VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Opiniones

20 de junio del 2003

El club de los miserables

Alberto Cruz
Rebelión

El novelista Víctor Hugo le hacía decir a uno de sus personajes de "Los miserables"que quien a los veinte años no es revolucionario es que no tiene corazón, pero quien a los cuarenta años no es conservador es que no tiene cabeza. Me impactó tanto esta frase cuando la leí que, con el tiempo, se ha convertido en una de mis citas favoritas. Gracias a ella fui comprendiendo la evolución que han sufrido los intelectuales orgánicos, aquellos pensadores, escritores, filósofos a quienes convertimos en iconos en nuestra juventud. Es el caso de decenas de ellos, europeos (digamos occidentales mejor) o latinoamericanos puesto que por nuestra cultura los árabes, asiáticos y africanos son casi desconocidos. La lista de estos intelectuales cubriría varios folios, pero en mi mente y en mi corazón siempre estará un sociólogo español llamado Jesús Ibáñez, hombre discreto y comprometido hasta su muerte, prematura, en la mitad de los años 90.

Ibáñez decía que en el "ser revolucionario" había cuatro conductas básicas: la de quienes reproducen pragmáticamente el sistema (que él denominaba "conversa/continuidad"); la de quienes critican a los gestores del sistema ("perversa/reforma"); la de quienes autojustifican su propia legitimidad frente al sistema establecido ("subversiva/revolucionaria"), y la de quienes promueven los movimientos populares para desbordar al sistema ("reversiva/rebeldía"). Consideraba que la "subversiva/revolucionaria" y la "reversiva/rebeldía" son las más interesantes, pero que la primera puede aislarse por su excesivo narcisismo y que la segunda puede instalarse permanentemente en la esquizofrenia de lo contradictorio, con tendencia a adoptar siempre una postura pragmática que termina derivando hacia la "perversa/reforma" sin que se cuestione el sistema en sí.

Y así, desde Víctor Hugo (aunque hubo antes otros) a Jesús Ibáñez (aunque habrá otros después), me he ido formando como "ser revolucionario". Dejo al criterio de quienes lean este artículo la consideración de en cuál de las categorías de Ibáñez se me puede incluir, pero no puedo evitar salir al paso de la polémica que surge en las últimas semanas a raíz de las ejecuciones y detenciones en Cuba, del debate sobre la legitimidad o no de la resistencia armada en Palestina -una vez que se ha producido la voladura del sistema internacional amparado por la ONU con la invasión y ocupación neocolonial de Iraq y se ha puesto en marcha el engendro de bantustán palestino conocido como "Hoja de Ruta"-, de la necesidad de combatir para alcanzar la justicia social en Colombia o de la imposición de los valores occidentales como los únicos legítimos en la esfera de los derechos humanos, gráficamente sancionados en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU que el mes pasado terminó su sesión correspondiente al año 2003.

Eurocentrismo y homogeneización

Voy a partir de tres premisas que me parecen escasamente cuestionables -aún a riesgo de aparecer como prepotente- estableciendo a su vez tres conclusiones que me parecen evidentes.

Primera premisa: Occidente no conquistó el mundo (América Latina, Asia, África) por la superioridad de sus valores, sino por su superioridad a la hora de imponer la violencia organizada. Mantener hoy este criterio puede no ser novedoso, pero sí necesario a la hora de analizar lo que ha sucedido en los últimos años. Occidente viola el Derecho Internacional Público (véase lo sucedido con Iraq, con Palestina, con Yugoslavia), el Derecho Humanitario Internacional (Iraq, Afganistán, Yugoslavia), las Resoluciones de la ONU (bien sean del Consejo de Seguridad o de su Asamblea General) y los Derechos Humanos (en todas sus acepciones) cuando le place. Primera conclusión: mientras Occidente no cumpla con la legalidad internacional -pese a que el debate pueda ser ahora qué tipo de legalidad es la que hay que defender tras la voladura a que hemos asistido con la guerra contra Iraq-, "su" legalidad -puesto que fue impuesta por él básicamente con la colaboración ocasional de la Unión Soviética y un pequeño grupo de países más, allá por el segundo lustro de los años 40- no debe aceptarse su discurso de respeto a los derechos humanos ni de la paz.

