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Opiniones

EL GRAN DEBATE
EL MISTERIO ARGENTINO

Por: Claudio Katz

ARGENPRESS.info
Un debate que apasionó a otras generaciones, ante la crisis, nuevamente sale a la luz. El economista y periodista Claudio Katz aporta elementos para repensar el país.

El colapso actual de la Argentina ha resucitado las clásicas discusiones sobre el estancamiento del país, en la nueva realidad de miseria y desempleo masivo. Ya es sabido que la crisis en curso no tiene precedentes desde la depresión del 30 y es comprable a la registrada durante guerras o cataclismos naturales. Pero un repaso de distintas interpretaciones indica que las causas de esta degradación son todavía misteriosas para muchos analistas. Predominan, en general, explicaciones idiosincráticas e institucionalistas, que sirven también de fundamento a muchas caracterizaciones económicas de la ortodoxia y la heterodoxia. Estos enfoques ignoran el origen capitalista de la crisis, su especificidad periférica y el efecto devastador que tuvieron las política neoliberales en un marco estructuralmente desventajoso para la acumulación.

Ciclotimia, depresión y diferenciación

Los partidarios de la tesis idiosincrática subrayan tres aspectos negativos del temperamento nacional: la ciclotimia, la depresión y el gusto por la diferenciación. El grupo de autores que resalta el primer defecto destaca que la desgracia de los argentinos se origina en giros abruptos de la 'euforia colectiva al pesimismo generalizado' (A.Oppenheimer), del tono 'exultante a la melancolía' (A.Ventura) y de la sensación de 'grandeza a la autodenigración' (V.Muleiro). Algunos detectan la raíz de este vaivén en la 'omnipotencia y la adicción al pensamiento mágico' (J.Abadi) y otros en la 'negativa a ver la realidad' ( M.S.Quesada) o en la 'anomia aguda' (J.Miguens)[ii]. Pero la relación que encuentran entre esta oscilación anímica y la decadencia nacional no es muy convincente.

La ciclotimia ha sido señalada por algunos economistas como el origen de movimientos bursátiles imprevistos, desplomes financieros o inversiones riesgosas. Este fundamento psicológico no toma en cuenta las fuerzas determinantes de esos procesos, pero al menos ilustra el comportamiento inmediato de sus protagonistas. Cuándo se aplica este criterio al análisis de una crisis económicas de largo plazo, ese limitado esclarecimiento desaparece. Cómo la misma inestabilidad emocional que indujo extensos períodos de crecimiento también determinó un prolongado estancamiento es una incógnita irresuelta.

Pero el mayor problema de este patrón anímico radica en la indiferenciada evaluación de la subjetividad de una población. En vez de indagar como se comportan los dueños del poder se pretende dilucidar 'como actuamos todos los argentinos'. Y este interrogante no tiene una respuesta uniforme, porque quiénes manejan el país no se desenvuelven del mismo modo que la mayoría popular. Al identificar a ambos sectores bajo el paraguas de un 'alma nacional' se asigna la misma relevancia a los pasos que adoptan Macri y Duhalde que a las reacciones de los desocupados, los obreros o los pequeños ahorristas.

Esta elemental distinción de grupos sociales es también ignorada por la tesis depresiva, que atribuye las desgracias nacionales a la falta de entusiasmo. La 'nostalgia, el pensamiento negativo y la tristeza' (M.Grondona) son señalados como resultantes de la 'sobrevaloración inicial' y de 'creer que estábamos hechos para otra cosa' (E.Valiente Noailles). Se afirma que esta decepción ha creado un 'duelo permanente en el país tanguero', acentuando 'el sentimiento de pérdida que acompaña a la inmigración' (A.Moffat) y alentando una nociva 'propensión al psicoanálisis' (F.Gonzalez)[iii].

Pero de esta pintura de la argentinidad se podrían deducir conclusiones totalmente opuestas, porque la percepción de adversidades también induce al esfuerzo y a conductas perseverantes. Pero cabe suponer también todo lo contrario, porque en el reino del costumbrismo cualquier hipótesis vale. Este uso múltiple del pesimismo argentino no difiere mucho de las aplicaciones dadas al misticismo ruso, la disciplina alemana, la tenacidad británica o el ingenio francés. Estos rasgos han alimentado argumentos para explicar cualquier resultado, de cualquier proceso y en cualquier momento.

