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Opiniones

24 de junio del 2003

China
El PCCh y la transición al capitalismo

G. Buster
Revista Viento Sur
"El problema de la formación de continuadores de la causa revolucionaria del proletariado se refiere, en el fondo, a si la causa revolucionaria marxista-leninista iniciada por los revolucionarios proletarios de la vieja generación contará con quienes la sigan llevando adelante, si la dirección de nuestro partido y nuestro Estado seguirá en manos de revolucionarios proletarios. Se refiere a si podremos precavernos con éxito contra la aparición del revisionismo kruschovista en China. En una palabra, se trata de un problema importantísimo que afecta al destino, a la existencia misma de nuestro partido y nuestro Estado. Basándose en los cambios operados en la Unión Soviética, los agoreros imperialistas depositan sus esperanzas de 'evolución pacífica' en la tercera o cuarta generación del PCCh". Mao Zedong, El pequeño libro rojo, pág. 294.

La X Asamblea Nacional Popular, reunida en Beijing en marzo de este año, ha sancionado el cambio en la dirección del Partido Comunista y en los Organos ejecutivos de la República Popular de China, decididos cuatro meses antes por la nomenclatura del partido en su XVI Congreso. El ascenso de la "cuarta generación" de dirigentes, con Hu Jintao a la cabeza, ha estado acompañada de la disolución de la Comisión Estatal de Planificación y Desarrollo, responsable de los planes quinquenales. El último símbolo de una economía planificada desaparece así, con la instauración definitiva del mercado como mecanismo regulador. Pero, ¿cuándo y cómo se ha hecho China capitalista?

1976-1989: ascenso y fracaso de las reformas de "socialismo de mercado"

Tras su rehabilitación en 1976, Deng Xiaoping anunció en 1978 la política de las "cuatro modernizaciones", con la creación de un mercado agrícola controlado por el Estado tras la disolución de las comunas populares, zonas económicas especiales para la exportación con inversiones extranjeras en compañías mixtas y una liberalización parcial del comercio exterior. Tras la dimisión en 1980 de Hua Guofeng, el heredero designado por Mao, esta política se generalizó y permitió una consolidación importante de la burocracia y, dentro de ella, el resurgimiento de un ala reformista. En 1985, el III Pleno del XII Comité Central extendió las reformas al sector industrial urbano, con autonomía de la gestión empresarial, mecanismos de mercado, relaciones horizontales entre empresas, reforzamiento del sistema financiero y bancario como eje coordinador del Plan y combinación de todos los sistemas de propiedad, en un "socialismo de mercado" que recogía elementos de las reformas experimentadas en Europa del Este.

Sin embargo, en 1987, las reformas se ahogaban en una importante crisis de oferta triple: un consumo agregado superior al crecimiento de la economía con una fuerte inflación; una "crisis de tijeras" por la falta de productos industriales producidos por el sector público para intercambiar con los campesinos del nuevo mercado agrícola; y una crisis de seguridad alimentaria de productos básicos como el trigo y el arroz, a pesar de la excelente cosecha de ese año. La crisis económica se convierte en crisis política tras año y medio de duras luchas fraccionales internas en el PCCh y el secretario general reformista Hu Yaobang es destituido.

El XIII Congreso, que se reunió en octubre de ese año, adopta el marco teórico de las reformas de socialismo de mercado pero también un duro plan de ajuste bajo la dirección del nuevo secretario general, Zhao Ziyang, del sector reformista. La crisis política y económica siguen imparables hasta desembocar en la crisis de Tienanmen en junio de 1989, la fractura del PCCh y el cese de Zhao Ziyang. La masacre de Tienanmen supone una crisis definitiva de las reformas de "socialismo de mercado" del sector reformista de la burocracia del PCCh. Sin embargo, la fracción conservadora no tiene ninguna otra alternativa económica, aunque corta de raíz con los "cuatro principios" y cualquier reforma política que ponga en cuestión la dictadura del PCCh.

Mientras tanto se produce la caída del Muro de Berlín, el fracaso del golpe de Estado de septiembre de 1990 y el colapso final de la URSS en 1991, con las políticas de "terapia de choque" y la restauración del capitalismo en el antiguo "bloque socialista". En enero de 1992, un Deng Xiaoping anciano y medio paralizado realiza una gira por la zona económica especial de Shenzhen, la pone como ejemplo de las reformas económicas a emprender y lanza la consigna de: ¡Enriqueceos!

