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Opiniones

Pensar la globalización desde la izquierda
Entre la protesta y la propuesta

Gaspar Llamazares / MEMORIA

El siglo XX dejó un importante legado del lado crítico: sospechar de lo que parece evidente. Detrás de lo manifiesto, se encontraba normalmente alguna injusticia, alguna desigualdad. El siglo XX nos ha hecho también sospechar de nosotros mismos, de nuestra capacidad de equivocarnos cuando tenemos responsabilidades.
La izquierda que observa el siglo XXI mantiene intacta su sospecha ante todo aquello que genera desigualdades. Ha aprendido, sobre todo, que nunca más valdrá aquella petición de perdón que hizo Bertold Brecht al reclamar a los que vendrían detrás indulgencia "porque no pudimos ser amables" . Nuestra izquierda ha aprendido que también tiene que ser amable, que tiene que escuchar, que hay otros lugares donde también está depositada la búsqueda de la emancipación. Esa misma humildad nos hace más fuertes, porque también hemos aprendido que no estamos solos.
Pero por desgracia, la realidad del mundo nos devuelve constantemente el convencimiento de nuestras más íntimas convicciones. Ese hilo rojo va, desde la petición de solidaridad del profeta Juan en su conocida epístola primera, a la búsqueda común de otro mundo más justo por parte de los nuevos movimientos sociales en Brasil, en India, o en Europa, pasando por tantos siglos de compartir una búsqueda común de justicia. Con ese hilo rojo, trenzamos redes de solidaridad que han superado las barreras de opresión que los poderosos nos han impuesto permanentemente.
De cualquier manera, quiero empezar esta conferencia sobre globalización refiriéndome a Estados Unidos porque nunca durante el siglo pasado fue tan clara la hegemonía de un país en el resto el mundo. Nunca en los últimos cien años se resintió tanto la soberanía nacional del resto de países del mundo. Nunca en el siglo que hemos dejado atrás fue tan asumida la dominación mundial por Estados Unidos. Quiero dejar en claro que no se trata de recuperar lenguajes hoy rancios, pero que bien sirvieron para explicar el comportamiento de Norteamérica durante el siglo XX. ¿O es que acaso ya hemos olvidado aquel otro 11 de septiembre en el que Augusto Pinochet, apoyado por la administración Nixon y, especialmente, por Henry Kissinger, subvirtió el orden constitucional del Chile de Salvador Allende? ¿Ese mismo Nixon que pretendía tirar una (o varias no sabemos) bombas atómicas sobre Vietnam?
La decisión del presidente Bush de aumentar un 15 % el presupuesto militar hasta alcanzar 379 mmdd representa un desafío a la conciencia humana y a la comunidad internacional. Desde el 11 de septiembre, estamos sumergidos en una economía de guerra y lo terrible es que no hay economía de guerra sin guerra. Podríamos asociar esa decisión a la tentativa del Pentágono, al parecer abortada, de crear una Oficina de Influencia Estratégica encargada de manipular a la opinión pública y a los gobiernos amigos o enemigos.
Vivimos en el mundo de Enron, la compañía que financió la campaña de Bush y que fue condenada a la ruina porque directivos directamente ligados al gobierno estadunidense saquearon sus arcas. Vivimos en el mundo de Berlusconi, quien, desde el control de buena parte de los medios de comunicación italianos, ha tomado el Estado a su propio servicio. Vivimos en un mundo en el que Sharon está cazando a los palestinos en un juego sádico ante la mirada complaciente o indiferente, tanto da, de Europa y del mundo.
Y, ya en casa, vivimos en un mundo en el que España, que preside la Unión Europea durante este semestre, ve también sin sonrojo cómo el gobierno de José María Aznar ocupa el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, usa y abusa de los medios de comunicación públicos y privados, se sirve de las compañías públicas privatizadas en interés partidista particular o pretende homogeneizar nuestro país desde presupuestos que parecían cerrados cuando se decidió poner siete candados al sepulcro del Cid Campeador. Ni siquiera la vieja Europa, la cuna de la Ilustración, del pensamiento político democrático, parece quedar al margen de ese aliento cargado de injusticia que arrastra al mundo desde los años ochenta.

Globalización
"Somos diversos, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, campesinos y campesinas, pescadores y pescadoras, pobladores de la ciudad, los y las trabajadoras, desempleadas, estudiantes, profesionales, migrantes, pueblos indígenas y gente de todas las creencias, colores y orientaciones sexuales. La diversidad es nuestra fuerza y su expresión es la base de nuestra unidad" .
Así comienza la Declaración del Foro Social reunido en Porto Alegre. Ahora nadie se permitirá ignorar ese escenario, la gente que concurrió y sus propuestas. Tras el 11 de septiembre, se ha intentado acallar por todos los medios de que disponen, que son muchos, la voz de los sin voz. Pero por primera vez la oposición a la globalización neoliberal se ha mostrado creativa, imaginativa y posible, con un rostro generoso en sonrisas.
Como ha dicho José Saramago, en su intervención en Porto Alegre: "Se oyen campanas que anuncian la posibilidad de implantar en el mundo aquella justicia compañera de los hombres. Esas campanas nuevas cuyo tañido se extiende, cada vez más fuerte, por todo el mundo, son los múltiples movimientos de resistencia y acción social que pugnan por el establecimiento de una justicia distributiva y conmutativa protegida por la libertad y el derecho, no en ninguna de sus negaciones" . Así se explica el colosal impacto que ha tenido en la izquierda el Foro Social de Porto Alegre.