La tesis del desánimo argentino es, por ejemplo, actualmente utilizada por los funcionarios norteamericanos para justificar el fracaso de su mejor alumno neoliberal del Cono Sur. Proclaman que el pesimismo ha convertido a la Argentina en un 'país inviable' (Washington Post) y en una 'república bananera' (Wall Street Journal) que 'merece sufrir' (funcionarios del FMI). La función política imperialista de estas caracterizaciones es tan obvia como la inclinación colonizada de las mentes que resaltan la 'insignificancia de nuestro país' (C. Escudé) o la necesidad de 'forzarlo a cumplir sus compromisos' (R.C.Conde)[iv].

El tercer rasgo idioscincrático descubierto por los buceadores del temperamento nacional es un gusto por la diferenciación, derivado de la 'arrogancia', la 'viveza criolla' y la 'pereza' (M.Aguinis), en un país 'que nunca se puso a trabajar' (A. Touraine). Esta ausencia de 'cultura del trabajo' (R.Rabanal) es vista como un vicio heredado de la 'tradición hispánica de improductivad' (F.Delich) y como un resultado de 'la riqueza con poco esfuerzo' (T. Di Tella) que generó el 'mito de la facilidad' (L.Gregorich)[v].

Pero esta vieja tesis liberal ha perdido vigencia. Tradicionalmente proyectaba a toda la población el ocio de los rentistas terratenientes, atribuyendo a la vagancia de todos los argentinos el desaprovechamiento de los recursos naturales. Este retrato no ofrece en la actualidad ni siquiera una imagen distorsionada de la realidad. ¿Qué sentido tiene hablar de la 'pereza' del 44% de la población afectada por la desocupación abierta y encubierta? Despotricar contra la 'falta de cultura laboral' de los trabajadores, que padecen jornadas semanales de 55 horas sin cobrar dos de cada tres horas extras, es directamente ridículo. Más que un insulto es un síntoma de pérdida total del sentido de realidad.

Las divagaciones sobre la ciclotimia, la depresión y la pereza repiten el discurso de la 'Argentina potencia', que la clase dominante difundía cuándo pretendía imitar el 'destino manifiesto norteamericano'. De ese delirio ya no quedan ni siquiera los recuerdos. Actualmente las indagaciones metafísicas solo intentan describir un fracaso.

Pero como ocurre en otros países, el interés por el carácter nacional han sido sustituido por reflexiones sobre la identidad[vi]. Las opiniones sobre la 'esencia' de nuestro pueblo reemplazan los estudios sobre costumbres, culturas, valores y producciones artísticas. En lugar de indagar como el entorno geográfico, las condiciones históricas y las circunstancias políticas configuran las peculiaridades de una comunidad, se intenta develar los rasgos intrínsecos, perpetuos e inamovibles de la nacionalidad. Las observaciones sobre el tango, la nostalgia y la picardía sirven a este propósito, que entretiene a muchos lectores sin brindar ninguna pista seria para la investigación.

Violación de la Ley y culpabilidad de los políticos

Un segundo grupo de autores atribuye nuestras desgracias a otra costumbre argentina: 'la violación de la ley'. Algunos opinan que el 'culto al coraje y el desprecio por las normas' ha convertido al país en un 'simple lugar' (J.Vanossi). Otros atribuyen los 'cambios de reglas de juego' a los caprichos de 'cada gobierno de turno' (R.Cachanovsky). Muchos afirman que la Argentina es una 'sociedad desorganizada' (P.O¨Neill), porque 'nuevas reglas aparecen antes de amoldarnos a las ya existentes' (L.Diaz Frers), a través de un proceso de 'inflación legislativa que envilece la ley' (H.Lynch)[vii].

