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Opiniones

14 de octubre del 2002

La izquierda en el mundo, problemas y perspectivas

Octavio Rodríguez Araujo
Casa Lamm

En los últimos años se ha puesto un especial énfasis en la sociedad civil, como antes en el proletariado. Sin embargo, no se trata sólo de una sustitución del sujeto del cambio, sino también de intentar nuevas estrategias para lograr cambios.
Cuando se hablaba del proletariado como sujeto del cambio revolucionario se hablaba también de clases sociales, de lucha de clases y de explotación. Los trabajadores asalariados eran producto del capitalismo, pero también sus víctimas más directas. La lucha contra el capitalismo tenía que ser obra de esos obreros asalariados y de sus aliados (Marx estaba en contra de los sectarios que pensaban que sólo los obreros eran revolucionarios). Un poco más adelante, sobre todo después de varias luchas sociales en Europa, algunos marxistas llegaron a la conclusión de que los obreros, por el mero hecho de ser obreros, no eran revolucionarios.
Había que convertirlos, mediante procesos de educación política, en obreros conscientes de su situación en el ámbito de la lucha de clases y en las relaciones de producción. Después de las experiencias de la Primera Internacional y con la formación de los primeros partidos políticos modernos de la clase obrera, se concluyó que una de las funciones del partido socialdemócrata (como se llamaba entonces) era la educación política de la clase obrera, la conciencia de su potencial revolucionario y de su papel como sujeto de transformación anticapitalista como medio para su liberación como ser humano. Se confiaba, entonces, en el proletariado para crear un mundo mejor, sin explotación, con más oportunidades para todos y no sólo para unos cuantos, sin clases sociales, en suma. Y ese mundo mejor y ejemplar sería el socialismo.
Hasta ahí, y siguiendo con una exposición por fuerza esquemática, los anarquistas tenían coincidencias con los socialistas. También aspiraban al socialismo, pero a diferencia de los marxistas que subrayaban la importancia de los obreros industriales, los anarquistas se referían como sujeto de cambio social a los mismos trabajadores, a los pequeños propietarios (rurales y urbanos), al lumpenproletariat y a otros sectores o clases sociales, sin tomar en cuenta sus contradicciones, su heterogeneidad. (¿Algo así como el "anti-poder indefinido" de John Holloway en su libro Change the world without taking power?).
En general, especialmente antes de que el reformismo, el revisionismo y el posibilismo tuvieran cierto peso en los debates de la Segunda Internacional, tanto los marxistas en sus diversas corrientes como los anarquistas proponían la revolución como estrategia (táctica, le llamaban) para derrotar a la burguesía y su Estado. Podría decirse que ambas corrientes estaban en contra del Estado burgués, con una salvedad: los anarquistas se pronunciaban en contra del Estado, así tal cual, fuera burgués o no.
En este punto se iniciaron las principales diferencias entre marxistas y anarquistas. Éstos estaban en contra de la acción política, de la organización de los trabajadores, de la existencia de dirigentes y jerarquías, de cualquier forma de gobierno y, desde luego, de la existencia de cualquier tipo de Estado. Los marxistas, en cambio, eran partidarios tanto de la acción política dentro del sistema como de la acción revolucionaria, según las condiciones existentes. Asimismo, ya para finales de la década de los 70 del siglo XIX, Marx y Engels apuntaban sobre la necesidad de un partido con bases y dirigentes, con disciplina y aglutinante, en la lógica de una comunidad teórica con principios y programa de acción. Y, lo más importante, se planteaba, sobre todo en Marx, la dictadura del proletariado como una necesaria fase transitoria entre el capitalismo y el socialismo, mediante la cual los trabajadores pudieran generar su propio Estado, obviamente diferente al Estado burgués, para transitar al socialismo. Ese Estado no sería socialista, sino de nuevo tipo, y serviría para derrotar en todos los ámbitos a la burguesía al mismo tiempo que se intentaría educar a los trabajadores en una conciencia socialista, en un ser humano nuevo. Para Marx, sobre todo después de la experiencia de la Comuna, su concepción de la dictadura del proletariado y del Estado tuvo mayores precisiones.