Quizá podamos medir esta dimensión de la esperanza relacionando la ocupación del espacio urbano en Nueva York y en Porto Alegre y su modo de uso. En el primer caso, teníamos cincuenta mil policías para proteger a tres mil congresistas. En Porto Alegre, teníamos tres mil policías y cincuenta mil congresistas. Ahora sabemos que la galleta que se le atragantó a Bush estaba amasada con la ilusión y la esperanza de los que claman por otro mundo posible.
Pero Porto Alegre es también la ilusión por una propuesta alternativa que va llenándose de contenido, del modo y manera en el que lo hacen los relojes de arena, poco a poco y, sobre todo, grano a grano. La cara y ojos de ese otro mundo posible está formado por una clara reivindicación del derecho internacional, por la propuesta de una nueva arquitectura política fundada en la democracia. También por iniciativas económico-financieras que embriden el caballo loco de la especulación: la Tasa Tobin, por ejemplo. También está formado por un ejercicio de elemental solidaridad: la abolición de la deuda externa. Por una propuesta de sostenibilidad medioambiental y de paz. Es un programa sencillo y extremadamente subversivo. Ya ven, pedir pan, paz y derechos humanos es un llamamiento a la rebeldía.
Ya nadie puede hoy defender con inocencia el modelo actual de globalización. La vieja idea según la cual el proceso de mundialización era un juego en el que todos ganaban ha demostrado ser un presupuesto ideológico. La realidad está muy lejos de corresponder con las expectativas de sus sacerdotes.
Hace poco más de un año, en esta misma sala, poníamos a Argentina como ejemplo de un país sometido a las terapias de choque del FMI y dolorosamente golpeado por un modelo de inserción internacional asimétrico y empobrecedor. Entonces mirábamos con dolor la respuesta de la gente a una situación sin salida en algunas poblaciones periféricas. Lo que ha pasado en los meses posteriores ha sido suficientemente conocido. Naturalmente, no sabíamos lo que iba a ocurrir. No tenemos voluntad ni oficio de ser Casandras castigadas a entender el futuro y no poder convencer de lo que se avecina para evitarlo. Pero parece bueno recordar que hace algún tiempo mucha gente viene denunciando con los amargos datos de la vida encima de la mesa, los efectos devastadores de este modelo de globalización.
El neoliberalismo ha puesto en marcha el "nada para el pueblo sin el pueblo" . El proceso de globalización está produciendo un importante impacto en las comunidades políticas: produce desvertebración y desestructuración; incrementa las desconfianzas respecto a la utilidad de lo público y subordina nuestros anhelos a las leyes del mercado. Esta mezcla catastrófica de liberalizaciones, privatizaciones, flexibilización, corrupción y desorden es el legado de dos decenios de doctrinarismo económico. Lo más triste es que las obligaciones del mundo neoliberal empujaron a lo político a lo hondo de una profunda fosa de descrédito. Ahora costará años recuperarla. La política se encarga de las metas colectivas de una sociedad. Sin política, vivimos en mero presente, en la desnuda gestión. Sin política, no hay ilusión.
La desafección de la política es un mal síntoma y es una consecuencia más de un proceso que sustrae a los ciudadanos el control sobre sus vidas. ¿Dónde dejó la vergüenza el neotalibán del neoliberalismo, Dornbusch, que aconsejó recientemente que Argentina sea dirigida por una comisión internacional que, esencialmente, asegure el pago de la deuda externa? Por lo menos, el despotismo ilustrado ejercía aquel "todo para el pueblo sin el pueblo" .
La reconstrucción de nuevos lazos y proyectos comunes es un modo de asegurar una comunidad política que intente gobernar este desorden. Lo contrario nos convierte en piezas inermes frente al arrollador avance del MacDonald's World.
Necesitamos una reflexión y propuestas para articular un nuevo orden político internacional que haga gobernable y habitable nuestro planeta. No es conciliable este desorden económico, el creciente y gravísimo deterioro medioambiental y la reducción de los espacios de lo político y de la política para dar respuesta a los problemas de nuestras sociedades.
Esta necesidad se hace especialmente más aguda, atendiendo a lo que acontece en nuestro mundo después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Primero, fue la afirmación en la lógica de la guerra. Frente a la complejidad, la fuerza. Frente a los desafíos autoritarios, las respuestas prepotentes. Como ya hemos repetido varias veces, no reconocemos en el nuevo escenario ninguna razón para sentirnos más seguros ni más libres. Al contrario, hoy el mundo es más inseguro, más inestable y menos libre que antes del 11 de septiembre. ¿Qué dirán ahora los que apoyaron la intervención militar en Afganistán cuando comiencen los ataques a Irak?
Las consecuencias políticas del 11 de septiembre han sobrepasado ya el nivel de lo, simplemente, preocupante. Algunos gobiernos -el nuestro muy especialmente- se han aplicado a reforzar el discurso y las propuestas orientadas al control social y político de las poblaciones. El discurso antiterrorista no puede significarse como una excusa para hacer menos libres las libertades y menos democráticas las democracias. En este escenario, algunos gobiernos se esfuerzan por que los parlamentos pierdan buena parte de sus facultades de control y seguimiento de la acción de los ejecutivos.
Quizá tenemos que recordar a los conservadores, y a los que dicen que no lo son, aquellas palabras de Churchill cuando, en plena guerra mundial, le recomendaron reprimir las huelgas de los mineros: "estamos haciendo una guerra contra el fascismo para permitir que los ciudadanos puedan hacer huelgas" . Así es que desde este foro y bajo el argumento de autoridad de Churchill reclamamos el derecho que asiste a Maragall a no ser considerado un peligroso rompeescaparates por pretender participar en las manifestaciones por otra globalización.