Segunda premisa: cualquier persona que se considere especialista en una determinada rama del saber humanístico estará prisionera de sus experiencias, de los valores dominantes de su sociedad, de las tradiciones e, incluso, de los estereotipos de su entorno. Segunda conclusión: si, como en mi caso, hemos nacido en Europa -no voy a hablar de educación- tenderemos a una visión eurocéntrica, por no decir etnocéntrica, a la hora de enfrentarnos a situaciones de otras latitudes, sistemas o religiones. El respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos tiene que trascender de la mera retórica para ser efectivo. Cuando desde Occidente se menciona la palabra "solidaridad" con el peyorativamente denominado Tercer Mundo se hace desde la imposición de un modelo política y culturalmente centrado en la competición individual, en la negación de los pueblos y de las clases sociales. La expansión avasalladora del occidentalismo ha tenido razones más profundas que la legitimación formal del colonialismo y del imperialismo, ha buscado imponer en la estructura psíquica de las masas un tipo de pensamiento en el que conceptos como desarrollo, progreso y solidaridad, entre otros, han sido interiorizados, desnaturalizados y convertidos en aptos para consentir nuevos tipos de explotaciones.

Tercera premisa: contrariamente a lo que dicen los ideólogos de las democracias "liberales" y se transmite con machacona propaganda desde los medios de comunicación/adoctrinamiento de masas no hay una concepción única sobre los derechos humanos a escala planetaria, no hay una concepción única aceptada por todas las naciones y pueblos y tampoco por la comunidad jurídica internacional. Y este es el propósito de la globalización: imponer sus propias reglas como las únicas en la discusión sobre esta esfera de los derechos humanos y ejercer el denominado "derecho de injerencia". Tercera conclusión: se entra en la dialéctica legalidad- efectividad y se termina prescindiendo de la primera en beneficio de la segunda, que se sustenta en la tolerancia de terceros ante los hechos consumados, de lo cual hay sobradas muestras a lo largo de la historia pasada y reciente (volvemos a Yugoslavia, Israel e Iraq por no retrotraernos más allá en el tiempo).

Establecidas estas premisas parciales y sus consiguientes conclusiones, también parciales, paso rápidamente a exponer la conclusión final: la globalización no sólo es económica, también es ideológica. Cualquiera que se plantee, aún en el simple ejercicio intelectual, una contestación a la globalización tiene que tenerlo en cuenta. Y la globalización ideológica está muy ligada a la estrecha concepción ideológica de los derechos civiles y políticos enarbolados por la Revolución Francesa de 1789. Así, se tienen estos derechos como una imagen superior e inmodificable de la sociedad, sin tener en cuenta que gran parte de la población del planeta sufre discriminación social, política y económica. A mí esta situación me recuerda la ocurrida en Haití en 1972siglo cuando los esclavos se tomaron al pie de la letra el lema de los revolucionarios franceses "libertad, igualdad, fraternidad" y pretendieron que se les aplicase también a ellos. La revuelta de los esclavos fue considerada por los prohombres, por los insignes ciudadanos franceses, por los demócratas que recorrían las calles de París coreando esos lemas y que habían aprobado unos años antes la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos como una "insolente aspiración". Y el mismo trato dieron los colonialistas británicos, franceses, belgas, alemanes, holandeses… a los pueblos africanos y asiáticos que luchaban por su autodeterminación, por su independencia, por su dignidad como pueblos. Quienes aprobaban en la ONU la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) se la negaban sin sonrojo a los pueblos que estaban sometidos a su dominio. Así ha sido desde entonces.

