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La Izquierda debate

Te hemos querido tanto, lucha de clases
La última batalla del marxismo tradicional (primera parte)
Robert Kurz
¿Auschwitz de coartada?
La última batalla del marxismo tradicional (segunda parte)
Capitulación ante el capitalismo.
La última batalla del marxismo tradicional (tercera parte)
Norbert Trenkle.

Los siguientes tres artículos se publicaron en mayo, junio y julio de 2000 en la revista konkret (Hamburgo) como respuesta a las crítcas al grupo Krisis, en especial al Manifiesto contra el trabajo (trad. al castellano en Virus, 2001), Schwarzbuch Kapitalismus (Libro negro del capitalismo) y Feierabend! Elf Attacken gegen die Arbeit (¡Fin de jornada! Once ataques contra el trabajo). El grupo Krisis surgió de la izquierda del 68 y funciona desde 1986.
Su teoria se basa en la crítica al fetichismo del valor y de la mercancía desarrollada por Marx, a partir de la que ha avanzado hasta una crítica al trabajo, del Estado, de las relaciones de género patriarcales y otras categorías y estructuras fundamentales del capitalismo. La producción de mercancías como hecho contituyente de la sociedad capitalista es una producción abstracta porque su fin no son bienes concretos (aunque se produzcan de hecho), sino que tiene el fin abstracto de la producción de valor, que es trabajo pasado, trabajo muerto. Lo que se produce es valor para la valorización del capital.
Por otro lado, el grupo Krisis devuelve a la izquierda tradicional a sus raíces ilustradas y premodernas, a su afincamiento en la idea de progreso, ligada a la producción de mercancías. Desde ese punto de vista, la lucha tradicional por el socialismo o el comunismo se basa en el enfrentamiento entre capital y trabajo, que, aunque representen intereses enfrentados, son parte integrante del mismo sistema (la sociedad totalizada de la mercancía y del trabajo). Desde el punto de vista de la crítica al trabajo queda claro que de tal enfrentamiento no resulta un movimiento capaz de superar el sistema, por más que la lucha tradicional de clases lo aparentase y sus participantes, así como la clase burguesa, lo creyesen. La lucha de clases, más bien, formó parte de un proceso histórico de modernización y totalización del capitalismo, que en el transcurso del siglo veinte llegó a su fin. La crítica del trabajo, del valor y de la mercancía facilita la comprensión del fanatismo laboral de la socialdemocracia, que se ha agudizado aún desde que el trabajo está en crisis, y de la conversión de las izquierdas (orientales y occidentales) al sistema capitalista. Pero sobre todo quiere contribuir para la formación de una conciencia anticapitalista al nivel de las circunstacias.
"No existe un automatismo emancipatorio producido por la crisis a nivel objetivo", afirma Norbert Trenkle en una presentación del Manifiesto contra el trabajo en Lisboa, tampoco existe una clase social que sea un sujeto revolucionario potencial, pero si existe la posibilidad – y la necesidad – de crear una sociedad más allá del valor, del trabajo de la mercancía, del Estado y del patriarcado.
Los tres artículos son la respuesta a críticas de partes integrantes de la izquierda más o menos tradicional alemana a las posiciones desarrolladas por los autores de Krisis, pero más allá de esto tienen la virtud de exponer claramente la posición del grupo Krisis respecto a la izquierda tradicional y la nueva izquierda en general. Los textos de Krisis han tenido una gran repercusión en Brasil, Francia, Italia, Portugál y otros países. El objeto de esta traducción es avivar el debate sobre la crítica al trabajo en la izquierda de la península.

Te hemos querido tanto, lucha de clases

La última batalla del marxismo tradicional (primera parte).
Robert Kurz.