Esta dinámica que marginaliza la democracia pone aún más de relieve la necesidad imperiosa de una arquitectura internacional que asegure que los designios de la humanidad, su presente y su futuro, no dependen de los humores de una única potencia donde su máximo dignatario confunde deflación con inflación o financia su campaña electoral a costa de los trabajadores o del medio ambiente hasta ahora preservado en Alaska.
La ONU no puede ser la agencia de cuidados intensivos de la política internacional de Estados Unidos. La Unión Europea no puede ser la bacinilla donde se escupe permanentemente y de donde no sale ningún quejido.
Precisamente, la UE puede y debe jugar un papel más intenso y relevante no sólo en el ámbito internacional, lo que no sería poco, sino en la disyuntiva civilizatoria en la que nos encontramos. Somos firmes partidarios de más Europa y no de menos Europa. Por eso mismo, somos exigentes respecto a la Europa que necesitamos y que deseamos construir. Más Europa no puede ser mecánicamente asimilable a "más mercado, más beneficios empresariales, más precariedad" .
La dramática historia de nuestro continente debe impulsar una política de paz planetaria. Aliarse con la guerra es dar la mano a los fantasmas de nuestra historia; es coligarse con la estrategias de fuerza y con una concepción militarizada de la vida incompatible con los más elementales derechos humanos o principios democráticos.
Quizá sea el conflicto palestino-israelí el foco en el que se refleja más trágicamente la doble moral de Occidente. Se nos hiela la sangre cuando escuchamos al genocida Sharon decir que aún deben morir muchos más palestinos para hacer posible una negociación de paz, que los palestinos sólo se sentarán a negociar cuando estén derrotados. Por eso, desde IU queremos impulsar un Llamamiento a la Solidaridad con el pueblo palestino y por la paz en la zona. Pedimos que la Unión Europea se sacuda su pereza política y ejerza su papel, el que le está reclamando una buena parte del planeta. Por nuestra parte, haremos práctica esta solidaridad viajando en breve a Palestina a convivir con los que son asaltados, torturados, volatilizados o, simplemente, asesinados, ante la mirada estupefacta de la comunidad internacional.
Por eso, es más imprescindible Europa y por eso es más imprescindible una voz que se exprese desde la legitimidad de una construcción democrática y participativa. Por eso, Europa no puede ser un gigante con pies de barro y menos aún un gigante sin cabeza. El ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, recordaba estos días una frase ocurrente del comisario europeo responsable de la política exterior, el británico Chris Patten, quien, refiriéndose a la relación entre EU y la Unión Europea, decía: "Gulliver también necesita a los liliputienses" . Con esa mentalidad subordinada y enana, la Unión Europea seguirá como hasta el momento: desaparecida.
Estamos al inicio de un proceso que puede saldarse, una vez más, con un "relativo fracaso" o con unas expectativas esperanzadoras.

Federalismo y Unión Europea
La convención que se acaba de abrir debe verse, al menos es nuestro punto de vista, como una oportunidad para construir otra Europa. Comprobamos que no hay un solo proyecto y, aunque la coalición de actores es desigual, hay opciones reales para articular un espacio social y político que proponga a la sociedad la construcción de otra Europa. En este debate, aparecen diferentes alianzas transversales en relación con los temas relevantes de la agenda europea hoy: el modelo democrático, la perspectiva social y económica y el modelo de integración territorial.
El debate sobre la democracia y la construcción política europea es un elemento significativo en este proceso. No nos resulta indiferente el modo en el que se resuelva la discusión sobre la arquitectura institucional de la Unión ni el papel de los Estados y de las naciones en este proceso.
En este ámbito, tiene sentido la perspectiva de un proceso federal de construcción europea como respuesta a los problemas que plantea la construcción democrática en este espacio político. Como pude plantear aquí hace ahora un año, las propuestas federales, tanto para Europa como para España, incorporan la idea de virtud republicana y aúnan lo mejor de la responsabilidad particular ciudadana y el internacionalismo que le es propio a la izquierda.
Por eso, nos parece que este proceso puede organizarse en el contexto de un debate sobre la aprobación de una Constitución para la Unión Europea. Como en la Itaca de Kavafis, la meta es también el camino. El proceso será también el resultado . Pero la solución no es la Constitución en sí misma. El final de este proceso debe ser la ratificación en referéndum de una nueva estructura política en la Unión. Sólo aquello en lo que se participa es asumido como propio.
El resultado final dará como fruto alguna suerte de federalismo extremadamente diverso y plural. Pero permitirá un gobierno político del proceso de construcción europea fundado en la participación de la ciudadanía.
El aspecto social y de cohesión territorial expresan, también, una determinada idea de Europa. Como recordaba Delors, no nos enamoraremos de un gran mercado. Esta idea por sí misma es escasamente emocionante salvo para los que tienen jugosos intereses en las bolsas. Pero lo que nos importa de verdad es la capacidad de la Unión para dar respuesta de una manera coordinada y eficiente a los problemas del desempleo; a su capacidad para extender bienes y servicios sociales de calidad entre la mayor parte de la ciudadanía; a su interés por producir un modelo de articulación territorial que asegure un creciente proceso de convergencia real en todos los órdenes: social, político y económico.
