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Opiniones

Tarcus y las elecciones
"La izquierda tiene el cerebro oprimido por el pasado"

Horacio Tarcus, director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CEDINCI) analiza las últimas elecciones porteñas y la participación de la izquierda. Cree que "el éxito de Zamora es proporcional a su vacío político" y le encuentra puntos de contacto con el voto a Macri. Sobre el resto de la izquierda, dice: "Fue más gente a escuchar a Fidel que lo que recolectaron en las urnas." Considera que la izquierda "embrutece los conflictos sociales" al empujarlos a situaciones imposibles, en lugar de buscar soluciones reales. Reconoce la voluntad de los militantes, pero sigue sin encontrar una izquierda "pluralista, democrática, inteligente, que recupere el sentido común". Un análisis polémico sobre el presente y el futuro.

LA VACA.ORG

Horacio Tarcus acaba de ganar la beca Guggenheim con el proyecto de elaborar un diccionario biográfico de la izquierda argentina. Su meta es terminarlo en un año. Antes de iniciar esa enorme y meticulosa tarea, se tomó un tiempo para analizar qué significó el tercer puesto de Luis Zamora y la pésima elección de la izquierda tradicional en las elecciones porteñas. El director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CEDINCI), la biblioteca más importante sobre socialismo, anarquismo y marxismo que existe en el país, conoce el paño como pocos y aceptó este diálogo en el que -también meticulosamente- no deja militante con cabeza.

-¿En estas elecciones le llegó el "que se vayan todos" a la izquierda?
-Creo que en parte se mantiene abierta la crisis de representatividad que estalló en diciembre de 2001. Ya no hay la efervescencia social, ni el movimiento de asambleas que se suscitó entonces, pero el tercio de ciudadanos que no fue el domingo a votar habla de que aquello sigue existiendo. Puede ser que para algunos no era imprescindible votar en esta instancia, y sí lo harán en la segunda vuelta. También que una parte del ausentismo se deba a la falta de depuración de los padrones, pero lo cierto es que el índice de ausencia fue más alto que el esperado. Y también diría que parte del voto a Macri y del voto a Zamora puede expresar a sectores inmersos en esa crisis de representatividad.
-¿No fueron votos ideológicos?
-No. Por supuesto que no. Se dieron dos cosas: por un lado la virtual licuación de los grandes partidos, el peronismo y el radicalismo. Por otro lado, hubo una desideologización de la política, expresada en el voto que va a veces a la centro izquierda o a la centro derecha pero no por cuestiones ideológicas. Los discursos de los candidatos, de forma más o menos consciente, expresan esto. Que Zamora insista en que no es de izquierda es una expresión equívoca, porque él no elaboró un discurso teórico de la post-izquierda. Entonces, cuando alguien que es una figura emblemática de la izquierda dice que no es de izquierda, invita a la confusión. Se está moviendo sin un sostén teórico sólido, sin una estructura partidaria que lo sostenga, sin un campo de debate. En cambio, se mueve mucho con el diálogo con la gente. Suele responder a las preguntas de los periodistas diciendo: "El otro día me paró un señor en la calle y me dijo...". Por un lado eso es bueno porque habla de una persona que está dispuesta a escuchar a la sociedad, pero tiene un riesgo, además del riesgo narcisista y personalista: que el discurso se vaya acomodando a las demandas de las personas que lo votan. Con Macri pasó algo parecido, tampoco se admite como un representante de la derecha.
-Y ahora Macri convoca a Zamora. ¿Es mero oportunismo, como le dijo Zamora, o expresan algún valor común? ¿El hecho de que los dos se muestren como ajenos a la corporación política los hace ver como parecidos por alguna parte del electorado?
-Creo que se lo puede leer como un síntoma de un trasvasamiento posible. ¿Por qué no? Si hay ciertos acuerdos básicos sobre la transparencia, la democracia, el acto de servicio. Hay un margen de votantes de Zamora que puede votar por Macri o un candidato más a la derecha. La crisis de representatividad tiene potencialidades que pueden ser extraordinarias pero también puede haber otras que son terribles.
-¿Qué valores encarna Zamora que pueden ser atractivos para un ciudadano de derecha?
-Zamora construyó este apoyo electoral sobre la base de una imagen de honestidad, de transparencia, de confianza, de estar fuera de los negocios y, de algún modo, también había logrado colocarse por fuera de las internas de la izquierda. Su salida silenciosa y no ostentosa del MST le permitió volver a emerger como una figura independiente, crítica, que escuchaba a los vecinos y que aparece públicamente por demanda de la propia gente: "La gente lo impulsó". Ahí hay un punto de contacto con Macri: un empresario que estaba tranquilo, en su casa, con su familia, y es llamado a prestar servicio a la sociedad. Hay contacto en esa personalización de la política. Y el votante, cada vez elige más por este tipo de imágenes, de identidades, y no por líneas políticas o programas. Se vota una cabeza y ahí vienen los demás. Nadie sabe quiénes son los ocho legisladores que ingresan con Zamora. Ni siquiera los que seguimos de manera más profesional la vida de la política y de la izquierda.