Respecto de la primera (dictadura del proletariado), la expresión "dictadura" no se entendía linealmente como lo opuesto a democracia ni como forma de gobierno, sino más bien como el poder social de una clase mayoritaria sobre la minoritaria que antes ejercía el poder. Por lo que la dictadura del proletariado, expresión asociada al concepto de Estado, ya no era la del Manifiesto: una suerte de centralización del poder en un aparato, sino la palanca de la que se servirían los trabajadores "para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase […] transformando los medios de producción en simples instrumentos simples de trabajo libre y asociado." Es decir, una forma estatal transitoria, híbrida y en proceso de cambio.
Si el Estado y las formas políticas en general los entendía Marx en función de relaciones sociales, resultaría claro que al cambiar éstas tendrían que sufrir cambios tanto el Estado como las formas políticas en general. Si, como destacara Mandel, en la transición del capitalismo al socialismo no se eliminan del todo la producción mercantil, el cambio de la fuerza de trabajo por un salario estrictamente limitado y calculado, la obligación económica de este cambio y la división del trabajo, entre otros factores, resulta lógico pensar que el Estado de la transición no sea ni capitalista ni socialista, sino un híbrido diferenciado que habrá de resolverse por la situación dominante precedente o por aquella a la que se aspira a partir de una revolución social. Ya vimos, empíricamente, que esa situación transitoria, que los publicistas de la URSS daban por acabada desde los años 70, terminó por resolverse, dos décadas después, por la vuelta al capitalismo y que el Estado fue adecuado a esta nueva circunstancia sin mayores complicaciones. Ha quedado claro que la distorsión que sufrió la "dictadura del proletariado", sobre todo a partir de Stalin, le daría la razón a Bakunin cuando éste pronosticaba que una dictadura del proletariado terminaría por ser una dictadura contra el mismo proletariado. "Mientras… el poder político exista –escribía Bakunin--, habrá gobernantes y gobernados, amos y esclavos, explotadores y explotados. Una vez suprimido, el poder político debería ser substituido por la organización de las fuerzas productivas y el servicio económico". La fuerza de su primera afirmación se confirma con la existencia de la Unión Soviética y de otros países en los que, a nombre de la dictadura del proletariado, el gobierno de éste fue sustituido por el gobierno de un partido no democrático, y más que de un partido, por su dirección (todavía menos democrática). Pero la fuerza de esa primera afirmación se debilita al decir que el poder político debe ser sustituido por la organización de las fuerzas productivas y el servicio económico, sin gobierno alguno. Y aquí interesa destacar en el discurso anarquista la presencia de la idea de que los seres humanos, incluso los consagrados trabajadores como sujetos históricos de la revolución socialista, sean capaces de renovarse radicalmente o de llegar a ser como los han imaginado sin ninguna base de realidad: personas confiables, no mezquinas ni codiciosas y capaces de organizarse en comunidades autogestionarias y libres siempre y cuando no exista el gobierno, el poder político, el Estado. Esta situación nunca ha ocurrido, ni siquiera en las comunidades zapatistas en Chiapas o en las comunidades Amish y Menonitas de Estados Unidos, Canadá y México, donde reconocen líderes y jerarquías a pesar de su supuesta horizontalidad.