1992-1997: el "arma mágica del mercado" y la restauración capitalista

En octubre de ese mismo año se celebra el XIV Congreso del PCCh. Mientras se aplica un duro plan de ajuste diseñado con la ayuda del FMI y el Banco Mundial, se generaliza la economía de mercado y la ley del valor, así como las zonas económicas especiales. Las autoridades centrales y el Plan pierden peso frente a la regulación de las autoridades provinciales que miman y protegen sus mercados frente a la competencia de otras provincias y el exterior. Se mantiene el equilibrio entre fracciones en el PCCh, pero el arbitraje final corresponde a Jiang Zemin, con predominio de la fracción reformista. Ya no se trata de un "socialismo de mercado" sino de una "economía de mercado socialista" y el cambio de adjetivos marca el inicio del cambio de naturaleza de clase del Estado, mientras el sector público comienza a ahogarse en el mar de la economía mercantil. Empieza la fase de negociaciones, tras la solicitud en 1988, para la adhesión de China a la OMC. El sector estatal de la economía ha pasado de representar el 73% de la producción industrial en 1988 al 35% en 1992.

De 1992 a 1997 cuando se celebra el XV Congreso del PCCh, pocos meses después de la muerte de Deng Xiaoping, el sector público no sólo es asediado por el crecimiento desenfrenado del sector industrial rural, de las zonas económicas especiales y de las nuevas empresas privadas urbanas, sino que también es saqueado a conciencia por las burocracias provinciales, en medio de una corrupción rampante, para mantener sus niveles de inversión del sector privado y sus presupuestos, dependientes cada vez más de los impuestos sobre el sector privado que tienen que engordar, mientras la burocracia central ve disminuir su capacidad de extracción del sobreproducto social del sector público, sometido ya a la ley del valor, y tiene que negociar con las burocracias locales sus aportaciones al presupuesto central.

El desequilibrio regional es enorme, crece la desigualdad social (pasando de un índice Gini 0.2 al 0.46), en el campo la privatización de la agricultura supone el paro de 250 millones de campesinos y la emigración de otros 100 millones a las ciudades, la llamada "población flotante", y aunque la pobreza disminuye en el campo, en las ciudades aparecen 117 millones de nuevos pobres, el 80% en las regiones del Centro y el Oeste. Se hunden progresivamente los sistemas sanitario y la educación primaria y secundaria, que pasan a ser privados.

Tras la recesión internacional de 1990-91, China se convirtió en el segundo receptor de capital extranjero después de EE UU, pasando del 20% de todas las inversiones extranjeras en Asia a suponer el 80% y el 52% de todos los países en vías de desarrollo. Durante este período, la economía china creció a una media anual del 9,7% (frente al 7,5% de los "tigres asiáticos") y sus exportaciones un 19% anual. De ese 9,7% de crecimiento anual del PIB, un 2,7% es gracias a las inversiones extranjeras, que supusieron más del 22% de la inversión total. El 60% de todos los trabajadores de las zonas económicas especiales para la exportación del mundo son chinos, unos dieciocho millones. Según una investigación del FMI, sin embargo, si la acumulación de capital fue el factor más importante de crecimiento hasta 1994, a partir de esta fecha el crecimiento de la productividad superó el 50% (con una media del 4% anual frente al 2% de los "tigres asiáticos") y la formación de capital cayó al 33%, lo que da una idea del alcance de la reestructuración económica.

Con este panorama, no es de extrañar que el XV Congreso intentara adaptar la ideología a los hechos y los nuevos intereses sociales. Una creciente burguesía, un 5% de la población, es decir 60 millones de personas, declaraban ingresos superiores a los 12.000 dólares per cápita, mientras aparecían unas nuevas capas medias urbanas. Una burguesía íntimamente ligada por lazos familiares a la burocracia, los capitalistas chinos de ultramar y los inversores extranjeros. Wu Jinglian, consejero del primer ministro Zhu Rongji propuso una nueva definición de "socialismo" en los estatutos del PCCh como: "justicia social y economía de mercado", punto, sin adjetivos molestos. Y el vicepresidente de la Academia de Ciencias Sociales, Liu Ji, resumió el marxismo en dos principios: "Los beneficios del pueblo son lo más importante y el partido debe servir al pueblo de todo corazón".

En los borradores iniciales la referencia al proletariado como la "vanguardia de la revolución" fue sustituida por la de "empleados asalariados", aunque finalmente se optó por la fórmula mas científica del "trabajo como mercancia". El PCCh había dicho adiós definitivamente a la clase obrera en octubre de 1997. Y a continuación anunció la reforma y privatización de las empresas del sector público, con el despido de 200 millones de trabajadores en 5 años. La restauración capitalista era ya un hecho irreversible.

