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Opiniones

Marxismo:
¿Se salvó algo del diluvio?

Marcos Winocur / Fuente: RODELU

I - INTRODUCCIÓN
Esto de las utopías... alguna vez se llamaron los "ideales", sí, cuando lo importante era subrayar el valor desinterés. Hoy, las utopías ponen el acento en otro aspecto, su valor terapéutico. Pero no es suficiente esta distinción si no se ubica a ambos términos en su contexto discursivo.
Ayer, la frase prototípica era: "permanecer fiel a los ideales (de juventud)", esto es, no metalizarse, que ese puro aliento durara toda la vida. Hoy, la frase prototípica es: "no me quiten mis utopías", no puedo sobrevivir a mis fracasos, déjenme soñar con lo que no fue como si hubiera sido, soy adicto a la utopía, convivo con ella como parte de mi locura, como droga sin efectos colaterales, como gran borrachera sin cruda a la vista, como sobrino adolescente de la noche a la mañana instalado en mi casa pues quedó solo el día que sus padres huyeron presas de pánico. Era su cumpleaños cuando armado de un cuchillo el adolescente les preguntó porqué le habían regalado un osito peluche y no la moto. Y qué bueno, haremos la experiencia de tenerlo con nosotros, la juventud, la, la, la.
Ya ven, ya ven, convivo con la utopía por necesidad, por romper y no romper con la vida, para evadirme en un viaje por favor con retorno, no quiero ir más allá de nuestro más acá, en todo caso un par de tragos o una buena hierba ayudan, nada de sobredosis, un billete, joven, Villa Utopía ida y vuelta, en el primer horario, porfa.
Porque las frustraciones son veneno. Sobresalir, sobresalir, es lo que busco. Aun a las figuras más puras, las que integran el santoral revolucionario, eso las motoriza. Tengo a la vista un párrafo de una carta escrita hace setenta y cinco años por un mártir de los trabajadores, Bartolomeo Vanzetti, quien, junto a su compañero Nicola Sacco, fueron ajusticiados en Estados Unidos por delitos que nunca cometieron.
Cuatro meses antes de la ejecución, Bartolomeo escribe: "Si no hubiera sido por esto, pude haber vivido mi existencia entera hablando en las esquinas frente a hombres que me despreciaban." ¿Me equivoco si digo que la frase supone confesar la frustración de su vida como militante?
Y la carta sigue: "Pude haber muerto sin que nadie supiera de mí, como un desconocido, un fracasado." ¿Me equivoco si digo que el horror es el anonimato?
Y la carta sigue: "Ahora no somos un fracaso. Ésta es nuestra carrera y nuestro triunfo. Nunca en toda nuestra vida podríamos haber esperado emprender tal lucha por la tolerancia, por la justicia, por el entendimiento del hombre por el hombre, como lo hemos hecho ahora por accidente..." ¿Me equivoco si digo que di con un negocio consistente en sobresalir a cambio de mi sacrificio y que, cuando caí en cuenta, había recuperado la utopía, así, "por accidente"?
Y la carta sigue: "La pérdida de nuestras vidas, las vidas de un buen zapatero y un pobre vendedor de pescado, todo. Ese último momento nos pertenece, esa agonía es nuestro triunfo." ¿Me equivoco si digo que la utopía recuperada consiste en brindarse a los demás y al futuro, afortunados de practicarla desde la cruz, allí donde lo individual se hace uno con la causa? ¿Me equivoco si digo que sin el aliciente personal la causa no va? ¿Quién se sacrifica por nada, así sea la recompensa mínima del reconocimiento dentro del círculo más cercano, la familia, los militantes, el trabajo o los amigos, así sea la recompensa máxima de alcanzar a vivir la realización del sueño?
¿Los ideales? Siguen vivos y se llaman utopías. No tanto el desinterés pero siempre la causa por la cual batirse, al mal tiempo buena cara.
¿Al mal tiempo? No te lo vas a creer. Durante cuarenta días y cuarenta noches diluvió sobre los marxistas del orbe y no hubo arca que los pusiera al abrigo. Quedaron hechos sopa. El nivel de las aguas cubrió el muro de Berlín, la estatua de Lenin y todo lo demás. En esas condiciones, alguien propuso mudarse al país del Nunca-Jamás de Peter Pan. Otro contestó que él, nada, de aquí no se movía. Y pasaron los cuarenta días con sus noches y el "quedantista", desde una cueva donde se había refugiado cerca de la cima de la montaña, piel y huesos por el ayuno, agua no le faltó, poco a poco fue asomando la nariz fuera de la cueva, vio que el sol había vuelto a brillar, y dijo:
-Vamos a ver si se salvó algo del diluvio.
Citas de Bartolomeo Vanzetti tomadas de: Jim Cason y David Brooks, La Jornada, 24.08.02.
II - LA UTOPIA NUESTRA DE CADA DIA
"Parecía imposible ¡pero ha ocurrido! De repente el sol dejó de salir sobre el horizonte". Fue un comentario público de Fidel Castro a propósito de la caída de la URSS. Y bien, sol, adiós, los tercermundistas hemos quedado a oscuras. Con infinita paciencia buscamos velas y cerillos, a ver si algo podíamos iluminar. Pero no estábamos preparados y nos pusimos nerviosos, abrimos la cajita al revés y los cerillos fueron a parar al suelo...
Pues, sí, la URSS podía estar llena de defectos y contradicciones -y lo estaba: más de lo que se creía- pero funcionaba como contrapeso frente a Estados Unidos. Y un día... se acabó la bipolaridad y desde entonces una pregunta ha quedado flotando en el aire: ¿Hemos vivido un sueño, una utopía?
Veamos si se puede aproximar una respuesta.
En sentido estricto, utopía es la propuesta de un nuevo modelo de realidad, que ésta rechaza. "Tercos son los hechos", dijo alguien apodado "El Moro". Precisamente, por realidad, o por hechos, me refiero a los obstáculos de todo tipo que impiden en definitiva la aplicación de una propuesta a futuro, y la convierten en utópica. Obstáculos puestos tanto por la naturaleza física o biológica, como por la sociedad vigente. Si se propone contradecir la ley de gravedad, irnos de viaje a las estrellas, o volvernos inmortales, Mamacita Naturaleza dice "no" y rotula: "ciencia ficción". Si se propone contradecir el sistema social, los mayores obstáculos provienen de la resistencia ofrecida por las estructuras mentales dominantes, que dicen "no" y rotulan: "somos las guardianas de la identidad".
Por el momento, así están las cosas.
Hubo un tiempo en que las estructuras mentales se acompasaban a la realidad que les había dado origen, me refiero al feudalismo en el Oriente de Europa, es el caso de Rusia durante siglos: el zarismo gobernaba, los campesinos trabajaban y las estructuras mentales se transmitían de generación en generación. Eran poderosas, más, mucho más de lo que después se pensó. Habían adquirido el don de la autonomía, nada de pedir permiso a la realidad para existir, no era su preocupación averiguar cuán feudal ésta se conservaba y cuán capitalista había pasado a ser con los años. A las estructuras mentales una cosa les importaba: que el orden social y político se perpetuara, enunciado que muchos reducían a un "la policía, los servicios de inteligencia y el ejército cuidan de nosotros".
Hay que recordar que en la Rusia zarista, la servidumbre recién fue abolida en el último tercio del siglo XIX, y muchos ni se dieron por enterados. El país había ganado un sólido prestigio en Occidente como el más atrasado de Europa. Así, en 1917 la realidad hacía agua por los cuatro costados y las estructuras mentales dominantes tomaban sol en las playas, nada les preocupaba. Fue entonces la revolución. Era el momento de proponer un modelo social alternativo. Pero... dejemos mejor la palabra a Karl Marx y a Fernand Braudel. El primero dijo: "El peso de las generaciones muertas oprime el cerebro de las vivas." Y el segundo: "Las ideas son cárceles de larga duración."
Creo que aquí podría terminar este artículo. Pero un maligno afán perfeccionista me lleva a continuarlo. Cabría tal vez examinar el cierre tan sorprendente de la experiencia soviética, en fin, una preguntita rondando las cabezas. ¿Por qué cayó la URSS? ¿Fue una utopía? Después de tres cuartos de siglo de experiencia socialista, se vino abajo como castillo de naipes, por no decir como calzón de puta. Las estructuras tradicionales, incluso de la época zarista, mezcladas con mentalidad de empresario barato y mafia al más puro estilo occidental, se hacían dueños de la Plaza Roja, resucitaban San Petersburgo en lugar de Leningrado. ¡Increíble! Y bien, a más de una década de haber ocurrido, la pregunta continúa pareciendo endemoniadamente difícil cuando a mi criterio la respuesta es endemoniadamente fácil: hubo un "no" masivo que sin falta debió ser atendido. Pero, "fácil" y todo, la cuestión desde luego no queda agotada. Es un tipo de respuesta que despierta otras preguntas. ¿Y por qué hubo ese rechazo del conjunto de la sociedad civil hacia el socialismo sin distinguir a su seno entre malo y bueno, sin tratar de perfeccionar el sistema?
Aquí debemos recurrir a la "larga duración" de Fernand Braudel. La naturaleza humana está sentada en el banquillo de los acusados. Se le brindó una serie de opciones de socialismos de filiación marxista, y a todas dijo "no". Desde la genocida de Pol Pot y su khmer rojo en Camboya, a la autogestionaria, antiestalinista, permisiva y de rostro humano de Tito en Yugoslavia, y a todas dijo "no". ¿Es abusivo concluir que la naturaleza humana optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva?
Pero no podemos echarle las culpas a la naturaleza humana cuando ésta no es fruto del pecado original sino resultado de la historia misma del hombre. La naturaleza humana es un relato de violencia, poder y explotación, actuante durante milenios al seno de sociedades fracturadas cuya lección invariable fue así resumida: "el hombre es el lobo del hombre". El acto reiterativo va creando las costumbres como identidad de la especie. Y ésta se vuelve naturaleza aprisionando al individuo. Fue Aristóteles quien señaló en frase no del todo comprendida: "La costumbre es una segunda naturaleza".