¿Pero quién viola los principios establecidos? ¿Todos los argentinos o la clase capitalista gobernante que permanentemente adapta el arsenal jurídico a sus intereses? Si desde 1983 el estado de sitio fue declarado en 53 oportunidades, si el Congreso sancionó centenares de leyes de emergencia y si los presidentes han dictado innumerables decretos de necesidad y urgencia es porque la clase dominante actualiza con estos procedimientos sus mecanismos de dominación. Quiénes más cuestionan la ausencia de 'seguridad jurídica' mayor protección suelen brindar a los grupos empresarios y financieros beneficiarios de este desorden. ¿O acaso el Parlamento no votó durante los fines de semana (con el auxilio de algunas tarjetas banelco) todas las leyes que exige el FMI?

Por otra parte, es completamente arbitrario identificar el cumplimiento de la ley con el éxito de las naciones. En el paraíso jurídico norteamericano, Bush atrapó la presidencia violando normas constitucionales y actualmente apaña los fraudes contables y las maniobras bursátiles que enriquecen a sus ministros. Los embajadores estadounidenses en todo el mundo se especializan en sobornar funcionarios para conseguir los contratos irregulares (como lo prueba el caso de IBM-Banco Nación). Además, la doctrina de 'guerra preventiva' que actualmente aplica Bush arrasa con todos los principios del derecho internacional.

El cumplimiento de la ley tampoco es sinónimo de prosperidad en la periferia, ya que los países de mayor crecimiento reciente (China, Corea del Sur, Malasia) encabezan los rankings de corrupción estatal. En la mediciones de 'transparencia internacional' no aparece ninguna correlación positiva entre honestidad gubernamental y tasa de inversión por una sencilla razón: el capitalismo se desenvuelve en torno a la ganancia y no a la pulcritud ética. La estabilidad de normas que requiere este sistema para neutralizar la destrucción competitiva es un principio siempre vulnerable, en función de las necesidades mayoritarias de los empresarios. Por eso el capitalismo funciona dictando leyes y desconociendo su vigencia.

En vez de reconocer esta realidad se ha puesto de moda transferir todas los defectos del sistema a la acción de los políticos. Se les atribuye una 'adicción megalómana por el poder' (C.Floria) y un impulso a crear 'cargos públicos fuertes, dentro de instituciones débiles' (F.Laborda). Se los describe como una 'casta divorciada de la sociedad' (E.Valiente Noailles), causante de la 'crisis de representatividad' (N.Botana) y de la desconexión predominante entre 'la política y la sociedad' (R.Fraga)[viii].

En el pasado, este operativo de culpabilización era el prolegómeno de un golpe militar. Pero después del genocidio de los 70 y de la aventura de Malvinas los gendarmes han quedado en reserva y las campañas derechistas solo apuntan a reforzar la digitación capitalista de la mayoría de los políticos.

La critica neoliberal a este grupo oculta, además, que el enriquecimiento de muchos legisladores y funcionarios constituye simplemente un premio a su fidelidad patronal. Lejos de actuar como un sector inmanejable de aprovechadores, los hombres del PJ y la UCR han servido con lealtad a sus padrinos de la banca y la industria. Si ahora reciben palos en lugar de medallas es porque representan el fusible del sistema. Saltan con el primer cortocircuito y son barridos si el apagón se generaliza. Este mecanismo para ungirlos, adularlos y luego desprestigiarlos y reemplazarlos es una forma de oxigenación del propio sistema. Los políticos no gobiernan para sí mismos, sino para las grandes corporaciones, que los aplauden cuándo florecen los negocios y los denigran cuándo llega la crisis.

Pero la presentación del desplome argentino como el producto de un sistema político fallido conduce además a ignorar la raíz económica de esta erosión institucional. Se olvida que la hiperinflación aniquiló a Alfonsín, que el Tequila inició la cuenta regresiva de Menen, que posteriormente la depresión socavó a la Alianza y que finalmente el corralito demolió a de la Rúa. Denostar a los políticos es una forma demagógica de oscurecer este condicionante del derrumbe y encubrir la responsabilidad directa de los capitalistas en la crisis.