Y en este punto regresamos al concepto de sociedad civil y, sobre todo, al énfasis que últimamente se ha puesto en ella y en sus hipotéticas capacidades para transformar el estado de cosas sin tomar el poder. En el discurso zapatista se recupera este tema, razón por la cual Marcos, en entrevista con Julio Scherer (Proceso, 11/03/02), se declaraba rebelde social y no revolucionario, pues los revolucionarios, decía, se plantean transformar las cosas desde arriba, después de tomar el poder, y los rebeldes desde abajo, sin tomar el poder. Dicho sea de paso Marx criticaba severamente esta posición, pues no se trataba de tomar el poder y ya, sino de destruir el poder de la burguesía desde el poder mismo, mediante una dictadura del proletariado y, por lo tanto, mediante la creación y uso de un nuevo Estado, como ya hemos visto, por ser el Estado resultado de una relación social y no una entidad al margen de la sociedad y de los intereses dominantes en un momento dado. Por lo mismo, por su renuencia a tomar en cuenta positivamente a los partidos (que por definición aspiran al poder), cuando se estaba intentando construir el Frente Zapatista de Liberación Nacional se recomendó no incluir a los miembros de los partidos pero sí a los pequeños empresarios. En las discusiones yo fui de los que argumentaron que éstos, los pequeños empresarios, tenían trabajadores a los que con frecuencia se les escamoteaba incluso el pago del salario mínimo y varias prestaciones, como la inscripción al Seguro Social, mientras que en los partidos, sobre todo en el de la Revolución Democrática, participaban muchas de las personas que habían estado apoyando al EZLN; pero esos argumentos no fueron aceptados; los explotadores y los explotados, juntos, podían formar parte del FZLN, no los miembros de los partidos. Así de paradójico era el planteamiento zapatista en aquellos momentos, quizá por un afán de privilegiar a la sociedad civil sin importar su heterogeneidad ni sus contradicciones. De manera semejante, un sector importante de las nuevas izquierdas anti globalización trata de excluir a los partidos pero no acepta analizar la composición de la sociedad civil a la que tanto se refiere en su discurso, ni mucho menos reconocer las diferencias entre las clases sociales, concepto que, por cierto, no comparten muchos de los movimientos contrarios a la globalización neoliberal.
El énfasis en la sociedad civil y el relativo rechazo a los partidos políticos y a la política se ha traducido en la defensa a ultranza de los movimientos sociales, del movimientismo o de lo que Marx llamaba comunidades de acción en las que no era posible, sin riesgos de desunión, definir un programa de acción o metas finales por las cuales luchar más allá de coyunturas específicas.
Algunos defensores del movimientismo han recurrido, fuera de contexto, a una frase de Marx de 1875, que decía: "cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas". Esta expresión se refería precisamente a su Crítica al Programa de Gotha, programa entre corrientes contradictorias e irreconciliables que, a lo más, debieron formar una comunidad de acción, "concertar un acuerdo para la acción contra el enemigo común". Lo más que concedía Marx a este respecto lo expresó con toda claridad en una carta a Engels en 1869. En esta carta Marx decía: "La comunidad de acción que hizo nacer a la Asociación Internacional de los Trabajadores (Primera Internacional), el intercambio de ideas mediante los diferentes organismos de las secciones en todos los países y, finalmente, las discusiones directas en los congresos generales, también crearán gradualmente el programa teórico común del movimiento obrero general." Esto es, Marx no descartaba que de una comunidad de acción pudiera al final surgir un programa teórico común del movimiento de los trabajadores, pero con esto no soslayaba la necesidad de dicho programa ni de un fin último acordado como estímulo y orientación de la lucha revolucionaria.