De modo que llevamos puesta una doble naturaleza: la biológica y la costumbre. Heredamos la primera, adquirimos la segunda y luego también la heredamos por generaciones con tanto imperio como la biológica.
Y bien, a medida que las tecnologías se fueron desarrollando, la selva y su león dejaron de ser problema y el hombre descubrió que su peor enemigo era... ¡el hombre mismo! Y desterrar esa convicción milenaria, no se logra de la noche a la mañana ni, al parecer, de unas décadas a otras. Hubo gran confianza en el fervor revolucionario, se vio a la gente, al gris y rutinario "hombre de la calle" de pronto transfigurarse, encontrar energías y capacidad de sacrificio, el gran ejemplo fue la gesta de los franceses del 89. Así, Marx pudo escribir: "la revolución es la locomotora de la Historia, en días se condensan años". La euforia sin embargo va perdiendo fuerza y al tribuno fogoso de Dantón sucede la espada de Bonaparte. Y con frecuencia, y ha sido patente en el ciclo 17-91 de la URSS, se constata que las ancestrales estructuras mentales que se creían barridas para siempre sólo lo han sido de la superficie pero no se han ido: vestidas de racismo y genocidio, esperaban su oportunidad. Ocurrió en la tierra del socialismo marxista "más bueno", en Yugoslavia.
Cuéntase -y la fábula ha sido recogida en el filme "Juego de lágrimas"- que una vez vino una terrible inundación y la sola manera de salvarse era cruzar de inmediato el río y arribar a la otra orilla. La ranita se dispuso a hacerlo cuando el escorpión le rogó que lo llevara montado a sus espaldas. Accedió finalmente la ranita y, a medio cruzar el río, el escorpión le clavó sus dos tenazas, condenando así a ambos a morir. ¿Por qué...? alcanzó a articular la ranita. No pude resistir mi naturaleza, contestó el escorpión. Así, el hombre.
Y entonces, la pregunta que hice: ¿Es abusivo concluir que la naturaleza humana en la URSS y en otros países optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva? Y otra pregunta: ¿Podía la condición proletaria "purificar" al hombre, librar con éxito la batalla contra las estructuras mentales ancestrales a partir del cambio en las relaciones sociales de producción?
Desde luego, resulta imposible ignorar la convergencia de factores de orden coyuntural. Me refiero el rezagarse de la URSS en la carrera con EU, y especialmente en el rubro más sensible, el de los armamentos. Son patéticos los esfuerzos de los gobernantes soviéticos para disuadir a EU de su proyecto "Guerra de las Galaxias", idea que se agita cuando el reinado de Ronald Reagan. La razón está clara, la URSS no tenía -ni tiene hoy Rusia- capacidad tecnológica para poner en marcha su réplica ni para financiarla. Finalmente, Bush hijo ha puesto manos a la obra en EU. Pero, desde mucho antes, la impotencia de la URSS en este rubro que -nada menos- hace a la correlación de fuerzas, llevó a los líderes soviéticos a una especie de parálisis. El Breznev de los años setenta y el Gorbachov de los ochenta no pudieron viajar a la Luna después que los norteamericanos lo hicieran en el 69, ni en definitiva frenar la carrera en los armamentos. Y es curioso: mientras ésta pesa sobre los hombros del Estado socialista como recursos que no irán a los bolsillos del pueblo, para el Estado capitalista significa un elemento al cual echar mano cuando se trate de paliar las crisis de sobreproducción, siempre divisadas en el horizonte.
Esta impotencia creó una mentalidad de derrota aprovechada por pueblos donde seguía siendo más fuerte el nacionalismo que las utopías socialistas, con curiosas reacciones. Ofrezco, proclamó unilateralmente Gorby -es decir, llevó el juego diplomático en esa dirección- la reunificación de las dos Alemanias a cambio de olvidar el proyecto "Guerra de las Galaxias". Silencio en la Casa Blanca. Propongo, levantó Gorby la oferta, además, incluir en el paquete la disolución unilateral del Pacto de Varsovia. Silencio en la Casa Blanca. Ofrezco, subió Gorby todavía más la oferta, dejar en libertad de acción a los llamados países satélites de Europa del Este, Polonia... Más bien digan -aquí la Casa Blanca rompió su silencio- que ya no los pueden controlar.
Finalmente, se pagaron todos esos precios, uno sobre el otro, a cambio de... nada. Por otra parte, ligado a esto, se iba abriendo paso la idea de que podía canjearse la renuncia al socialismo por paz, es decir, el cese de la amenaza nuclear sobre las cabezas, el poder dormir sin la amenaza constante del holocausto, propia de los años de guerra fría. En fin, todo se fue sumando en la coyuntura de los años ochenta dando por resultado el colapso de 1991, cuando quedó claro que el perder los países aliados de Europa del Este no era suficiente. Es aquí donde entra a jugar Yeltsin, llevando los "vientos de libertad" mucho más lejos: los pueblos integrantes de la URSS que no quisieran continuar perteneciendo a ella, podían irse. Así, la URSS se desintegró y en su lugar quedó Rusia rodeada de nuevos países soberanos.
Y sin embargo, a mi entender, los estudios se han mantenido a nivel coyuntural, barajando factores que hacen al "cuándo" pero no al "porqué". Éste, insisto, se encuentra en otro lado y lo hemos adelantado: los ciudadanos soviéticos y de otros países dijeron: "no". Es cierto que su desaire a las utopías socialistas fue de inmediato reemplazado por la adhesión a la utopía capitalista, y aquí los medios, la CIA y el Papa jugaron su papel. Pero ese "no" pronunciado cada vez más fuerte, partió de la gente que, después de décadas de vivir el socialismo de raíz marxista, lejos de convencerse, se había puesto en contra.
¿Por qué cayó la URSS? Intentar una respuesta nos lleva a interrogarnos sobre una cuestión paralela: ¿cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que se venía? Si esta pregunta se dirige a la CIA, la respuesta será la de un funcionario: nuestros informes fueron incompletos, luego los procesamos mal, nos faltó "feeling". Si esta pregunta se dirige a los marxistas, la respuesta más sincera es ésta: teníamos mierda en la cabeza, la dialéctica era aceptada si todo terminaba bien, a la manera del "happy end" del cine de los cuarenta. Nadie asumía los riesgos. La URSS se va a acabar cuando ella quiera, es decir, en un mundo comunista, no antes. Ya ven, la soberbia, los agentes de la CIA deben ser reciclados mentalmente, los marxistas ídem.
Y bien, estamos hablando ya no de la coyuntura que precipitó el colapso, sino de la condición necesaria para que éste sucediera. Puedo proponer los planes más perfectos para la vida futura pero si en definitiva la gente -los supuestos beneficiarios- dice "no", por los motivos que sean, la idea queda en utopía, no se realiza a pesar de ser factible. No es que no se pueda, no se quiere. Esa negativa generalizada fue a nuestro entender condición necesaria para el derrumbe, aunque no condición suficiente. Esto último quedó a cargo de los factores de orden coyuntural, algunos de los cuales hemos rápidamente mencionado, que apuraron y dieron remate al proceso.
Ahí se inscriben los "aportes" estalinistas, pero tampoco convenció el modelo antiestalinista de Gorby en los años ochenta. Su intención manifiesta fue un socialismo antiautoritario pero la situación se le fue de las manos, al punto que Reagan, de visita a la URSS cuando ya no era Presidente, pudo declarar: "yo no lo hubiera hecho mejor". En suma, de parte del pueblo ruso fue un repudio tanto a la línea dura de Stalin como a la línea blanda de Gorby. Así, la sonrisa se dibujó para los ciudadanos del Este cuando el sucesor Yeltsin abrió oficialmente las compuertas al capitalismo en los años noventa... satisfacción que poco duró, los exsoviéticos pudieron advertir hasta qué punto el modelo capitalista había sido maquillado por la propaganda occidental.
Y bien, tan fuerte es la necesidad de autoengaño frente a la adversidad, que la gente está dispuesta a creer en las utopías, reemplazando unas por otras, las que considera fallidas por las nuevecitas y relumbrantes, aun cuando sepa que nada las garantiza. En ese sentido, tanto puede serlo una religión como una propuesta política. Tanto el cristianismo como el comunismo. La sociedad de las almas virtuosas alcanzadas por la salvación es tan igualitaria como la sociedad donde todo mundo es proletario, una en el Cielo y la otra en la Tierra, ambas nadando en la felicidad. En diferentes épocas y ciclos de la Historia, las utopías cristiana y comunista tuvieron la virtud de arrastrar tras de sí a las masas. Éstas marcharon a la reconquista del Santo Sepulcro y se llamaron Cruzadas, o bien, más modestamente, van hoy a rendir tributo pacífico y multitudinario a la virgen de Guadalupe todos los doce de diciembre en México. Así, la utopía religiosa en Occidente. En cuanto a la comunista, contingentes formados por millones marcharon al frente cuando la "gran guerra patria" de la URSS, y tantos otros que asumieron la lucha de clases con el objetivo de dejar la bandera en manos del trabajador para que él, haciéndose de las riendas del Estado, operara la transición al comunismo.
Los cristianos tuvieron sus catacumbas y sus mártires, acabando por ser poder en la misma Roma que tanto los combatiera. Desde entonces y por dos mil años, la influencia del Vaticano ha tenido sus oscilaciones, tendiendo hoy a una declinación (no confundir con el carisma personal de Juan Pablo II). Pero su ciclo milenario no se ha cerrado. En cambio, para el comunismo se cuenta una escasa centuria y media a partir, digamos, del "Manifiesto" de Marx y Engels al promediar el siglo XIX, a la caída de la URSS a fines del XX. Los mártires del comunismo fueron también incontables, hombres y mujeres que no vacilaron en dar lo mejor de sus vidas y luego sus vidas mismas en el mundo entero, en guerras, revoluciones y protesta social. Y que también conquistaron el poder. Frente a Roma, sin embargo, Moscú fue apenas un suspiro, si de duración se trata. De todos modos, la fe de un marxista no le ha ido en zaga a la de un cristiano, pagando cada una su precio.