Esta política es, además de deseable, posible. Para eso, necesitaremos abordar con realismo el incremento de los presupuestos comunitarios, máxime si la voluntad de ampliación de la Unión Europea no quiere hacerse a costa del mismo proyecto europeo. Es una medida realista. Creemos también, y es una propuesta de IU, que los medios de comunicación pueden colaborar activamente en la articulación de un espacio político europeo y por eso precisamos de debates públicos en los medios tanto públicos como privados sobre el futuro de Europa. Por último, este apasionante proceso debe saldarse con un referéndum que dé legitimidad a la construcción europea y que haga visible el compromiso que las instituciones comunitarias piden a su sociedad.
Desde IU, reivindicamos el papel civilizatorio y referencial que la Unión Europea puede jugar en estos momentos. Su historia es la oportunidad para incorporar racionalidad y complejidad a una situación que demanda angustiosamente ambas cosas. Si no soñamos Europa, no sabremos soñar el futuro político de nuestras sociedades.

Neonacionales y macroprovinciales
La economía está cambiando a ojos vista. Contaba Eduardo Galeano cómo Jürgen Shrempp, directivo de Daimler-Chrysler, fue la persona más aplaudida en el Foro de Davos con un discurso sobre "la responsabilidad social de las empresas en el mundo de hoy" . Tras cosechar la aclamación de sus pares, al día siguiente Daimler-Chrysler despedía a 26mil trabajadores. Esta y otras evidencias hacen difícilmente conciliable, pese a las buenas intenciones de Maragall, el mundo de Davos y el mundo de Porto Alegre. La política de puertas giratorias entre las empresas y el Estado están dificultando sobremanera las cosas. Como ha venido sucediendo en otras ocasiones, los que nos gobiernan usan de la mentira para intentar ocultar lo evidente. Casos como los señalados de Enron, de Berlusconi o de Aznar dan de nuevo visos de credibilidad a la denuncia que Marx y Engels hicieron hace 150 años: "El Estado es el lugar donde se sienta el consejo de administración de la burguesía" . ¿Cuánto Estado social puede construirse con el billón de pesetas (o 6mil millones de euros) que el gobierno de Aznar regaló a las eléctricas?, ¿o incluso con los más modestos 20mil millones de Gescartera?
Aun se resisten a llamar crisis a lo que no puede llamarse de otro modo. Cuando aun apenas se atrevían a mencionar la palabra recesión, ya conocimos de centenares de miles de despidos. ¿Qué podemos esperar ahora? Y con la perversión del lenguaje, las víctimas se presentan como sus propios verdugos.
Los últimos datos de empleo conocido han sido particularmente malos. El paro crece por séptimo mes consecutivo. Se afirma una preocupante tendencia: sin una caída significativa de la actividad económica, el empleo sufre. Es decir, personas con vidas, ilusiones y expectativas se ven empujadas al desesperante mundo del no-trabajo. Por otra parte, la bonanza en las cuentas de la Seguridad Social y del INEM no han servido para la mejora real de las pensiones, del salario mínimo internacional ni de la protección al desempleo, sino que se ha empleado para seguir transfiriendo recursos públicos a las empresas o a mayor gloria del déficit cero. Ninguna evidencia, repito, ninguna evidencia demuestra que reducir los impuestos beneficie al conjunto de la población. Si Robin Hood robaba a los ricos para dárselo a los pobres, la derecha neoliberal roba a los pobres para dárselo a los ricos, como en la última reforma fiscal del gobierno Aznar.
Mientras la introducción del euro plantea con toda crudeza la realidad de una Europa muy heterogénea en lo social y en lo laboral y exige políticas de armonización, el gobierno del PP habla de liberalizaciones, privatizaciones y reformas estructurales. Es difícil imaginar más dogmatismo neoliberal. El autoritarismo en los contenidos y la prepotencia en las formas de gobernar del PP después de su triunfo electoral encuentra una parte de sus explicaciones en las deudas de la cultura política franquista, pero también en la seguridad de que ese pensamiento que dice que no existen alternativas los ampara y los protege, y en la convicción de que la contestación a sus políticas no cuestionará lo esencial.
En los temas medioambientales, hemos conocido un insuperable esfuerzo del gobierno Aznar por el disimulo. Se dice una cosa. Se afirma incluso en la prensa del régimen que gracias a los esfuerzos de este gobierno Europa ha aprobado el Protocolo de Kyoto. Sin embargo, se contamina más que antes y a un ritmo que duplica lo previsto. Y se presenta un Plan Energético Nacional negociado con Enron, perdón, quiero decir, con las empresas eléctricas de nuestro país; o un Plan Hidrológico Nacional que ha sido calificado, con justicia, por el movimiento ecologista como un plan de cemento y ladrillos. Todo muy alejado de la necesaria reflexión sobre el impacto ambiental de nuestra civilización y la imperiosa necesidad de un cambio de nuestras pautas de consumo.
De entre los debates reales que nos propone la globalización, ninguno más transversal que el que remite a la creciente complejidad cultural de nuestras sociedades. Tras un aparente e inesperado laicismo del gobierno, se esconde una profunda desconfianza a la contaminación cultural; una aversión reflexionada a hacer esfuerzos por construir una sociedad moderna que dé respuesta al desafío de la multiculturalidad. Como siempre este y otros problemas -cómo el que hace al ocio de los jóvenes- termina por ser convertido en una cuestión de orden público.
