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Opiniones

Dominación sin sujeto (parte V)

Sobre la superación de una crítica social reductora
Original alemán: "Subjektlose Herrschaft. Zur Aufhebung einer verkürzten Gessellschaftkritk", en revista Krisis ("Beiträge zur Kritk der Warengesselchaft"), nº 13, Bad Honnef, 1993.
Versión portuguesa difundida en el Seminario Internacional "A Teoría Crítica Radical, Superaçao do Capitalismo e a Emancipaçao Humana", Fortaleza, Ceará, 29.10.2000, y publicada en
http://planeta.clix.pt/obeco.
Traducción del portugués: Round Desk.
Robert Kurz 5.

El marxismo no sólo se mostró incapaz de permanecer inmune a los desarrollos del estructuralismo y de la teoría de los sistemas, con la excepción, por supuesto, de los ignorantes de los movimientos de agitación, sino que además hizo nacer en su propio terreno una variante teórica seudoestructuralista, que a su vez influyó sobre los proyectos no-marxistas (Foucault, por ejemplo). Como se sabe, fueron los trabajos de Louis Althusser los que produjeron tal avance. Althusser fue y sigue siendo, en muchos aspectos, un marxista tradicional (y también un marxista de partido dentro del PCF, aunque inconformista y opositor). Con la ayuda de las ideas «estructuralistas», sin embargo, intentó fundar una nueva lectura de Marx.
Ésta no se redujo sólo a un flirt con la terminología estructuralista, como Althusser intentó hacer creer más tarde/20, sino que fue un elemento plenamente genuino del «proceso» estructuralista y de la teoría de los sistemas dirigidos «contra el sujeto». El propio Althusser, ya en el texto Pour Marx escrito en 1965, señala como su objetivo «trazar una línea demarcatoria entre la teoría marxista y las formas del subjetivismo filosófico (y político) en las que se internó o que la ponen en peligro».21 El verdadero objetivo se muestra aquí aún velado por el concepto de «subjetivismo», muchas veces instrumentalizado por el vocabulario marxista medio -concepto éste que en sí no implica ninguna reflexión sistemática sobre el concepto de sujeto en general. Pero Althusser se volvió luego más explícito, como indican algunos ejemplos extraídos casi al azar de su obra: «El proceso (o la dialéctica) sin sujeto de la alienación es el único sujeto reconocido por Hegel. En el propio proceso no hay sujeto: el proceso mismo es el sujeto, justamente por el hecho de no tener sujeto. [...] Se elimina, en lo posible, la teleología, y queda la categoría filosófica de un proceso sin sujeto asimilada por Marx. Este es el legado positivo más importante legado por Marx y Hegel: el concepto de un proceso sin sujeto. Tal concepto da sustento a El Capital. [...] Hablar de un proceso sin sujeto implica sin embargo que la expresión 'sujeto' es una expresión ideológica.»/22.
Las consecuencias inferidas por Althusser para la «nueva lectura» de la principal obra de Marx (Lire le Capital, 1965, en colaboración con J.
Ranciére, R. Balibar y otros) contienen los principales momentos del estructuralismo e incluso de la teoría de los sistemas, como nos lo aclara el resumen en cierto modo inadecuado de Günther Schiwy. Según éste, el marxismo tendría que asimilar un conocimiento esencial, el de que: «El hombre no está en el centro del mundo y ni siquiera en el centro de sí mismo, pues tal centro no existe. No obstante, esto confirma la desconfianza marxista ante toda concepción humanista del hombre y ante el concepto de homo oeconomicus, como si el hombre fuese el sujeto y el motivo de la economía, y el concepto de homo historicus: el hombre como sujeto y objeto de la historia mundial. En verdad, los verdaderos sujetos de la actividad económica no son los hombres que poseen empleos, y tampoco los funcionarios que distribuyen cargos, y mucho menos los consumidores, sino las condiciones de consumo, distribución y producción. Tales condiciones forman un sistema complejo, a cuyas estructuras el hombre es extraño, pero que lo determinan hasta los menores detalles. Sólo el equívoco ideológico y humanista convierte este conocimiento científico en la ilusión de la indispensable interioridad del hombre, que determina el curso de las cosas.»/23 Resta saber cómo Althusser armoniza esta interpretación con posiciones «revolucionarias». En realidad, con la exclusión del sujeto, Althusser alivió al marxismo de la vieja crítica de la dominación. ¿Acaso deseaba algo más? El estructuralismo no excluye de ninguna manera «procesos diacrónicos» y la teoría de los sistemas permite perfectamente cambios, crisis e incluso transformaciones sistémicas. Sólo que éstas, de acuerdo con su esencia, están tan desprovistas de sujeto como el «funcionamiento» y el movimiento de los propios sistemas. Es exactamente en este sentido como entiende Althusser su reinterpretación del marxismo. Él supera el marxismo no con un paso adelante, esto es, a través de una asimilación sistemática de la crítica del fetichismo, y tampoco enfrenta al supuesto adversario, sino que más bien absorbe en su núcleo, sin modificaciones, todo el marxismo del movimiento obrero, aunque ahora plasmado en una nueva forma «normativa» de movimiento estructuralista y sin sujeto/24. Todo está ahí, como antes: la burguesía, el proletariado, la lucha de clases, los intelectuales fluctuantes. Sólo que ahora ya no se trata de sujetos autónomos sobre el ring histórico, sino justamente del «funcionamiento» de un proceso contradictorio sin sujeto.