Esa creencia absoluta, en unos casos fe, en otros fanatismo, a veces sin poder distinguir una de otro, ha ido acompañada por razonamiento. Éste, bien que a la zaga de la fe, no por eso inútil. El marxismo recoge la idea de que los grandes ciclos históricos van marcando un desarrollo progresivo. Se pasa de las llamadas sociedades del tributo (modo de producción asiático) y del esclavismo a la organización feudal y de ésta a la sociedad capitalista. El progreso se marca naturalmente en el desarrollo de las tecnologías y en cómo la situación del explotado va mejorando. Esto último interesa especialmente al marxismo. Los subalternos no desaparecen del cuadro social pero cada vez la distribución de los bienes, en general, resulta más equitativa y también de los derechos que la sociedad les reconoce. Y esto ocurre porque, de época en época, hay un mayor fondo de bienes producidos aun cuando nunca lo suficientemente grande para beneficiar a todos. Y bien, dice Marx, con la revolución industrial del capitalismo ese paso se ha dado, en adelante nadie debe sufrir hambre, nadie debe continuar explotado, hay suficiente para todos por primera vez en la Historia.
El cristianismo también recurre al razonamiento, plantea el Paraíso como la justa recompensa a las acciones y pensamientos del hombre, cada uno juzgado individualmente. El hombre está dotado del libre albedrío, el cual lo hace responsable, sus actos e intenciones se definen por el bien o el mal, y según ellos responde. El juez supremo de los creyentes es Dios, para los comunistas es la Historia. Ya influido por un pensamiento de izquierda, es lo que proclama Fidel Castro ante el tribunal que lo juzga por el asalto al cuartel Moncada en Cuba: "La Historia me absolverá".
De modo que el hombre está inmerso en la realidad, la hace objeto de conocimiento y la transforma a su medida, la cual varía con el paso del tiempo y pasa por el socialismo científico, el único históricamente válido, reiterarán después los partidos comunistas, el cual, agregarán, comienza con Marx y Engels. El primero llegó a escribir que "la humanidad en rigor sólo aspira a aquellas metas que puede alcanzar". Y en realidad, la humanidad lo hace con ésas y con las otras metas, las utópicas, ambas son sus amores y, si fallan, sus odios.
Claro, siempre se podrá discutir: las cosas salieron mal, cometimos errores graves, todavía no estaban dadas las condiciones, etcétera. Es inevitable: para mantenerse firme en la larga, larguísima batalla por las metas que cree poder alcanzar y en cuyo camino es derrotado una y otra vez, el hombre sueña y sólo acaba de deslindar las metas posibles de las utópicas cuando las primeras se realizan y las segundas no. Es decir, en los hechos, en la vida misma, se ponen a prueba las empresas. Las religiones, utopías con creyentes en un más allá. El comunismo, utopía con creyentes en el más acá. Por su cuenta, "el hombre sin atributos" como diría el novelista Robert Musil, el "hombre de la calle", blindado ante las ideologías y muy atento a sus conveniencias personales, ha acertado en adherir a la revolución industrial, cuyas condiciones favorables fueron madurando con los siglos, hasta encontrar el mejor lugar en Inglaterra, siglo XVIII, abriendo de par en par las puertas al capitalismo. Ya en el siglo XX o, si se quiere, desde el último tercio del XIX, este hombre apuesta al boom tecnológico más que a la revolución social, esto es, se mantiene fiel y apegado al marco capitalista. Y así ha entrado al siglo XXI.
Y bien, el siglo XXI con su cofre de maravillas. Lo abrimos y el sistema solar se nos ofrece a las expediciones como antes, en el siglo XV, el planeta se brindó a Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Magallanes, Sebastián el Cano. Vendrá entonces la subsecuente colonización del sistema solar, como ocurriera con el planeta. Y tantos otros pasos de gigante. El hombre hacedor de hombres u otros seres vivos. Las fuentes de energía renovables, tal la nuclear. El viaje a la Luna. Todo eso era visto como sueños y se ha probado que no lo son. Porque, mientras las cosas no sucedan, el hombre todos los proyectos formula, y tras el logro de todos se lanza. Uno de los sobresalientes ha sido la revolución industrial blandiendo la caldera a vapor y el boom tecnológico su continuidad, un astronauta que flota en la ingravidez. Así ha caminado el mundo en estos tres últimos siglos a ritmo acelerado, más en función de la empiria que de las ideologías.
Utopía, te odio y te quiero. Te odio porque contemporáneamente sólo has existido en la cabeza de los hombres, no en sus manos. Te quiero porque permaneces en la esperanza de una segunda oportunidad. Utopía, te odio y te quiero.
III - ¿SALTA LENIN EL ATLAS?
Había una vez un señor chaparrito, pelón, colmilludo él, que aspiraba a convertirse en abogado y dio en líder revolucionario allá por 1917...un señor que todo el tiempo daba lata con eso del imperialismo y la lucha de clases, un señor muy bueno y amigo de los pobres, según unos, y muy malo y enemigo de la humanidad, según otros. Un señor llamado Lenin.
Sé de alguien que coleccionaba frases palindrómicas, es decir, que se leen igual de izquierda a derecha, como al revés, de derecha a izquierda. En estas épocas de transfiguraciones políticas, donde hay que mantenerse actualizado para saber donde está parado cada uno, si a la izquierda o a la derecha, si al centro o al centro izquierda, etcétera, en épocas así se hace necesario encontrar una palindrómica para Lenin.
Y ya la hay. Es más, es atribuida a Julio Cortázar. Pero equivocadamente. La confusión surge de que el autor de la frase era su amigo, también escritor y argentino: Juan Filloy, de la ciudad de Río Cuarto, quien escribió siete libros cuyos títulos están formados por siete letras ("Caterva", y no me acuerdo de los otros). Y entre sus actividades intelectuales, se contaba la búsqueda de frases palindrómicas, su colección contiene varios miles. Cortázar menciona su nombre en "Rayuela". ¿Y cuál es la palindrómica hallada por Juan Filloy? La siguiente: "Salta Lenin el atlas".
Y la verdad es que últimamente lo salta más bien poco, citas su nombre y te das la gran quemada...
Por ejemplo, el caso del imperialismo. ¿Sirve para algo lo que Lenin escribió? Veamos. Él habló de la tendencia dominante en los mercados, favorable a constituir monopolios... ¿tendrá algo que ver con esta fiebre de fusiones vivida en los dos últimos años? Así, consignaba Lenin, el imperialismo es la fase superior del capitalismo (los monopolios son los peces gordos que se comen a los peces chicos) y antesala del socialismo. Lo primero, puede ser. Lo segundo, fíjense: me asomé a la antesala y todos se habían retirado porque nadie los atendió... se cansaron de esperar. Luego, Lenin habló del capital financiero... la verdad, los bancos se hacen cada vez más antipáticos. Y luego, escribió que se incrementa la exportación de capitales en detrimento de la exportación de mercancías, puede ser, vea usted las maquilas, no sólo en México sino en muchos otros lados del Tercer Mundo. Y finalmente las guerras, decía Lenin, son inevitables en esta época de disputa de los mercados.
Ahora bien, si se quiere ir más allá de las consignas, es indispensable situar a Lenin en un contexto más amplio, la ardua polémica sobre el tema, entablada entre quienes se reclamaban continuadores del pensamiento de Marx. Todo, con el telón de fondo de una guerra mundial a desatarse en 1914. Hobson, Hilferding, Kautsky, Rosa de Luxemburgo y otros, se ven involucrados en la polémica. Por su parte, Lenin escribe su libro titulado "El imperialismo, fase superior del capitalismo", al cual presenta como "ensayo popular".
Entonces, de este variado escaparate usted puede escoger lo que le guste, y dejar lo que no. O bien remitirse a los hechos. Veamos. Las naciones del occidente europeo, a la cabeza Inglaterra, la reina de los mares, se repartían o se disputaban entre sí las colonias. En 1917, con la revolución rusa, cambió el panorama. La URSS sin embargo quedó aislada hasta ocurrir la II Guerra Mundial (1939-1945), ocasión para crear un campo de naciones socialistas y hacer viable un Tercer Mundo. El globo se vio ante una bipolaridad donde sobresalían Estados Unidos y la URSS. Con esa división vino la guerra fría aproximadamente a partir de 1947. Las armas atómicas nos quitaron el sueño, en particular a los pueblos ruso y norteamericano, rehenes de la guerra fría.
Un poco más tranquilos pudimos dormir cuando la URSS renunció al comunismo, allá por 1991. Al parecer, se había acabado la guerra fría con su equilibrio del terror atómico. Pasamos a vivir en un mundo unipolar. No obstante, la nueva Rusia heredó las armas nucleares de la URSS, sin contar otros países que también las poseen, como India, Pakistán, Israel, Francia, Inglaterra, China. Hace más de medio siglo, EU arrojó dos bombas atómicas, una en Hiroshima, otra en Nagasaki y con ello puso fin a la II Guerra Mundial. Le fue relativamente fácil tomar la decisión: nadie iba a darle una o dos cucharadas de su mismo chocolate, EU detentaba entonces el monopolio mundial del holocausto, hoy ya no. Y finalmente, el terrorismo poniendo a prueba al Unipolar, a ver qué tan invulnerable es.
Tal puede ser el recuento de un mundo donde todos hemos acabado siendo más o menos capitalistas, no faltaba más. ¿Sigue Lenin saltando el atlas? Veamos. Él no niega que pueda existir en el futuro (en su futuro) un ultraimperialismo único, más: reconoce que tal es la tendencia al presente (en su presente). Y esto resulta muy a lo unipolar que estamos viviendo. Pero el tema en aquel entonces no se debate, Lenin rehusa discutir un posible futuro cuando el presente acucia y el fenómeno se da de manera múltiple: imperialismos que entran en contradicción al límite, estalla entre ellos la I Guerra Mundial (1914/1918). No haber valorado suficientemente esa realidad, es una de las críticas de Lenin contra un teórico socialista de la época, Karl Kautsky, ya mencionado, y a quien, años después, dedicará un libro cuyo título lo dice todo: "El renegado Kautsky". Y bien, ya no podemos pedirles su opinión y difícilmente alguno de ellos saltaría hoy el atlas. Pues... ¡a arreglárselas los huérfanos como mejor puedan! A contestar solitos, sin ayuda, a preguntas como ésta: ¿qué onda con la lucha de clases?