Voy a proporcionar un dato que ayuda a la comprensión del párrafo anterior: este año 2003, en virtud del tan defendido derecho al voto libre y secreto, Libia ha sido el país elegido para presidir la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. En calidad de tal, Libia se arrogó el derecho a poner encima de la mesa un aspecto de la norma jurídica internacional que siempre ha quedado relegado al baúl del olvido desde que se aprobó, allá por 1968: el párrafo 13 de la Proclamación de Teherán, adoptada por la ONU para conmemorar el XX aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos del año 1948 y que dice, textualmente, que "como los derechos y las libertades fundamentales son indivisibles, la realización de los derechos civiles y políticos sin el goce de los económicos, sociales y culturales resulta imposible". Todo Occidente, en pleno y sin fisuras, se apresuró a rechazar la pretensión libia indicando que la misión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU del año 2003 se tenía que ceñir a lo de siempre, la revisión de los derechos políticos y civiles, sin tener en cuenta los otros. Ni siquiera se tuvo la gallardía de hablar de la guerra de ocupación de Iraq cuando aún se estaba produciendo, cuando los muertos, civiles y militares iraquíes, se contaban por miles y estaban aún calientes. Pero en esta ocasión el bloque de Occidente no estuvo compuesto sólo por países, sino por sus "fuerzas de choque", las Organizaciones No Gubernamentales -incorrecta denominación de lo que debería considerarse Organizaciones Paragubernamentales- como Reporteros Sin Fronteras o Human Rights Watch, por mencionar sólo las más beligerantes y quienes no sólo se permitieron el lujo de criticar la elección de Libia para la presidencia de la citada Comisión, sino que en un ejercicio de neocolonialismo zafio y ramplón apostaron ¡por EEUU! como "garante y aval de una Comisión útil" (palabras de Joanna Wechler, representante de HRW en la citada Comisión). Eso es un buen ejercicio de democracia, no cabe duda alguna, de espíritu democrático y de defensa de unos valores de justicia social y respeto a los pueblos. Y lo hicieron, tanto RSF como HRW, en unos momentos en los que los EEUU violaban de forma flagrante el derecho internacional y todas y cada una de las normas jurídicas en que se ampara con la invasión de Iraq, entre ellas la libertad de prensa - con los ataques a periodistas, iraquíes o no-. Y lo hicieron en unos momentos en los que 1.200 personas, en su gran mayoría árabes-estadounidenses, permanecían detenidas por sospecha de vinculación con el terrorismo en los EEUU, todas sin acusación formal ni juicio alguno. Y lo hicieron mientras en Guantánamo (base ilegal que retienen en territorio cubano contra la opinión y deseos del pueblo de Cuba) se mantenían 600 personas -entre ellas adolescentes de 15 años- como prisioneros de guerra sin reconocimiento legal y sin derecho alguno. Y lo hicieron mientras en los EEUU la libertad de prensa pasó al baúl de los recuerdos al instalarse la autocensura en los medios, cuando no se ofrecían imágenes de los muertos civiles iraquíes y se llegó a renegar de su existencia. Y lo hicieron mientras en España el poder cerraba un medio de comunicación, otro más, y RSF no se encadenaba en las embajadas del Reino de España en el exterior defendiendo la "libertad de expresión", como ha hecho en otros casos.

