País Vasco
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El proceso de paz en el País Vasco
Gabirel Ezkurdia
Gara
Desde que en 1978 se impuso el Estatuto de Gernika y el Amejoramiento en la
Euskal Herria peninsular, el primero como única opción posible (estatuto o
nada), y el segundo como imposición indiscutible, ambos derivados de una
Constitución rechazada previamente, escuchamos, de modo rutinario, que aquel
«histórico consenso», que permitió pasar de puntillas por los 40 años previos de
franquismo terrorista para no herir sensibilidades y así hacer de la transición
una efectiva Ley de Punto Final, aún vigente, ha de superarse.
Efectivamente, pero dicha superación no debe entenderse como una inercia
reformista para la creación de un proceso paralelo a crearse un cuarto de siglo
después. De nada sirve ampliar un consenso con objeto de vertebrar un nuevo
estatuto que «responda a las inquietudes de esta generación». Aquel consenso
histó- rico era deficitario, no sólo porque no era tal consenso, sino porque
además era un mero pacto instrumental. Un pacto parcial que no respondía a las
reivindicaciones populares y que aceptaba sólo lo posible en virtud del poder
totalitario que ostentaban los nacionalistas españoles.
Un verdadero consenso democrático sólo puede hilvanarse en función de que se
respeten legítimamente todas las opciones. Y ese respeto no puede ser sólo
testimonial. De nada sirve el respeto falaz a los que son independentistas, si
las opciones jurídico políticas para desarrollar esa propuesta chocan con el
muro coercitivo constitucional del que emana el vigente Estado de Derecho. De
ahí que para lograr posibles consensos, el primer elemento, básico y
radicalmente democrático es el de la igualdad entre todos los actores y todas
las propuestas. Todos han de tener idéntico rango y capacidad potencial a la
hora de defender sus respectivas posiciones. Nunca existirá opción de consenso
si alguno de los actores tiene vetada su propuesta y ha de ceder. Esa cesión
forzosa es lo que invalida el concepto consensual. En otras palabras, consensuar
sobre la base de que «los ciudadanos tienen la palabra» no significa nada, si
los independentistas no pueden hacer viable su proyecto en igualdad de
condiciones que el resto: cosoberanistas, federalistas, unionistas.
Y es necesario resaltar un dato. Al igual que España luchó y ganó su
independencia contra los franceses (1808-1814) y no tuvo que consultar nada a
sus ciudadanos; Euskal Herria, el Estado de Navarra tiene derecho a disponer
plenamente, como Estado sojuzgado, de su soberanía. Pero la radical esencia
democrática de los independentistas vascos, conscientes de que siglos de
conflicto generan transformaciones sociales ineludibles, ha permitido que hoy,
en 2005, la recuperación del Estado vasco independiente venga de la mano de un
proceso de libre determinación de todas las personas que viven y trabajan en
Euskal Herria. Es decir, de un proceso radicalmente democrático fruto del
consenso mayoritario. De ahí que real- mente, la asignatura pendiente que
imposibilita avanzar hacia ese escenario radica, única y exclusivamente, en la
actitud inflexible y dogmática de los sectores que imponen el actual marco
constitucional como escenario para «la búsqueda de consensos».
El consenso como concepto es un variado recurso dialéctico de muchos, no más.
Pero en realidad hay dos tipos de consensos. Los instrumentales-coyunturales y
los estratégicos-mayoritarios. Ambos son complementarios para lograr un consenso
real, integral y vertebrador. Los primeros son básicos para vertebrar los
segundos, que son realmente los determinantes.
Consenso instrumental
El consenso instrumental es el que se deriva de la interacción de las
fuerzas políticas en la búsqueda de un diagnóstico común que permita una acción
política mayoritaria y hegemónica. El ejemplo del Principat y el Estatut iría en
ese sentido.
La mesa política para la normalización que está por constituirse debiera lograr
desde la honradez y lejos del oportunismo político y el posibilismo, el consenso
decisivo para la vertebración de un nuevo escenario que permita, no sólo la
superación del conflicto, sino la reestructuración y normalización política de
la nación vasca. Evidentemente, esta propuesta también sería anticonstitucional,
pero es obvio, que sólo en la superación de dicha dialéctica están los mimbres
de la normalización definitiva.
Así es. El reconocimiento nacional de Euskal Herria como sujeto y el respeto a
la voluntad democrática de sus ciudadanos y ciudadanas, incluso en el caso de
que optasen por la constitución de un Estado independiente, son los mimbres
sobre los que habría de consensuar su propuesta de resolución la mesa política.
Consenso estratégico
Pero la clave de la validez del consenso instrumental está en la
vertebración física del consenso de la sociedad que es el verdadero colchón
legitimador de sus propuestas. Los partidos sólo han de canalizar lo que la
sociedad deseosa reclama desde las encuestas y los foros alternativos. El 89% de
los vascos aboga por una consulta que determine cómo queremos vivir, y que esta
decisión sea respetada, y un porcentaje similar se identifica con Euskal Herria
como referencia identitaria. Es por ello que decenas de miles de vascos,
centenares de organismos, asociaciones, sindicatos... son los catalizadores
físicos del consenso determinante. De nada sirve una propuesta política
arriesgada que supere el actual marco, sin una sociedad viva y apasionada
detrás, como tampoco es de recibo una propuesta mediocre y pragmática, como la
del 78, para volver a frustrar a la mayoría de la sociedad deseosa de superar
esta dolorosa e injusta etapa.
Es más. Las doctrinas partidarias no son el reflejo fiel de la pluralidad
multilateral de la sociedad. Estoy seguro, por ejemplo, de que decenas de miles
de votantes no nacionalistas optarían, en un escenario libre, por la
independencia nacional, a sabiendas de las ventajas y progresos que esto traería
y a pesar de no ser abertzales. Pero para comprobarlo es necesaria esa valiente
propuesta consensuada para la superación del conflicto de carácter
anticonstitucional.
¿Política ficción? Nada de eso. El futuro de España como proyecto nacional sólo
se puede garantizar desde la superación de una constante que lo imposibilita
desde su origen: la unión por la fuerza. Y parece que algunos se han dado
cuenta. Habrá quien proponga participar de dicho proyecto y habrá quien no. La
búsqueda de ese escenario está en marcha. ¿Quién apostaba en 2003 por un
escenario como el actual? ¡Pachi López hablando de Nación! ¡Elorza de consulta!
Fuera del Consenso queda la marginalidad totalitaria. Los no nacionalistas, que
festejan el Día de la Raza, de la Hispanidad, ahora Fiesta Nacional, izando
inmensas banderas españolas y reivindicando con fervor patriótico el crucial
papel garante de la Unidad Nacional de las Fuerzas Armadas españolas, una
minoría marginal en Euskal Herria, aunque eso sí, armada. -