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Opiniones

13 de septiembre del 2002

Otro mundo es posible. ¿Cuál?

Octavio Rodríguez Araujo

Adolfo Sánchez Vázquez (1915) ha obtenido recientemente un doctorado honoris causa en la Universidad de Buenos Aires. Por este motivo ha sido entrevistado por Karina Avilés en La Jornada (9/9/02). En esta entrevista Sánchez Vázquez sostiene que la izquierda de nuestros días ha dejado de lado el socialismo como alternativa al capitalismo y ha tratado "de situarse en los cambios posibles dentro del sistema, pero perdiendo la perspectiva de que la alternativa verdaderamente emancipatoria tiene que venir de un sistema que destruya las bases fundamentales del capitalismo" (las cursivas son mías).
Cuando a partir del Foro Social Mundial en Porto Alegre se reivindica la frase "otro mundo es posible", no se nos dice cuál, en qué consistiría ni en cómo se lograría. Las posiciones anti globalización neoliberal unen, en la acción, a miles de personas de diversos puntos del planeta, pero existe la impresión de que esas posiciones anti no conducen a la elaboración de un programa ni a la precisión de un objetivo. Se ha dicho, con buena dosis de razón, que un programa de lucha y la precisión de un objetivo desunirían a quienes hoy se identifican por su oposición a varias de las manifestaciones visibles (y a veces superficiales) del capitalismo.
Y cuando uno les dice a sus defensores qué quieren, además de oponerse, me contestan sin rubor que esos activistas que se oponen a la globalización neoliberal son anticapitalistas aunque no se hayan dado cuenta. ¿Son socialistas?, pregunto, e invariablemente me dicen que eso no importa. ¿Tienen un programa?, vuelvo a preguntar, y me responden con una frase de Marx que, a 127 años de que la escribió, ha cobrado una enorme importancia "teórica" para los defensores del movimientismo: "cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas". Fácil, sobre todo si no se toma en cuenta el contexto de ese texto de Marx a Bracke, con motivo de la crítica del primero al Programa de Gotha en 1875.
Yo diría que algo muy semejante escribió Eduard Bernstein, el padre del revisionismo reformista que nutrió a los socialdemócratas por décadas y que les dio armas teóricas para justificar su gradualismo hacia un socialismo que nunca quisieron. Bernstein escribió: "En mi concepto, lo que se llama fin último del socialismo no es nada, pues lo importante es el movimiento", que Trotsky sintetizó, atribuyéndoselo a Bernstein para criticarlo, como "El movimiento lo es todo, la meta final nada", que es más contundente para justificar el movimientismo actual. No deja de ser paradójico que un sector de las nuevas izquierdas de hoy se nutra, para justificarse, de pensadores antagónicos (Marx y Bernstein) con sus oraciones citadas y utilizadas fuera de contexto.
Lo que Marx implicaba en su carta a Bracke lo dijo con absoluta claridad. Se trataba de una crítica al proyecto de unidad de los eisenachianos (el grupo de Bebel, Liebknecht y otros) con los lassalleanos, que eran incompatibles. Lo que decía Marx es que las diferencias entre ambos grupos daban, si acaso, para "concertar un acuerdo para la acción contra el enemigo común" (las cursivas son mías), no para hacer un programa de principios y con base en éste proponerse una organización o algo semejante para una lucha por una meta final. Igual que ahora, con muchos de los llamados globalifóbicos.
No es lo mismo "concertar un acuerdo para la acción" que coincidir en lo que se quiere como resultado de esa acción. ¿Quién estaría en contra de la afirmación de que otro mundo es posible? En esto coincidirían tanto los socialistas como los anarquistas, tanto la izquierda como la derecha y hasta la ultraderecha. Todos estamos de acuerdo en que otro mundo es posible. Pero las coincidencias se romperían en el momento en que se defina o caracterice lo que cada quien entiende por otro mundo posible.
Los defensores del movimientismo, emocionados porque el 0.001 por ciento de la población mundial se reunió en Porto Alegre a principios de este año (60 mil personas), se oponen a la posibilidad de un programa y a la definición de una meta final porque saben que habría desunión, y creen, en una utopía sin base de realidad, en una utopía extática (así, con x), que así, sin un programa y sin acuerdos sobre una meta final, se vencerá a los dueños del dinero sin formar un contrapoder (porque también desdeñan todo lo que tenga que ver con el poder y la política, los partidos incluidos). Sin embargo, las diferencias ya afloraron, pero muy pocos parecen estar dispuestos a debatirlas. Como si cada quien prefiriera encerrarse en "su verdad" y tolerar a los demás. Es el movimiento y, con éste, la incertidumbre de una utopía sin propuesta.