Por lo tanto, no aceptar esta realidad es sucumbir ante el primer propósito de la globalización: imponer sus propias guerras como las únicas en la discusión sobre la materia. Visto lo visto, la globalización ya ha logrado ganar una batalla fundamental, la homogeneización de mentes y conciencias. Parece un fenómeno nuevo, pero no es así. Ya en los años 60 (McLuhan) se teorizó sobre la "aldea global" en comunicación y sobre la "internacionalización necesaria del mundo" bajo el empuje de los detergentes, de la Coca-Cola, de la CIA y de la ITT, así como de todo el aparato de colonización económica y militar. Era la instantánea de la penetración imperialista en todas las partes del planeta; era la universalización del conflicto, de la violencia estructural. Y hoy, cuarenta años después, cuando se interioriza desde sectores pretendidamente de izquierda y se extiende como una mancha de aceite el discurso de "viabilidad" como determinante del apoyo y desarrollo que un proyecto político puede tener, no se atiende tanto al razonamiento como al reconocimiento. Es decir, como la globalización es un fenómeno irreversible debemos amoldarnos a él. Y se teoriza ese discurso reiterando que sólo la alianza con las fuerzas de la derecha "civilizada", incluso neoliberales, y centro izquierda es la única posible dentro de este marco globalizador (póngase por caso Brasil) y que los caminos de la resistencia (póngase por caso Cuba), de la insurgencia (póngase por caso Palestina y/o Colombia) y de la movilización popular (póngase por caso Bolivia y/o Ecuador) son inviables. Quiero centrarse sólo en tres de las situaciones reseñadas.

Cuba y el pret-a-porter ideológico

Desde el triunfo revolucionario de 1959, Cuba nunca ha dejado a nadie indiferente. Todas y cada una de sus acciones son alabadas o vilipendiadas, haga lo que haga, y lo justifique con el argumento que sea. Pero desde hace unos años se ha venido instalando en la pretendida izquierda lo que Jesús Ibáñez denominaba el "pret- a-porter ideológico", o sea, la moda de lo "políticamente correcto": el ser políticamente relevantes en la convicción, errónea, de que así se ejerce más influencia sobre el sistema al convertirse en funcionales y adaptativos. En una palabra, conformistas, por mucho que nos revistamos de un discurso de "resistencia global" o de transformadores hacia otro mundo que, supuestamente, sería posible sin cambiar las reglas de juego del actual. Es como cuando se critican las políticas del BM y/o del FMI sin tener en cuenta el concepto de capitalismo, como cuando se reprocha al BM y/o al FMI el generar miseria como si la lógica del sistema capitalista no influyese para nada y la miseria fuera producto de errores que se pueden corregir sin cuestionar esa lógica.

A raíz de la detención, juicio y condena de una serie de personas por realizar actividades contrarias al ordenamiento constitucional cubano y, especialmente, con la condena a muerte y ejecución de otras tres hemos asistido a una avalancha de declaraciones en las que lo que ha primado ha sido el distanciamiento y la crítica feroz hacia esas decisiones, especialmente desde Europa. Y todas y cada una de ellas han sido abundantemente aprovechadas por los propagandistas del sistema. Un fenómeno que no ha sido inesperado ni nuevo. Ya en la primera mitad del siglo XX la Escuela de Frankfurt centró su actividad precisamente en la gran importancia que para el capitalismo tienen los medios de comunicación y el propio lenguaje -hoy diríamos "políticamente correcto"- al que los frankfurtianos consideraban una producción viciada, encargada de transmitir estereotipos y pautas culturales encaminadas a mantener la alienación, a transmitir ideología y, por lo tanto, falsa conciencia. Y así, uno siente que las críticas vertidas contra Cuba, descontextualizadas y eurocéntricas como casi siempre, se han realizado desde sectores que se pueden encuadrar claramente en el conformismo con el sistema social. Y la conformidad, la sumisión, es una condición sine qua non del sistema capitalista: nada debe cambiar o, si cambia, tiene que ser para hacer más funcional el sistema. Por lo tanto no es de extrañar que se hayan repetido hasta la saciedad las opiniones de los críticos (único punto de vista que se trasladará a la opinión pública) con la decisión del Gobierno cubano y que, por el contrario, los divergentes, quienes se han atrevido a respaldarla hayan sido condenados al vacío, a la no existencia por representar una desviación evidente sobre los términos del equilibrio institucional y político, de lo -vuelvo a mencionarlo- "políticamente correcto".