Pero la 'fractura entre la política y la sociedad' también ha sido potenciada por la rebelión popular. Esta irrupción puso en jaque a todos los mecanismos de dominación y socavó los restos del consenso popular que preservaban los políticos patronales. Las críticas de la derecha expresan la irritación que ha creado esta situación entre los dueños del poder. Por eso persisten las objeciones a los aparatos tradicionales de control de la población ante su manifiesta incapacidad para desactivar la 'rebelión de las cacerolas' (V.Massot). Esta impotencia puede mensurarse en las detalladas estadísticas de las huelgas y los cortes de ruta que difunden los periodistas de la derecha (Centro Nueva Mayoria). Algunos se quejan contra las manifestaciones 'confusas, agresivas y directas de la soberanía popular' (N.Botana) y otros dan rienda suelta a su odio de clase, identificando las malversaciones de los legisladores con la 'corrupción de los piqueteros que exigen planes trabajar' (C.Escudé)[ix].

Sólo este tipo de 'violaciones de la ley' -que amenazan los privilegios de los capitalistas- preocupan realmente a los custodios del opresivo orden vigente. Los restantes atropellos jurídicos son quejas de circunstancia, que pasaran al olvido si la clase dominante necesita cambiar de libreto.

Las raíces de la inestabilidad política

También los intelectuales del progresismo sitúan el origen de la crisis en el incumplimiento de la ley, pero atribuyen esta indisciplina a la fragilidad institucional. Algunos consideran que estas prácticas 'antitéticas de la sociedad civil' (L.Birns, J.Gans) constituyen una 'enfermedad autoritaria' (T.E.Martinez). Otros ubican su origen en el 'nacionalismo intolerante' de las 'corporaciones que se imponen al bien común' (J.L.Romero) o en el 'caudillismo que ha destruido la construcción nacional' (B.Sarlo). Pero existe coincidencia en explicar el colapso argentino por 'el escepticismo respecto a la legalidad' (G.O'Donnell) y 'el manoseo de las instituciones' (F.Luna). Partiendo de esta caracterización ha sido muy frecuente fechar el inicio de la decadencia nacional en el golpe militar de 1930[x].

Pero asimilar la solidez de las instituciones con la estabilidad del capitalismo equivale a suponer que el funcionamiento de este sistema gira en torno a la transparencia parlamentaria, la justicia independiente o la legitimidad presidencial. En realidad estas instancias se desenvuelven 'normalmente' sólo cuando aseguran la expansión de los mercados y la rentabilidad. Desconocer este hecho conduce a olvidar que la democracia se ha desgarrado en la Argentina y en el mundo, cada vez que el capital enfrentó graves obstáculos para reproducir la acumulación.

El progresismo tiende a postular, además, una relación de causalidad simplista entre la fragilidad de las instituciones y el 'fracaso económico', omitiendo los condicionamientos históricos y sociales de ambos procesos. Este desconocimiento se observa en cuatro aspectos claves del fracaso argentino: la inserción dependiente, la herencia rentista del latifundio, las limitaciones de la industrialización sustitutiva y la desafiante combatividad de la clase obrera. Estos rasgos han limitado la acumulación en forma mucho más significativa que los vaivenes institucionales.

La inserción dependiente era poco visible cuándo los inmigrantes europeos afluían masivamente hacia un país que parecía completamente diferente del resto de Latinoamérica. Pero cuándo esta región comenzó a perder peso frente a otras zonas periféricas, todos los efectos del intercambio desigual, el drenaje financiero y la dualización industrial -que nuestro país comparte con las naciones subdesarrolladas- salieron a flote. Esta vulnerabilidad estructural ha incidido mucho más en el desplome nacional que la sustitución de gobiernos civiles por militares y viceversa, porque ninguno de esos episodios modificó el status dependiente del país.

La estructura agro-rentista tampoco fue un obstáculo para el crecimiento, mientras la renta natural del campo satisfacía a las clases dominante y bombeaba excedente para la inversión. Pero este molde -que alimentó un hábito de ganancia fácil asimilado por todos los grupos empresarios- no pudo perdurar cuando la capitalización mundial del agro redujo la incidencia de la renta y potenció la sobreproducción de alimentos. La mirada institucionalista más vulgar -exclusivamente concentrada en evaluar cuántos regímenes constitucionales prevalecieron sobre los dictatoriales- no registra este obstáculo, que afectó por igual a ambos tipos de sistemas políticos.

