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Opiniones

16 de enero del 2003

Apuntes para una crítica al neoliberalismo

Edgardo Pérez y Beatriz Carrancio
Rebelión

Rebellato aporta elementos valiosos a la actualización de la Teoría Crítica en tanto propone un régimen teórico de crítica y compromiso social consolidado en una oposición radical a las modalidades de imposición del neoliberalismo. Afirma que la racionalidad instrumental opera en la tecnocratización de todos los aspectos de la vida cotidiana como un aspecto de dominación, que se impone mediante el eufemismo ideológico de la eficacia y el confort.
El status quo hegemónico presenta una creciente polarización y exclusión, mundialización del capital y segmentación del trabajo, predominio de los capitales especulativos, aceleración de las comunicaciones, reestructura del capitalismo bajo la hegemonía neoliberal. Se trata de un modelo que se conjuga con una concepción del progreso entendido en forma lineal y acumulativa. Se supone que el crecimiento en las fuerzas tecnológicas corre paralelo con el crecimiento moral de la humanidad y que la utilización de los recursos naturales no tienen límites. El neoliberalismo es una concepción global, coherente y persistente, históricamente consolidada sobre la base de una concentración de crecimiento en un sector y empobrecimiento en sectores sustantivos de la sociedad.
La razón instrumental se interesa exclusivamente por los instrumentos o herramientas y calcula el camino más eficaz para lograr un objetivo determinado. Los modelos neoliberales funcionan en el marco de una racionalidad de tipo instrumental, predominante en la cultura contemporánea porque es a partir de aquella que se derivan los valores éticos. Sólo lo que es eficiente tiene valor. La eficiencia se transforma así en valor supremo y en criterio de racionalidad única. Se imponen criterios de eficiencia basados sólo en la calculabilidad. Esta es entendida como el logro de los fines que están fuera de la discusión, buscando los medios o instrumentos adecuados, sin ninguna referencia a valores. Este criterio cambia si se introduce el valor de la vida, las necesidades reales de los sujetos y de su reproducción. Desde esta perspectiva, no se trata de renunciar a la eficiencia, sino de buscar una eficiencia que esté orientada por valores éticos relacionados con la vida humana y con la corporeidad.
Rebellato afirma: "La religión de la tecnociencia define lo que es la verdad, lo que es bueno y malo para el género humano. El lenguaje tecnocrático ha logrado formalizase de una manera tal de esconder el contenido real y referente de los enunciados científicos. En este sentido, el neoliberalismo no está ajeno al desarrollo de la tecno-ciencia. Se refiere a costos sociales, economía recalentada, ajustes estructurales, crecimiento sostenible, interdependencia, reconversión industrial, eficiencia, sin poner de manifiesto la desocupación, la miseria, la exclusión cada vez mayor, el peso de la deuda externa y el derecho a la fuerza y al control político y económico por parte de los países hegemónicos. Un lenguaje aséptico es utilizado para camuflar el sacrificio de la vida humana". (1996d:80-81)
Rebellato afirma que en la medida en que la racionalidad instrumental que acompaña a los modelos neoliberales no habilita a la discusión sobre fines, sino que permite tan sólo la búsqueda de los medios eficaces, el concepto mismo de democracia se desvirtúa. Los gobiernos democráticos contemporáneos suponen una transferencia de poder ilimitado a un grupo de representantes elegidos, los cuales gobiernan junto a los tecnócratas neoliberales: "La democracia, en cuanto sistema que debería responder a la lógica de las mayorías, es suplantado por un sistema que a costa de esas mayorías debe llevar adelante las políticas neoliberales de ajuste". (1995a:57-58).
El neoliberalismo en su pretensión dogmática de imposición, como única fuerza irreversible, a la cual los individuos se tienen que sumar porque tras de su cresta no queda nada por hacer ni por ser; apela justamente a la división, a aumentar las crisis de identidades tanto del sujeto individual como de los sujetos colectivos, a abatirlos en la desesperanza de que no quedan alternativas, sino solamente los sometimientos a la ruleta diabólica del mercado. Para la concepción neoliberal del mercado éste tiene reglas tan claras que sería imposible e impensable no querer entrar en su juego, al cual además, no podríamos escapar porque ya "se ha vuelto incontrolable". Con esa pretendida naturalización del mercado, donde los valores que se pretenden imponer son los propios: como la competencia, la eficiencia, la eficacia, el sistema se asegura la reproducción de sí mismo siempre y cuando la propia volatilidad del mercado no imponga "nuevos valores". Como ejemplo citaremos a un neoliberal como Hayek: "La popularidad de la idea según la cual siempre es mejor cooperar que competir, demuestra el general desconocimiento de la verdadera función orientadora del mercado ...Es la renovada competencia, y no el consenso, lo que aumenta cada vez más nuestra eficacia." (Hayek citado en Rebellato, 1995a:24).