La fracasada política migratoria, con episodios escalofriantes como el de Fuerteventura, no parece haber conmovido un ápice las raciales opiniones de nuestro presidente. Los últimos resultados electorales en Dinamarca y en Holanda ponen de relieve los riesgos de las viejas respuestas y la necesidad de nuevas miradas. No podemos ser indiferentes a la expectativa de sociedades fracturadas y conflictuadas por razones culturales. Y es, simplemente, peligroso desacreditar las propuestas multiculturales desde instituciones que deberían garantizar sensatez y equilibrio. Pero comprobamos que, muy a menudo, detrás de la arrogancia uniculturalista se esconde una profunda islamofobia. Sospechosamente algunos son menos uniculturalistas tratándose de Estados Unidos.
Sin embargo, caben alternativas y propuestas para estos amargos sinsabores. Hemos propuesto un Plan Urgente por un Empleo de Calidad, que asegure que la crisis no va a saldarse, una vez más, a cuenta de los y las trabajadoras, los jóvenes o las mujeres; y que impida esa situación de inseguridad y riesgo permanente que explica esta altísima e inhumana siniestralidad laboral, porque nos parece obvio que las administraciones necesitan orientaciones y coordinar esfuerzos para hacer frente a una amenaza que ya existe y maltrata nuestra sociedad. Y nos parece más obvio aún que el gobierno no puede mirar para otro lado como si este tema del desempleo creciente, de la siniestralidad o la precarización no tuviera que ver con ellos.
Necesitamos medidas que den respuesta con nuevos criterios a los problemas energéticos en cierne. Entre estas medidas, ninguna más sensata que el cierre de las centrales nucleares más peligrosas de manera inmediata y un plan negociado para el abandono definitivo de esta fuente energética tan peligrosa a corto plazo. Pero es viable, también, un plan energético alternativo que fomente los usos de energías renovables y penalice el consumo suntuario y excesivo.
Por último, no estaría de más dedicar esas pesetas no canjeadas a euros por los españoles a ayuda al desarrollo. Queremos recordar que España está en el nivel más bajo de los últimos diez años en este epígrafe tan sensible y desde luego muy alejado del 0.7 % del PIB auspiciado por la ONU desde 1979.

No tenemos más seguridad y sí menos libertad
Después del 11 de septiembre, el gobierno ha forzado una situación para colocar una nueva agenda política en la que la lucha contra el terrorismo se ha convertido en la justificación para imponer una visión doctrinaria y omnicomprensiva de nuestro presente y de nuestro próximo futuro.
El gobierno del PP no deja de proponer desafíos que nos interrogan sobre la calidad de nuestra democracia. No es el lugar para el anecdotario, pero los últimos acontecimientos son la expresión de un modo de entender el gobierno del país que responden con claridad a la voluntad de consolidar una determinada cultura política.
Algunos autores italianos se han referido a la estrategia berlusconiana como "el régimen" , esto es, la voluntad de consolidar un escenario de acción política e institucional sustentado sobre un predominio comunicacional y económico.
¿Ha llegado el momento de llamar de este modo a la acción de gobierno liderada por Aznar? Es inocultable que la actividad del PP promueve una idea de España que incluye una concepción de lo que deben considerarse incluso nuestros valores morales. Resucitar la inmarcesible camisa de Isabel la Católica huele a rancio, como no puede ser de otra manera. Quieren, además, canonizarla por haber, supuestamente, curado a un enfermo de páncreas. Como médico, créanme si les digo que los que realmente hacen milagros son los médicos de la seguridad social paliando con su esfuerzo los recortes que el modelo sanitario del PP trae consigo.
Pero hay, además, una práctica que está convirtiendo a todos los poderes del Estado en subordinados al ejecutivo. Esta veterana tendencia de las democracias en los últimos decenios se ha agudizado en este tramo de nuestra historia obedeciendo a una voluntad consciente y se trata de una subordinación en horizontal, es decir, que afecta al equilibrio tradicional de poderes. Pero también afecta, hacia abajo, es decir, que afecta las relaciones entre las administraciones centrales, autonómicas y locales.
La lucha antiterrorista y la concepción de España son una de las claves de bóveda de esta estrategia. Parece ocioso afirmar, una vez más, la condena reiterada que la fuerza política que represento realiza cotidianamente de la actividad terrorista. Y defendemos que la actividad terrorista debe combatirse policialmente, pero también política y socialmente. La vida ha demostrado trágicamente que las estrategias de confrontación conducen a más confrontación. Romper los puentes que permiten el diálogo nos aleja de las soluciones. Y como en su momento defendimos en las elecciones vascas, no necesitamos dinamiteros sino artesanos y constructores. Puentes es lo que necesita el País Vasco y no expertos en demolición.
Vimos con mucha rapidez cómo la lucha antiterrorista se convertía con celeridad en la lucha contra los nacionalistas, contra los federalistas y contra todos aquellos que se atrevan a pensar en una España plural y diversa. Nos conmueve pensar que en esa lista creciente figuran personajes ilustres como Fraga Iribarne. Si no fuera tan patético, podría parecer hasta divertido.
Pero mientras el famoso patriotismo constitucional disuelve su nadería conceptual en los intersticios de la vida pública, el gobierno se afana por gobernar la agenda política con propuestas que inquietan. No es una buena idea atacar el sistema de partidos para intervenir en el problema terrorista. En realidad, es un despropósito. Es violentar un consenso básico de la Constitución en sentido real, aquel que se refiere al papel de los partidos en nuestro sistema político. Y todo para nada. Ellos, nosotros, ustedes, saben que éste no es el modo en el que derrotaremos a los terroristas. Aún más, es un modo para hacer imposible la evolución y el debate en ese mundo. Nos preocupa, pensando en el futuro de Euskadi, que este viaje se haga asegurando tanto como sea posible que no quedan enquistados en la sociedad sectores importantes que tendrán, permanentemente, una mirada hostil hacia la democracia.
