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Opiniones

14 de noviembre del 2002

El realismo irreal de Rodríguez Araujo

John Holloway
La Jornada

En su artículo del pasado jueves 7 de noviembre ("Una crítica a Holloway") Octavio Rodríguez Araujo intenta cerrar una pregunta que el movimiento mismo de la luchas está abriendo. Esta pregunta es: ¿cómo podemos pensar en cambiar el mundo sin tomar el poder?
La pregunta surge no de un libro, sino de la ola mundial de luchas que recibe un impulso enorme con el levantamiento zapatista, que sigue con el movimiento anticapitalista (globalifóbico) mundial y con el zapatismo urbano de la Argentina actual. Es un movimiento confuso y contradictorio, como todo movimiento rebelde, pero tiene una característica que recurre todo el tiempo: el intento de cambiar el mundo sin tomar el poder, el rechazo al partido como forma de organización, la búsqueda de nuevas formas de hacer la política.
¿Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder? Por supuesto que es una pregunta absurda, como el levantamiento zapatista también es un levantamiento absurdo, como cualquier rebeldía es absurda. La pregunta es absurda, pero surge de la experiencia dolorosa del siglo pasado: todos los intentos de cambiar el mundo mediante la toma del poder estatal, sea por la vía parlamentaria, sea por la vía de la revolución armada, han fracasado. La pregunta suena absurda, pero es la única forma de mantener viva la cuestión de la revolución, de la revolución que es tan obviamente necesaria y urgente. Si no queremos aceptar el capitalismo y lo que implica, es decir, la destrucción de la humanidad en todos los sentidos, tenemos que perseguir esta pregunta rebelde, desarrollándola, abriéndola más.
¿Por qué quiere Octavio cerrar la pregunta? Hay dos formas de rechazarla, formas que parecen muy distintas, pero que tal vez no lo son.
La primera reacción a la pregunta es la reacción clásica conservadora. "¿Cómo puedes seguir con tus sueños adolescentes de cambiar el mundo? Hay que ser realistas, tenemos que vivir con el capitalismo, haciendo lo que podamos. Puedes votar por el PRD si quieres, pero olvida tus fantasías revolucionarias". Lo que significa realismo en este caso se puede ver en la historia de todos los gobiernos socialdemócratas del mundo: Blair, por ejemplo. (Esperemos que el caso de Lula sea diferente, pero los estados están tan estrechamente integrados a la red de relaciones sociales capitalistas que es difícil.)
La segunda es la reacción clásica revolucionaria: "Sí, hay que cambiar el mundo, pero, ¿crees que se va a cambiar si todos nos damos la mano y cantamos All you need is love? No, hay que ser realista. Primero tenemos que construir el partido revolucionario y tomar el poder estatal". Un realismo raro cuando no existe en ningún lugar del mundo (¿Nepal?) un partido que tenga la más remota posibilidad de llevar a cabo una revolución de este tipo. Un realismo raro que va totalmente en contra del sentido de las luchas actuales y que implica un autoritarismo rechazado completamente por estas luchas -un autoritarismo brutalmente obvio en el artículo de Octavio cuando dice por ejemplo: "¿Acaso serán esas personas comunes y corrientes, con mezquindades y egoísmos, competitivas y gandallas, las que crearán esa sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad?"
Las dos respuestas parecen ser muy distintas, pero en realidad no lo son. La primera dice que tenemos que vivir con el capitalismo, la segunda dice que tenemos que vivir con el capitalismo hasta el Gran Día, sabiendo que este Gran Día probablemente nunca va a llegar. Las dos respuestas se confunden, de tal forma que no sorprende que en el artículo de Octavio no está claro cuál es su posición, si se opone a la idea de cambiar el mundo, o si solamente se opone a la idea de cambiar el mundo sin tomar el poder. También en la práctica se confunden, porque ambos implican una oposición a los movimientos reales de lucha -o, en el mejor de los casos, una ceguera terrible con respecto a estas luchas. Es tal vez porque los revolucionarios de antaño se saben conservadores que se lanzan a la crítica de la idea de cambiar el mundo sin tomar el poder cuando apenas van en la página 42 del libro.
Pero finalmente no son las reacciones las que importan tanto como la pregunta misma. ¿Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder? ¿Cómo podemos ir extendiendo las muchas, muchas fisuras que ya existen en la dominación capitalista, todos estos espacios en donde la gente está diciendo "no, aquí no manda el capital, aquí estamos construyendo otra cosa, otra socialidad". No hay una respuesta, hay muchas respuestas que son una pregunta. Pero una cosa está clara:
que los únicos sujetos posibles de una revolución no son los héroes puros de la tradición gloriosa de la Revolución, sino simplemente estas "personas comunes y corrientes" tan despreciadas por Octavio: personas comunes y corrientes, como yo, como él.
* El autor es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Edimburgo. Su más reciente libro publicado es Cambiar el mundo sin tomar el poder, coedición de editorial Herramienta y el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla. Se presentará en el Foro del Frente Zapatista el viernes 15 de noviembre, a las 19 horas, y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM el lunes 18, a las 12 horas