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Opiniones


30 de octubre de 2002

Memorias de vencidos

Michael Löwy - Traducción: Alejandra Dupuy
La Jornada


Walter Benjamin defendía, en sus tesis ''Sobre el concepto de la historia", la fuerza crítica y subversiva de la memoria que va a ''contrapelo" de la historia. La de los chilenos vencidos en septiembre de 1973 no ha dejado de perseguir las conciencias, no solamente en América Latina sino también en Europa y otras regiones. El fracaso del reciente intento de juzgar al general Pinochet no ha hecho más que reforzar el sentimiento de una injusticia que permanece, de una memoria herida. De allí el interés, incluso la emoción, que suscita una obra como ésta, que tiene la gran ventaja de mostrar los acontecimientos a través del prisma de lo cotidiano de seres humanos únicos e irremplazables.

Este libro es poco habitual: escrito a cuatro manos por madre e hija, cuenta a la vez la historia de Chile y la de dos generaciones de mujeres que sueñan con el amor y la justicia social. Son dos narraciones paralelas que se cruzan, se buscan, se pierden y a veces se rencuentran. Una, la de la madre, más directa, más ordenada, más tranquila; la otra, la de la hija, más caótica, más densa, más desgarrada. Sus relaciones son complejas: entre ternura y fobia, atracción y repulsión, rebelión y sumisión. Pero el relato se construye bajo el signo sosegado de la reconciliación. Es una idea de la madre a la cual la hija se resiste, pero termina por aceptar con reservas: ''Mónica, no esperes de mí un relato coherente, yo no puedo contarte más que fulgores.... suspensiones, anhelos, líneas sombreadas".

Mónica Echeverría es una hija de buena familia que estudia con las hermanas ursulinas y que se casa en 1944 con un joven arquitecto con futuro, Fernando Castillo. Ajena a los avatares políticos, la pareja vivía, escribe Mónica, ''como pájaros, totalmente indiferentes a la pobreza y a la injusticia". En cambio, Carmen Castillo, la hija mayor, desde temprano militará en la izquierda más radical y se casará en 1967 con Andrés Pascal, uno de los dirigentes del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) chileno, con quien tendrá una hija, Camila: ''Quizá somos una generación para la cual el compromiso se confunde con la vida".

Los años de la Unidad Popular bajo la presidencia de Salvador Allende (1969-73), durante los cuales soplará ''un viento fresco que hacía girar los molinos de nuestros sueños" (Carmen), acercarán a la madre y a la hija.

Partidarios de Radomiro Tomic y de la izquierda demócrata crisitiana, Mónica y su marido apoyan a Allende, mientras Carmen trabaja en el Palacio de La Moneda con Beatriz Allende, la hermana y secretaria del presidente. Es entonces cuando, escribe Mónica, ''descubrí la hipocresía y la crueldad de mi clase social y renegué de ella": sus amigos de siempre los consideran traidores y los califican de ''burgueses vendidos a los comunistas".

Lo que siguió es por todos conocido: el golpe militar del general Pinochet, la trágica muerte de Allende, la despiadada represión que se abate sobre el pueblo. ''Todo era mucho más cruel y sangriento de lo que jamás hubiéramos imaginado", comenta Mónica. Ella decide unirse a la resistencia y se convierte, según su hija, en ''el pilar de la red encargada de encontrar refugio a los dirigentes clandestinos" de la izquierda. Carmen, que se había separado de Andrés Pascal, vive en la clandestinidad con otro dirigente célebre del MIR, Miguel Enríquez, de quien espera un hijo. El 5 de octubre de 1974 la policía política descubre el escondite de la pareja: Miguel Enríquez muere en combate y Carmen, gravemente herida, es puesta en prisión. Sus padres, que se habían exiliado en Inglaterra, consiguen que la liberen. La hija se les une un tiempo más tarde en Cambridge. Carmen da a luz un niño que morirá algunas semanas más tarde: ''Los militares también lo mataron a él".

Exiliada en París, Carmen viaja por las capitales de Europa en una gira de solidaridad con la resistencia chilena. Obediente, se prestará para el papel de ''viuda heroica", pero se siente cada vez más incómoda con lo que ella considera una impostura. Luego de una decepciontante estadía en Cuba, regresa a París en 1977 y entra en una profunda crisis. Para recobrarse, comienza a escribir el relato de sus últimos días con Miguel Enríquez en Santiago: ''la dictadura era una máquina de olvido, tenía que continuar el combate como pudiera". El resultado será un libro inolvidable, Un jour d'octobre a Santiago (Un día de octubre en Santiago), que publicará en París en 1980, pese a las reservas de la dirección del MIR.

Durante ese tiempo, Mónica y Fernando regresan a Chile (1978), donde se encuentran con una dictadura arrogante y represiva. Con sus amigos del Centro Cultural Mapuche y de la asociación ''Mujeres por la vida", Mónica elige la cultura y, en ocasiones, el humor negro como arma contra el régimen. Un ejemplo fue la épica Operación Chancho, en la que se verá en una loca carrera por las calles de Santiago a un cerdo vestido de general y con una gorra como la del general Pinochet. Pero es a partir de 1983, con las protestas y los cacerolazos, que la mecha del descontento se enciende. Las huelgas generales y las manifestaciones callejeras se suceden, pero la rebelión popular entra en crisis tras los asesinatos de militantes por los servicios el régimen y el fracaso de la tentativa de atentado contra Pinochet por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Finalmente, con la victoria del no en el plebiscito de 1988 comienza el ocaso de la dictadura y el inicio de una muy larga ''transición a la democracia" que continuó bajo las presidencias de Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos, y que aún no ha terminado, puesto que la Constitución impuesta por Pinochet sigue en vigor.

En París, Carmen rehace su vida, se casa nuevamente, es madre, pero permanece alejada de Chile, salvo para una corta visita a su padre enfermo, en 1987. No es hasta 1993 cuando regresa por un periodo más largo al país, para co-realizar un documental, La flaca Alejandra, que cuenta la trágica historia de Marcia Merino, dirigente del MIR quebrada por la tortura, que se convertirá durante largo tiempo en una colaboradora del régimen y en agente de su policía política, la tristemente célebre Dina, antes de arrepentirse y ponerse al servicio de las familias de las víctimas.

''Tú has construido un destino de mujer libre", escribe Carmen a su madre, pero lo mismo se aplica a ella, ''sin promesas de porvenir", simplemente motivada por la necesidad de luchar ''para terminar con estas realidades de injusticia y opresión". Un libro conmovedor que brilla con la oscura luz de la memoria de los vencidos.

Carmen Castillo, Mónica Echeverría, Santiago-París, le vol de la mémoire (Santiago-París, el vuelo de la memoria), París, Plon, 2002, 293 páginas.