Pero sí es, obviamente; ésta no es la solución al terrorismo. Sí es, sin embargo, el modo en el que el gobierno presiona sobre el debate público necesario en torno a la articulación política de España. Pese a las declaraciones que lleva haciendo en dirección contraria, el Partido Popular lleva demasiado tiempo haciendo electoralismo del problema del terrorismo.
El consenso constitucional respecto al modelo de articulación de nuestro Estado quiso dar una respuesta de emergencia a un problema crónico que precisaba de la mayor inteligencia y audacia. La propuesta del Estado de las Autonomías tenía enormes problemas, pero ha demostrado unas potencialidades que han construido otra España. Pensar, sin embargo, que el modelo está cerrado y finiquitado, o que la lectura pertinente sobre ese esfuerzo de integración es la de un proceso de descentralización (como ha manifestado recientemente el portavoz del gobierno), es o un insulto a la inteligencia o un tic autoritario. Dentro de este escenario de posibilidades, no hay ninguna razón para que no se consideren con el cuidado que merecen las propuestas que tienen por objetivo avanzar en el autogobierno para asegurar mayores cuotas de bienestar a nuestra ciudadanía y más incentivos a la participación democrática.
La democracia debe mostrar su utilidad a la ciudadanía poniendo límites a este empeño recentralizador que tanto daño puede hacer a nuestro pluralismo y a nuestra diversidad. La coherencia y determinación del gobierno en imponer su estrategia no debería subestimarse. Recordemos la Ley sobre Internet, la Ley sobre el Centro Nacional de Inteligencia o el desprecio hacia el control político del gobierno.
La deriva neonacional forma parte de una estrategia coherente. Es funcional la voluntad de acaparar las prestaciones simbólicas del Estado con una defensa de la globalización neoliberal y con un proyecto europeo reducido -en los hechos- a un gran mercado. Es funcional también a una estrategia política que pretende señalar el itinerario por el que debe transcurrir la disputa por el anodino espacio del centro político.
Una vez más tenemos que recordar con Voltaire aquello de "no comparto tus ideas pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas" , o en la tradición de Rosa Luxemburgo que ya recordábamos aquí en la última ocasión: "Libertad es la libertad de los que piensan diferente" .
También la enseñanza ha vivido su confrontación con el modelo de fractura social que el dogmatismo neoliberal del gobierno quiere imponer. La educación podía haberse convertido en un lugar de reflexión y acuerdo sobre el futuro, pero el gobierno la ha convertido en una prueba de fuerza contra una parte de la sociedad que se resiste a la imposición de un modelo ajeno y regresivo. Frente a la necesidad de integración y tolerancia, el gobierno nos propone autoritarismo. Frente a la escuela como espacio de educación de ciudadanos y ciudadanas, el gobierno se obstina en no ver más allá de la competencia. Frente a una visión integral y abierta de la formación de las personas, el gobierno busca la producción de especialistas parcialmente informados. No puede ser nuestro modelo, máxime cuando su último congreso reeditó, con ligeras modificaciones, una conocida letanía: municipio, familia y educación. Adivinen a qué nos recuerda y cuál de los conceptos es el que ha cambiado.
Si esta es una reflexión que puede ser reconocida como no muy alejada de la realidad, entonces, comprenderán nuestra perplejidad por el modo en el que hace oposición el Partido Socialista.
No pretendo una crítica fácil, pero espero haberlos convencido de la significación y calado del momento en el que nos encontramos y, por ello, del escaso peso y proyección de una crítica que no proyecta ninguna alternativa; que aparece proponiendo pactos sobre las cuestiones esenciales y que busca un espacio de diferenciación en las cuestiones tangenciales a los debates de fondo. Ese modelo de oposición no ayudará a reconstruir una relación fluida y enriquecedora entre lo social y lo político. No ayudará a que pueda expresarse políticamente una buena parte de los conflictos que hoy preocupan a nuestra sociedad.
En fin, dentro de las dificultades ha sido también un año donde se muestran las grietas de este modelo y las oportunidades que la situación ofrece para la recomposición de la izquierda alternativa y transformadora. Las movilizaciones contra la LOU, contra la guerra o por otro modelo de globalización han hecho posible la socialización en un conflicto político de una generación de jóvenes que han aprendido por propia experiencia la realidad de nuestras sociedades: el papel de las diferentes fuerzas políticas, el de los medios de comunicación que han ignorado sus propuestas, etc.
¿Y qué decir de nosotros mismos?
Comenzado el siglo XXI, seguimos las izquierdas políticas de casi todos los países contándonos y recontándonos, dando noticia de nuestra supervivencia y considerando, no sin razón, que el simple hecho de seguir existiendo es un apreciable dato de la realidad. Instalados en el pesimismo, quizá no esté mal, pero no parece suficiente para provocar ilusión y nos interroga sobre el momento en el que pondremos fin a esta interminable fase de repliegue y comenzaremos, no digo la ofensiva, aunque sí un más modesto momento de consolidación y crecimiento.
Si nos contemplamos con sinceridad, podremos vernos, a veces, como ese personaje de un poema de Erich Fried que duplicó con su torpeza sus problemas:
Quizá no esté
suficientemente escondido
de ellos
pero demasiado ya de mí mismo.