-En un momento donde no se le perdona nada a la clase política, ¿por qué Zamora no tuvo costos electorales por haber dividido su bloque, por haber revertido su posición de no presentarse a elecciones y por haberse abstenido de votar por la anulación de la Obediencia Debida y el Punto Final?
-Tiene que ver con la misma despolitización que mencionaba. Un típico candidato izquierdista se hubiese visto en la obligación de argumentar ampliamente sobre esto, de escribir, de discutir. Él aprendió a moverse como un político mediático, a no hablar de esto aún cuando le pasaban la factura en el mismo debate entre candidatos. Lo sacó fuera de la agenda. Siguió postulando su imagen, la plebiscitó, sigue construyendo con eso. Y toda esta discusión quedó en el terreno más político-ideológico, entre quienes están al tanto de este tipo de debates. En realidad, yo diría que en el tema de las leyes se abstuvo porque aplicó la lógica de la vieja izquierda trotskista de la cual proviene. Argumentó que él había presentado una ley más completa, que la había redactado antes, dando a entender que Patricia Walsh se había apropiado de su ley, que hubo una negociación a la que a él no invitaron. Es una argumentación pobre, sectaria. Su lógica política sigue siendo la del viejo izquierdista, pero hay una gran habilidad para aparecer como una figura mediática, desideologizada, honesta. Pero no tiene ninguna propuesta para hacer. Su propuesta es: "nosotros vamos a hacer lo que la gente quiera hacer, lo que la gene decida". Las propuestas del MAS en los 80, eran exactamente lo mismo. Pero es casi una paradoja de Russell. Porque vos también sos parte de la asamblea. ¿Qué le proponés a la asamblea, qué quisieras? ¿Que la asamblea vote cualquier cosa? La masa puede ser sumamente voluble. Aún las grandes dictaduras tuvieron apoyos de masas. Esta postura tiene dos problemas. Por un lado el costado demagógico y, por el otro, que es una forma muy hábil y mediática de esconder que no se tiene qué proponer. El éxito de Zamora es proporcional a su vacío político. La gente no lo sancionó porque creo que esto se ha naturalizado.
-¿Y por qué se sancionó a los partidos de la izquierda tradicional?
-Excepto Patricio Echegaray, mantuvieron su vieja identidad ideológica, política y organizativa. El número de votos que obtuvieron es inferior a la gente que movilizan. Va más gente a escuchar a Fidel que lo que recolectaron en las urnas. Esas estructuras ya no organizan, no comunican. ¿Zamora es la solución? Si se trata de meter personas de izquierda en la legislatura o en el parlamento, es un éxito. Pero me parece que es otra vez como la experiencia del MAS en los 80, un gigante con pies de barro. Los partidos tradicionales de izquierda no tienen crecimiento, esos viejos militantes de izquierda se van muriendo y sus hijos no continúan esa pauta de comportamiento. Diría que esto, si no tiene un techo político, tiene un techo biológico... Esa izquierda está condenada a la desaparición. Yo creo que el éxito de Zamora se debe a que se corrió de esa franja y le habla al ciudadano común, en términos democráticos, con un vago discurso autogestionario.
-¿Por qué marca una excepción con Patricio Echegaray?
-Echegaray lleva a cabo una gestión muy curiosa, vinculándose a los grupos de militantes que promovieron la Ley de Unión Civil. En principio resultó muy llamativo que el comunismo, un partido con una estructura tan tradicionalista en cuanto a la sexualidad y la vida cotidiana, un partido tradicionalmente antifeminista, antiminorías sexuales, con una ideología patriarcal, consiga un diputado y ese diputado se vincule a a feministas, a transexuales... Me parece importante señalarlo y ver todo lo que tiene de positivo. Lo curioso es que este tipo de políticas no tengan correlato con estructuras, pensamientos y programas de organización política. Uno no sabe si es una iniciativa personal de un diputado, cosa rara en un partido tan centralista y jerarquizado como el Partido Comunista. Sin atreverme a decir que se trata de una política oportunista, porque la verdad es que el giro es bastante grande, lo que no se ve es congruencia.
-Ese giro tampoco se tradujo en votos. Echegaray quedó afuera.
-Es verdad. Me parece que ese giro no tuvo gran visibilidad. Y para el electorado tradicional del Partido Comunista , por lo menos para gran parte, debe ser un horror. Mientras que para los más jóvenes, que ven esto positivamente y lo alientan, votar a las viejas estructuras no tiene demasiado sentido. Es solo una pequeña brecha, una pequeña lucecita que uno ve en una estructura muy antigua. Solo le podría sumar votos en otros sectores que no lo visibilizan.