En 1963 Milton Friedman escribe Capitalism and Freedom donde se establecen en el nivel de la teoría económica los fundamentos de su propuesta. Lleva a cabo una impresionante exégesis del pensamiento de Adam Smith reivindicando el liberalismo económico del siglo XVIII basado fundamentalmente en la creencia animista de la existencia de una mano invisible que regula de forma justa las actividades del mercado. Sin embargo, la propuesta de los Friedman en virtud de las necesidades prácticas de la dinámica capitalista se transformó en la Biblia de muchos economistas sobre todo de Estados Unidos y Latinoamérica. Como dice Borón: "... lo que instala el pensamiento de Friedman en el centro del debate contemporáneo es su influencia práctica como ideología burguesa en una situación de crisis y recomposición autoritaria y conservadora del capitalismo. Su actualidad proviene del hecho de que sus preceptos fundamentales: imperio del mercado; desmantelamiento del Welfare State y la contención de los avances democráticos, han sido los principios racionalizadores de conocidas tentativas conservadoras que, con mayor o menor grado de violencia, se han ensayado en las más diversas latitudes". (Borón, 1999:106).
La teoría Friedman se funda en una reconstrucción idealizada del mercado. Basado en la idea dicotómica que ocupa las mentes anglosajonas desde Hobbes en adelante sobre los principios de libertad y justicia justifica filosóficamente su opción por una economía desrregulada por el Estado, basada en la cooperación voluntaria de los individuos. Es decir que sólo existen dos opciones para el logro de un avance beneficioso de las actividades productivas: por un lado un Estado regulador, que él adjetiva como totalitario (que es el Estado Benefactor que hemos conocido), y por otro la concepción que implica la ausencia de influencias extra económicas que se reduce solamente a la falsa idea del funcionamiento del mercado como algo inexorable que subsiste a pesar de la posibilidad de la no existencia del Estado. Tal opción contiene la expectativa de lograr la actividad cooperativa de los hombres generando las condiciones para que los actores participantes obtengan ganancias y beneficios económicos recíprocos.
Debemos definir, al menos ostensivamente lo que es el mercado. Para estos economistas es una forma de organización que se basa en transacciones voluntarias que se dan en condiciones de libre voluntad y en igualdad de condiciones en cuanto al acceso a la información de los actores. Ahora bien, si la premisa que anima el pensamiento de Friedman es el beneficio que puede prestar a la Humanidad la cooperación entre todos actores productivos, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede lograr esa coordinación dado que existen empresas en todo el mundo con dificultad de comunicación y por tanto de acceso a la información? La respuesta es el sistema de precios. Los mismos se fijan a través de un adecuado funcionamiento de las leyes de la oferta y la demanda. ¿Cuáles son esas leyes de la oferta y la demanda? Jamás se explicitan pero son las que le dan un sustento cuasi metafísico al mercado. El mercado así consiste en algo mucho más vinculado a lo esotérico que a la ciencia de la cual proviene su definición. Dentro de este marco asignado al mismo, el mercado se torna un instrumento que brinda información a los economistas sobre la situación de la producción en virtud de los registros en cuanto a la demanda y la oferta de los productos emitiendo a la vez señales confiables para la orientación de los sistemas económicos. Para poder participar con propuestas de productos en el mismo, las empresas deben proceder a ocuparse del sistema de precios por el cual fijan su estrategia al logro de la competitividad, que se transforma en uno de los valores claves de la ética que conllevan las culturas neoliberales.
