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Opiniones

12 de agosto del 2003

La esclavitud en que vivimos

Simón Royo
Rebelión
La explotación colonizadora de la mayor parte del mundo fue la que hizo posible el capitalismo europeo: "En general, la esclavitud embozada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la esclavitud descarnada en el Nuevo Mundo" (Karl Marx El Capital. Cap.XXIV, 7, 6).

Y hoy, el imperialismo neocolonial de la globalización económica, no es sino la continuación, por fuerzas semejantes, del latrocinio que dio lugar a la acumulación originaria. [Por eso cuando un realista me dice que si no robamos el petróleo iraquí no podremos mantener nuestro tren de vida le respondo dos cosas: 1º Le digo que por supuesto que me alegraría de que desapareciese lo que el llama, dando la falsa imagen de que todos somos ricos y ociosos, "nuestro tren de vida"; que resulta ser sobre todo el despilfarro y el insultante lujo de una muy exigua minoría. 2º Le digo también que no me parece inevitable el que tenga que asesinar y robar a mi vecino para poder vivir con las necesidades materiales cubiertas. Y que el coste psíquico del tren de la super-productividad Occidental es demasiado elevado como para que merezca la pena].

¡Somos libres! Esa es la mentira más perversa del mundo contemporáneo. Pues como ya indicara Marx de lo único que es libre hoy, la mayoría de la gente, en el mundo capitalista, es de venderse en el mercado al mejor postor; de comprar(se) y de vender (se), de ser esclavos de la oferta y la demanda. Por eso la proclamación de que seamos libres es hoy una mentira necesaria para la continuidad del sistema de explotación vigente.

El célebre doctrinario de la mentira necesaria fue el Platón idealista, que en su Politeia diría que los gobernantes salidos de la Caverna y liberados de sus cadenas tenían la misión de engañar al pueblo, extraña doctrina según la cual el liberado tiene que esclavizar para liberar. No es en eso en lo que seguimos y admiramos a Platón, que por otra parte decía que hay que temer más a la esclavitud que a la muerte (República, III, 387b). Y por lo menos entre sus propuestas de recibo exigía el comunismo entre los dirigentes, supuestos sabios y hombres libres, excluyéndoles de la propiedad privada. Aristóteles, por otra parte, estimaría la palabra de todo ciudadano y sería el primero en emplear la palabra politeia para designar al sistema de organización política democrático que hasta nuestros días llamamos República, caracterizado esencialmente, a su juicio, por la igualdad económica y por la igualdad de oportunidades, esto es, por esa «igual educación, alimentación y vestido» (Política Libro IV, 1294b) establecida entre los lacedemonios de su tiempo. La verdadera ciudadanía estaría entonces en la combinación entre la igualdad de Esparta y la libertad de Atenas, entre los gobernantes comunistas de Platón y los ciudadanos iguales de Aristóteles. Lo que ocurre es que esas sus mejores propuestas, a despecho de Comunas de París en las que se aproximó la Humanidad a su cumplimiento efectivo más perfecto, fueron arrinconadas en el basurero de la Historia.

Efectivamente, la servidumbre voluntaria que podemos ver hoy en día no se caracteriza por un esclavo con conciencia de sus cadenas, sino por el fenómeno del esclavo satisfecho, por el eunuco que se cree dotado de genitales sin en realidad poseerlos. Sólo así se explica que esas sendas perdidas de la liberación, de la igualdad y del comunismo, al resurgir en nuestro tiempo, sean vistas y descalificadas por los esclavos satisfechos como si fuesen lo peor que pudiese pasarles. Después de ese proletariado del que hablaba Marx en el Manifiesto Comunistas que sólo tenía que perder sus cadenas, han surgido unas clases híbridas (semiproletarias y semiburguesas) que lo único que tienen que perder son también sus cadenas; pero son ahora cadenas de bisutería, pesados grilletes bañados en oro plomizo; con lo cual creen que son muy valiosos y los defienden con uñas y dientes. ¿Qué sería de sus manos sin el peso de las argollas? Piensan que no podrían soportar tanta ligereza, que no podrían vivir sin un atasco de tráfico cada mañana, sin ansiolíticos y psiquiatras para tratar su extraña desazón y hastío, sin bombardear algún otro país cada cierto tiempo.

La pregunta que dio lugar al Discurso sobre la servidumbre voluntaria de La Boétie jalona la historia de la Modernidad y está hoy más vigente que nunca. Pues semejante interrogante nos somete hoy al gravoso problema de explicarnos el cruel fenómeno del esclavo satisfecho: "¿Por qué el ser humano combate por su servidumbre como si su felicidad dependiese de ella?". Cuestión que podemos reformular de la manera siguiente: ¿Cómo es posible que buscando el mundo moderno llegar a la sociedad del bienestar hayamos acabado arribado a la sociedad del malestar?