El enfoque del progresismo tampoco esclarece porqué la industrialización sustitutiva generó un sector manufacturero tardío, fragmentario y de baja productividad, para abastecer a un mercado interno que era el más próspero de la periferia. Además, no explica las razones del sistemático fracaso de los ensayos de modernización industrial, que oscilaron entre la subvención proteccionista y la apertura destructiva y que predominaron tanto en los gobiernos civiles como en los militares.

Finalmente, la tesis constitucionalista ignora el desenlace de las confrontaciones sociales y el extraordinario papel de la clase obrera, porque razona con criterios de ciudadanía opuestos al análisis clasista. El parámetro cívico resulta inútil para comprender cuál fue el impacto creado por la acción de un proletariado, que era el más organizado y sindicalizado de América Latina. Al observar la sociedad como un conglomerado de sufragantes, los institucionalistas desconocen este rol de los trabajadores. Ignoran que la burguesía afrontó una inestabilidad política crónica, porque tardó décadas en demoler conquistas sociales sin parangón en la periferia.

La crisis del estado sintetiza el impacto de estos cuatro determinantes de la declinación capitalista. Pero esta 'ausencia de un aparato previsible, con capacidad burocrática para gestionar' (R.Sidicaro) no es la causa, sino la consecuencia de ese desplome[xi]. Además, la mínima cohesión que requiere una estructura estatal para funcionar ha sido corroída en los últimos años por la acentuada transnacionalización de la alta burocracia administrativa, financiera y militar. Los compromisos de lealtad que este grupo tiene con los organismos multinacionales que los emplean y aseguran sus carreras, explica porqué han socavado con sucesivos ajustes todos los pilares de una gestión pública eficiente.

Los mitos institucionalistas

El progresismo ha sido la usina de todas las expectativas de reconstruir la economía a partir de la estabilidad constitucional. Primero Alfonsín prometió 'curar, educar y alimentar con la democracia' y luego la Alianza auguró una lluvia de inversiones con la simple conversión de Argentina en un 'país serio'. Este mismo discurso reiteran ahora los partidos de la centroizquierda, que identifican la erradicación del 'estado mafioso' y la suscripción de 'un nuevo contrato moral' con la inmediata recuperación productiva. El mismo diagnóstico y las mismas recetas se reiteran sin evaluar las reacciones del paciente.

Pero este fracaso no es asumido como propio por los institucionalistas, que presentan sus desaciertos como errores colectivos de toda la sociedad. Se eximen de responsabilidades, exteriorizando los problemas y culpabilizando a todos los argentinos. Si hay pobreza es porque la 'sociedad lo tolera', si hay corrupción es porque la 'sociedad la apaña', si hay criminalidad es porque 'la sociedad lo acepta' y si hay explotación es porque 'la sociedad se acostumbró'.

¿Pero que es la sociedad? ¿Una instancia de grupos diversos regulada por gestores neutrales o un organismo escindido en clases e intereses sociales antagónicos? Si se supera la ingenua caracterización de esa entidad resulta posible observar que la 'sociedad' a secas es un mito. Lo que satisface a la 'Sociedad Rural' no es lo que beneficia a la 'Sociedad de Cooperativistas' y lo que demandan los empresarios choca con los reclamos de los trabajadores.

Esta oposición de intereses es más visible desde el inicio de la rebelión popular, que en los términos del propio institucionalismo, convirtió al 'ciudadano-afiliado del 83 y el 'ciudadano-consumidor' de los 90 en un 'ciudadano societario de asambleas [xii]. Este cambio -que socavó muchas creencias constitucionalistas- ha provocado un gran desconcierto entre la intelectualidad del progresismo, que oscila entre el compromiso con la lucha popular, el desencanto y el cinismo.