La competitividad se debe lograr a fin de obtener la participación en el mercado. La creencia es que el registro del aumento o la disminución de la demanda harán que, en el primer caso, los empresarios se vean inducidos a promover la producción invirtiendo en tecnología y en empleo (ofreciendo cada vez mejores salarios). Ahora bien, si la demanda decrece los empresarios se verán obligados a bajar los costos para poder competir. ¿Cómo se hace, ya que si el Estado no participa no hay costo país? Pues reduciendo primero los salarios, segundo el número de empleados y tercero y por último cambiando de rubro de producción. No se menciona el abandono de uso de la tecnología porque eso ya de por sí los estaría colocando fuera del mercado. A partir de todo lo dicho, el mercado como ente se transforma en un regulador y distribuidor automático de los beneficios de la producción trasformándolos en rentas, beneficios y salarios, a la vez que coordina y constriñe las formas culturales de producción en base al logro de competitividad.
Los neoliberales sostienen que la libertad verdadera proviene de la ausencia de intervención estatal. Afirman que se producen efectos positivos al permitir la expansión y crecimiento económico por el mero hecho de eliminar las "restricciones impositivas" y algunos valores que justifican la intervención del Estado como ser: la solidaridad y la justicia social; distribución planificada, prevención de catástrofes, etc., etc. Pero los neoliberales no son anarquistas, ellos desnaturalizan el rol del Estado.
Decimos desnaturalizar porque la concepción del Estado que conocemos en Latinoamérica también les pertenece como clase social pero, a los efectos del proceso en el cual se ven insertos como estructura, deben proceder a modificar lo que han concebido. El Estado cobra así un rol arbitral. Ya no juega un papel en la producción, con entes públicos, con universidades que investiguen, con la asignación de derechos y deberes de empresarios y trabajadores y con una educación en función de valores donde el individuo es un fin y no un medio, sino que el Estado retorna en su concepción de tipo ideal a aquella definición que hace más de doscientos años brindara Adam Smith:
"Se deja a todos... en libertad perfecta para buscar la consecución de sus propios intereses y entrar con su actividad y su capital en competencia con la actividad y el capital de los demás hombres y categorías sociales. El soberano queda completamente exento de toda obligación... de dirigir las actividades de los particulares y de encaminarlas hacia las actividades que más convienen al interés de la sociedad. De acuerdo con este sistema de libertad natural el soberano solo tiene que atender tres obligaciones, que son, sin duda de grandísima importancia, pero que se hallan al alcance y a la comprensión de una inteligencia corriente: primera, la obligación de proteger a la sociedad de la violencia y de la invasión de otras sociedades independientes; segunda la obligación de proteger hasta donde sea esto posible, a cada uno de los miembros de la sociedad, de la injusticia y de la opresión que puedan recibir de otros miembros de la misma, es decir, la obligación de establecer una exacta administración de la justicia; y tercera, la obligación de conservar y realizar determinadas obras públicas y determinadas instituciones públicas, cuya realización y mantenimiento no pueden ser nunca de interés para un individuo particular..." (A. Smith en A. Borón, 1999:114-115).
Así se proclama el tipo de Estado al que inexorablemente asistimos; que, como dice la frase: "no hay nada nuevo bajo el sol", retorna de sus cenizas pero con un componente mucho más peligroso: la destrucción de la naturaleza en el afán de ganancias y beneficios. En lo demás todo es igual. El mercado (su teoría) es reaccionario pues invierte en proceso de desarrollo humano, se da una regresión hacia épocas pretéritas sin la menor preocupación por las condiciones de vida que implica para los seres humanos este retroceso. Pero todo es en aras de la libertad proclamada. La libertad consiste en la ausencia de intervención estatal en los aspectos económicos. Si el Estado interviene, la "mano invisible" benefactora se tornaría en mano perversa. Pero seguramente dentro de la lógica del capital sería infructuosa la búsqueda de inconsistencias. Los cambios operados en la teoría por los neoliberales pueden ser explicados por razones que van más allá de su racionalidad interna. Tales ideas solo se pueden entender si las asimilamos al proceso de acumulación capitalista entendido en su marco histórico. Pero no es intención de este trabajo la aclaración de los errores de su teoría sino que consiste en estipular una posible configuración del sujeto y por tanto de la cultura que conlleva la puesta en práctica de sus premisas.