Y bien, Marx y Engels hace siglo y medio la llamaron el "motor de la Historia". "Ya no lo es más", se corrió la voz entre los partidos comunistas, al final de la II Guerra Mundial, saliendo el chisme por boca de Earl Browder, secretario general de los comunistas norteamericanos, siendo refutado por el francés Jacques Duclos. Años después, en los setenta, con una idea similar, apareció el llamado eurocomunismo y finalmente en los noventa, antes de desaparecer de escena, el PCUS decretó el final de la lucha de clases, ya en tiempos de Gorbachov. ¿Qué hay entonces en su lugar, cuál es ahora el motor de la Historia, o es que ya no lo tiene o nunca lo tuvo? Buena pregunta, pero los hechos no dieron tiempo a pensar en la respuesta. Vino el derrumbe: la URSS borrada del mapa, en su lugar, Rusia, Ucrania, Letonia, Lituania, Estonia, Bielorrusia, etcétera. Y como dijo Yeltsin a Gorbachov, quien hasta la víspera era el premier: "lo siento, se ha quedado sin país". Y bien, la lucha de clases... siempre alguien la despide de su casa, pero da la impresión que no acaba de irse como esas visitas molestas que se vuelven desde la puerta: ¿no te conté de la Fulana...? Está buenísimo, resulta que en Seattle... Y nuevos chismes de esta señora que, claro, ya no rotula lucha de clases, sino problemas sociales, actores históricos, etcétera.
En fin, la vida, armada de la "astucia de la Historia", contradiciendo las mejores cabezas, se abre camino en ellas mismas si están dotadas de voluntad crítica y autocrítica. Así, junto al Lenin de "no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria" se sienta el Lenin que cita a Goethe : "gris es la teoría pero verde es el árbol de la vida". Como se ve, en estas palabras que hace suyas, no excluye la teoría marxista tan gris como cualquier otra. Pero no será óbice para declarar el mismo Lenin: "el marxismo es todopoderoso porque es cierto". De modo que se ha encontrado "la Verdad", y ésta otorga al marxismo el carácter de todopoderoso. ¿Qué tal? No tiene nada que envidiar a las religiones.
Así, pues, la teoría, muy útil si puede recoger la experiencia del pasado, generalizándola. Y muy dañina si se resiste a un futuro que la pone a prueba una y otra vez bajo el fuego cruzado de una nueva empiria, es decir, de la mutante vida. Otro ejemplo. Por un lado, Lenin insiste en la necesidad de contar, en vísperas de movimientos revolucionarios, con un partido de hierro, de militantes probados, de disciplina casi militar. Por el otro lado, Lenin insiste en el poder creativo de las masas, especialmente en el curso de los movimientos revolucionarios.
Tal -ejemplifica con el caso ruso- la formación de los soviets, integrados por campesinos, obreros y soldados que ya son operativos en 1905 y que, agrega Lenin, fueron el modelo que resistió las pruebas del futuro cuando lo adoptamos los bolcheviques en 1917 a la hora de hacernos del Estado. Desde luego, ambas situaciones -poder creativo de las masas y partido de hierro- pueden coexistir. ¿Pero no se da también el primero al seno del partido? Creo que Lenin tenía una cierta aprehensión respecto de la democracia interna -presupuesto para el desarrollo del poder creativo-, que la lucha de tendencias fuera a degenerar en escisiones y finalmente en atomización, en particular al faltar el líder, es decir, él. Y es aquí cuando, desde las últimas neuronas, adonde ha sido relegada por los mortales, la señora NOOjos -que así yo llamo a la muerte-, irrumpe y su proximidad lleva insensiblemente a un cambio de perspectiva. Lenin, ya muy enfermo, deja su testamento político con un mensaje entrelíneas:
-Soy irremplazable.
El líder soviético entra a considerar uno por uno a sus compañeros en la gesta de la revolución, los "bolcheviques históricos", y a todos encontrarles un "pero": uno por no ser dialéctico, otro por no saber tratar a la gente, un tercero por su pasado menchevique, cuando en realidad el motivo para vetar a este último era otro y saltaba a la vista: un judío difícilmente pudiera gobernar un país tradicionalmente antisemita, a pesar de su brillante actuación en los decisivos días de la toma del poder. Me estoy refiriendo naturalmente a Trotski, quien es el primero en reconocer ese handicap político. En fin, el testamento de Lenin es uno de los documentos más pobres de su carrera, terminando por proponer una ampliación de la base del colegio electoral, medida interesante por lo democrática, pero que no resolvía el problema. No tiene a quien recomendar, la autocracia será su sucesor.
Y... tenía razón, era irremplazable. En cuanto a nombres, no cabía buscar el mejor, apenas si el menos malo, tomando en cuenta no sólo sus capacidades individuales y sus relevantes aptitudes para equivocarse, sino la lucha de tendencias que se daba al seno del Comité Central, y que sólo un Lenin había podido conjurar para que no acabara en escisión. Bien él podría haber afirmado:
-Puede ser que los motivos esgrimidos en mi testamento político no fueran los mejores pero de todos modos se llegaba a igual situación sin salida. Además, quiero recordar que aconsejé el relevo de Stalin, quien había sido nombrado interinamente, recomendación que no se tuvo en cuenta con los resultados conocidos. ¿Otro en su lugar lo hubiera hecho mejor? A saber...
Así, su batalla personal contra el olvido se confundía con la realidad misma de aquellos años del poder soviético. Tanto no había digno sucesor como la figura de Lenin, por contraste, se levantaba. Una cosa suponía la otra. Como escribió un historiador occidental, desde la inauguración de su mausoleo se ha formado una fila inacabable de visitantes, tanto de día como de noche. Y estoy hablando de Lenin, quien, en definitiva, en los hechos, en su obrar, conjuntó fervor con razón, no permitiendo que el primero cayera en el fanatismo ni que la segunda perdiera sus luces en cada una de las batallas parciales que se fueron presentando antes y después de 1917. Lenin, a la vez, el más grande constructor de utopías de la Historia: quiso levantar el socialismo apoyándose en los contingentes obreros de las ciudades pero el océano campesino, ferozmente individualista, le recordó las palabras de Calderón de la Barca: "los sueños... sueños son". Y las utopías, sueños organizados..., utopías son.
¿Salta Lenin el atlas? ¿Lo saltó alguna vez? ¿Lo saltará? El tiempo, y la contingencia a su seno, tienen la palabra. Dirán de la proyección a futuro, si la hay, dirán de los hechos del pasado con mayor ecuanimidad que hoy... si alguien llega a ocuparse del tema.
IV - MARX: LA MUERTE SE ASOMA Y SACA LA LENGUA
Marx, optimista por convicciones, creyente en la revolución social... no pensaba gran cosa en la muerte, que se sepa. Y sin embargo, un elemental análisis del discurso muestra cómo de pronto la muerte se asomaba por entre áridos temas tratados por su pluma y decía, sacando la lengua: ¡aquí estoy!
Karl Marx "avant la lettre" -anticipándose a la letra-, está situado en las antípodas respecto del existencialismo del siglo XX. Esto es, la corriente filosófica que rechaza las pretensiones de situar al centro valores que no sean la evidencia de las evidencias, la cual, por obvia, descuidamos: la existencia, el sí mismo de cada individuo.
Pero la existencia tiene su término y se llama muerte. Y con ella tenemos que vernos, hagamos lo que hagamos, alcancemos la gloria, el poder y el orgasmo en todos los órdenes, la muerte al final nos espera, como lo cantan las coplas del poeta Jorge Manrique. Y doña NOOjos suele jugarnos bromas pesadas apareciéndose allí donde menos se piensa para asustarnos, burlarse de nosotros y sacarnos la lengua. Como dirían en México: la Pelona es una pelada. Esto es, la Muerte es una grosera.
Y bien, vamos hacia el discurso del teórico del comunismo, registrando antes los antecedentes.
Por mediados del siglo XIX, Marx y su amigo y colaborador Engels, comienzan a escribir en serio. En 1848 redactan por encargo el "Manifiesto Comunista", que de inmediato tuvo amplia repercusión. Por aquellos años, la idea de una sociedad más justa e igualitaria había ganado predicadores e iniciativas comunitarias se ponían en práctica, algo similar al hippismo de los años sesenta. Precisamente, para distinguirse de tal "competencia", Engels escribió "Del socialismo utópico al socialismo científico", particularizando en los casos de Saint-Just y sus seguidores, Owen y Fourier, idea que también campea, sin nombres propios, en el "Manifiesto". Engels en su breve ensayo critica las limitaciones de los "utópicos" a la vez que los reivindica comprensivamente: entre los fines del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX -dice- no pudieron hacer más.
Y luego el autor traza su raya, el desarrollo económico y social alcanzado en su época ya permite ir más allá. Esto escribe Engels sin sospechar que Marx y él se llevarían la palma en materia de propuestas utópicas, la continuidad se daba con fuerza entre ellos dos y sus criticados predecesores. Un ejemplo lo brinda otro de los utopistas de la época, Étienne Cabet, quien en 1840 publica un libro de éxito inmediato, titulado "Viaje por Icaria", donde proclama que la divisa del comunismo en la sociedad futura será: "De cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades", según lo cronica el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Letras Libres, 07-02).
La divisa fue por mucho tiempo atribuida a Marx, quien así la vertió: "De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades". Hay un ligero ajuste entre "fuerzas" y "capacidades", que no cambia el hecho: ambas expresiones en el caso son equivalentes. El siglo XIX, iluminado por la reciente Revolución Francesa, conocerá la reedición de 1830 y las múltiples de 1848, precedidas por la gesta napoleónica y seguidas de la guerra franco-prusiana, el colonialismo y la Comuna de París de 1871. Un siglo de batallas, revoluciones y utopías. El esfuerzo de Marx por darle un contenido científico al socialismo, de poner los pies en tierra, lo lleva a formular una lectura de la Historia privilegiando los momentos de tensión: cuando las fuerzas productivas de una sociedad dada, tal el caso de la manufactura y la industria capitalistas en Europa occidental en los siglos XVII, XVIII y XIX, chocan en su crecimiento con el orden feudal. Le dan un ultimátum para que éste se retire de escena, no lo acata... ¡a las barricadas! Marx y Engels lo estaban viviendo precisamente en el siglo XIX, sin contar que el segundo participó en acciones bélicas, lo cual le valiera el apodo de "El General".
