VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Opiniones

Derrotas vs. Victorias

Michael Albert analiza en esta nota la situación de la resistencia global. Resulta estimulante leerla en la Argentina de estos días, porque se interroga acerca de en qué momento de la batalla estamos. Y responde. "Está creciendo un movimiento que puede luchar una y otra vez, acumulando fuerza en su camino. Bajo el parámetro de obtener grandes cambios cada día, este movimiento perderá, perderá, perderá, durante algún tiempo. Pero bajo el parámetro de lograr cotidianamente un crecimiento cada vez más amplio, comprometido y eficaz, ganará, ganará, ganará. Y como resultado de esos continuos logros, comenzará a diseñar una trayectoria de pequeños y luego grandes cambios en la sociedad".

Derrotas vs. victorias
Por Michael Albert /
http://www.lavaca.org

Cuando un corresponsal del New York Times indicó en su primera plana del 16 de febrero de 2003 que desde ahora existen sólo dos superpotencias en el mundo -los Estados Unidos y la opinión pública- los disidentes de todas partes interpretaron que el artículo estaba reconociendo la estatura y la importancia adquirida por el activismo. Pero ¿comprendimos sus consecuencias más vastas?
La observación del Times indica lo que todos deberíamos saber: hay una guerra en el mundo. Una guerra entre un proyecto que refuerza a los ricos y poderosos a expensas de los pobres y débiles, y un proyecto opuesto que busca disminuir las diferencias de ingresos, riquezas, y poder, buscando un rumbo hacia la equidad y la autonomía. Más aún, no se trata de las políticas de gobiernos tan dispares como Francia y Alemania, Italia, y España, Turquía e India, África Sur y Egipto, Chile y Bolivia, que finalmente influyen en las perspectivas de vida cotidiana de las personas. Ni son las maquinaciones de los dirigentes empresarios compitiendo con sus negocios alrededor del mundo.
Lo que finalmente importa más a los proyectos presentes y futuros de las personas es el conflicto entre los amos del mundo y los ciudadanos movilizados.
El conflicto entre estos superpoderes arde en barrios, comunidades, países y regiones, a través de todo planeta. Los que defienden la justicia son cada vez más fuertes, pero no podemos todavía revertir las crecientes olas de represión, violencia, y empobrecimiento. No podemos aún obtener grandes victorias por la paz, la redistribución de riquezas y la justicia. Y entonces, si cada noche nos vamos a dormir haciendo un balance del día de acuerdo a nuestros triunfos contra la injusticia, cada noche iremos a la cama llorando por nuestra ineptitud y lamentándonos contra la fuerza de los centros mundiales de poder y su habilidad para ignorar nuestras demandas. Peor aún, esas lágrimas y lamentos reducirán nuestras energías y nos harán poco atractivos a aquellos a quienes queremos llegar.
Nos acostaremos enmudecidos, además, al estar ratificando reglas de juego que impiden y reprimen nuestros esfuerzos, y que carecen absolutamente de razón.
Éste es el mejor de los tiempos. Hemos visto, en recientes semanas, no sólo las mayores, legítimas y simultáneas demostraciones mundiales por la paz en la historia, sino una masiva desobediencia civil, resistencia coordinada, protestas, marchas y acciones a nivel regional y nacional y, lo que finalmente resulta lo más importante, la movilización local en los pueblos, las calles, las escuelas, y en todas partes.
Además, el tono y tenor de esta rebeldía se están diversificando. Las personas están viendo la necesidad no sólo de oponerse a la guerra, sino de oponerse a toda guerra imperial. Se está viendo la necesidad no sólo de buscar ahora la paz, sino también de buscar que esa paz sea profunda y duradera; y no sólo paz, sino también justicia. Las personas están viendo la necesidad no sólo de rechazar la barbarie, el colonialismo, y el sometimiento, sino también de proponer y defender alternativas positivas al capitalismo, el patriarcado y el racismo.
Está creciendo un movimiento que puede luchar una y otra vez, acumulando fuerza en su camino. Bajo el parámetro de obtener grandes cambios cada día, este movimiento perderá, perderá, perderá, durante algún tiempo. Pero bajo el parámetro de lograr cotidianamente un crecimiento cada vez más amplio, comprometido y eficaz, ganará, ganará, ganará. Y como resultado de esos continuos logros, comenzará a diseñar una trayectoria de pequeños y luego grandes cambios en la sociedad, cada uno de los cuales mejorará la vida de las personas y creará condiciones para avances aún mayores, hasta que todos podamos celebrar el establecimiento de un mundo alternativo.
Pero este es también el peor de tiempos. Hemos visto, en recientes semanas, a pesar de nuestro activismo, no sólo el gigantesco ataque a un país indefenso, sino también la celebración de tal ataque como si se tratase de un enorme logro humano. Además de los proyectiles, bombarderos, helicópteros y tanques, hemos tenido que sufrir a medios de comunicación que informan sobre la guerra como si fuese fútbol, que disimulan el contexto y la substancia para destacar detalles sin importancia, y que mienten, niegan y aún fabrican noticias aptas para quedar impresas en los ojos de los amos.
