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Opiniones

7 de enero del 2003

Continuando el debate iniciado en El sueño revolucionario del Che era Argentina, carta a uno de los biógrafos del Che
A Kalfon quitado

Ciro Bustos

Comencemos apartando los hechos para fijarnos sólo en las cosas serias: las leyendas.
R.D.
Curioso historiador este Kalfon. Se entiende que una biografía es, a la vez, una forma de historiar una época, un acontecimiento nacional o internacional. Y que este supuesto limita la subjetividad del sujeto a los marcos de la personalidad , como objeto de análisis psicológico, político, humano, etc., pero que no autoriza a desvirtuar la realidad, los hechos fácticos, la cronología, las circunstancias, los acontecimientos y el papel de otros participantes.
Menos aún, asumiendo el rol de juez parcial, que antes que nada, se propone dejar a salvo a su alter ego, su patrón, protegido y gloria nacional. La labor de un historiador, serio y responsable, está basada en un arduo trabajo de investigación sobre material existente y entrevistas propias, cuando, como en este caso, una mayoría de testigos y personal involucrado continúan con vida. Y en una regla elemental de equidad, como es la de contrastar las declaraciones, respetando el derecho a réplica de los afectados.
El catedrático biógrafo, no se siente involucrado por ésta obligación ética. Su obra, al margen de la calidad intrínseca del texto, está viciada por falsedades y mentiras aceptadas y/o deliberadas. Y está signada por la finalidad de desmitificar peyorativamente al personaje central y su trayectoria. Extraña inconsecuencia con la seriedad de las leyendas.
Me limito a destacar las tergiversaciones más groseras en lo que a mi me toca, ya que de tal forma, mi calidad de testigo es incuestionable, y mi testimonio comprobable.
Como se sabe, al ser detenido, era portador de un pasaporte a nombre de Carlos Alberto Frutos. Era consciente de que la falsa identidad no podría durar mucho, pero que debía hacer lo posible por aguantar con ella mientras no se descubriera. Eso daría un margen de tiempo en el cuál la noticia de la detención llegaría hasta Ana María, mi mujer, y la dirección de nuestra organización, permitiéndoles tomar las medidas necesarias. Durante unos veinte días mantengo la matufia [engaño], obligándome a una minuciosa labor de construcción - a partir sólo del nombre-, de una identidad creible, con mujer, hijos, profesión, trabajo, actividades paralelas, que resistiera las contrapreguntas repentinas, los "volvamos a comenzar" y fuera encajando con la versión de mi presencia allí, de la que me iba revistiendo, que de partida, era la de un ingenuo pacifista embarcado contra mi voluntad y conocimiento en algo que no solamente ignoraba, sino que por lo ya visto, iba en contra de mis convicciones. El desenlace se produjo cuando apareció un policía argentino (cosa que yo no entendía porqué no ocurría todavía), y casi sin hablar, me tomó las impresiones digitales y se fue. Dos o tres días después, el "Dr. González", perdió por primera vez la compostura y me insultaba, mientras Quintanilla quería fusilarme. Yo era fulano y no zutano. Había que empezar de nuevo y así lo hicimos. Cambiando los nombres, míos y de la familia, profesión, etc., pero manteniendo el esquema de inocencia e ignorancia, aunque ya de airado rechazo a la situación de guerrilla.
Hay que tener presente un par de cosas: En primer término, todo lo que había detrás de mi y que era necesario preservar (que ahora puede ser leído en el trabajo precedente [El sueño revolucionario del Che era Argentina], pero que en ese momento y por mucho tiempo más no podía ser dado a conocer), ya que eventualmente, podía constituir la base de trabajo futuro requerida por el Che. En segundo lugar, que yo no contaba con el general De Gaulle y su Estado como apoyatura, sino por lo contrario, con un general golpista; Onganía, y un régimen represivo que daría las gracias por los servicios prestados si los militares bolivianos me fusilaban.
En tal disyuntiva, mi opción era clara y respondía a mis conocimientos de inteligencia específicamente impartidos en nuestro entrenamiento: debo resguardar la estructura desconocida y dejar de lado la ya dramáticamente conocida, la guerrilla armada que se defiende sola.
El profesor Kalfon dice que yo, a los dos días de comenzar los interrogatorios, desembucho más de lo que me piden. Han comprobado mi identidad al encontrarme fotografías de mi mujer y mi hija y ante amenazas a ellas, entrego todo, nombres, planos, senderos, etc. Monsieur Kalfon miente!