Y después de años repitiendo que hay que amoldarse a los nuevos tiempos, que hay que refundar los movimientos sociales, que ya no existen diferencias entre derecha e izquierda, nos encontramos con que desde estos sectores conformistas se recupera a pensadores clásicos de la izquierda, como ha sido el caso de Rosa Luxemburgo en su debate con Lenin sobre la pena de muerte. Bien, puestos a resucitar, hagámoslo con el compañero y camarada de Rosa, Karl Liebknecht, quien nos enseñó que cuando una persona de izquierdas se encuentra en la misma trinchera de acción política que la derecha, aunque esta sea liberal, debe hacerse una autocrítica. Aquí se ha estado del mismo lado que EEUU, Gran Bretaña, España y los denominados países aliados que han violado el derecho internacional atacando a Iraq, que han vulnerado el derecho humanitario y que han sancionado un nuevo orden internacional que echa por tierra el derecho a la autodeterminación y soberanía de los pueblos. O con gente que ha salido a la calle (FNCA) con lemas como "Iraq hoy, Cuba mañana", sancionados por diferentes representantes diplomáticos de los EEUU y no sólo en referencia a Cuba, sino a otros países. O resucitemos al propio Karl Marx cuando hablaba de la contradicción principal (las nada veladas amenazas de "intervención" contra Cuba) y la secundaria (las penas de muerte y los encarcelamientos) teniendo en cuenta el contexto en que se produce determinada situación.

En todo este debate se ha dejado de lado que hay concepciones enfrentadas en lo que hace a la comprensión científica de los fenómenos sociales y del desarrollo social. Pero, lo que es más grave: se ha olvidado que la UE hoy no es un sujeto activo en las Relaciones Internacionales, donde desde la guerra contra Yugoslavia de 1999 es sólo un sujeto pasivo, con un margen de autonomía muy escaso y que sólo se puede mantener estableciendo alianzas de subordinación hacia la potencia imperial en los aspectos políticos, económicos y militares. Pongamos los ejemplos de Colombia, de Palestina e, incluso, de Iraq. O ahora con la reciente decisión sobre Cuba. Por lo tanto, revistámonos de fraseología emancipatoria, de humanismo y proclamas de fervor en otro mundo posible y sigamos haciendo el juego al sistema dentro de los límites que nos marca. Así nos encontramos con que la expansión avasalladora del occidentalismo -en cuanto valores- ha logrado imponer en nuestras mentes un tipo de pensamiento en el que conceptos como desarrollo, progreso, libertad, derechos, etc., han sido desnaturalizados y convertidos en aptos para consentir otros tipos de explotaciones. Abandonemos las prácticas y ansias emancipatorias y convirtámonos en conservadores al estilo de Víctor Hugo. Bienvenidos al club.

Palestina y la reversión de la lógica

Otro tanto sucede con Palestina. Después del famoso 11-S estamos asistiendo al discurso maniqueo y falso del "terrorismo y la lucha antiterrorista", discurso que proviene del centro neurálgico de la globalización (los EEUU) y se distribuye acríticamente por todo el planeta. Hoy es definida como terrorista cualquier lucha contra la injusticia o por la dignidad y liberación nacional y social. Hay muchos casos, pero el más paradigmático es el de Palestina.