Más de dos decenios de neoliberalismo han modificado el rostro de nuestras sociedades. Al mundo para el que teníamos preparadas las respuestas le han cambiado buena parte de las preguntas. Pero si hay un interrogante que no ha cambiado es el que nos interpela sobre el poder y la necesidad de vigilarlo en el presente, no en el pasado. La pregunta sobre la injusticia permanece firme en un mundo hegemonizado por el neoliberalismo.
Las identidades políticas a las que ese mundo dio lugar viven un proceso de cambio y transformación irreversible. De los cambios más sensibles para nuestro quehacer, ninguno es más relevante que el propio papel de la política y de la actividad pública. Al igual que en los años sesenta, los partidos políticos de izquierda tuvieron que acoger el desafío de los movimientos sociales e incorporar las demandas del feminismo, del pacifismo y del ecologismo. Hoy estamos dando respuesta al reto de un mundo globalizado, con formas transformadas del trabajo, a menudo precarizadas, con una mayor conciencia ciudadana del derecho que debiera asistirnos a escoger nuestra propia vida, con la presencia de trabajadores de otros países.
El liberalismo que ha visto el nuevo siglo no es del de Adam Smith, David Ricardo o Stuart Mill. Por eso, hablamos de neoliberalismo refiriéndonos a las transformaciones sociales e institucionales, la desconfianza hacia el Estado, la complejidad y aumento de las tareas públicas, la pérdida del componente nacional de la economía.
El desafío de hoy es reconstruir un espacio público en el que sea posible pensar el debate y el conflicto; es la tarea imprescindible con la que nos hemos enfrentado en la izquierda alternativa y transformadora. No es nada sencillo, pues la ciudadanía nos reclama otra manera de enfrentar sus intereses y sus anhelos. No es que falten ciudadanos héroes, sino que la forma del heroísmo cívico tiene otros contornos en un tiempo con otro sentido común. Nadie va a seguir permitiendo en este siglo que empieza representar un papel subalterno como espectadores de nuestras propias biografías.
Nuestras sociedades son y serán más complejas y por eso se resisten al impulso del poder por donde ya no valen grandes recipientes donde ahormar la vida y los sueños de la gente. Para nosotros, eso quiere decir, como pone de manifiesto Porto Alegre, que el sujeto social vinculado a los proyectos de emancipación social es diverso cultural, económica y políticamente; que las identidades ideológicas no pueden ser hoy el único modo de articulación política y que, en consecuencia, necesitamos construir, inventar, esforzarnos por hacer posible una cultura de la convivencia y del encuentro que facilite la acción social y política.
Será la tarea de los partidos de izquierda, tarea nueva y difícil, el sumar el ánimo emancipador que atraviesa a todos esos movimientos y a todos esos comportamientos. Es lo que hacemos en IU con el carácter de movimiento político-social que portan nuestras siglas desde sus inicios. Queremos expresar esa voluntad de construir un "partido arrecife" , un "partido coral" , donde deben encontrarse los trabajos conjuntos de todas aquellas personas que construyen la izquierda con sus particulares ritmos y formas. Por eso, nos obligamos no sólo a representarlos, sino a permitir que esas sensibilidades se representen a sí mismas dentro de Izquierda Unida.
La moraleja de ese viaje es sencilla: pretendemos ser la expresión política de un tejido amplio y plural de organizaciones y personas activas en la vocación de alcanzar un horizonte de transformación social. Queremos ser el precipitado de esa energía rebelde que en nuestra sociedad se expresa de maneras tan diferentes. Izquierda Unida quiere ser el hilo rojo que trence, con la paciencia de una tejedora confiada y amable, todos los esfuerzos transformadores que florezcan en nuestro entorno.
Los últimos años nos han traído mejores noticias. El movimiento por otra globalización, la constitución de ATTAC, la celebración del Foro Social Mundial en Porto Alegre, la articulación de la izquierda en países importantes, han evidenciado que en la sociedad están activándose de nuevo las opiniones críticas que parecían arrumbadas a tiempos ya lejanos. Cambiar el estado de cosas es la única opción cuando pretenden segar la hierba bajo nuestros pies.
Hemos de hacerlo incorporando lo aprendido durante este itinerario. Izquierda Unida no es táctica. Es el convencimiento de ser, en la calle, uno más que debe trabajar en pie de igualdad con la gente y organizaciones que protagonizan actividades sociales transformadoras. Pensamos que se trata de una contaminación sugerente y enriquecedora.
Es momento de exigirnos con radicalidad la construcción de un espacio de integración y pluralidad donde la máxima sea: seguimos necesitando sumar. Porque, además, el encuentro de las izquierdas debe ser creíble para la ciudadanía. Son muchas las dificultades, pero es ahora cuando encontramos signos esperanzadores de una posibilidad: la de la reconstrucción del espacio político de la izquierda alternativa y transformadora.
Ya hay algunas noticias sobre esto y con toda seguridad encontraremos más en los próximos meses. Para que podamos considerar buenas esas noticias, deben dar cuenta de que las izquierdas no socialdemócratas de nuestro país hemos sido capaces de comenzar a andar. Esto afecta a las izquierdas de ámbito nacional o regional, a las izquierdas locales y también a algunas fuerzas nacionalistas.
Es una estrategia abierta, flexible, inclusiva, que pretende un encuentro real de las izquierdas con formas y modos por inventar. No nos asusta imaginar y pretendemos también que ese giro político facilite algún tipo de entendimiento con "la otra" izquierda para derrotar al PP y sus políticas.