Así, los dos teóricos del comunismo, y el ambiente que los rodeaba. Defendían la vida con fervor. No importaban las derrotas, las deserciones: con fe sentían que el futuro les daría la razón, el correr del tiempo iba a agudizar las contradicciones sociales y reforzar la experiencia, el crecimiento numérico de los proletarios y el desarrollo de su conciencia revolucionaria. Y en última instancia, era el combate a favor de la vida, contra la muerte. Pero a ésta no es tan fácil reducirla, aparece de pronto y, como decíamos, saca la lengua.
Las fuerzas utópicas de entonces no se atrevían a lidiar con ella, la consideraban un hecho fatal. Los trasplantes y demás progresos habidos en Medicina, la suba del índice de esperanza de vida en el Primer Mundo, la Biogenética, han puesto al hombre de hoy en posición de desafiar a la muerte dándole la cara con altivez en diálogo de tú a tú. Era distinto el juego en el siglo XIX, el trato con doña NOOjos sistemáticamente se rehuía y, cuando ya no había más remedio que recibirla, era al seno del hogar, tendido en la cama de toda la vida, ofreciéndole una copita de anís del bueno... Al siglo XX el hospital fue ganando espacios y a doña NOOjos se la comenzó a recibir en otro ambiente de más en más deshumanizado, envuelto el paciente en conductos de plástico, rodeado de tubos de oxígeno y de gente desconocida que llevan bata blanca...
Así, para morir en paz, la Europa occidental del siglo XIX en sus largos lapsos pacíficos, a pesar de la obstinación individual de negar a doña NOOjos hasta el último momento. Negarla oficialmente, pues esta señora igual se aparecía en forma de lapsus.
Pero veamos de cerca el discurso del teórico del comunismo.
En "El Capital" ("Crítica de la Economía Política"), la gran obra de su madurez y que le lleva décadas de documentada labor, Marx se propone desmontar el sistema capitalista y demostrar su irremediable declive. En el capítulo titulado "Capital constante y capital variable", viene hablando de los "medios de trabajo", así llama a los instrumentos necesarios para la elaboración de la materia prima. "Una herramienta, una máquina, un edificio, un recipiente, etc. (...) -ejemplifica Marx y agrega- Conservan su forma (...) lo mismo en vida, durante el proceso de trabajo, que después de muertos. Los cadáveres (...)" y aquí el autor repite la enumeración (FCE, I, 153). Tenemos ya bastante "necro alusión", lo cual es inusual en Marx. En fin, quiere dar una idea de los fenómenos de envejecimiento y muerte que sufren los "medios de trabajo", y los compara con los seres humanos.
Y líneas más abajo, el autor insiste: "A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte." (FCE, I, 153). Séanos permitido extraer del conjunto citado una expresión en particular, sin que por ello quede fuera de contexto. Es la siguiente: "Todo hombre muere 24 horas al cabo del día."
Lo primero que llama la atención es la tautología. Es como decir: "Todo hombre muere un día al cabo del día."
Por lo demás, Marx era cuidadoso al escribir, no dudaba en rehacer el texto con tal de darle mayor claridad, reclamo de su compañero Engels al leer los manuscritos de "El Capital". Es difícil que se le escapara una frase tautológica, máxime en el tomo I, el único publicado en vida del autor, y destinado a dar una imagen positiva de toda la obra. Esto es lo primero que llama la atención.
Lo segundo es el contenido mismo de la frase. Aquí las cosas cambian. De la forma, es posible echarle las culpas al traductor. Del contenido, es más difícil. Hay que buscar por otro lado. Por ejemplo: que la frase en cuestión resulta marginal en el contexto, en poco -por no decir en nada- cambiarían las ideas expresadas a lo largo del volumen, ni tampoco en el capítulo y ni siquiera en el párrafo, si la frase se suprimiera. No versa sobre Economía, ni nada semejante, es en buen grado reiterativa. Pero, desde el punto de vista psicológico aplicado al análisis del discurso, el lapsus es notable: donde caben vida y muerte, el referente de comparación es sólo la segunda. Los "medios de trabajo" y el hombre hacia ella van, desde luego. Pero lo hacen de una cierta manera. Unos rindiendo su utilidad hasta el desgaste completo o la obsolescencia, el otro viviendo, que significa: haciendo cosas y dándose causas, entre ellas, la revolución. Los "medios de trabajo" rinden de entrada su capacidad plena y la reiteran por el resto de su vida útil. El hombre despierta sus aptitudes gradualmente con el aprendizaje, vive luego su mediodía y decae en vísperas de la noche. A ambos, como a todo en este mundo, les llega el fin, insistiendo Marx en referirse a la muerte tanto respecto de los objetos como para el hombre.
En ese sentido, la frase comparativa pudo ser: "Todo hombre vive y muere 24 horas al cabo del día." Para quitarle todo rastro tautológico y volverla más elegante y hegeliana, se propone la siguiente: "Un día más de vida es un día menos de vida". Así, sin mencionar el antipático "muere", se lo reconoce presente, acompañando a la existencia paso a paso. Claro, Marx ya no puede escuchar la sugerencia, lástima. Otra vez será.
Así, se puede pensar que en todo caso se trata de "peccata minuta" desde que el filósofo más representativo de la corriente existencialista, Heidegger, no había nacido y el maestro de éste, Husserl, era un niño cuando Marx publicaba el primer tomo de "El Capital" en 1867. Pero... un momento. Estaba vivo y en la plenitud de su ascendiente el pensamiento del papá Hegel, legando: a Marx la dialéctica, a Heidegger el "ser-para-la-muerte", fórmula ya consignada por Hegel a principios del siglo XIX en su "Ciencia de la Lógica". Heidegger la lleva hasta las últimas consecuencias, Hegel es el autor. Y es cierto que el mismo Marx comentó que en la elaboración de "El Capital" estuvo hegeliano en demasía. De modo que la "peccata minuta" tal vez no sea tan "minuta".
Debo reconocer que durante mucho tiempo dudé. ¿Y si el "extrapolador" de la muerte no fuera Marx sino yo, haciendo una lectura tendenciosa de su texto? Voy al laboratorio social, me dije, él dirá. Y lo tenía a mano en Argentina. En una reunión de estudio, expuse ante los "compas" la idea de estos "medios de trabajo" según "El Capital", rematando en la comparación entre máquina y hombre, en el fenómeno de envejecimiento y muerte de ambos, repitiendo textualmente en esto último a Marx pero sin citarlo, de modo que la dichosa comparación quedó como de mi cosecha.
La reacción fue instantánea, particularmente de los varios economistas presentes, a saber: yo estaba sacando conclusiones abusivas "que jamás Marx haría", todo ese "pastiche" de la muerte estaba fuera de lugar.
Quedé ampliamente satisfecho: si el párrafo en cuestión era despojado de la autoridad de su autor, se veía francamente extrapolado y antimarxista... ya ven, un Marx antimarxista. En fin, yo había pasado exitosamente la prueba en el laboratorio social, podía, alguna vez, desarrollar el tema con tranquilidad.
Y bien, no se trata de un afán puntillista ni de descubrir un "Marx existencial", tampoco de sentarlo en el banquillo de acusados, sino de verificar cómo, allí donde menos se lo esperaba, llega el mensajero Tánatos y, furtivo, abre una rendija del inconsciente. Tengo la impresión que ello no fue necesario con Engels, quien asumió el problema de la muerte en diferentes lugares de su obra, admitiendo como un hecho el inevitable fin de todo, la gran catástrofe que ubicaba a nivel de sistema solar. No demostraba por ello sentimientos negativos o depresión, sino que celebraba por adelantado que, tras la catástrofe, vendría el renacimiento de todo, la materia indestructible y sus atributos, como se lee en el prólogo de su "Dialéctica de la Naturaleza".
V - SAN MARX
Y SAN LENIN QUE ESTÁIS EN LOS CIELOS...
"Yo no soy marxista" -la frase se atribuye a Marx. Como dicen los italianos, "se non è vero, è ben trovato". Si no es cierto, merece serlo. Cuenta en esto una temprana tendencia a la sacralización dentro de las organizaciones comunistas, donde "El Capital", a pesar de poco leído, artículo de fe, llegando a convertirse en Biblia, y el "Manifiesto" en catecismo. La sacralización alcanzó su climax con el culto a la personalidad bajo el estalinismo. Había una sola lectura de los textos sagrados, la oficial. Lo que, fronteras afuera, hizo multiplicar las "heterodoxias" y las "herejías". El pensamiento marxista que no se dejaba florecer al interior de la URSS, China y otros, al exterior, por gracia de las compensaciones, se desbordó, resultando, en muchos casos, un aporte a la confusión general que prevalecía en Occidente. Uno no sabía qué resultaba peor, si el sectarismo autoritario o el "non sense".
Es en general el peligro de los "ismos". Trazan la raya maniquea y del otro lado queda lo maligno y lo "no existente", a saber: si sucede algo que contradice mi discurso ¡al destierro! Quien piensa distinto de mí, está equivocado. Y lo que no entiendo, no existe. ¿Para mí no existe? Muy bien. Entonces, si soy Stalin, para nadie existe.
Un ejemplo elocuente del autoritarismo en el razonar se dio en vísperas de la invasión de Alemania a la URSS, cuando la II Guerra Mundial. Informes confidenciales y confiables llegan a Stalin indicando inminente ataque, y al mismo tiempo se confirma la noticia de una gran concentración de tropas alemanas a lo largo de la frontera... y Stalin diagnostica: no puede ser, Hitler no va a abrir un segundo frente cuando no ha acabado con Inglaterra, no creo que concentre tropas con fines ofensivos. Y bien, la URSS fue invadida dos días después, Hitler no pensaba como Stalin: supuso que Inglaterra, si bien país beligerante, había quedado neutralizada, y que en seis semanas conquistaría a la URSS tras un ataque sorpresa. Stalin, Hitler, a cuál de los dos más soberbio en la apreciación de la realidad y en sus juicios.
