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Opiniones

25 de septiembre del 2003

La teoría de los centros sociales y la construcción del bloque histórico

José M. Pedreño
Rebelión
Si quieres sembrar para un día, siembra flores
Si quieres sembrar para años, siembra árboles
Si quieres sembrar para la eternidad, siembra ideas
(Proverbio)

Hace tiempo que deseábamos suscitar un debate sobre el significado actual, en lo concreto, de lo que suponen los conceptos de "bloque histórico y hegemonía". Nuestra inquietud siempre se ha basado en la búsqueda de la praxis más adecuada para llegar a ello; nuestra apuesta, en este sentido, por construir y vertebrar sociedad civil alrededor de centros sociales autogestionados -en nuestro caso el Centro Social Haydée Santamaría- es un intento de dar respuesta a esta inquietud, trasladando estos conceptos del plano teórico a la realidad. Desde nuestra concepción "marxiana" del mundo, siempre hemos intentado que la elaboración teórica sea motor de la acción y que ésta, a su vez, sea motor del pensamiento. Tampoco nos hemos olvidado, en ningún momento, del papel del estado, de la necesidad de conquistar el poder, de que es el bloque histórico, cuando ejerce su hegemonía, el que debe tomarlo en sus manos y sobre la función del partido, como globalizador de todas las luchas, ejerciendo su dirección política, entendida ésta como capacidad de análisis y propuesta a través de sus militantes y no como sustituto del "bloque histórico". Nuestra concepción de "bloque histórico" representa una acumulación de fuerzas sociales, culturales y políticas unidas por nexos solidarios de reivindicaciones particulares, frente a las clases dominantes, que se hacen colectivas al dotar a aquellas de ideología. Tampoco hemos olvidado la importancia de la clase trabajadora como elemento fundamental en esta construcción, entendiendo, al mismo tiempo, su desestructuración, expresión de la propia complejidad de las sociedades en que vivimos, sabiendo que en su propio seno se dan cita un elevado número de contradicciones internas. Nuestra visión global del mundo, basada en la existencia de dominantes y dominados, y del análisis de contradicciones principales y secundarias, nos lleva a tener siempre en cuenta, la actual fase imperialista del capitalismo como contradicción principal. Siempre tratamos, en el análisis de cualquier situación, de ponerla en relación con ella y, sobre la síntesis de nuestros debates, basamos toda acción real. Pensamos que cualquier cuestión debe ser analizada bajo este prisma, obviando diferencias basadas en la estricta aplicación de viejos manuales teóricos que siguen dividiendo a la izquierda en temas que deberían pertenecer a la historiografía y no al trabajo concreto. Reivindicamos todas las aportaciones teóricas que se han realizado para conseguir la emancipación del género humano, pero no intentamos aplicarlas, como si de un manual se tratara, de forma dogmática, más bien nos servimos de ellas para aprender y enriquecer el método.

Con nuestro trabajo no hemos querido expresar que nuestros planteamientos sean los únicos o los mejores (nunca hemos querido competir), sino que sencillamente hemos intentado buscar un camino para avanzar y realizar nuestra pequeña aportación para la construcción de la izquierda del siglo XXI. No partimos desde una concepción maximalista, sino de un método pensado, debatido y puesto en practica. Tal vez no sea el mejor método, puede que incluso estemos equivocados (sólo el tiempo dirá si llevamos o no llevamos razón), pero sí sabemos que, en todo momento, hemos intentado ser coherentes con nuestros pensamientos y, sobre todo, hacer algo, en nuestro entorno más inmediato, para cambiar la realidad que nos rodea.