Todos actúan como deben actuar según su «función sistémica». Althusser no se atreve siquiera una vez a tocar inocentemente el famoso «instinto de clase» del proletariado. La burguesía ejecuta las funciones sin sujeto de la conservación del sistema, el proletariado ejecuta (ya que se trata de un proceso sistémico contradictorio) la función contraria y sin sujeto de la crítica al sistema, y así se desarrolla la lucha de clases igualmente sin sujeto como resultante sistémica. El resultado final de este «proceso sin sujeto» sólo puede ser la transformación sistémica -obviamente sin sujeto- en el socialismo, que a su vez constará entonces, para nuestro asombro, de (otro) sistema sin sujeto.
Hechas las cuentas, la construcción de Althusser parece sumamente insatisfactoria. El hecho de no haber constituido una renovación del marxismo, sino más bien su enterramiento fue algo que pronto se reconoció.
En verdad, el marxismo vivió siempre de la ideología ilustrada del sujeto autónomo a priori. Amputarlo y continuar desenredando el antiguo ovillo era una empresa condenada al fracaso. El monstruo desdentado que quedó no puede ser la novia radiante de la renovación humana. Sin embargo, no sólo el énfasis revolucionario del marxismo tenía que escaparse con la interpretación estructuralista como el aire de un globo pinchado, sino que también toda la práctica justificativa le fue arrebatada contra la propia intención de Althusser. De hecho, si tanto la lucha de clases como el propio socialismo anhelado son simples «procesos sin sujeto», ¿quién podrá garantizar un contenido humano y los resultados guiados por las necesidades humanas? Los comunicados del «frente de construcción socialista» en el este y de la praxis de los «movimientos de liberación» en el sur se volvían cada día peores y más alarmantes. Althusser fue apenas uno de los muchos enterradores del marxismo que, en Francia, pondrían luego manos a la obra de manera mucho más abierta y menos contrita.
Como ya ocurriera con los estructuralistas en general, la antigua ideología del sujeto se alzó también, con todas sus variantes, en contra de su destrucción por la interpretación de Althusser. Pero ni las reprimendas del Partido, que temía un «entierro del compromiso revolucionario», ni las polémicas de Sartre o Alfred Schmidt pudieron ya detener, una vez iniciado, el proceso teórico de la destrucción del sujeto ilustrado. Tales tentativas eran tan inútiles como la discusión análoga entre Jürgen Habermas y Niklas Luhmann, por ejemplo/25. Como se ha dicho, las teorías occidentales del sujeto hacía mucho que se habían destruido y revelado a sí mismas las aporías del concepto de sujeto como «Dialéctica de la Ilustración». El estructuralismo y la teoría de los sistemas no hicieron más que deducir las consecuencias que estaban en el aire. Así fue como la larga historia del sujeto occidental llegó a su definitivo fin.
En realidad, resulta difícilmente impugnable el profundo contenido de verdad de los conceptos «sistema», «estructura» y «proceso» sin sujeto con relación a la empiria observable de las relaciones burguesas de la modernidad tardía o «posmodernas». El estructuralismo dice solamente lo que de hecho es así, o sea, lo que aparece como realidad. Los ideólogos humanistas e ilustrados del sujeto, inclusive el marxismo, no cuestionan el «caso» superficialmente, sino que quieren criticarlo. Su punto de vista es sin embargo bastante precario, pues tienen que aceptar un sujeto apriorístico que «se olvidó» de que así es y de lo que creó. La lira de este concepto de sujeto entona siempre la misma canción: se ha de restablecer una conciencia que se perdió de la hechura subjetiva de los procesos sociales. Esto es en verdad el más despreciable rousseaunismo, puro siglo XVIII, mal enriquecido en su superficie con los resultados de las ciencias modernas y los saldos de la crítica de la economía de Marx. El pensamiento ilustrado es fundamentalmente incapaz de imaginar la «hechura» de «algo» sin un sujeto preexistente de esta acción; una acción sin sujeto no le parece sólo monstruosa, sino también una imposibilidad lógica. El hecho de que aquí, en la sociedad existente, algo gira en falso, le es de algún modo consciente (sobre todo en su variante marxista); pero por cierto se ha de tratar de un «error», que a su vez fue causado subjetivamente, o sea, por la «voluntad de explotación» o por la «voluntad de poder» de los dominantes. Los sólidos argumentos del estructuralismo y de la teoría de los sistemas concluyen que la aceptación de este sujeto apriorístico es «metafísica» inconsistente, que ese sujeto jamás existió ni podrá existir de acuerdo con la lógica.