En el seno de la propia Ilustración se nos podrá aclarar el enigma. Pues ¿No son Platón y Voltaire los pilares de la Razón Occidental? ¿No son los paladines de la Modernidad? Y sin embargo ambos se dieron perfecta cuenta de que los avances de la Razón no habían sido (y no han sido) más que parciales y minoritarios (para una parte y para minorías) y que ella misma pudiera conllevar ciertas pérdidas irreparables en determinadas áreas de la existencia humana. Así, el ilustrado francés indicaba en su Diccionario Filosófico bajo la voz "Igualdad", en uno de esos raros momentos en los que entraba en consonancia con Rousseau, que la vida civilizada bien pudiera tener algo que envidiarle a la salvaje: "¿Qué le debe un perro a otro perro o un caballo a otro caballo? Nada, ningún animal depende de su semejante; pero, habiendo recibido el hombre el rayo de la Divinidad que llamamos Razón, ¿cuál es el fruto? Es el de ser esclavo en casi toda la tierra". Y el preclaro pensador de Atenas ya había señalado, desde la antigüedad, en su Fedón (82e-83a) que los habitantes de la Caverna, videntes de sombras y adoradores de cadenas, eran llamados a colaborar en su sutil esclavitud: "Lo terrible del aprisionamiento es a causa del deseo, de tal modo que el propio encadenado puede ser colaborador de su estar aprisionado".

Tirando un poco más de este hilo podremos ver como, en su ensayo El alma del hombre bajo el socialismo, Oscar Wilde, hacía notar, que el peor sometimiento es el que se disfraza mediante divertimentos y falsedades, pues no por más sutil un aprisionamiento supone menos sojuzgamiento que otro: "los peores dueños de esclavos fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando así que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror del mismo". En 1996, al publicar la periodista Viviane Forrester su libro L'horreur économique, contribuyó con su manera simple y clara de explicar las cosas a que muchas personas se hiciesen conscientes del horror del capitalismo, pero del horror del capitalismo decimonónico aún vigente y no ya del sistema postfordista de dominación que coexiste con el añejo y que nos obliga a duplicar los frentes y las barricadas; un nuevo poder atisbado después por la escritora en su siguiente ensayo, no casualmente titulado Una extraña dictadura. La nueva economía globalizada es portadora de un virus neofascista que se extiende sin cesar y que no conoce límites ni fronteras.

El fenómeno de la férrea dominación sutil que impera en la Modernidad, un fenómeno que Michel Foucault se esforzaría en exponer a través de sus análisis de la sociedad disciplinaria, concretamente en su obra Vigilar y Castigar, han sido muy discutidos al someternos a una terrible paradoja: ¿Cómo es posible que la dominación suave de la sociedad capitalista sea a la vez más completa y menos notoriamente agresiva que la cruda dominación dura de las sociedades claramente esclavistas u medievales? ¿Cómo es posible que la abolición de la tortura y la asunción de los derechos humanos no supongan una mayor libertad sino que, por el contrario, sean signos de una mayor dominación? Visto de este último modo, desde la nadificación del progreso que supondría la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, se puede descartar fácilmente el análisis foucaultiano, ya que resultará indudable que las prisiones actuales en el mundo desarrollado son menos bestiales que las cárceles de antaño. Nadie en su sano juicio dirá que es peor el maltrato (fundamentalmente psíquico) que recibe hoy un niño en la escuela y ante la televisión, que las torturas que recibía (y recibe en el Tercer Mundo) un niño harapiento y desnutrido de la Edad Media o del África subsahariana. Criticar y pretender rechazar todo progreso es tan absurdo como criticar y pretender desacreditar toda objeción al mismo. Pero aceptando que los modernos centros de reclusión, reeducación e ingeniería social, son menos agresivos y crueles que los de antes; el análisis de Foucault permite no caer en un optimismo progresista ingenuo y creer que el humanismo y la eficiencia en la organización social suponen ya el final de la Historia y de todas las dominaciones. Foucault opera revelando la faz hipócrita y mezquina del mundo en que vivimos al mostrar como ha mutado el poder y como se sigue ejerciendo en nuestros días. No se ha conseguido un mundo tan idílico como lo pintan los progresistas ni tan aterrador como se lo figuran los apocalípticos.