La presidencia española del semestre europeo apunta a una movilización que debe servir para reencontrarnos después de la política de tierra quemada desarrollada por el PP y no lo suficientemente contestada por quienes podían. Las movilizaciones populares, el aumento de las voces críticas, nos ofrecen claros indicios de esperanza o, cuando menos, nos señalan que es posible pensar en algo más que en contarnos y recontarnos. La izquierda no puede ser como los antiguos alumnos de una promoción al final de sus vidas, donde ya no entra nadie y cada vez faltan más.
No aspiramos a que todo sea perfecto. Como recordaba con tanta sabiduría Hanna Arendt, cuando se viene del desierto es inevitable llevar los zapatos llenos de arena al oasis en el que nos hemos refugiado. Pero la esperanza se escribe con los materiales que la vida real nos ofrece y esos mimbres existen.
Generar un proceso que haga creíble el encuentro de estas izquierdas llevará su tiempo, pero puede ser un proceso ilusionante. Una condición de oro para que la necesidad se acompañe de optimismo (un requisito para la ilusión) es que sea, insisto, un proceso creíble.
A partir de la VI Asamblea, Izquierda Unida ha dado pasos importantes hacia ese nuevo escenario que desea toda fuerza con horizontes utópicos. El nuevo momento organizativo de la política exige construir una hermandad de los diferentes, una articulación política donde pesen los elementos compartidos, que siempre serán los de la emancipación, pero que deje mucho aire libre para cada diferencia. Un nuevo momento organizativo que de entrada a más jóvenes, para que sean ellos los autores de su propia política; a más mujeres, porque todavía no pueden ser los hombres los que interpreten sus necesidades, pues aún hay muchas diferencias; a más inmigrantes, porque son ellos los que mejor conocen las necesidades de esos colectivos; a más independientes, porque se hayan ganado el respeto de la sociedad por su trabajo.
Estamos en un momento crítico, donde el molde se ve rebasado por la realidad política. Por eso necesitamos, como en otros momentos históricos, audacia, generosidad y renovación, mucha renovación. Precisamos del coraje y de las energías que aportan las generaciones que han crecido en las nuevas experiencias de organización y movilización, que están más cerca de la sociedad que realmente existe hoy y que, sin embargo, han hecho crecer la semilla de la rebeldía y se han enfrentado al conformismo y a la resignación; nuevas generaciones que configuran el grueso de los votantes de nuestra formación política.
Se trata de un proceso de construcción de cosas nuevas en un horizonte abierto. Es un camino en el que no habrá que inventarlo "todo" , pero donde habrá que inventar mucho. Emprendimos hace tiempo este itinerario desde la convicción de que sólo la contaminación política y el mestizaje cultural tenían sentido. Quien escuche los mensajes de Porto Alegre, el discurso zapatista, el lenguaje político de los nuevos trabajadores y de los nuevos manifestantes se dará cuenta de que estamos inventando un nuevo alfabeto de la izquierda. Izquierda Unida quiere impulsar una práctica que invite a sumarse, que genere ilusión y que haga más compleja y diversa la izquierda plural.
En el programa de esta izquierda plural, aparecen rasgos claramente reconocibles para un programa alternativo deseable y posible: el compromiso con un desarrollo económico sostenible; garantías para asegurar un modelo social que asegure prestaciones universales de calidad; una defensa radical de las libertades democráticas en el convencimiento de que estamos más seguros cuando somos más libres; una propuesta abierta de articulación federal de nuestro Estado y un compromiso con una construcción social y democrática de Europa. Son propuestas que pueden concitar un amplio acuerdo y que, desde luego, pretendemos someter a debate en un próximo Foro de la Izquierda.
No renunciamos al faro común de crítica al capitalismo que nos une con tanta gente y defendemos con pasión la idea de una sociedad alternativa que seguimos llamando socialismo.
Es esta condición de defensa del socialismo, como una tradición intelectual de la que seguimos reclamándonos, la que nos hace fuertes en nuestra oposición a la guerra, en la denuncia de las desigualdades, en nuestra propuesta de moralización del Estado, en la exigencia de una organización política europea al servicio de la ciudadanía, en nuestro convencimiento de que deber ser los pueblos (y no los reyes) los que decidan su destino común, en nuestro apoyo de la cultura y la educación, en nuestro compromiso con las generaciones más jóvenes y la solidaridad intergeneracional. En resumidas cuentas, el socialismo que alumbrará la historia de la humanidad dejando atrás la prehistoria del mundo en que vivimos.
En este último periodo y gracias a un importante esfuerzo colectivo, hemos recuperado credibilidad y ganado nuevos apoyos, porque hemos sido capaces de mostrar en nuestra casa la transformación que sabemos necesaria para la sociedad. Sólo desde esa nueva Izquierda Unida podremos encarar con credibilidad social la solución que proponemos. No es momento de cosmética ni de matemática institucional. Se trata, por tanto, de hacer visible la realidad de un mundo que quiere cambiar, de recuperar la izquierda en todo su sentido de innovación, entrega y generosidad.
Pero hay que continuar en esa línea. Nos jugamos, una vez más, el futuro, para cerrar esta malhadada era e inaugurar el tiempo de las verdes alamedas que, fieles a nuestros sueños, siguen perteneciéndonos. Es tiempo de alumbramiento en que, con palabras de la poetisa nicaragüense, nos "acompañará la tierra con su murmullo de vientre" . Porque, una vez más, nos habremos atrevido.
El autor es coordinador general de Izquierda Unida. Este texto fue presentado en una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid, el 8 de marzo de 2002.