Esta posición es sólida, pero también irremediablemente afirmativa. Vierte agua sobre la ebullición de toda la crítica social. Contra ella nada pueden ni la desesperada «praxis a pesar de la teoría» de Foucault ni el vaporoso proyecto «secundario» de la lucha de clases de Althusser. Esta era también desde hacía mucho tiempo la posición de la Teoría Crítica. Por otro lado, la praxis social del «sistema» moderno, que se ha convertido en un sistema mundial directo, es más que nunca digna de crítica o, para decirlo todo, insostenible. Es manifiesto que ese «todo sistémico» -a la par, irónicamente, de la ideología crítica del sujeto- llega a su fin histórico cada vez más catastrófico.
La praxis crítica y revolucionaria tiene que ser, sin embargo, fundamentable y por tanto fundamentada nuevamente. Los movimientos prácticos, los partidos y las sectas marxistas (como por ejemplo el antes citado «Grupo Marxista») «pensaron por inercia», durante años, de una forma teóricamente ignorante.
No comprendieron ni superaron el desarrollo teórico y sus resultados, pero o bien no los tomaron en cuenta o bien simplemente los descartaron como «falsos» o «absurdos». Todo parecía tan «simple»: los hombres sólo tenían que seguir sus «intereses» o ser empujados a ello; la «praxis» parecía ante todo fundamentable a partir de sí misma. La pena para esa ignorancia infundada es justamente el fracaso práctico -y esto de forma definitiva. El hecho de que todos los antiguos marxistas y sus organizaciones, revistas, etc., sacudidos por el colapso del este europeo, murieran como las moscas en otoño tiene en sí algo de liberador. La más reciente «crisis del marxismo», proclamada ya a mediados de los años 60 por Althusser, fue en verdad la última.
Si hoy existe todavía la posibilidad de un pensamiento de crítica social y de una praxis trascendente (no a partir de reacciones ideológicas obstinadas, sino porque la praxis clama por ello), y si esto tiene que ser realizado echando mano de la insoslayable teoría de Marx, el único camino posible es el que se interna por el «continente sombrío» de la crítica del fetichismo, que fue encubierto por el marxismo de corte subjetivo-ideológico. No por casualidad Althusser rechazó expresamente el concepto de fetichismo como «ideología» a ser descartada/26. Queda por probar en qué medida la readmisión sistemática del concepto de fetichismo posibilita, más allá del marxismo, la metacrítica de la modernidad burguesa, o sea, si se puede formular un concepto fundamentalmente distinto de conciencia social, capaz de romper efectivamente los grilletes técnicos del estructuralismo y de la teoría de los sistemas, y no sólo de ofrecer una nueva infusión, diluida hasta la insipidez, de la metafísica rousseauniana e ilustrada de la subjetividad a priori. Sólo entonces la crítica de la dominación sería nuevamente fundamentable, y sólo entonces sería posible una rehistorización del movimiento estructural sin sujeto de base aparentemente ahistórica.
(sigue en la parte VI) NOTAS 20. Cfr. Louis Althusser, Elemente der Selbskritik, Berlín, 1975.
21. Louis Althusser, Für Marx, Frankfurt, 1974, p. 11.
22. Louis Althusser, Lenin und die Philosophie, Reinbck, 1974, p. 65 ss.
23. Günther Schiwy, op. cit., p. 76 s.
24. Valdría la pena investigar en qué medida semejante concepción en última instancia plenamente «determinista» de El Capital no se hallaba ya presente (aunque sin la formulación metódica o metateórica) en la vieja socialdemocracia; en qué medida, por tanto, Althusser apenas habría elevado a un concepto sistemático la concepción marxista del antiguo movimiento obrero.
25. Cfr. Jürgen Habermas / Niklas Luhmann, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie. Was leistet die Systemforschung, Frankfurt, 1971.
26. Cfr. Louis Althusser, Elemente der Selbskritik, op. cit., p. 63.