De los Foros de Porto Alegre, y de otros que han venido organizándose podría, como hipótesis, surgir un programa y un objetivo comunes. Sin embargo, subsiste un gran problema: la heterogeneidad social e ideológica de los participantes y de los movimientos e intereses que representan. Estas diferencias ya se expresaron en esos foros, entre los que participaron en los talleres (representantes de ONG y de movimientos sociales no organizados, con algunas excepciones) y los que lo hicieron en las conferencias centrales (intelectuales y líderes de opinión, criticados por los otros e incluso tachados de reformistas). Por lo demás, y según la información oficial del Segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre, de alrededor de 700 talleres que se instalaron a partir de ponencias registradas, un poco más del 60 por ciento fueron presentados por brasileños, sólo el dos por ciento de esos talleres estuvieron referidos al socialismo, como estudio o como perspectiva. El resto de los temas fue muy variado: desde la interpretación de los sueños o el esperanto como instrumento de promoción de la paz (en serio) hasta el examen de la crisis del capitalismo y la perspectiva de un nuevo orden mundial. Así, resulta obvio que no se obtuvieran resoluciones ni acuerdos importantes, y que se tratara en realidad de un encuentro. En los seminarios, por otro lado, el objetivo fue "permitir la identificación, elaboración y profundización de temas específicos, más que promover el debate público y la socialización de estrategias para la construcción de un nuevo mundo", según fue explicado por los organizadores. Estos, los organizadores, tenían muy claro –sin duda-- que el debate, el intercambio de ideas –diría Marx--, así como la socialización de estrategias para la construcción de un nuevo mundo (todavía no definido), llevaría a la desunión, a la diferenciación ideológica, a la disminución probabilística de una nueva fuerza organizada o de un contrapoder para enfrentar el inmenso poder del capital y de los gobiernos que le despejan el camino y le sirven de apoyo para su dominio cada vez mayor.
Quizá el balance más objetivo de los participantes en Porto Alegre fuera el de Inmanuel Wallerstein: "… Porto Alegre –dijo-- es una muy flexible coalición de movimientos trasnacionales, nacionales y locales, con múltiples prioridades unidas primordialmente en su oposición al orden mundial neoliberal. Y estos movimientos, en su mayoría, no están buscando el poder del Estado, y si lo están buscando, lo hacen partiendo de que ésta es sólo una táctica entre otras, pero no la más importante." Sin embargo, "la falta de centralización puede hacer difícil coordinar tácticas para las batallas más duras que quedan por delante. Y tendremos que ver también qué tan grande es la tolerancia hacia todos los intereses que se representan, la tolerancia hacia las prioridades de unos y otros. Y si lograr el poder desde la estructura del Estado ya no es el objetivo primordial, ¿entonces qué lo es? Hasta ahora las fuerzas de Porto Alegre han luchado, sobre todo, batallas defensivas: impedir a las fuerzas de Davos llevar a cabo su agenda. Esto es importante, útil, y ha sido más exitoso de lo que muchos hubieran predicho hace algunos años. Pero tendrá que adoptarse una agenda seria y positiva. El impuesto Tobin (para combatir la especulación en los flujos de capital), eliminar la fórmula del impuesto sobre la vivienda, cancelar la deuda de los países del Tercer Mundo son todas propuestas útiles, pero ninguna es suficiente para cambiar la estructura fundamental del sistema-mundo." Y, finalmente, Wallerstein señaló que "en cierto sentido, el mundo está nuevamente donde estaba a mediados del siglo XIX, pero tiene una ventaja: cuenta con la experiencia y el aprendizaje a partir de los errores de los pasados 150 años." La cuestión, añado, es asimilar esa experiencia y entender esos errores, conocer ese pasado y evitar en lo posible caer en el fácil expediente de otorgarle a los miembros de la sociedad, a la llamada sociedad civil, atributos que en la vida práctica y cotidiana, más allá de ciertas coyunturas, se niegan.
Hablar de las perspectivas de la izquierda, de las izquierdas más bien, nos obliga a no confundir el wishful thinking con la realidad; es decir, creer que la realidad es lo que uno quisiera que fuera y no lo que es. Oponerse a la globalización neoliberal no es atributo exclusivo de la izquierda, la ultraderecha de Austria y de Francia también se opone, los sinarquistas en México también (recuérdese su propuesta de un país de pequeños propietarios). Pienso que tenía razón Kolakowski cuando sugería entender a la izquierda no sólo por negación de lo existente sino también por la dirección de esta negación, pues obviamente no todo movimiento que niegue lo existente es de izquierda, como no lo fue el hitlerismo respecto de la república de Weimar. En buena parte de las izquierdas actuales hay ciertamente oposición a lo existente, pero faltan las propuestas y el cómo se podrían alcanzar. En esto estamos, ojalá avancemos.