Aunque entendemos que el fundamento de toda formación social es la economía, esto no significa que no comprendamos que es en la lucha ideológica y cultural donde se toma conciencia de las relaciones de dominio y que es en la lucha política donde se da la posibilidad de cambiarlas. La lucha cultural e ideológica nos parece fundamental para dotar de conciencia y cohesionar a las clases dominadas. Entendíamos que nuestras opiniones -expresadas en el salón de casa o en la barra de un bar- no servían absolutamente para nada si no implicaban acción, es decir, no podíamos seguir siendo "revolucionarios de salón" quejándonos continuamente de lo que ocurre en el mundo, haciendo planes bajo la cama, integrados en lo concreto dentro de las formas de dominación del sistema, sin expresar nuestra inconformidad de forma real. Algunos explicábamos lo "revolucionarios que éramos" mientras nos dedicábamos a pasear por centros comerciales y basábamos toda nuestra vida en los "juguetes" y artículos de consumo que el sistema nos da para ir asesinando nuestras mentes; hacíamos la revolución viendo la televisión durante nuestras horas libres, soñando con que nos tocase la lotería para comprar un coche más grande, una televisión más grande... y disponer de más riquezas para consumir sin mesura, eso sí, enarbolando la bandera roja cada Primero de Mayo, volviendo a nuestro cómodo ataúd mental una vez terminada la manifestación de rigor.żDe que servía hablar de la lucha de clases, del bloque histórico y de la hegemonía si no éramos capaces de practicar la filosofía de la praxis? Teníamos que hacer algo para cambiar las cosas, aún siendo conscientes de que los procesos históricos se desarrollan a largo plazo. Partiendo de la gran derrota de fin de siglo y analizando flujos y reflujos revolucionarios vimos que no era cuestión de organizar la revolución para hoy mismo, sino que la revolución, en una sociedad como la nuestra responde a las leyes de la dialéctica, que la cantidad llega a un punto en que se convierte en calidad por lo que el socialismo hay que construirlo en el día a día, luchando por transformar la realidad actual, buscando soluciones inmediatas que nos acerquen al gran objetivo estratégico, pero pensando en conquistar, hoy y aquí, mejoras en la vida de las personas; empezamos a basar nuestros planteamientos en el concepto de "revolución sin revolución", de que en las sociedades capitalistas muy desarrolladas los cambios sociales se producen de forma paulatina y no de forma brusca. El problema era como conseguir provocar esos cambios, como intervenir en la realidad cotidiana que nos rodeaba para impulsarlos y provocar, aquí y ahora, cambios tendenciales favorables a las clases subalternas. La confrontación en cada cuestión, en cada momento y lugar, usando el sentido común como elemento primario de las acciones a emprender, se hizo fundamental en estos planteamientos. Aunque pensamos que la lucha política en las instituciones es necesaria, también estamos convencidos que no es la determinante, sino que debe servir para impulsar y apoyar la lucha que se desarrolla en la sociedad civil y para defender en las instituciones los cambios. Es decir, entendemos que la izquierda institucional, sin una fuerte base social, deja de ser izquierda para transformarse en un elemento más de mantenimiento del sistema de dominio.

