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Opiniones

23 de julio del 2003

Enfrentarse contra el Poder sin tomarlo ¡y tomándolo!

Simón Royo
Rebelión
La idea de enfrentarse al poder sin aceptar nunca conquistarlo porque su conquista habría de significar siempre e indefectiblemente el pasar de dominado a dominador, de víctima a verdugo, no es nueva, no la inventaron los zapatistas de Chiapas ni la inventó John Holloway al defenderla en su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder; sino que fue ya postulada firmemente por aquellos ácratas puristas, (hoy socialdemócratas de pro y firmes columnas de ese poder que juraron nunca tomar), de los años 68. Un ejemplo de ello tenemos unos dos años antes de la publicación del libro Mil Mesetas de Deleuze & Guattari, cuando el segundo visitaba España en los años setenta encontrándose una recepción más que hostil por parte del Fernando Savater de entonces, que consideraba que el francés, cometía el crimen o traición revolucionaria de pretender tomar el poder, (lo que trocaría irremediablemente su revolución en dictadura y su intelectualidad en traición): "Hoy lo que sigue siendo más esperanzador, desde un punto de vista libertario, es el movimiento sublevatorio de grupos que por su marginación y características difícilmente pueden convertirse en fuente de Ley para el Todo, pero, en cambio, sienten en carne viva que la Ley del Todo les es contraria (…). Recientemente hablaba en Madrid el psicoanalista Félix Guattari de los llamados marginados sociales (homosexuales, presos, prostitutas, mujeres en general, drogadictos, psiquiatrizados, minusválidos…) como de «una nueva clase revolucionaria», refuerzo y complemento del clásico proletariado. Sea cual fuere la oportunidad estratégica a corto plazo de tales declaraciones, encierran el más abyecto amor teórico al Todo y la más notable incapacidad para imaginar qué sería hoy un planteamiento realmente revolucionario"(Fernando Savater Panfleto contra el Todo. [1978]. Alianza Editorial, Madrid 1982. 3. «Las falacias del Todo», pág.122).

¿Cuál sería hoy un planteamiento realmente revolucionario? Encomiable resulta la postura de quienes consagran sus vidas a luchar contra toda dominación y jamás aceptan formar parte de un movimiento con la determinación de dominar o conquistar el poder. Están decididos a ser siempre víctimas y nunca alcanzar el papel de verdugos o, más bien, piensan que mediante tal retirada se pueden sustraer a la hegeliana dialéctica entre dominadores y dominados, rompiendo de ese modo el sortilegio de la violencia, de la guerra y de la injusticia. Pero así, la pregunta por la revolución resta incontestada y se le añade las de ¿por qué no podrá igualmente desactivarse en cierta medida la dialéctica de la guerra sin necesidad de retirarse de la consecución del poder? ¿Acaso no habrá también un poder que sea potencia pero que no tenga necesariamente que constituirse como dominación? ¿No será acaso posible la constitución real de un mundo más justo que el existente?

La idea de que no hay que esperar al día mágico del asalto al palacio de invierno para llevar a acabo la acción revolucionaria ha sido bien argumentada por gentes como John Holloway, el Subcomandante Marcos, John Brown o Susan George; pero eso no es una respuesta a la pregunta por un planteamiento revolucionario para hoy en día que no sea el de la retirada a los márgenes y las exterioridades, sino una débil salida por la tangente. La idea de cambiar el mundo sin tomar el poder no parece ir mucho más allá de la llamada a la acción micropolítica y no acierta a exponer un nuevo planteamiento revolucionario ni a explicar cómo será ese otro mundo posible que tanto se dice defender.

Hay por tanto que luchar en la Historia, determinar espacios reales y no sólo virtuales. No sólo se trata de intentar salirse de la Historia y de mantener inmaculadas ciertas áreas inconquistadas o inconquistables por ella. Todo territorio que se le ceda a la Historia será arrasado por el Capital, de modo que, al tiempo que se pueda habitar espacios ahistóricos e intempestivos, conviene okupar algún lugar en la Historia, o de lo contrario a la larga nos quedará tan poco espacio que nos costará respirar.

Cierto que se trata de un espacio infinitamente divisible y que, por tanto, mientras reste un ápice de espacio libre inconquistado, podrá encontrarse allí un refugio ilimitado. Pero no hay razón para rendir todas las plazas. La revolución para hoy en día sigue siendo la de siempre, el planteamiento revolucionario para la actualidad se encuentra ya en esas obras de los socialistas del siglo XIX que, con provecho y perspectiva histórica, intentando conjurar los errores de antaño, podemos leer y actualizar hoy en día. Así, la constitución de un comunismo democrático en la Historia, aun a riesgo de que degenere en dictadura, sigue siendo el planteamiento revolucionario por excelencia. De lo que se trata entonces es de asumir el riesgo del cambio, nuevamente y pese a todo, y asumir el reto del poder.

Hay que tomar un poco de poder para poder cambiar algo y mucho poder para poder cambiar el mundo. Y aunque siempre exista la esperanza de que no haya poema que deje intacto al mundo, de que una minúscula partícula pueda, antihegelianamente, afectar a la totalidad; no está de menos trabajar en ambas dimensiones y no retirarse de la macro y mesopolítica por atender al reino microbiano. La generalización a todos los órdenes del efecto mariposa, además de ser una extrapolación un tanto gratuita, no puede excusar el abandono de la política tal y como la conocemos hasta el momento. Luego hay que intervenir en ambos órdenes, ya que no por adherirse a un partido o sindicato tenemos que dejar de hacer poemas o de meditar mediante fragmentos. Se olvida a menudo que se puede enfrentar al poder tanto tomándolo como sin tomarlo, pero se olvida más aún que se puede favorecer al poder y trabajar para la dominación tanto tomándolo como sin tomarlo.

El peligro estriba muchas veces en creer que por estar fuera del poder no se trabaja en su favor. Y también el peligro está en que al tomar poder sea éste el que nos cambie a nosotros en lugar de cambiarlo nosotros a él. Unos peligros reales ante los que han sucumbido muchos, una y otra vez. Los peligros y los retos están ahí, como siempre, pero si no nos atrevemos a lograr constituir un poder que no sea dominación, continuará siendo mayoritario y dominante el ahora ya existente.