-¿La izquierda tiene vocación de crecimiento? ¿O la conquista del poder es una cuestión retórica?
-Hace muchos años que es retórica. Incluso, en términos históricos. El Partido Comunista Argentino la última vez que habrá soñado con tomar el poder fue en los años 20. Después, se transformó en un grupo de apoyo de los intereses soviéticos en la Argentina. A lo sumo había una intención a formar parte de gobiernos de coalición donde el comunismo podría acceder a algún ministerio o representación parlamentaria. Distinto es la izquierda de los años '60 o '70, ahí sí hay vocación de poder. El trotskimo hace décadas que la perdió. En el MAS hubo una especie de imaginario insurreccionalista a destiempo, bastante trasnochado. El MAS se derrumbó por esa distancia que había entre ese imaginario insurreccionalista y la realidad. Se derrumbó y se partió en mil pedazos. Hoy hay como una especie de interna trotskista, donde cada una de las fracciones en las que se dividió el MAS y el Partido Obrero pretenden mostrarse como el camino más correcto de la reconstrucción del verdadero partido de masas. Eso es imposible para el mundo de hoy. Al inicio del siglo XXI, comunismo y trotskismo no quieren decir nada, son realidades del siglo XX totalmente superadas. Me parece que a la izquierda tradicional, Zamora la desconcierta porque demuestra una fórmula exitosa, desembarazándose del trotskismo, de la izquierda. Esto incomoda a la izquierda porque le demuestra que es posible un crecimiento. ¿Pero crecimiento a qué precio? Al precio de un gran vacío, de ser un síntoma más de la crisis de representatividad.
-¿No hay otro camino que el vacío político o la fórmulas dogmáticas y arcaicas?
-Ese es el gran dilema y apuesto a que haya otro camino. Pero no veo en este momento, ni siquiera en forma incipiente, la corriente política que comience a acumular en este sentido. Hay muchos que no sabemos qué votar, dónde poner una cantidad de energía militante y vocación política y social. Entre el vacío político de Zamora y el dogmatismo congelado en el tiempo, ¿no es posible construir una izquierda seria, democrática, pluralista, crítica, inteligente, que recupere el sentido común? Es un espacio vacante y no se vislumbra que vaya a surgir por reformulación de los partidos tradicionales.
-¿Se equivocó o acertó Zamora al no aceptar aliarse con la Izquierda Unida?
-Desde su lógica de acumulación, acertó claramente. Desde el punto de vista de la recomposición de la izquierda se podría decir que se perdió una oportunidad, como dijo Vilma Ripoll al día siguiente a las elecciones. Pero yo creo que las alianzas electorales entre grupos de estas características tienen un techo muy bajo. Uno podría decir que la experiencia de Izquierda Unida es mejor que nada. Pero no hay voluntad de construir espacios frentistas reales. Son partidos que se unen electoralmente pero siguen jugando una pulseada interna. No necesariamente tienen políticas comunes en el frente de militancia. Esto tiene una larga tradición, desde el FREPU en el 85. Aquí los frentes son más paródicos que reales y una sumatoria de sectarismos puede formar un sectarismo gigante. La lógica misma por la que están construidas estas organizaciones, la matriz leninista de pensar la política que tienen tanto el Partido Comunista como las organizaciones trotskistas choca con la idea de un frente. Una izquierda que hace de su diferencia con el grupo de al lado su punto de honor, es difícil que esté dispuesta a luchar codo a codo con otras corrientes. Tienen una lógica de permanente diferenciación y difícilmente puedan hacer un frente, porque ya bastante le cuesta sostener su propia organización del riesgo de la división permanente.
-¿A qué se debe esa necesidad de diferenciarse con tanta vehemencia?
-Es una mezcla de cosas. Estas organizaciones necesitan autoreproducirse a toda costa. Los tipos que hoy se siguen definiendo como comunistas, trotskistas, maoístas, tienen una carga sobre sus espaldas gigantesca. Son como los últimos depositarios de una tradición que se ha muerto en casi todo el mundo, los últimos mohicanos de una batalla que se perdió. Hoy el mundo es otra cosa y si bien siempre hay luchas sociales y políticas, tienen otra forma, otros sujetos y otra simbología. Creo que estos tipos están sosteniendo una mochila tan pesada, una identidad tan rígida que -como decía el viejo Marx- les oprime el cerebro. Es el pasado el que les oprime el cerebro. Dentro de esa lógica hay una suerte de disputa imaginaria de un patrimonio y un poder igualmente imaginarios. Disputan una herencia que ya no existe, ya no hay nada por cobrar.
-La izquierda estuvo más presente en todas las luchas sociales después del 19 y 20 pero eso tampoco se tradujo en votos ¿Por qué?