Otro caso resulta de la concepción cerrada sobre lo que dio en llamarse "imperialismo", según el conocido libro de Lenin, quien toma el término de los escritos de Hilferding, y de éste y de Hobson, el enfoque general, ambos economistas de la época. Hoy, el concepto de "imperialismo" se corresponde aproximadamente con la expresión de "unipolar", concentración de riqueza y poder. A pesar del peso que significa detentar el Estado, las ideas no se ponen automáticamente de su lado, ni se dejan esterilizar, defienden su autonomía a derecha y a izquierda. Naturalmente, la creatividad del pensamiento necesita oxígeno, que la sociedad preserve las libertades democráticas. En las organizaciones marxistas siempre se habló del tema y de la necesidad de revalorar un concepto asociado, el de superestructura, pero no se dio el paso necesario: reconocer la autonomía del pensamiento, incluso si nacido en el campo adversario y a su abrigo.
No digo "independencia" pues las condiciones materiales existentes dan origen al pensamiento, pero éste las reinterpreta en sucesivas lecturas, no se ata a la realidad que le ha dado origen. Y los seculares dos bandos se forman, conservadores y radicales, en actitud de sostener o de negar la correspondencia original entre realidad y pensamiento. A éste pronto le crecen alas y remonta vuelo tomando decisiones "por sus pistolas". Pienso pues que es autónomo aun cuando no independiente. Esto significa que pueden haber variado las condiciones materiales que fueron cuna de un pensamiento (y de una ulterior estructura mental) sin que éste se de por aludido, o al revés: se adelanten a una realidad y proclamen hipótesis "subversivas". En una palabra, realidad y pensamiento desarrollan velocidades distintas. Como alguien dijo: "cuando me supe todas las respuestas, habían cambiado todas las preguntas".
Esto es particularmente cierto en el arte y en las ciencias. La física en la primera mitad del siglo XX y la biología y la cibernética en la segunda mitad, fueron resultados de una empiria y de una reflexión profunda como nunca vistas en la Historia. Y se dieron en países de Europa occidental y en Estados Unidos, no en contra de los gobiernos sino a su amparo, en una especie de neutralidad apolítica asumida por los científicos. A partir de la II Guerra Mundial, Estados Unidos fue monopolizando a los hombres de ciencia. Einstein, que se sepa, no fue ciudadano soviético. Y no solamente estoy hablando del teórico sin par de la física, sino del hombre que en carta personal decidió al Presidente Roosevelt a fabricar la bomba. Ni tampoco Plank o Heisenberg, Fermi u Oppenheimer. No nacieron en tierra rusa, que podía parir grandes escritores como Tolstoi o Dostoievski, pero no un laboratorio, con la conocida excepción del destinado a los experimentos de Pavlov.
Tal era el atraso vivido bajo el zarismo y legado a la URSS, que décadas de socialismo no lograron hacerla científica y tecnológicamente competitiva. ¿No tuvieron tiempo los soviéticos, dedicados a sobrevivir? ¿O no se dio prioridad suficiente a una política de impulso a la investigación científica y tecnológica, especialmente en áreas estratégicas? Ciertamente, no supieron crear o aprovechar los propios cuadros ni atraer los de fuera, como masivamente lo lograra Estados Unidos.
Vamos a un caso. Ciolkovsky (1857/1935) nacido en Rusia y que vivió en su país, profesor y estudioso, "resolvió --informa el Diccionario Enciclopédico Salvat-- los principales problemas matemáticos sobre las trayectorias de naves espaciales, investigó mezclas combustibles para la propulsión de cohetes y sugirió su utilización en varias etapas (...) diseñó un vehículo capaz de deslizarse sobre un colchón de aire." ¡Y esto por los años treinta o antes! Fue un pionero, adelantándose a los investigadores de Occidente.
Ciolkovsky es hoy conocido como el padre de la cosmonáutica. ¿Quién en la URSS le dio su lugar y luego continuidad? Nadie en forma efectiva, con el apoyo del Estado, que se sepa. En cambio, un alemán, von Braun, retomó el hilo y fabricó para los nazis los cohetes explosivos que cayeron sobre Londres en la II Guerra Mundial, y ya experimentaba un misil de alcance intercontinental. El atraso científico y tecnológico de la Rusia zarista fue superado por la URSS pero no en medida suficiente en relación con los países competidores, y eso era lo que importaba.
Bajo Stalin, el esfuerzo productivo estuvo centrado en los planes quinquenales. El cumplimiento de las metas económicas allí fijadas se consideró prioritario, y ponía a prueba a la industria soviética estatal y planificada, como así a la colectivización en el campo, el cual debía ser velozmente mecanizado. La URSS buscaba ser capaz de proveer al consumo interno y a un tiempo dar una imagen de éxitos a los ojos del mundo. La obsesión de los planes quinquenales y de su cumplimiento fue insensiblemente dejando de lado el espíritu creativo y los proyectos de investigación tecnológica. En cambio, en Estados Unidos y en Europa occidental éstos fueron tradicionalmente alentados. En una palabra, en la URSS dominaba la fiebre cuantitativa: más trigo, más bicicletas, más vodka. Por el contrario, en la patria de Thomas Alva Edison y de Henry Ford se dio un equilibrio entre los volúmenes de producción y la productividad, entre lo cuantitativo y lo cualitativo.
De pronto un tornillo cambiado de lugar, una modificación en la cadena de montaje, hacía que en el mismo número de horas trabajadas se fabricara el doble de bienes de consumo. No faltaron en la URSS operarios que sobre el terreno advirtieron pequeñas modificaciones para grandes efectos, y fueron aceptadas. Nacían espontáneamente, sin responder a estímulos, se temía que del espíritu creativo se pasara a la crítica y de ésta a la oposición y al complot.
En EU una cobertura jurídica protegía al autor del hallazgo, una simple inscripción en el registro de patentes y el autor de la innovación podía dirigirse a los bancos para que financiaran su proyecto y, si las cosas marchaban bien, hacerse rico, que en Estados Unidos es sinónimo de importante: "tanto tienes, tanto vales". Del self-made-man, se hizo una leyenda rosa. Sin embargo, el espíritu creativo tuvo su lugar en ese periodo del capitalismo y se conservó a medida que el siglo XX avanzaba... "personal computer", genoma, telefonía celular, dan color a sus dos últimas décadas.
En ese sentido, cuando arreció la competencia con los soviéticos en los años de la guerra fría, los norteamericanos habían reforzado su experiencia de la etapa que venían de pasar, la II Guerra Mundial. Decididos en 1943 a abrir un nuevo frente de combate desembarcando en el continente europeo a partir de Inglaterra, ésta debía ser abastecida de todo el material necesario para tamaña empresa, máxime cuando los alemanes estaban fortificando todo el litoral marítimo desde Noruega a España. Además, éstos echaron mano de su flota submarina para impedir la llegada de los barcos norteamericanos a Inglaterra y también a la URSS, a la cual se había acordado ayudar.
Fue la batalla tecnológica de quién ganaba la virtud de hacerse invisible para el enemigo. Por naturaleza, lo era el submarino hasta que los ingleses inventaron el radar, detectando al enemigo bajo el agua cuando éste no había siquiera divisado barcos a través del periscopio. Pero los alemanes idearon un aparato que daba cuenta de la presencia de un radar operando, y rápidamente cambiaban de posición. Entonces los angloamericanos, trabajando ya en laboratorios con equipos técnicos y humanos de primera prioridad, emplearon longitudes de onda que quedaban invisibles para el aparato alemán. Y desde el aire cumplieron la tarea destructiva que habían sufrido a mano de los submarinos. Fue una batalla donde la mejor tecnología llevaba las cartas del triunfo militar.
Y sin embargo, la URSS había tenido el acierto de un construir un gigantesco tanque de guerra, el T-34, que asombró a los alemanes cuando la invadieron en l941. Pero ¿qué significaba en los términos de nuestra problemática? Una vez más, un avance cuantitativo, se aumentaban las funciones comunes a cualquier tanque: mayor potencia de fuego, mayor blindaje, buena velocidad de desplazamiento. Pero nada nuevo se le agregaba, no se trataba en rigor de un avance tecnológico, como en los casos del radar o de la bomba atómica, uno el vencedor de lo invisible, otra el Apocalipsis a partir de una nueva fuente de energía, desconocida hasta entonces en su aplicación práctica.
Y en la guerra como en la paz. Para librar con éxito la batalla por los mercados, la empresa que logre un avance tecnológico capaz de desalojar a los competidores, dejándolos con las bodegas llenas de mercancía obsoleta invendible, ésa se lleva el triunfo. De nada vale producir mucho si hay quien produce mejor, tal ha sido una lección para la URSS, a cuyo atraso secular vinieron a sumarse políticas erróneas.
A la par de las tecnologías, las ciencias conocieron en el siglo XX un impulso como nunca dado. La nueva física nos abrió los ojos ante las fuerzas "comprimidas" en el microcosmos al igual que el genio encerrado en la botella y, como a éste, dejadas en libertad por obra del hombre contra quien se vuelven. ¿De qué manera? Por primera vez en la Historia, la humanidad adquiere los poderes suficientes para suicidarse aportando el elemento clave para la correlación internacional de fuerzas: la energía nuclear hecha bomba, alumbrada por el proyecto Manhattan de Estados Unidos. Vino entonces Hiroshima. Si tras la II Guerra Mundial surgió un mundo bipolar, cuyo supuesto era el equilibrio del terror atómico, ocupar uno de esos dos polos no fue mérito de los dirigentes soviéticos ni de sus laboratorios de fisión nuclear, sino gracias a los servicios de espionaje de la URSS, a la voluntad de algunos científicos que le pasaron información convencidos que el monopolio nuclear era inaceptable y finalmente a un soviético, Andrej Sájarov, quien, aprovechando la información obtenida por esas vías, dio un paso adelante y fabricó la bomba de hidrógeno.
