VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Opiniones

23 de noviembre del 2002

El neosocialismo sustituye al neoliberalismo

Heinz Dieterich Steffan

El movimiento contra la globalización neoliberal está en ascenso.
Manifestaciones multitudinarias en el Primer Mundo, el creciente rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la multiplicación de las derrotas electorales neoliberales y la progresiva autoorganización de los movimientos sociales emergentes en América Latina, evidencian la tendencia. Dentro de este movimiento toma forma la alternativa global postcapitalista con su proyecto de transición: el socialismo del siglo XXI o la Democracia Participativa.
El nacimiento de esta alternativa es vital para el futuro de la humanidad, porque el movimiento contra la globalización neoliberal es, en este momento, comparable a un gigante invértebra y miope. Tal estado de desarrollo es explicable por la fase embrional en que se encuentra, pero en la medida que pase el tiempo y arrecia la reacción negativa de la elite global a su existencia, tiene que dar el salto cualitativo hacia un movimiento consciente de sí y de las posibilidades y límites de evolución que están a su alcance. Requiere, para ilustrar esa necesidad con una metáfora, de un Sistema Global de Posicionamiento (Global Positioning System, GPS) teórico que le permita entender, dónde se encuentra y hacia dónde tiene que enfilar sus pasos, para llegar a la nueva sociedad.
Esa identificación del sujeto transformador en las dimensiones de espacio, tiempo y movimiento, históricamente ha sido tarea de las vanguardias del cambio. Vladimir I. Lenin, por ejemplo, proporcionó a la exitosa revolución soviética esas grandes señalizaciones que deciden sobre el éxito o fracaso de un macroproceso social. Cambiar la estrategia económica del "comunismo de guerra" de 1917, a la de la "Nueva Política Económica" en 1921, fue una de esas clarificaciones y orientaciones estratégicas vitales; definir el comunismo como la "bisagra" de los soviets con la electrificación del país, fue otra.
Sin embargo, esas determinaciones históricas para orientar a las fuerzas democratizadoras del sistema sirven solo durante un determinado periodo de tiempo, porque el universo social cambia cualitativamente con considerable rapidez. Esto explica que muchos de los posicionamientos estratégicos de Lenin y de los demás próceres del pasado ya no cumplen con su función aclaradora de la realidad. Y este dilema se agranda por el hecho, de que las nuevas determinaciones particulares, por ejemplo, aquellas que emanan del proceso chino, en su gran mayoría, no son aplicables a otros procesos de transformación globales.
Para que el movimiento global democratizador no se quede estancado en su estado de gigante miope e invertebrado, sino que pueda adquirir una conciencia de sí y, por lo tanto, una identidad propia coherente ---que lo convertirá en sujeto y potencia de transformación--- es imprescindible saber qué significa una economía socialista en las condiciones contemporáneas, para poder plantear correctamente las fases, tiempos y métodos de su construcción.
Entre los criterios de esta nueva sociedad socialista, en transición hacia la Democracia Participativa, destacan tres: 1. La participación de los ciudadanos en las decisiones macroeconómicas trascendentales; 2. La existencia de sectores económicos importantes regidos por el valor objetivo de los productos y servicios y, 3. La decisión sobre la intensidad del trabajo por parte del productor inmediato (empleado, trabajador, obrero, etc.).
La introducción de esos elementos constitutivos de la economía socialista del siglo XXI depende, a su vez, de tres factores objetivos: a) el grado promedio de desarrollo de las fuerzas productivas; b) el nivel general de educación y, c) el nivel general de ética. En consecuencia, tienen que diferenciarse los tiempos y formas de implementación sucesiva de la nueva economía socialista conforme a las condiciones concretas de cada país y región, para no violar dogmáticamente las posibilidades objetivas del progreso.
El primer criterio de la economía socialista significa que los ciudadanos deben decidir anualmente sobre los presupuestos federales, provinciales y municipales, cuya estructuración y ejecución determina en gran parte su calidad de vida. El segundo criterio implica un rompimiento gradual con los mecanismos de explotación de la crematística nacional de mercado que es la camisa de fuerza macroeconómica que destruye la calidad de vida de las mayorías.
Entre esos mecanismos, el sistema de precios es el principal dispositivo de expropiación del plusproducto que genera el trabajador. Este dispositivo se basa, esencialmente ---contrario a lo que dicen los ayatollahs de la economía burguesa--- en el diferencial de poder entre los agentes económicos. Quien tiene más poder, determina el precio y se queda con el plusproducto. El paso gradual de sectores importantes de la economía sometidos a esta lógica del poder, hacia la lógica del valor objetivo y del cambio equivalente, reduce el rango de aplicación de la tiranía crematística y extiende la esfera de la economía democrática.
Para realizar la tercera característica de la economía socialista ---la erosión y ruptura final de la tiranía microeconómica (en la empresa), con la consiguiente recuperación de las facultades de autodeterminación características de toda democracia real--- hay que concentrar el debate en su punto nodal: la relación entre propiedad productiva y democracia económica.
Contrario a lo que se supone, el problema estructural de la economía no radica en la existencia del mercado, ni en las formas de propiedad. Toda economía basada en la división social del trabajo requiere de una esfera de circulación o intercambio. El problema del mercado capitalista es, que la esfera de circulación, al igual que la de la producción, ha sido convertida por la alta burguesía y sus políticos profesionales en un sistema de sometimiento y explotación, que trabaja en contra de los intereses de la humanidad.
Las formas de propiedad no son, a su vez, la causa decisiva de la injusticia económica, porque toda forma de propiedad puede ser utilizada con fines de explotación, desde la privada hasta la colectiva y la cooperativista. La calidad de vida del trabajador directo no varía sustancialmente bajo el yugo del señor feudal o de su mayordomo; del dueño capitalista o de su manager, o de una empresa socialista o del Estado, con sus gerentes o comisarios. En todos estos casos el poder económico se le enfrenta al trabajador como una fuerza superior y tiránica, sobre la cual no tiene ninguna incidencia, pese a que determina literalmente su destino. El trabajador es un objeto enajenado, al cual un sujeto llamado mercado o plan, le impone las condiciones del trabajo y, por lo tanto, de su vida.
Para romper este ciclo histórico de la de facto esclavización del productor directo, hay un solo camino: que los trabajadores mismos determinen el grado de intensidad del trabajo o, para decirlo con Marx, el grado de explotación del trabajo humano que se manifiesta en la tasa de plusvalía (relación entre plusvalía y capital variable, p/v). Cuando los productores directos determinen por consenso su productividad laboral ----aceptando que reciban proporcionalmente menos gratificación, si deciden operar por debajo de los promedios sociales existentes--- se habrá roto el continuismo de seis mil años de explotación. Solo entonces habrá una diferencia cualitativa entre la gestión empresarial capitalista y la socialista que motivará al trabajador, a defender la segunda. Hoy día, la tecnología y la gestión empresarial en todas las economías son capitalistas y es por eso, que la "propiedad socialista" o la economía socialista son para el trabajador esencialmente nomenclaturas sin contenido ni identificación personal.
La defensa estratégica contra el neoliberalismo en sus formas mercantiles (ALCA, OMC) y bélicas (Plan Colombia, guerra contra Irak) requiere de un complemento estratégico ofensivo, para triunfar. El Sistema de Posicionamiento Global teórico de la humanidad indica claramente que este complemento sólo puede ser el socialismo del siglo XXI