Con Palestina estamos asistiendo a una asunción del discurso israelí, según el cual paz equivale a seguridad. Con ello se invierte la lógica del conflicto: ya no estamos ante la ocupación militar de unos territorios (Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) sino ante una cuestión de simple terrorismo. Da igual que los resistentes palestinos ataquen un tanque, un convoy de soldados, un asentamiento de colonos, un comercio o un autobús de línea. Todo es terrorismo y, por lo tanto, hay que acabar con ello como sea. Da igual que la resistencia palestina contra la ocupación esté amparada por el derecho internacional ("los pueblos sometidos a dominación colonial están legitimados para utilizar todo tipo de medios, incluso el uso de la fuerza armada, con el fin de ejercer su derecho a la libre autodeterminación frente a la potencia metropolitana que se oponga al mismo y no se emplee contra objetivos civiles", Protocolo I de la IV Convención de Ginebra -y aquí hay que preguntarse dónde está la frontera de "civiles" dentro de los Territorios Ocupados-), que exista proporcionalidad entre los medios utilizados por los resistentes (los palestinos no tienen Ejército, en virtud de los tan defendidos, por algunos, Acuerdos de Oslo de 1993 y es una condición que se mantiene en la famosa "Hoja de Ruta") y los objetivos perseguidos, que no son otros que la retirada israelí a las fronteras de 1967; la lucha armada palestina no está bien vista. Volvemos al pret-a-porter ideológico e indignémonos por la violencia de respuesta con más intensidad que con la que la origina. Pidamos concesiones a los resistentes (equivalentes a que se amputen alguno de sus miembros) y no a los ocupantes (excepto que se cambien de vestido). Mostremos nuestra indignación por las víctimas civiles, pero pasemos rápidamente la página de lo sucedido en otros lugares (Iraq, donde se contabilizan ya un mínimo de 5.425 y un máximo de 7.041 muertos civiles según la organización inglesa Iraq Body Count ) y amoldémonos a la nueva situación manteniendo la política de hechos consumados (como con la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU que ha sancionado finalmente el derrocamiento de un gobierno mediante la invasión y ocupación de Iraq, contraviniendo -otra vez- el derecho internacional público tal y como quedó sancionado tras la sentencia emitida por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya en 1986 -"Nicaragua contra Estados Unidos: el caso de las actividades militares y paramilitares en y contra Nicaragua"- que consideró nulas e ilegales este tipo de prácticas contra la soberanía y autodeterminación de los pueblos). La ONU violando a uno de sus hijos (el TIJ) y mostrando la misma demente ineficacia que ha venido manteniendo desde que en 1948 se aprobase la Resolución 194, el derecho al retorno de los palestinos expulsados de su tierra con la creación del Estado de Israel.

Resulta curioso observar con qué virulencia se ha exigido a la Unión Europea que rechazase la petición cubana de ingreso en el Acuerdo de Cotonou (antigua Convención de Lomé, un marco único en el mundo porque recoge las relaciones de cooperación con 77 países y 12 esferas o áreas de influencia, especialmente de materiales primarios), finalmente conseguido en una muestra más de su capitulación ante los EEUU y su escaso margen de autonomía en Relaciones Internacionales y política exterior, y, por el contrario, nadie ha pedido la expulsión de Israel del Acuerdo de Libre Asociación establecido con la UE en 1995 pese a que, en su artículo 2, establece que se mantendrá vigente siempre y cuando Israel respete los derechos humanos de la población palestina de los Territorios Ocupados. Defender hoy el Derecho Internacional Público cuando ha sido volado consciente y concienzudamente por los EEUU y los acólitos que le siguieron en la invasión de Iraq suena a clase de historia antigua. No obstante, merece la pena recordar que Israel -en su calidad de firmante de la IV Convención de Ginebra- viola de forma sistemática y consentida los artículos 33 (castigos colectivos), 49 (conquista militar), 50 (bloqueos), 55 (protección civil a los ocupados), 56 (modificación de la economía del territorio ocupado) y muchos otros. La ONU, año tras año, se viene reafirmando en su línea jurídica: "Israel, como potencia ocupante, debe cumplir escrupulosamente con sus obligaciones legales según lo dispuesto en la IV convención de Ginebra" (...) "la IV Convención de Ginebra es aplicable en los Territorios Ocupados". Pero nadie lo recuerda hoy, ni siquiera el propio organismo multinacional convertido en una marioneta de los Estados Unidos dentro del famoso "Cuarteto".