Desde estos planteamientos, llevados por ese convencimiento de que los cambios sociales no se producen por sí mismos y de que la lucha ideológico-cultural mediante el trabajo concreto es determinante para impulsarlos, basándonos en nuestra historia más reciente (y en esto está la raíz de nuestra inquietud por la Memoria Histórica), empezamos a analizar como se articulaba la lucha durante nuestra II República y fuimos viendo el papel determinante que jugaron las casas del pueblo y los ateneos (tanto los libertarios, como los republicanos. En aquella época, se enseñaba a leer a los que no sabían, se enseñaban oficios, se daban charlas de todo tipo y, sobre todo, la vida social en los pueblos y los barrios giraba alrededor de estos centros. El sentimiento de falta de libertad que la exaltación de la propiedad privada nos producía, viendo como ésta se iba convirtiendo en un lastre, cada vez mayor, para mantener otros derechos que nos parecen más esenciales, nos hacía desear disponer de un lugar de libertad colectiva donde poder realizar apuestas en común y articular sociedad civil en nuestro pueblo para practicar la resistencia, para aprender, para poder reflexionar y, porque no, para hacerlo mientras nos divertíamos (hemos hecho nuestra la frase de Henri Lefevre: la revolución debe ser una fiesta). Partiendo de esta base decidimos abrir el centro social Haydée Santamaría. Frente a las grandes superficies comerciales - donde el ocio se da la mano con el consumo desmedido y la explotación se extiende a nuestros momentos de descanso- construimos nuestro pequeño espacio de libertad colectiva. En vez de pasear mirando escaparates, nos dedicamos a charlar sobre nuestras inquietudes, nuestros problemas y los del mundo, mientras degustamos un café de comercio justo, organizamos actos alrededor de una buena cena (cuyo coste socializamos), leemos y organizamos tertulias alrededor de lo leído, aprendemos de todas las personas que vienen al centro y, sobre todo, intentamos reflexionar. Queríamos tener un centro social donde reunirnos, planificar el trabajo, llenarlo de libros y en el que además no tuviésemos que depender de la bondad de un conserje municipal, es decir, no queríamos depender de las instituciones para nuestra subsistencia, ni de un horario. En los centros culturales municipales, se pueden organizar actos de todo tipo, pero sólo en los horarios marcados por los ayuntamientos y nosotros queríamos disponer de un lugar donde ir cuando deseásemos y donde los actos se celebrasen los días y las horas que nosotros marcásemos sin tener que dar explicaciones a ninguna institución. También pensamos que una buena mesa es el lugar idóneo para que las personas se relacionen; claro está que se pueden realizar actos con cena en un restaurante, pero indudablemente no es lo mismo gastarse el dinero para generar plusvalías a una empresa privada, que gastárselo en un bono solidario que sirve para amortizar los gastos de la cena y del local y, sobre todo, para que podamos practicar la solidaridad con Cuba, con Chiapas, con Palestina, o cualquier otro pueblo azotado por el imperialismo o financiar alguna causa justa. En un restaurante normal, obviamente, estamos sometidos a un horario, sin embargo, en un centro autogestionado, las sobremesa pueden alargarse todo el tiempo que deseemos. El hecho de poner sobre la mesa proyectos concretos de trabajo, el análisis metódico y el debate sosegado nos ha permitido recorrer el camino durante los últimos años. Los proyectos culturales y solidarios son los elementos fundamentales de trabajo, pero no por eso estamos separados de la realidad concreta de nuestro pueblo. El trabajo precario, la destrucción del tejido productivo de nuestro pueblo, el encarecimiento de la vivienda y la privatización de los servicios sociales también están en nuestra agenda.

Pero un centro social autogestionado, al final, es algo más de lo que se ve. El todo siempre es más que la suma de las partes. La suma de personas, de pensamientos y voluntades, conjugada con el trabajo concreto transforma el centro social en algo que va más allá del lugar y del tiempo. La constancia en el trabajo, la planificación, el espíritu constructivo y la autoformación permanente a la que nos sometemos con nuestras actividades, nos han permitido alcanzar esa situación a la que pensamos que debe llegar la izquierda, lo que nosotros creemos que debe ser la tan traída y llevada refundación o reencuentro. Hemos podido comprobar que, desde distintas culturas de la izquierda (en nuestro centro hay socialistas, anarquistas, comunistas y personas sin carnet) se puede trabajar conjuntamente, con eficacia, cambiando pequeñas cosas cada día, sobre todo cambiando nuestras mentes liberándolas de la cultura de esta sociedad inhumana. Creemos que la revolución partirá de la construcción de millones de pequeños espacios colectivos alternativos autogestionados que erosionarán, poco a poco, la cultura dominante hasta destruirla. Nuestra aportación a la construcción de la izquierda del siglo XXI es esa idea. Como Howard Zinn dice en el prólogo a la última edición de "El talón de hierro", de Jack London, "...El nuevo tipo de revolución irá más allá de las urnas... La gente trabajaría como en guerrillas políticas y culturales, encajada en las estructuras más bajas de la sociedad y sus grietas, en tantos lugares como para ser invulnerable al poder crudo y masificado del estado. Si fueran aplastados en algún lugar, estos grupos afines volverían a surgir en otros diez lugares. Hasta que hubiera tantas mentes cambiadas que la revolución no podría ser derrotada porque estaría en todas partes..."