1997-2001: integración en la economía mundial, crisis de sobreproducción y neokeynesianismo

A pesar de ello, la herencia de los aparatos de gestión del viejo Estado obrero burocráticamente deformado de la República Popular hicieron un último y sustancial servicio a la nomenclatura china. Le permitieron escapar casi intacta de la crisis asiática de 1997-98, con la excepción de la quiebra de la Compañía Internacional de Comercio e Inversiones de Guangdong. Los grandes bancos nacionales estaban respaldados por el Estado, que garantizó las deudas de las empresas; los controles estatales impidieron la entrada de capitales especulativos a corto plazo, limitando los créditos extranjeros -aunque la deuda extranjera había pasado ya del 5,2% del PIB en 1985 al 13,8% en 1998- y las operaciones de futuros sobre la moneda nacional, el renminbi, que no era convertible; el ahorro interno superaba la inversión, que cayó del 40,8% en 1995 al 38,2% en 1997.

El impacto de la crisis fue una apreciación del renminbi del 60% frente a las monedas del Sudeste asiático y un 20% frente al yen japonés, con una caída de competitividad relativa que hicieron que las exportaciones sólo crecieran un 0,5% en 1998 y un 6,1% en 1999. La inversión exterior cayó en un 11% ese mismo año.

El gobierno chino aplicó una política típicamente keynesiana para sostener la demanda, concentrada especialmente en las regiones del Centro y Oeste del país, cuyas burocracias habían protagonizado una revuelta por su falta de acceso a los beneficios del mercado en el XV Congreso. El gasto público pasó del 12% en 1997 al 16% del PIB en 1999, el déficit presupuestario del 1,8% al 3,1% en el mismo período. Se subieron los sueldos de los funcionarios un 20% y se emitieron bonos por valor de 160.000 millones de renminbis. Sin embargo, estas medidas fueron insuficientes y la contenida crisis de sobreproducción se convirtió en deflación, a medida que se levantaban además las barreras arancelarias interprovinciales y se unificaba el mercado. En 1999 el índice de precios de consumo cayó un -1,4%. La capacidad productiva no utilizada alcanzó el 40% del PIB. China experimentaba plenamente por primera vez las consecuencias de un ciclo económico capitalista.

En este escenario de crisis, el gobierno chino decidió lanzar la fase final de la reestructuración del sector público y las privatizaciones decidido en el XV Congreso del PCCh, con la consigna: "Amarrar a los grandes, dejar ir a los pequeños". Los "pequeños" daban empleo a 200 millones de trabajadores urbanos, a los que, para evitar una explosión social, se concedió a los mayores de 35 años dos años de un salario mensual entre 200 y 250 renminbis, es decir un 35% del salario medio no especializado, a través de la contitución de un caja de pensiones tripartita gobierno-empresas-sociedad, que nunca llegó a funcionar por falta de aportaciones no estatales.

Las autoridades chinas continuaron su política de estímulos keynesianos durante el 2000, el 2001 y el 2002, sin conseguir superar la deflación. La recesión internacional hizo que las exportaciones a EE UU y Japón cayeran a un 7,5% del PIB y complicó la gestión macroeconómica. Aunque la deuda pública no ha superado el 15% del PIB, se ha multiplicado por 80 desde 1981, pasando de 870 millones a 40.000 millones de renminbis. La explicación fundamental es una crisis fiscal de las autoridades centrales que han pasado de recoger el 29,5% del PIB en 1978 a sólo el 13,3% en 1999, reduciendo su capacidad de regulación aún keynesiana, que se mantiene gracias a la emisión continua de crecientes cantidades de bonos, en un ciclo vicioso de difícil salida.

2001-2003: ingreso en la OMC, los límites de las políticas keynesianas y el XVI Congreso del PCCh

En diciembre del 2001, la República Popular de China ingresó oficialmente en la OMC. Los cinco últimos años de negociación fueron testigo de concesiones en tarifas aduaneras superiores a las de India, al rechazar para los productos agrícolas la tarifa prevista para los países en vías de desarrollo del 10% y situarla en un 8,5%, y una completa liberalización del sector servicios en cinco años. El 60% de la industria del automóvil y el 50% de la industria alimentaria chinas no podrán sobrevivir en este nuevo "clima de negocios". La razón de estas concesiones está en el mismo cambio de naturaleza social del Estado. La burocracia, ahogada y arrastrada por los desbordamientos de la economía mercantil, el caos de los intereses privados y la corrupción generalizada no podía confiar en otra fuerza para contener el aumento de las desigualdades regionales y el proteccionismo provincial que en la disciplina de una reestructuración impuesta desde fuera por el capitalismo internacional.

El gigantesco dique de las Tres Gargantas del río Yangtze se convirtió en la imagen misma de este proceso: concebido como la solución socialista de los males perennes de China, está siendo acabado, en medio de una corrupción desbocada, con tecnología y créditos capitalistas, ahogando de paso las aldeas, monumentos y templos milenarios de su cauce. No es de extrañar que se haya convertido en el escenario mítico de todas las críticas, como se puede ver en la película "Balzac y la costurera china".