Los principales medios de comunicación presentan lo que agrada a los amos. Disimulan lo que no. La mistificación de los medios enloda las informaciones, de modo que cualquier persona que no esté en contacto con líneas de pensamiento alternativo, y que no esté sustentada por una comunidad que permita la verdadera información y el verdadero análisis, no puede colaborar y hasta en cierto modo puede sucumbir al miedo, al asco y al triunfalismo que aturden cada orificio de la sociedad. No es ninguna maravilla que ideas al menos transitoriamente imperiales ocupen la mente de muchas personas, incluso de las que manifiestan tener una conciencia social.
Ésta es la edad del conocimiento. El taxista y el empaquetador de carne, la enfermera y el guarda de tren, el lavaplatos, la sirvienta y el cajero de la farmacia, el camionero y el operario, todos saben que la injusticia proviene de los jerarcas de la riqueza y el poder que diariamente encuentran en sus trabajos, en los tribunales, al tratar con doctores, y en cada otra situación en la que crucen sus caminos con los adinerados y poderosos. Ellos también saben, aun cuando no siempre quieren admitirlo, que Bush es un descerebrado, que las elecciones son falsas opciones entre defensores del poder, lo que ocurre a pesar de nuestros deseos, y que en la trastienda de la realidad televisiva y la invasión de noticias mentirosas, se encuentran los intereses y el poder. El público está volviéndose poético. Las emisoras comerciales y burdas que pululan exigiendo nuestra atención a cada momento si es que queremos formar parte de la sociedad, están perdiendo la batalla por nuestros corazones y nuestras mentes.
Las personas están ganando conocimiento, conciencia, e incluso, lentamente, confianza.
Pero ésta es también la edad de tontería. Como si se tratase de desmerecer la idea misma de la inteligencia y el conocimiento, demasiadas personas con títulos, con décadas de educación y de lecturas, y con acceso ilimitado a la información, demasiadas personas que monopolizan el conocimiento legal y médico y empresario, y ciertamente demasiados economistas y politólogos y gerentes y periodistas de diarios -parlotean abrumadoramente las idioteces más carentes de sentido. Estamos liberando a un país al que estamos sojuzgando. Somos adalides de la libertad en un mundo que teme cada uno de nuestros movimientos. Favorecemos la democracia mientras instalamos gobiernos coloniales e ignoramos las aspiraciones de poblaciones enteras. Nuestras bombas son los sonidos de libertad, no de una silenciosa violencia. El imperio es lo que rechazamos, no el eje de nuestra conducta. Aquellos con la mayor educación son los que pontifican contra los hecho reales, disertan contra la razón, y predican contra el más elemental sentido de decencia moral. No sólo es que en los Estados Unidos cuanto más miramos, menos entendemos, sino también que cuanto más educación tenemos, tendemos a ser más estúpidos, y eso no debería sorprendernos.
En los Estados Unidos tenemos convicciones e incredulidad. Tenemos luz y oscuridad. Tenemos esperanza y desesperación. Mirado en un sentido, tenemos todo por delante. Mirado de otro modo, no tenemos nada por delante. Considerando nuestras aspiraciones, todos vamos directamente rumbo al paraíso. Considerado los huesos y los cuerpos que se acumulan a nombre nuestro, estamos yéndonos directamente al infierno. No sólo en la época de Dickens el mejor de los tiempos resultaba también el peor.
¿Y entonces? ¿Es la historia un camino a un pasado peor, o un camino a un futuro mejor?
¿Está llegando la democracia a los Estados Unidos… la real democracia, por primera vez? ¿O el fascismo?
Depende de qué parámetro utilicemos. Depende de que midamos la situación con la vara local, o la global. Depende de que realicemos un análisis apocalíptico, o sobrio. Depende de que permitamos que los medios de comunicación nos hagan pesimistas, o que dejemos a nuestras mentes ver la realidad.
Hay una guerra por delante. No es nueva, pero está caldeándose. Nuestro lado está cada vez más fuerte, mucho más fuerte. Obviamente, eso significa que el otro lado empieza a mostrar sus colmillos. No deberíamos exagerar nuestros triunfos, pero tampoco desmerecerlos. No deberíamos pensar que estamos al borde de victorias importantes, pero tampoco ir al otro extremo y evaluar que es imposible lograr victoria alguna ahora mismo. Debemos observar, en cambio, que pese a que aún somos relativamente pequeños, estamos no obstante en el camino de continuar nuestro crecimiento cuantitativo, la diversificación de métodos, ensanchando nuestras miradas, concentrando aspiraciones positivas, y debemos juzgarnos diariamente de acuerdo a si, aunque sea con altibajos, podemos seguir moviéndonos en ese rumbo.
Unos parámetros de análisis equivocados provocarán el decaimiento y la depresión de nuestros esfuerzos. Parámetros correctos nos llevarán a una calma perseverancia en nuestros esfuerzos. Asumida esa sencilla realidad, seguramente todos podremos establecer parámetros razonables para medir nuestros logros futuros.
* el título original de este artículo es ¿Quién pone los parámetros? Y fue publicado por el sitie Znet