El equilibrio bipolar, mal que bien, se mantuvo sorteando los peligros de la guerra fría pero, poco a poco, Estados Unidos compensó con creces el desgajamiento de los países que se liberaban de su tutela a partir de la posguerra: resultó en definitiva ganadora de la carrera espacial, lo que tiene consecuencias en el campo militar donde los misiles, certeros como son los disparos de los satélites artificiales, juegan un rol de primera fila. Y finalmente, Estados Unidos, después de vacilar, queda en condiciones de plantearse el proyecto "Guerra de las galaxias" o de los misiles antimisiles. Persisten algunas dudas en cuanto a su eficacia y una certidumbre: ni la URSS ayer ni la Rusia actual estuvo ni está en condiciones de correr con los costos que implica un tal proyecto. Así, al carecer de una buena carta para jugar como réplica a la "Guerra de las galaxias", Rusia se ve reducida a una posición pasiva: rezar para que los cielos premien su abandono del comunismo con un fracaso americano en los planes de blindar su espacio aéreo.
Así estamos. La correlación de fuerzas dicta sus órdenes a la coyuntura internacional. Y es cuando el hombre de hoy más quisiera cerrar los ojos para no ver un mundo que no se resigna a aceptar y se le antoja en camino del futuro pintado en la novela "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury. Las utopías se ponen entonces a la orden del día, se hacen contenido del imaginario colectivo. No logro transformar la realidad, el colosal intento del socialismo marxista vean cómo acabó. Pero nadie me puede quitar mis sueños. Y hay utopías del color que se quiera, desde las religiones tradicionales a las que predican el suicidio colectivo como vía para abordar el ovni que nos llevará a la estrella de la felicidad del tercer milenio.
Paradójicamente, se descubre un cierto "entrenamiento utópico" recogido desde las filas de las organizaciones comunistas mismas. Pues sí: dentro de ciertos límites, "estaba permitido" soñar con el futuro luminoso del comunismo. Más: ¡Lenin lo aconsejaba! Más: ¡lo dejó escrito en el libro donde preconiza un partido a la manera militar, el "¿Qué hacer?"! En esas páginas, Lenin hace suyas las expresiones de Písarev quien reivindica el soñar del hombre con "el cuadro totalmente acabado de la obra que bosqueja entre sus manos" como insustituible móvil para la acción. ¡Qué ironía! ¡Finalmente vino a resultar que el militante disciplinado y soñador no anticipaba golosamente la meta por la cual se batía, sino que ésta era imposible de alcanzar, esfumada al derrumbe de la URSS! Tal, el borroso rostro de la utopía.
Como decía Hegel y recordaba Marx, se trata de la ironía, la astucia de la Historia. Que tiene sus propios fines y no los revela antes de tiempo. ¿Es divinizar la Historia? En cierto sentido, sí. Como si ésta, misericordiosa, dejara fluir las utopías, bálsamo sobre las heridas que causan las realidades. Y envolviera el imaginario colectivo bajo la consigna de las Cruzadas, al rescate del Santo Sepulcro. O bien a la toma de la Bastilla creyendo inaugurar el reino de la "libertad, igualdad, fraternidad", o del Palacio de Invierno en Rusia en nombre del comunismo, o al asalto del cielo cuando los comuneros en París, sin olvidar a Espartaco y a la rebelión de los esclavos bajo Roma. Esta última, es en particular elocuente. Dueños de la situación los rebeldes, pasaron a reorganizar la producción en amplias zonas devastadas por la guerra. Uno tiende a pensar que el nuevo marco social sería el de una asociación de hombres libres... pues, no: ¡resucitaron el esclavismo!
Así, el pasado. Pero el hombre no puede dejarse de futuribles -futuros posibles-. Y tampoco puede vacunarse contra las utopías ni está en sus manos adivinar en qué medida su imaginario ha sido contaminado, aun si está de acuerdo con Calderón de la Barca: "y los sueños... sueños son." Por eso, el hombre busca las lecciones de la Historia y con sorpresas se da: esto no salió como yo lo pensaba, esto otro salió justo al revés de cuanto la gente creía. "La Historia, esa pesadilla de la cual no logro despertar", se dice en el "Ulises", la novela señera de las letras contemporáneas, cuyo autor es James Joyce.
Así estamos. ¿Y Marx? Bien que en su obra la "parte profética" anunciando la llegada del comunismo, ocupa un reducido lugar, sobre ella se fundamentó la gran esperanza. Una asociación de hombres libres donde ya no se polarizarán capital y dirección por un lado y por el otro, trabajo. Cada individuo combinará el quehacer manual con el intelectual, se borrarán las diferencias entre campo y ciudad, el Estado se extinguirá como órgano de poder, conservándose en tanto administrador. Una sociedad futura que escribirá en sus banderas: "De cada uno según sus capacidades, a cada uno según su necesidad". Hace acordar al libro de Aldous Huxley titulado "Un mundo feliz". Una humanidad así, superadas sus contradicciones internas, una "humanidad unificada", para decirlo con las palabras de Gramsci, no tendrá otro trabajo que mirarse al espejo. Es cierto que el pleito con Mamacita Naturaleza puede seguir vigente quién sabe cuanto tiempo más, y así justificar la sobrevivencia de la humanidad o, al menos, de una minoría ilustrada: equipos de investigadores, expedicionarios, pobladores del sistema solar. Siempre un horizonte a superar en el macro y en el microcosmos. Y ello dar lugar a contradicciones dadas en un más alto nivel, sin necesidad la humanidad de vivir desangrándose a sí misma... "orita vemos".
De todos modos, de no estar convencido, de no creer con fe religiosa en la próxima venida del comunismo, difícilmente se justifica el combate y el exigir el empleo óptimo de las fuerzas de cada comunista, como creía Lenin. Pienso que el "hombre de la calle" se automedica la utopía como fruto de la necesidad de construir dentro de su cabeza lo que siente no podrá hacer fuera de ella, en el mundo. Y en el caso del militante, la realidad es también el punto de partida de su prédica en un sentido opuesto, activo: transformarla, escribió Marx y los comunistas lo citábamos con frecuencia. ¿De qué se trata entonces? La utopía, soñar con ella, soporte del ánimo y, además, la manera de aventar toda duda: el futuro, lo hemos desentrañado y nos pertenece, camarada.
Más: está próximo. Tomemos los años 1919/1920. Todavía entonces, Lenin, dirigiéndose al congreso de juventudes de toda Rusia, daba por un hecho:
"la generación que tiene hoy quince años y que de aquí a diez o veinte vivirá en una sociedad comunista."
Así, la profecía calendarizada y alentadora: no se van a morir sin verlo y disfrutarlo -aseguraba Lenin a los jóvenes. Tal cual Jesucristo anunciando que "no pasará esta generación" sin que ocurra la venida del reino. De modo que, comunismo a la vista y calendarizado, utopía uno. Y utopía dos, otra vez en la palabra de Lenin:
"Hoy que el poder soviético se extiende por el mundo entero" -decía en un texto. Y en otro: "(...) hacia la victoria total de la revolución mundial."
Así, utopía dos, la revolución mundial. Son citas que corresponden a 1919/1920, años todavía de euforia, bien que gastada, tanto en la URSS como fuera de ella. Pero las utopías comunistas se irán desgranando conforme se sucedan los fracasos, ningún movimiento marxista triunfó entonces más allá de las fronteras soviéticas, el país de Lenin quedó solo. La consigna, consecuentemente, fue reemplazada. En lugar de "revolución mundial" se adoptó la contraria de "revolución en un solo país", y la llegada del comunismo a la URSS dejó de calendarizarse.
Cuando los años treinta, ya los nazis en el poder en Alemania, un tercer aspecto se resolvió por su contrario: la táctica a seguir por los movimientos comunistas en Europa. En lugar de "clase contra clase" se pasó a "frente popular". Estos casos, que ilustran, más: que encuadran la aplicación práctica del marxismo entre los años veinte y treinta, significaron una revaloración de las propias fuerzas frente a los enemigos, concluyendo en el pase a una actitud defensiva. La URSS se las tendrá que arreglar sola, trabajar más y soñar menos... cuando mal no hubiera venido dirigir la imaginación no solamente hacia el futuro "luminoso" del comunismo sino tras los pasos de Ciolkovsky. Suyos fueron sueños que, vimos, tanto iban a incidir en la correlación internacional de fuerzas. Por su parte, el movimiento comunista mundial se dio a la tarea de buscar aliados en cada país, pues aislado iba a ser puesto fuera de combate, como ocurrió en la Alemania nazi y en otros países.
Y bien, buscando improbables y problemáticas analogías del hoy con el ayer, me he detenido en los últimos días de Lenin lúcido, allá por 1922-1923, antes que la enfermedad lo redujera al silencio. Es decir, cuando de desplegar las banderas se ha pasado a recogerlas. Precisamente, se trata de los documentos conocidos y que integran el testamento político de Lenin. No sólo en cuanto se refiere a su sucesor sino a la continuidad de los planes de gobierno, en particular la NEP (Nueva política económica). Ésta había sido puesta en marcha, y no se acallaban las polémicas suscitadas al seno mismo de los bolcheviques. La iniciativa había partido de Lenin, quien la defendía ardorosamente. ¿En qué consistía la NEP? Dicho en dos palabras, se trataba de un retroceso profundo: se suspendían los planes de colectivización en el campo, no tocar a los kulaks, campesinos ricos que acaparaban buena parte de las mejores tierras; y también se suspendían las expropiaciones en la industria, por el contrario, se llamaba a capitales extranjeros a invertir en Rusia soviética, incluso ofreciendo concesiones del subsuelo para la explotación minera.
Cuestión de vida o muerte, clamaba Lenin. Para él, en la coyuntura de posguerra que por entonces se vivía, la alternativa planteada ya no era entre socialismo y capitalismo, sino sobrevivir a como diera lugar. No había nada que pudiera anteponerse a esto: comer y no morir de hambre en el invierno para el pueblo; reconstruir la infraestructura de un país -el más extenso del mundo- al cual ni medios de transporte le habían quedado; y por nada del mundo perder los bolcheviques la confianza de las masas, las campesinas en especial. Así, la NEP ponía entre paréntesis al socialismo mientras durara la emergencia... o tal vez para siempre. ¿Quién podía asegurar una u otra cosa en esos momentos? Éste es el Lenin de 1922/1923. Además, tal tipo de medidas tendría sus efectos en lo internacional: iba a calmar en alguna medida a los capitalistas y sus gobiernos europeos, lanzados a la gran cruzada antisoviética. El entendimiento, la coexistencia, daban la impresión de reemplazar las esperanzas de otras revoluciones proletarias en Europa. En todo caso, el joven Estado soviético parecía, en las palabras de Lenin -líder indiscutido-, más bien inclinarse por un frío recuento de la correlación de fuerzas antes que la ideología. Tanto al interior de la URSS, como para guiar su política exterior.