No había tal fotografía. Tengo dos hijas. No conocieron mi verdadera identidad hasta después de más de veinte días. La declaración que me adjudica, es la que el Gral. Gary Prado transcribe como de Debray. Y es la que escuché del magnetofón de los interrogadores.
Kalfon fabula: dice que entre tanto y hasta los primeros días de mayo, Debray está en coma a consecuencia de las palizas recibidas. Cualquiera sabe que un hombre en estado de coma no puede caminar para ir a los interrogatorios o al WC, como lo veía yo hacer a él desde el segundo día, por la rendija de la puerta de la pieza donde estaba encerrado. El episodio de la paliza, que me contaron tanto Roth, que fue trasladado a Camiri el mismo día que Debray y fue testigo, como un soldadito, unos días después, que hacía guardia ante la habitación, y que se reía de la escena, es así: Un grupo de oficiales ebrios, entre los cuales un compañero del Teniente Amézaga, muerto el 23 de marzo, lo agreden a cachetazos y patadas. El se arroja al suelo tratando de cubrirse la cabeza con los brazos y gritando en francés. Un oficial superior, interrumpe la algarada y desaloja el lugar. Nunca más volvieron a tocarlo. No hubo torturas contra nosotros.
Pero el mayor alarde canallezco lo hace Kalfon al publicar en su libro (y en su programa televisivo de promoción), mis desafortunados dibujos. No por publicarlos, sino porque están allí tan claros, que hasta se distinguen, los de dos personas inexistentes, Andrés y Rutman, que son precisamente la razón de todos los dibujos:
hacer " entrega "de dos personajes inventados para cerrar los contactos. Andrés, ideado por mi a pedido de Debray en Muyupampa, cuando todavía nos trataban bien, antes de la aparición de los ex presos de la guerrilla que nos delataron, y que me pidió que declarara haber conocido yo también y lo sostuviera - y así lo hice, hasta el fin-, porque lo necesitaba para ocultar sus contactos, y Rutman que lo necesitaba yo para respaldar mi declaración y dejar fuera toda mi organización. Pero Kalfon, que no puede ignorar esto conociendo y trabajando para Debray, lo calla, lo oculta.
Si Kalfon en lugar de un lacayo fuese un historiador serio, podría haber enriquecido su libro con las tribulaciones de un "joven inmaduro", como lo calificó Lambroschini, embajador de De Gaulle en La Paz (El Mercurio, 15 de Enero del 71); podría haber incorporado sus declaraciones, sus cartas secretas (al "Dr. González", a su abogado -que si tenía-), podría haber relatado su casamiento, inmediatamente después del juicio, con una Teniente de la seguridad cubana, Elizabeth Burgos - actualmente editora de Benigno, ambos en el exilio parisino-; podría haber descrito la fiesta, en el casino de oficiales de la IV División, con la presencia conjunta de su Sra. madre y el Gral. Guachalla, ex presidente del Tribunal de Camiri que nos juzgó, fiesta regada con Moét Chandón y Chivas 12 años, aportado por la embajada; podría haber sugerido algo romántico en torno a la luna de miel de una semana en la celda del novio -al lado de la mía, todavía en el casino de oficiales-, podría haberse extrañado de que unas semanas más tarde, la Sra. Debray denunciara que "...la mujer de Bustos vive con él en Camiri, y a mi no me dan más de treinta minutos de permiso". (Ana María iba cada seis meses y se quedaba -en el Hotel-, alrededor de veinte días. Sólo en una oportunidad, después de la brillante boda y a modo de compensación, la dejaron permanecer una noche en mi celda). Podría haber hecho un recuento de las visitas de que él gozaba ininterrumpidamente: la Consulesa - también situada allí especialmente por Monsieur le General-, que venía una vez por mes, o cuando hiciera falta; Elizabeth por supuesto, cada dos o tres meses y una lista infinita de periodistas que siempre tenían acceso. Podría haber hecho referencia a su poblada biblioteca, a los suministros de primera calidad -tabacos Habanos incluidos-, a sus trabajos literarios o políticos por encargo, como el que escribió, por intermedio del hermano del Mayor Sánchez, para el Gral. Ovando, a su pedido, dándole las líneas para transformar las FFAA bolivianas en un Ejército Revolucionario.
Podría, en fin, para no entrar en detalles deplorables, haber rematado la semblanza colateral, citando a Oriana Falaci..."un día no lejano, lo encontraré en París a la salida de la Ópera como corresponde a un señorito, vestido con un traje de terciopelo negro, y entonces le daré la bofetada que se merece un miserable". Y así podría demostrar, con diáfana precisión, como se construye una leyenda apartando los hechos. Cosa seria.
Malmö 18/09/98