El 20% de la población mundial que habita en los países desarrollados y consume el 80% de la riqueza del planeta vive en unas condiciones materiales innegablemente mejores que el 80% de la población mundial que ha de vivir con el 20% de los recursos del planeta. Por eso no puede contestarse directa y personalmente al progresista ingenuo que cree en la doctrina realista del mal menor y, como el Pangloss del Cándido volteriano, en que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Los derechos individuales y, entre ellos, los sociales y laborales: la seguridad social, la imposición fiscal, el subsidio de desempleo o la pensión de jubilación, son mecanismos de redistribución y de protección social que suponen un avance innegable en comparación con las sociedades de antaño y con la mayoría del planeta de hoy en día. Pero la riqueza material está mal repartida y hay que intervenir para lograr una justa redistribución y para realizar una globalización social en lugar de una económica. No creo que nadie atente contra mi libertad de morirme de hambre por arbitrar medios intervencionistas que impidan el fallecimiento por inanición de aquellas personas que, presumiblemente, no se encuentran en voluntaria huelga de hambre, sino que padecen miseria y escasez. No creo sin embargo que se tengan que arbitrar sólo los medios mínimos para la supervivencia animal, aunque eso ya es algo; sino que entiendo que los derechos sociales han de ir más allá del mínimo vital e introducirse de lleno en promover no sólo la vida, sino sobre todo la vida buena, como Amartya Sen y Marta Nussbaum han acertadamente argumentado.

Lo que ocurre es que no se pueden extender los derechos sociales de la minoría occidental y aria del planeta cuando éstos están basados en la inanición de la mayoría oscura del mundo. Se impone una cierta socialización de los recursos, una seria reparación de los agravios y una suerte de eliminación de las clases sociales para que dicha globalización social sea un hecho posible. El avance de la ciencia y de la técnica queda relativizado por su uso para la explotación en detrimento de su uso para la liberación, así como el progreso de los sistemas de protección social de los antaño llamados Estados del bienestar queda relativizado por fundarse en el robo, la desgracia y la explotación ajena, así como en la competencia con el socialismo real bajo la guerra fría.

Y además, en los llamados países ricos vemos que no sólo miseria material y explotación en los desposeídos genera nuestro sistema de vida, sino que también miseria psíquica, moral y espiritual, genera en los poseedores. Siendo notoria la acumulación exagerada, el despilfarro y la injusticia que supone una existencia de vampiro, una indeseable vida-zombi que se desarrolla en competencia continua chupando la sangre de los otros. La deslocalización o desterritorialización del modelo capitalista conlleva que comience a haber un primer mundo en el tercer mundo y un tercer mundo en el primer mundo, aunque un solo país sea el que tenga la hegemonía económica y militar del imperialismo contemporáneo y amenace al globo entero.

Deleuze dio un paso más en los análisis contemporáneos del poder al complementar los análisis sobre la sociedad disciplinaria con la idea de sociedades de control . La esclavitud en la modernidad tardía se caracterizaría por contar con el concurso del esclavo, sometido voluntariamente a un sinnúmero de ejercicios disciplinarios, pero también a mecanismos impersonales de sometimiento y seguimiento constante, al Gran Hermano de Orwell puesto en funcionamiento de consuno con el soma de Huxley: Vigilancia y divertimento, opio para el pueblo pero con el pueblo, técnicas sutiles del pan y circo de los romanos en las modernas tecnologías biopolíticas de manipulación de la subjetividad y de la vida. Todo eso es cierto, hay nuevas tecnologías de la dominación, pero que coexisten con las antiguas, la cruda violencia y la severa represión militar y policial coexisten con las más sofisticadas técnicas publicitarias de coerción y manipulación, en una simultaneidad sincrónica.

Ahora bien, una salvedad importante consiste en dejar claro que si el capitalismo constituye mi subjetividad también la constituye la poesía, la pintura, el contacto con la naturaleza, la buena música, el pensamiento y el trato con las personas no cosificadas, así como multitud de otros aspectos de la existencia que resulta suicida y apocalíptico dejar de lado.

Las nuevas formas de dominio a menudo parecen liberadoras (y en cierto modo lo son) porque a veces eliminan a las antiguas, pero no hay que olvidar que no se trata de cambiar unas formas de dominación duras y agresivas por otras blandas y sutiles, sino de acabar tanto con unas como con otras, logrando esos espacios de libertad que crecen sobre la verdadera igualdad. Si tengo que elegir entre que me encarcelen en un país donde se respetan mis derechos y que me encarcelen en un país donde se tortura al detenido, escogería indudablemente el primero; pero espero no tener que elegir entre ser encarcelado en un lugar o en otro, sino poder llegar a contar con alternativas de libertad y no limitarme a tan escasa movilidad como la que impera dentro de las opciones duales de sometimiento.

Además, no toda determinación supone una sujeción y no toda liberación significa la libertad. La sujeción al amante del amado puede resultar una determinación muy deseable y un signo de libertad, mientras que la liberación del instinto asesino de los presidentes de los Estados Unidos de Norteamérica sugiere una indeterminación muy indeseable y un signo de esclavitud.

Y ya para finalizar, también habrá que decir, que entre dos males hay que negarse a aceptar el menor y proponer entonces un bien, pues desear el mal es de tontos y no ver el bien es de ciegos.