Von Hayek en La fatal arrogancia concibe a la sociedad como un "orden extenso" de cooperación humana que es el resultado del proceso evolutivo. Es un orden porque está regulado por normas y cooperativo porque, como lo vimos también en Friedman, los hombres al buscar afanosamente sus objetivos particulares contribuyen al bien general. Por tanto, este orden extenso no es fruto de la intervención de ningún actor individual ni del Estado. En ese orden circula libremente toda la información lograda por siglos de desarrollo humano que sirve para consecución de los fines de los hombres. Ahora bien, ¿cómo se puede dar esa circulación? A través de la tradición. La misma se torna un elemento cultural de importancia superlativa pues inmerso en ella el individuo se vuelve un sujeto acrítico donde su aprendizaje se hace por medio de la imitación de los modelos de éxito proporcionados (como no nos debe sorprender) por el status quo.
El mercado se torna así en la institucionalidad del orden extenso que orienta la actividad con el fin de que los individuos obtengan lo que desean. Pero no es el orden ideal sino el mejor de que podemos disponer aquí en la tierra. Subrayar esta idea implica la asimilación de estas teorías al pragmatismo norteamericano tan debatido, pero no en su sentido filosófico sino en el término que se ha convertido en bandera del oportunismo y el chantaje económico para con aquellos pueblos que no disponen de estructuras altamente desarrolladas para la producción así como tampoco de la información necesaria para poder participar en los juegos del mercado. Ahora bien, si comprendemos la intencionalidad de los neoliberales debemos decir que entienden que la economía de mercado es la que más ha beneficiado a los pueblos pobres aunque en comparación con las formas de vida de los pueblos desarrollados aún les resta un gran camino por recorrer. Y ese es para ellos un argumento fuerte pues sostienen que la economía de mercado es la que ha introducido a estos pueblos en el proceso civilizatorio y, a partir de allí, es la única que los puede llevar a un igualamiento con sus pares primermundistas. Es decir nuevamente el aprendizaje por imitación aparece y a través de ello se vuelca la atención hacia el poder de las tradiciones (algunas) en la configuración de la identidad.
Podemos afirmar que el mercado esta planteado como necesidad pues solo dentro de él seremos capaces de "ser". He aquí un rasgo peculiar: solo existiremos si estamos en el mercado, tanto países como empresas, pueblos como individuos, pero no un ser que implique el reconocimiento de la diferencia sino un ser como otro desconocido, un "otro" que no conocemos, que permite la competencia salvaje propia del mundo empresarial no regulado. Por tanto, así como las empresas en su competencia no mantienen pautas éticas mínimas para con los consumidores, los hombres y mujeres dentro de esa dinámica. La solidaridad dentro de la empresa se sustituye por el trabajo en equipo. En el trabajo en equipo los individuos se organizan para obtener un resultado: mayores ganancias de la empresa. Pero ellos mismos no constituyen un fin en sí mismos sino un medio para el alcance de las metas estipuladas por los gerenciadores.
Recordemos que para Hayek la solidaridad sólo está dirigida hacia seres impersonales. En su opinión, únicamente participando del orden extenso se puede salir beneficiado económicamente, lo que es el resultado de la solidaridad. Dice que un mundo en el que todos se traten como iguales estancaría la producción y aniquilaría la posibilidad de crecimiento así como también de ideas vinculadas a él. Para Hayek la ausencia de pautas éticas de profundo alcance lograría una mayor creatividad en el mundo empresarial.
Evia sostiene que para Hayek (para) lograr el éxito y la eficacia en la consecución de los fines personales, el mejor camino no es la solidaridad con el otro sino la competencia. A través de ella los individuos descubren las fallas o desequilibrios del mercado y las explotan en su beneficio y para los demás. Es la competencia la que evita distraer los esfuerzos de las actividades que cada uno sabe practicar con mayor eficacia. No siempre es mejor cooperar que competir, la solidaridad no es efectiva en el orden más amplio de lo social aunque sí pueda serlo a pequeña escala. Esto se debe a que el mercado no premia en virtud del esfuerzo invertido sino por el resultado obtenido, cuyo el valor está signado según si el individuo maneja o no la información acerca de qué clase de bienes o servicios son requeridos por el mercado. Los que poseen esta información logran privilegios, y los que no, desventajas.
Como el mercado no es justo en el sentido tradicional del término se sobreentiende que muchas veces se torna necesario sacrificar vidas a favor de otras que son la mayoría. Para evitar eso sostiene que deben implantarse políticas para el control de la natalidad y desarrollar por parte de los países pobres programas que diversifiquen la producción y la especialización laboral a fin de no tener que recurrir a lo anunciado como caso extremo.