En este punto me detengo, mi atención ha sido atraída por la referencia que el 23.01.23 hace el líder soviético a los "nepman", los hombres de la NEP, sus directamente beneficiarios, "es decir -son palabras de Lenin-, la burguesía." Y viene a resultar que los "nepman" son llamados a integrarse al "orden social de nuestra República Soviética" junto a quienes son sus dos columnas sostenedoras, los obreros y los campesinos. Ahora se sumaban los burgueses. De surgir serias divergencias entre estas clases, "la escisión sería inevitable", concluye Lenin. Y ella era la sombra negra de los comunistas, la "funesta" amenaza. En ese sentido, los destinos del país soviético están en manos de las masas campesinas, según "marchen unidas con la clase obrera, fieles a su alianza, o permitan que los "nepman" los desunan, los separen." Así, siempre en palabras de Lenin, la incorporación de la burguesía al "orden social" es una necesidad dentro el marco de la NEP y a la vez un peligro contra el cual previene Lenin al XII congreso del PCUS, al cual está dirigido el documento que venimos comentando (OC, 521, T 36, Akal, Mx, 1978). El hecho es incorporar los nuevos burgueses al "orden social". Creo que, llamando las cosas por su nombre, es más adecuado decirlo así: a los organismos del Estado, a influenciar en las decisiones sobre los caminos que habrá de recorrer la NEP y en general la nación soviética. Esto es de una novedad absoluta, inédita para el pensamiento revolucionario de la época y que dejé a no pocos bolcheviques con la boca abierta.
Trotsky, en libro publicado en 1924, poco después de la muerte de Lenin, recuerda significativamente la opinión de éste unos años antes: "si no nos apoderamos así de la burguesía (con toda dureza, de tal manera que no le quede ni una rendija por donde escapar) lo vamos a pasar muy mal". Palabras que, dichas en el congreso de los soviets en vísperas de la revolución, son una muestra del lenguaje corriente en esos días, sin excluir una dosis de demagogia. Ahora bien, producida la revolución, es cierto que, por más concesiones que se hicieran, el poder continuaba en manos de los comunistas.
¿Qué se puede decir hoy? Un mundo unipolar ha llenado el vacío dejado por la caída de la URSS. Por más que EU tenga a su frente a Rusia, no es lo mismo. Ésta ha dejado de ser respaldo de otras naciones para devenir capitalista... si puede. Sin contar que la Rusia de hoy quedará en desventaja frente a EU si el proyecto antimisiles, llamado "Guerra de las galaxias", tiene mediano éxito en los próximos años en su intento de blindar el espacio aéreo de EU. Si el legado de Lenin hace ochenta años fue el de retroceder ante una situación extremadamente adversa, marcando los movimientos para una retirada con la menor pérdida posible, el legado de Gorbachov hace algo más de diez años fue el de ¡sálvese quien pueda! Tal vez contra su voluntad, tal vez las circunstancias lo rebasaron. No importa. El hecho es que hoy nadie sabe cómo ni hasta dónde retroceder, deteniéndose por lo menos un grado antes de la rendición incondicional. Muchos, por lo demás, se han adelantado a practicarla dando todo por perdido. Y en el otro extremo hay quienes prefieren acabar batallando, de pie, sin esperanzas o los ojos puestos en un milagro. Entre ambos extremos media una variante de concesiones, como el renunciar a una política de expropiación y puesta en manos del Estado de los resortes claves de la economía. Las posiciones intermedias son calco de programas de la socialdemocracia o de los partidos liberales de centro, y además ellos lo hacen mucho mejor que los arrepentidos de la izquierda. Entre la URSS del último Lenin (1922/l923) y la ausencia de la URSS que vivimos desde hace más de una década, media un abismo infranqueable donde las analogías son improbables y problemáticas. ¿O no?
¿Dónde está la NEP del siglo XXI? Tal vez se pueda dar con sus huellas en Cuba, China, Vietnam. Pero eso es válido nacionalmente. Ningún otro país cubre en el mundo el vacío dejado por la URSS, ninguno posee la varita mágica o la piedra filosofal para trasmutar lo unipolar en un nuevo equilibrio bipolar o multipolar. Pueden hacerse analogías entre retrocesos. Pero lo específico de la actual coyuntura internacional, es decir, la medida de retroceso que hoy se impone, puede ilustrarse en un sentido general, a saber: que no es pecado si las circunstancias históricas lo justifican. Pero no se deducirá ni por asomo de aquella URSS donde tronaba la voz de Lenin. Mientras la izquierda lo averigua, no estará de más apegarse a la defensa de la democracia, la lucha contra el hambre, la asistencia a la infancia, la sana ecología y otras consignas que otrora parecían sólo dignas de la caridad cristiana o de la herejía socialdemócrata.
El pragmatismo comparte el espacio con las utopías, la necesidad de sobrevivir está por encima de toda otra consideración. Se había vivido una borrachera, sonaba la hora de la cruda. Lenin todavía tuvo tiempo de escribir "El izquierdismo, enfermedad infantil de los comunistas", cuyo título lo dice todo, mientras veía alzarse los fantasmas de las hambrunas, el sabotaje de clase, la guerra civil. Ese retroceso con los años llegó mucho más lejos de cuanto pudieran haber previsto los bolcheviques. El estalinismo primero, y después el repudio popular a lo que quedaba de la utopía socialista en manos de Gorby, cerraron el ciclo. Compitiendo con Estados Unidos, país desde hacía por lo menos dos siglos que disfrutaba de la revolución industrial; en jaque permanente, apuñaleada por los nazis y desangrada, la cifra de sus muertos en la guerra que se maneja hasta hoy es la de veinte millones; no habiendo logrado superar sus contradicciones internas, la URSS resistió a lo largo de setenta y cuatro años.
¿Qué nos queda? Mientras se averigua hasta dónde debe retroceder la izquierda en el mundo de los unipolares, nos queda rezar a nuestros San Marx y San Lenin que estáis en los cielos y en los corazones de los revolucionarios, benditos sean vuestros nombres, hágase vuestra voluntad así en la tierra como en el espacio exterior, dadnos nuestro sueño utópico de cada día, perdonad nuestras actitudes sectarias como nosotros perdonamos a socialdemócratas y liberales su anticomunismo, y haced que la correlación internacional de fuerzas algún día nos sea favorable, venga a nosotros el reino comunista, y no nos dejéis caer en las tentaciones de los capitalistas, mas libradnos de toda especie de fascismo. Amén.
VI - CONCLUSIONES
Pero llega un momento en que la ironía caduca, la razón se niega a cerrar este escrito con la palabra de esa gran corrosiva. Usar de ella sin que domine la pluma, y menos si viene asociada al humor. Éste ayuda a sobrevivir pero raramente indica los caminos. Y de eso se trata. Y un dicho viene a colación: "A Dios rezando y con el mazo dando".
Y entonces, en lugar de la ironía, otra gran corrosiva toma el relevo: la duda. Y ella interroga: ¿De qué estás hablando, a qué viene ese dicho, qué tiene que ver, cuál mazo, dónde está? ¿En los aviones que dieron a las Torres Gemelas...? Claro que no, los dioses nos libren de usar el mazo con tales fines, el terrorismo sólo sirve para hacer daño, en primer lugar a la causa que dice defender. ¿Dónde está entonces el mazo? En muchos lugares y en cada uno con su variante respecto del poder. En Seattle, como primer eslabón de una cadena de manifestaciones callejeras, donde los verdes marchan junto a la revolución punk, los desempleados junto a la guerrilla naturista, allí se levanta la protesta contra el poder. En los zapatistas de la montaña mexicana, los indígenas, los olvidados, los hijos de la tierra que declaran, por boca del "sub" Marcos, no estar interesados en el poder sino en un futuro donde todos plantemos árboles. En las ONG, que trabajan al margen del poder, y su arma consiste en la presión institucional sobre éste. En Cuba, que detenta el poder. En el movimiento de las madres de plaza de Mayo en Buenos Aires, ya devenidas abuelas tras cuarto de siglo de protesta pacífica contra el poder. Y en tantos otros lugares...
Pero ¿qué ocurre? Así todos los movimientos se sumen, no constituyen un mazo, apenas si un martillo de uso doméstico para poner un clavo en la pared y colgar el retrato de los abuelos. Con eso, enfrentar a los unipolares. Y entonces la duda pregunta, cerrando el escrito: ¿Llegará algún día el martillo a convertirse en mazo, en martiana honda de David? ¿O simplemente no existirán más los mazos, sólo martillos familiares? ¿O no habrá quiénes los empuñen? ¿O sí...? O si millones de brazos con pancartas en alto: "¡se nos hizo la utopía!".
Mientras hay vida, hay esperanza.
Y me viene a la cabeza un viejo cuento, siempre invocado por un compa a quien decíamos "El Pibe". Un condenado a muerte pidió al rey una última gracia. Le concediera un año y haría que en ese plazo un caballo volara. No pierdo nada, se dijo el rey, que ese día estaba de buenas, y le concedió la gracia. Te ganaste un año, le dijo un amigo al reo. Más que eso, contestó el aludido. En un año, pueden suceder muchas cosas. Puede morir el rey, e imploraré piedad al sucesor. Puedo morir yo, y entonces no me habrán quitado nada de mi vida. Pueden suceder muchas cosas... ¿y quién te dice que el caballo no vuele?
Que se escuche su galope en los cielos y en la tierra, brindo para que así sea.
La esperanza es lo último que se pierde.


Marcos Winocur
marcoswinocur@yahoo.com.mx