Nos encontramos, en la práctica, ante la dialéctica legalidad-tolerancia ante los hechos consumados y el ejemplo más trágico del proceso de globalización económica e ideológica. La tragedia palestina es consecuencia de una política imperialista globalizadora basada en la opresión, la ocupación y el apoyo ilimitado que recibe Israel para convertirse en el instrumento de Occidente para controlar la región de Oriente Medio mediante la negación de los derechos humanos (tan proclamados), la ocupación militar y la agresión también por la fuerza de las armas (y es la misma lógica que se acaba de aplicar en Iraq legitimando, de la mano de un Consejo de Seguridad desprestigiado y en manos de los EEUU, la invasión y ocupación de Iraq; los radicales de entonces -Francia, China, Rusia- se convierten en pragmáticos ahora). La "Hoja de Ruta" no es un plan de paz, sino de rendición y se inscribe en la lógica imperialista de crear y sostener regímenes políticos en los que la legitimidad por contar con respaldo popular brilla por su ausencia y la única legitimidad "legítima", valga la redundancia, es su adecuación y sumisión al imperio. Nadie se ha preguntado qué piensa el pueblo palestino de ella y cuando aparecen esos datos, se hace caso omiso de ellos. Pues bien: el 67'8% rechaza el nombramiento de Abú Mazen como primer ministro por no haber sido elegido por ellos, sino por presiones externas; el 75'3% apoya la continuación de la Intifada y el 56'4% que esa Intifada incluya acciones armadas contra Israel.

Y son estos pragmáticos europeos (y no sólo de este continente) quienes siguen la estela que marca el portaaviones imperial, lo mismo que hicieron en el año 2001 al constituir el famoso "Cuarteto" que presentó en sociedad una "Hoja de Ruta" con la que frenar la Intifada en un nuevo ejercicio de "viabilidad" de un proyecto político: la lucha por la liberación ha llegado a su fin y hay que empezar a hacer política, a hacer Estado. Releguemos la lucha a los libros de historia, pese a que nunca como ahora se haya puesto tan de manifiesto que la lucha de liberación nacional en Palestina está en su momento más álgido y crítico, dado que los palestinos se enfrentan a las dos grandes amenazas que subyacen bajo el plan de "paz" imperialista: la limpieza étnica si no aceptan el plan (eufemísticamente denominada transfer) o conformarse con los bantustanes en que se convertirá, si es que se produce, ese proclamado estado palestino en el año 2005. El reconocimiento de los derechos nacionales del pueblo palestino representa una amenaza par ala existencia colonial de Israel, por lo que hay que desnaturalizarlos. Como expresión de un modelo occidental, Israel ha logrado que los países capitalistas hayan reconocido que su política es "defensiva" frente a un Oriente bárbaro y, sobre todo, el "terrorismo árabe". Un terrorismo que, es sabido, representa la principal amenaza para la estabilidad del democrático mundo occidental, de ese que respeta los derechos humanos y las libertades básicas comprando votos, corrompiendo conciencias y que da lecciones en ese sentido a los demás.

Reitero que actualmente, y para estos sectores, todas las formas de resistencia política y militar palestinas contra la ocupación israelí -verdadero origen del problema- se describen como prácticas terroristas a las que hay que poner fin por cualquier medio, negando en consecuencia la válida presencia de los palestinos como seres humanos que tienen una serie de derechos en cuanto personas y que son sistemáticamente negados por Israel con el beneplácito de la muy democrática comunidad internacional. Los Territorios Ocupados de Gaza y Cisjordania, más la parte Este de Jerusalén, se llaman así porque están ocupados, no porque sea la denominación del Estado de Palestina como el Reino de España, la República de Francia o los Estados Unidos de América. Y si están ocupados, es porque hay alguien que los ocupa. Esa es la raíz del problema. Por lo tanto, no es aceptable para cualquiera que no haya arriado la bandera de su capacidad intelectual el discurso que presenta la agresión israelí, las guerras, las masacres como un simple ejercicio del "derecho a la autodefensa" al que tiene derecho el "democrático" Israel. Este país siempre es presentado como un símbolo de la civilización y la democracia, el país que tiene derecho a marcar los límites de la justicia y del castigo. Este país siempre es tratado con benevolencia por Occidente y sus intelectuales orgánicos quienes, al mismo tiempo, crean una imagen distorsionada de los árabes y de los palestinos en el imaginario colectivo occidental. Señores, señoras, sean bienvenidos al club.