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Notas:

[ii]Oppenheimer Andrés. 'El desencanto de los argentinos'. La Nación, 2-7-02, Ventura Adrían. 'Qué paso con la Argentina'. La Nación. 17-10-02, Muleiro Vicente. Clarín 18-8-02, Abadi José 'De responsabilidades propias y ajenas' Clarín revista. 13-8-00, Quesada María Saenz 'De responsabilidades propias y ajenas', Clarín revista.13-8-00, Miguens Jose E. 'Un país sin rumbo'. La Nación, 8-2-01. (Volver)

[iii]Grondona Mariano. 'En la sima del pensamiento negativo' La Nación, 18-8-02, Valiente Noailles Enrique 'El clamor de los argentinos'. La Nación, 18-9-02, Valiente Noailles Enrique. 'Ahora nadie espera nada'. La Nación, 16-10-02, A.Moffat y F.Gonzalez en Remeseira Claudio. 'La patria triste del psicoanálisis y el tango'. La Nación, 6 de agosto 2000. (Volver)

[iv]Prensa internacional. Boston Globe , Le Monde . 'Asi lo ven', Página 12, 14-1-02, Escudé Carlos. 'Una misión imposible'? La Nación. 28-01-02. Cortes Conde Roberto, citado en la 'Soberanía embargada' Clarín, 28-07-02. También el keynesiano P.Krugman participa de la moda denigratoria con su mirada compasiva hacia un país 'pequeño, lejano y remoto que tiene pocas posibilidad de afectar' la vida corriente de los norteamericanos. Krugman Paul. 'Llorando con la Argentina'. La Nación, 2-1-02. (Volver)

[v]Aguinis Marcos. 'La paradoja argentina'. Clarín Revista.13-8-00, Touraine Alan. 'El regreso de la nación'. Clarín, 13-1-02, Rabanal Rodolfo. 'Anatomía del pesimismo argentino'. La Nación 13-1-00, Delich Francisco. 'No respectar las normas no es una picardía'. La Nación, 28-10-02, Di Tella Torcuato. 'De responsabilidades propias y ajenas' Clarín revista 13-8-00, Gregorich Luis. 'El mito de la semilla y el futuro argentino'. La Nación 9-12-2000. (Volver)

[vi]Ver: Anderson Perry. 'Fernand Braudel y la identidad nacional'. Campos de batalla, Anagrama, Barcelona, 1992. (Volver)

[vii]Vanossi Jorge. 'El abuso de derecho está en la raíz de los problemas', La Nación , 117-10-02, Cachanosky Roberto. 'La Argentina, enfrentada consigo misma'. La Nación, 18-11-02, Diaz Frers Luciana. 'Crear un entorno que premie la inversión'. La Nación,14-10-02, Lynch Horacio. 'La suma de muchos errores'. La Nación,15-10-02. (Volver)

[viii]Floria Carlos. 'La autoridad es la clave de la democracia'. La Nación, 13-10-02, Laborda Fernando. No se lograron consensos'. La Nación, 13-10-02, Valiente Noailles Enrique 'El clamor de los argentinos'. La Nación, 18-9-02, Botana Natalio. 'El hilo de seda de la legitimidad'. La Nación, 5-9-02, Fraga Rosendo. 'La dirección de la crisis'. Página 12, 27-01-02. (Volver)

[ix]Massot Vicente. 'La rebelión de las cacerolas'. La Nación, 29-12-01, Botana Natalio. 'Que se vayan : Y después'. La Nación, 7-2-02, Escudé Carlos. 'Nuestra condena, la corrupción', La Nación, 16-10-02. (Volver)

[x]Martinez Tomas Eloy. 'Recrear la Argentina'. La Nación, 22-12-01, L.Birns, J.Gans citados por Diament Mario. 'Como un choque de trenes' La Nación, 24-12-01, Romero Luis Alberto. 'Refundaciones': Clarín, 3-6-01, Romero Luis Alberto. 'Que le paso a la Argentina'.La Nación,16-10-02, Sarlo Beatriz. 'La disolución de la Argentina y sus remedios ' Página 12, 23-12- 01, O´Donnell Guillermo 'Entrevista'. Página 12, 11-6-01, Luna Felix. 'Mas que errores fueron horrores', La Nación, 13-10-02. (Volver)

[xi]Sidicaro Ricardo. 'Integraciones y desintegraciones' Página 12, 20-1-02. (Volver)

[xii]Landi Oscar. 'Ciudadano societario de asambleas'. Clarín, 24-03-02. (Volver)


* Claudio Katz es economista, profesor de la UBA, investigador del CONICET. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).