-Por un lado hay que reconocer esa voluntad militante que los ennoblece: van, ponen el cuerpo cuando les pegan, el esfuerzo, los pocos recursos que tienen, van presos... Pero al mismo tiempo esa lógica política de fracturar los movimientos los lleva a una intervención muy exterior, muy desde afuera. Es una lógica que se termina mostrándose improductiva, mezquina e impotente para los propios actores sociales del conflicto, salvo en aquellos casos que son ganados por las organizaciones. Porque la lógica es intervenir el conflicto, tratar de dirigirlo y ganar la mayor cantidad de dirigentes para, dentro de esa pulseada de la izquierda, decir en su periódico implícita o explícitamente: "nosotros controlamos este conflicto". Además cuando la lógica de los propios actores del conflicto intenta una solución negociada, lo más digna posible dada la relación de fuerzas, la izquierda suele intervenir forzando el conflicto y llevándolo hasta una situación imposible. Creo que esto le hace un enorme daño al conflicto social.
-¿Cómo se evidencia ese daño?
-Le hace un enorme daño no entender que siempre hay una relación de fuerza y que los conflictos no se pueden sostener durante un tiempo muy largo. Es necesario negociar en el momento de la mejor relación de fuerza, y negociar conquistas. Después hay que volver a una cierta normalidad, para volver a la lucha cuando se recuperen fuerzas y se esté en mejores condiciones. La lucha del conflicto permanente, que dura semanas, meses, años, la pueden sostener los aparatos pero no los sujetos sociales. Las personas necesitan trabajar, vivir, volver a sus casas. Los únicos que viven en conflicto las 24 horas, en asamblea permanente, en la puerta de la fábrica, en vigilia, son los activistas profesionales. Una izquierda que le tiene horror a la palabra negociación muy difícilmente pueda llevar adelante un conflicto. Porque lo impulsa y se sacrifica en el momento heroico de la lucha, pero imposibilita la negociación. Teniendo en cuenta la derrota que se vive, en el retroceso en que estamos, con la desocupación que tenemos, en la crisis que vivimos, se necesitan conflictos que se resuelvan positivamente. Aunque no se consiga el cien por ciento de las conquistas. Hoy los trabajadores no necesitan derrotas heroicas sino victorias parciales. Pero los generales de esta izquierda son los generales de las derrotas heroicas. Yo tengo más confianza en la sensatez de los sujetos sociales que están dentro de los conflictos que en las líneas que bajan las organizaciones. Cuando las organizaciones políticas capturan a un dirigente, la sensatez de ese dirigente, su experiencia, su credibilidad, su sentido de la solidaridad, se ven mediatizados por esta influencia. En vez de politizarlo, lo que hace es aislarlo de sus compañeros. En ese sentido, la intervención de la izquierda es negativa. Pongo en la balanza las dos cosas: ponen el cuerpo heroicamente, se bancan la cana, la represión; pero embrutecen el conflicto.
-La izquierda dice que lo esclarece
-No lo esclarece. Cada uno de estos grupos quiere hacer un emblema de la lucha parcial y cuando este movimiento es derrotado van a hacer la lucha a otro lado. Van los mismos militantes a otro conflicto, hoy se plantan en la puerta de una fábrica y mañana van a otra,. Pero ahí quedan los sujetos sociales. A mi me interesa una izquierda que logre avanzar sobre seguro y ayude a reconstruir a los sujetos sociales en cada conflicto. Que crezca, en todo caso, como resultado de esa construcción. No sobre la base de la captura de los dirigentes.
-Pero si uno habla con los militantes de izquierda dicen que no se trata de captura, sino de construcción, de crecimiento político de los sujetos sociales.
-Una cosa es que un grupo de izquierda intervenga en una asamblea, que es totalmente legítimo, aportando su experiencia, prácticas, habilidades que el ciudadano que participa por primera vez no tiene: capacidad oratoria, conocimiento para imprimir volantes, distribuirlos. Creo en una izquierda que se pone al servicio de la ciudadanía. Una izquierda que reconozca la crisis de la que se viene. Sobre la base de ese reconocimiento, debe socializar lo que se tiene para aportar. Otra cosa es hacer uso de esos saberes, habilidades, experiencias para controlar asambleas. Si el diagnóstico es que se viene de una derrota muy grande, de una crisis de identidad programática, teórica, y se intenta contribuir a una nueva cultura política es distinto. Más que captar, hay que hacer un nuevo tipo de dirigente, no profesional. La izquierda podría promover una construcción social de participación y liderazgo colectivo.
-¿Para esta nueva izquierda el instrumento seguirá siendo el partido?
-Para nada. La forma está por inventarse, seguramente se apropiará de ciertas formas de los partidos, de formas más movimientistas y más moleculares. Sin duda, no tendrá la identidad rígida de la izquierda del siglo XX.