuerza
emancipadora en un mundo en lucha contra la barbarie y el caos imperialista,
esta identidad es una fuerza de liberación imprescindible.
ETA, como proceso histórico complejo pero activo y actual, permanente, ha sido y
es el factor decisivo para la supervivencia del Pueblo Vasco, aunque no actúe
con las armas. Y esto es así porque su simbología referencial ha penetrado tanto
en el movimiento del Pueblo Vasco que ya es el componente basal de su (re)creación
para enfrentarse victoriosamente a la larga fase histórica de malvivencia en un
capitalismo que perdurará en la medida en que se lo permitamos. La independencia
socialista, que es otra de las decisivas creaciones praxeológicas de ETA, está
hoy más vigente que nunca antes, y que lo esté menos que mañana depende de todas
y todos.