Colombia y el dilema de la paz

Si Palestina es uno de los grandes polos de la lucha revolucionaria y de liberación nacional, Colombia es el otro. El carácter político del conflicto civil en Colombia es innegable, como lo es que tiene su origen y se alimenta de situaciones estructurales de injusticia, exclusión social, política y económica. Una realidad tangible consecuencia, entre otras cosas, de la gran erosión interna y de pérdida del perfil opositor al régimen que sufrieron las tan defendidas y alabadas "tercerías" -como la Alianza Democrática- en los años 90 debido a su trabajo por arriba, al caudillismo y los apetitos individuales y burocráticos de sus dirigentes, muchos de ellos ex guerrilleros que se desmovilizaron al calor del derrumbe de la URSS convencidos de que, faltos de un hipotético colchón ideológico, no se podía derrotar al Estado colombiano y que la lucha armada había perdido su razón de ser.

No acertaron, como en tantas otras cosas, y ahora recuperan su esencia marxista - que repudiaron entonces- para hablar de guerra metodológica (la guerra por la guerra) en vez de guerra programática (la toma del poder) por parte de las organizaciones guerrilleras que se mantienen activas. Y lo hacen en una no tan curiosa estrategia coincidente con el BM. Paul Colier, director del grupo de investigación para el desarrollo de ese "democrático" organismo afirma con rotundidad que es falso que las organizaciones guerrilleras colombianas tengan causas políticas, económicas o sociales dado que son "un ejército y un negocio" que dedicarían todas sus energías a recaudar sus propias finanzas sin otro fin que no sea su propia supervivencia, olvidándose de la política. Y lo hacen justo cuando desde la vilipendiada ONU hay funcionarios íntegros que cuestionan las estrategias militaristas, como James LeMoyne. Según este funcionario, delegado del organismo multinacional para Colombia, es un error pensar que las FARC son solamente narcotraficantes o terroristas, puesto que su columna vertebral es gente comprometida ideológicamente. Y lo hacen justo cuando la propuesta que se vuelve a poner encima de la mesa es la de siempre: entrega de las armas o reformas estructurales. Colier aboga por lo primero ("inclusión social de los violentos", dice), LeMoyne por lo segundo ("no hay un futuro en paz si no se hacen profundas reformas en el poder político y económico en Colombia"). Y lo hacen cuando es incuestionable que los acuerdos específicos que los grupos guerrilleros que se desmovilizaron en 1991 firmaron el el gobierno colombiano de turno fueron en gran parte incumplidos y la reinserción de los desmovilizados, en el sentido social y de atención directa, no sólo fue débil y desorganizada sino, en la mayoría de los casos, menospreciada por los dirigentes de sus organizaciones por lo que tuvieron que buscar suerte desde la venta callejera hasta los asaltos bancarios o, alentados por el dinero fácil de los grandes empresarios, ingresar en los paramilitares.

A modo de conclusión

De forma escueta: sólo con un profundo cambio de estrategia, y de concepciones, de este sector de esa pretendida izquierda y el reconocimiento de que sin reformas estructurales profundas en todos los órdenes (político, económico, jurídico e internacional) será posible el respeto a la soberanía, a la autodeterminación y a la dignidad de los pueblos se podrá avanzar. Y en ese cambio profundo de estrategia y de concepciones hay que incluir el concepto de paz. Una paz en la que quede bien claro su sentido: o negativo (ausencia de conflicto) o positivo (resolución de las causas que dan origen a los conflictos). Sólo a quienes apuesten por la segunda opción habrá que felicitarles porque sí defenderán la justicia social y el respeto a los pueblos. A quienes apuesten por la primera, por el contrario, habrá que darles la bienvenida al club.

* Doctorado en Relaciones Internacionales, politólogo y licenciado en Ciencias de la Información.