En octubre del 2002, se comenzó a ver luz al final del túnel y la economía china volvió a recuperar débilmente su tendencia al crecimiento. Los beneficios empresariales del sector privado crecieron un 10%, aunque el sector público siguió cayendo un -4,1%. Muy lentamente, el consumo y la inversión privada empezaron a superar, según el FMI, al gasto público como motor del crecimiento y éste alcanzó a fines del 2002 el 9%, un punto más del 8% necesario para absorber el crecimiento demográfico y no crear paro.

Con cierta ironía, la historia había dado cumplimiento a la profecía de Mao sobre el peligro de una restauración capitalista en China, cuando se reunió en Beijing el 8 de noviembre del 2002 el XVI Congreso del PCCh. En él, la tercera generación representada por Jian Zemin dio el poder ejecutivo directo a la cuarta generación de Hu Jintao, aunque quedaba conservando su influencia en la sombra. La gran aportación ideológica de la tercera generación del PCCh era la teoría de las "tres representaciones", es decir, que el PCCh representaba no a los obreros y campesinos de China, ni siquiera a los "cuadros" de su nomenclatura, sino "a las fuerzas productivas avanzadas, la cultura innovadora y los intereses de las amplias masas". El Congreso hizo un llamamiento a reclutar capitalistas para el PCCh, con una cuota especial de un 1% de su salario anual. Xiang Shaoling, propietario de la empresa de textiles Baopu Garments Co, se quejó públicamente: "Unirse al partido es glorioso, pero la cuota es muy alta".

Conclusión

El coste del proceso de restauración capitalista en China ha sido gigantesco desde el punto de vista humano, social, económico y ecológico. Y, sin embargo, hoy es el ejemplo más brillante de una "economía en transición" del Banco Mundial, que lo propone como ejemplo a los países en vías de desarrollo. Este cuarto de siglo de reformas, pero más precisamente desde 1992, ha tenido éxito por la terrible represión del movimiento democrático en 1979 y 1989, por la correlación de fuerzas internacional creada por el colapso del posestalinismo en Europa Oriental y la URSS, la globalización neoliberal a través de la OMC, el FMI y el BM, y el aplastamiento cruel de cualquier intento de reivindicar unas condiciones de vida más humanas para la clase obrera, sometida a una acumulación primitiva capitalista dantesca, sólo posible por la dictadura burocrática del PCCh.

El PCCh ha conseguido sobrevivir a todas sus crisis internas, especialmente a las gravísimas escisiones y purgas de 1976, 1980 y 1988-89, gracias a un pacto social interno alimentado por el "síndrome de la Revolución Cultural". Entregó su alma política a Deng Xiaoping primero, y más tarde a Jiang Zemin, a cambio de estabilidad social y económica para la burocracia y sus hijos. Con un miedo insuperable a la actividad autónoma de las masas, el PCCh cree encontrar esa estabilidad en la dictadura del partido único y en la disciplina del mercado capitalista sin comprender que le espera la anarquía de la competencia más despiadada en esta era de globalización neoliberal. El marxismo ha sido sustituido por un nacionalismo chovinista y conservador, cuando no por las supersticiones de Fa Lungong y otras sectas.

El Ejército Popular de Liberación, el heroico instrumento de la guerra antijaponesa, de la revolución maoísta y de la lucha anti-imperialista en la guerra de Corea, fue el primero en comprender el nuevo papel de potencia regional de China en 1979 para atacar Vietnam y convertirse en una zona económica especial más, con sus fábricas y sus negocios de importación-exportación corruptos, siempre a la vanguardia del PCCh. Cuando entró en Hong Kong en 1997 no fue para acabar con 155 años de colonialismo británico, sino para asegurar que los escasos derechos de los trabajadores de Hong Kong quedaban sometidos a las leyes dictatoriales de la República Popular.

Lo peor de esta restauración capitalista está aún por venir. Y, siguiendo los patrones imperiales más clásicos de las crisis del "mandato del cielo", comenzará tomando la forma de una crisis de seguridad alimentaria por la falta de productividad del campo y la necesidad de importaciones masivas de más de doscientos millones de toneladas, y de una crisis ecológica por la deforestación y las inundaciones. La crisis de sobreproducción no podrá ser contenida con un crecimiento de las exportaciones sobre la base de competir reduciendo costes de producción.

A pesar de la falta total de derechos laborales, de la competencia despiadada entre la "población flotante" expulsada del campo y los nuevos parados de las reestructuraciones del sector público para vender su fuerza de trabajo, los conflictos industriales y las explosiones locales de protesta se han multiplicado por catorce en la década de los 90, según los datos oficiales, en una lenta, desigual, pero continua acumulación de experiencias de la clase obrera. China es uno de los eslabones débiles del capitalismo y como dijo Mao: "Rebelarse es justo".

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