De aquí se extraerían unos cuantos conceptos que, tomados en conjunto, constituyen el correlativo cultural del la política neoliberal: a) Libertad, b)Tradicionalismo, c) Competitividad, d) Eficacia y Eficiencia, e) Ponderación de lo Tecnológico, f) Racionalidad Instrumental y g) Misticismo.
Cada uno de estos ítems presta funciones de particular relevancia a efectos de la instalación del neoliberalismo, no solo en el terreno económico práctico (se discute si es aceptado teóricamente puesto que la academia ha mostrado, como es natural, sus reticencias a esta propuesta fundada en un débil soporte argumentativo) sino también en su fusión con el liberalismo político y su incidencia en el campo cultural, que es transformado en mayor o menor grado por los valores que estipula. Queda aún por discutir si las tan nombradas culturas postmodernas pueden ser adscriptas al campo de incidencia de la cultura neoliberal, aunque sí creemos que uno de sus puntos peculiares como la fragmentación social con su atomización y masificación como consecuencias presta grandes servicios a este nuevo orden. Aún así lo postmoderno presenta aspectos positivos como pueden ser los derivados de la diversidad, la autenticidad y la complejidad.
A la racionalidad instrumental y la tecnocracia como elementos componentes de la cultura neoliberal es necesario describirlas sucintamente. Las mismas se fundan en una perspectiva cientificista que a su vez es la perspectiva hegemónica para la confección de los discursos que nos permiten conocer el mundo de hoy. Esos discursos hacen circular la idea de un mundo muy complicado al que no podemos acceder y que para poder conocerlo debemos remitirnos a las opiniones de los expertos (técnicos) que disponen de conocimiento y de un lugar privilegiado en las redes de información; estos últimos rechazan las expresiones o aportes de los otros actores sociales impidiendo los procesos objetivos para la consolidación de la democracia. No solo las aportaciones teóricas se encuentran constreñidas por esta visión del mundo sino también las prácticas, pues en las visiones tecnocráticas sobre cómo desarrollar de forma efectiva el trabajo, se trasladan, inconsultamente y sin determinar su adecuación, pautas o "know how" naturales de otros lugares con otros trabajadores. Así, lejos de ser consideradas pragmáticas, las decisiones de los técnicos caen en el más profundo idealismo conduciendo al estancamiento de la misma economía que pretenden hacer crecer. Los peligros de la tecnocracia no están tanto en su característico autoritarismo o insensibilidad frente a los problemas de la gente de carne y hueso sino en la acción de frenar iniciativas populares para instalar una subclase social (llámese burocracia, intelectualidad, etc.) en los pequeños espacios de poder que aún queden. Sin embargo, esta subclase tiene mucho para aportar al movimiento popular en la medida en que amplíen su visión del estado incluyendo a todos los actores populares y comprendiendo que también les contiene el proceso de empobrecimiento en el que está sumergida nuestra sociedad.
La cultura de la posmodernidad está basada en una aparente crisis de legitimación e incertidumbre (no solo incertidumbre frente a la concreción de nuestros proyectos sino también, y deriva de ello, en el ámbito científico donde se ha revolucionado toda su producción) propia de los comportamientos que ha adquirido la economía (con sus bolsas de valores, con la lógica de la oferta y la demanda, la especulación en los precios, las cotizaciones de la moneda, etc.), han asumido estas características para lo cultural implantando en lo colectivo la sensación de incertidumbre y de estar atrapados todos en un proceso ajeno a nuestra voluntad, el cual debemos seguir (no sólo para mantener nuestra forma de vida sino también para conservar nuestra vida); así se pretende echar por la borda la gran mayoría de los valores éticos y morales (fruto de siglos de lucha de los trabajadores y las trabajadoras) como la solidaridad, la tolerancia, la fraternidad, etc. Dentro de este marco es que se explican conductas profundamente nihilistas y autodestructivas que no dejan entrever la más mínima esperanza de lograr una construcción social alternativa al neoliberalismo y la ascensión de "nuevos valores" como pagar puntualmente los créditos para tener otros, estigmatizar al desocupado, burlarse de quienes manifiestan su espiritualidad o degradar a quienes llevan adelante acciones en pos de reivindicaciones de los trabajadores.
Sin embargo, la posmodernidad ha aportado elementos positivos pues nos ha llevado a comprender el valor de la diversidad y lo positivo de la incertidumbre y eso, trasladado al movimiento social, puede generar ámbitos donde sean aceptados los más diversos aportes.
Tenemos entonces en el Neoliberalismo cuatro características que ayudan a comprender (en parte) su racionalidad: la destrucción del Estado mediante la resignificación de sus fines; vinculado a lo anterior, la desconfianza en los sistemas políticos representativos; la supremacía de la racionalidad instrumental y la tecnocracia; y el desencanto de la posmodernidad.
Esta lógica de las identidades (cultura) se conforma en función de comportamientos autodestructivos, por ejemplo, la violencia que contiene la competitividad al valorar de distinta forma al compañero ya no como "otro" con el cual dialogamos sino como otro que amenaza nuestro puesto (Cfr Rebellato, 2000c). También surgen "nuevas patologías", por ejemplo, el terror a ser excluido (miedo a perder el empleo, miedo a no poder conseguir otro empleo, etc.) . Así, a estas sociedades (tanto en el orden de quienes están autorizados para ejercer el poder como en el orden de los que sufren sus consecuencias) les interesan los individuos que triunfan, los eficaces y eficientes, y los que están dispuestos a pisar al compañero para poder lograr sus propósitos. Lo verdaderamente triste es que para los modelos neoliberales estas actitudes deben ser lo normal y esa violencia detallada en lo cotidiano (entre compañeros y/o compañeras) se traduce para uso de los medios de comunicación masivos en informes, documentales y filmes que pretenden hacernos sentir toda esa violencia como algo natural que corresponde a la condición humana o pretende ser una dramatización de lo que inconscientemente deseamos. Sin embargo los modelos neoliberales no solo buscan afirmar estos valores en lo ético-colectivo a efectos de estimular comportamientos abocados al logro de "la competitividad" sino que también tienen otras intenciones quizá más importantes: la necesidad de establecer, justificar y legitimar aquellas acciones que para ellos debe llevar adelante el Estado procediendo así a la pauperización del sentido ideal que el mismo debe tener para la comunidad.
Vemos así que, en el filósofo del neoliberalismo por excelencia, se advierten los mismos rasgos culturales estipulados por Friedman en el ámbito de la teoría económica. Dichos valores se repiten: Libertad, Competitividad, Eficacia y Eficiencia, Racionalidad Instrumental, Tecnocracia. Bajo su teoría del mercado, bastante y conscientemente imprecisa, se postula una cultura conservadora, reaccionaria y perniciosa para la vida del hombre y del mundo, que a su vez genera valores éticos en el relacionamiento cotidiano, por ejemplo, el ahorro, el pago puntual de los créditos, el exitismo, el respeto a la propiedad privada, el cumplimiento de los contratos, el conservadurismo, etc., a los cuales les correspondería un análisis particular en virtud de que no pertenecen precisamente al neoliberalismo sino que han sido vertidos a la cultura a través del funcionamiento concreto en algunas sociedades como la norteamericana, en las que el capitalismo ha alcanzado puntos culminantes.
Con esto solo intentamos remarcar la idea de que el neoliberalismo no contiene elementos culturales nuevos sino que reflota viejos esquemas superados por la lucha de los pueblos en busca de mejores niveles de vida. Cuando las prácticas económicas existentes no redundan ya en los beneficios esperados lo natural es volver a los comienzos donde se contaba con un marco precario en lo concerniente a las garantías que los incipientes Estados podían proporcionar.
* Edgardo Pérez y Beatriz Carrancio son Licenciados en Filosofía por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Uruguay. Actualmente trabajan en el proyecto interdisciplinario "Teoría, práctica y praxis en la obra de José Luis Rebellato" (Multiversidad Franciscana de América Latina)
Referencias bibliográficas
Borón, Atilio. Estado Capitalismo y Democracia en América Latina, Buenos Aires, UBA, 1999.
Rebellato, José Luis "Ética y calidad de vida en el desarrollo de una práctica social transformadora", en Los derechos humanos: un horizonte ético. Curso a distancia, Montevideo, Serpaj, Vol . II, pp. 73-124. 1996d)
Rebellato, José Luis La encrucijada de la ética. Neoliberalismo, conflicto Norte-Sur, liberación, Montevideo, Nordan, (1995a)