Por fin, el marxismo tradicional fraccionada puede estar de acuerdo en algo como no lo ha estado nunca, en contra de la competencia aborrecida por todos llamada "Krisis". En "konkret" y en otros lugares resuena desde todos los lados con el mejor amaneramiento de maestrillo: el Manifiesto contra el trabajo y el Schwarzbuch Kapitalismus no se pueden discutir. Se proclama destinado al público de izquierdas la noticia precipitada: ¡leerlo no merece la pena! La vehemencia y generalidad de la reacción no encajan muy bien con el mensaje. ¿Por qué se dedica un desvarío furioso tras otro a una posición que más allá de su imposibilidad no merece realmente ningún tipo de griterío? Lo que queda del pensamiento marxista ya casi dormido reacciona de repente con alergia, porque se ve enfrentado con la movilización de aquel momento de la teoría marxista que el marxismo del movimiento obrero ha intentado enterrar desde hace más de cien años: la crítica radical emancipatoria de la modernidad productora de mercancías. El miedo a la ruptura con su propia identidad de izquierdas es lo que provoca tanto fervor de liquidación.
En la historia de las dos últimas décadas salta a la vista lo fácilmente que la gran mayoría de la antigua izquierda radical se ha integrado en el mundo burgués oficial de la "economía de mercado y democracia". En un tránsito rápido, la nueva izquierda1 occidental ha consumado el largo camino de la socialdemocracia en una instancia coorganizadora de la administración del abuso capitalista en crisis y personas y en los sillones ministeriales. Con la misma rapidez pasmosa, las élites del comunismo de Estado del Este se han convertido, sin grandes luchas internas, en una mafia de competencia capitalista. También el glorioso PCUS ya no es más que un "cadáver apestoso" chovinista y antisemita. La obviedad prácticamente muda de estas transformaciones revelan el secreto de que incluso la izquierda más radical en la gran época de 1789 (ó 1848) hasta 1989 siempre ha sido un componente integral de la historia burguesa de la modernización. Tiene menos que ver con una ruptura estremecedora que, más bien, con un desenmascaramiento. Al final del siglo XX la hasta entonces izquierda radical está tan madura como lo estuvo la socialdemocracia en 1914.
Toda izquierda-pese-a-todo, que, de igual forma que el capitalismo, ha empezado a sobrar, tiene una postura desesperada respecto a ese quitarse la máscara. Sus cabezas pensantes intentan convulsivamente volver a asimilar la transformación capitalista del marxismo occidental y del comunismo de Estado oriental según el modelo del cisma de 1914. Pero lo que antes funcionaba, ya no funciona más. Los que llevan la palabra del marxismo tradicional ya no pueden, ni quieren, explicar el proceso real, sino que se retiran a una tierra de nadie ahistórica. Hay que evitar la ruptura con el marxismo obrero obsoleto. De esa forma, ese pensamiento ya no se desarrolla más en sus diversas formas de decadencia académica, sectaria, nostálgica y orientada a movimientos del pasado, sino que se queda estancada en la posición histórica a partir de la que se ha producido la transformación de los antiguos camaradas. Con el nuevo realismo conformista con el capitalismo no se valida el futuro, sino sólo el pasado. Desde este punto de vista, es significativa la defensa común cansina y poco entusiasta del socialismo de Estado arruinado de una forma vergonzosa como formación "de alguna manera" no perteneciente al sistema de producción capitalista de mercancías.
Habría que pensar que el final definitivo del movimiento obrero y, de igual forma, el final definitivo del socialismo real tendría que haber abierto un debate febril sobre la renovación fundamental de la crítica al capitalismo. Pero no se ve nada por el estilo en el escenario del marxismo tradicional, cuyos mandamases, en vez de eso, han sacado la consigna: "no hay nada nuevo bajo el sol". Se han estremecido un poco una vez, para después continuar como si no hubiese pasado nada. De ese espíritu embotado se alimentan polémicas de izquierdas enteras con el Schwarzbuch y el Manifiesto. Aunque es de cajón que se ha producido una ruptura de época y que las afirmaciones desgastadas del marxismo le resbalan a la realidad del siglo XXI, los defensores del marxismo tradicional se han pasado meramente al reciclaje de su teoría de la historia acabada. Pero no se anuncia un "seguir" hacia el vacío sino que, según aquellas palabras severas de Marx, el comunismo como movimiento histórico tiene que "burlarse horrible y profundamente" de sus propios ímpetus fracasados y sus intentos pasados.
El desciframiento del marxismo del movimiento obrero muestra que con sus criterios de crítica mantiene el compromiso con la razón burguesa. La esencia de ese pensamiento siempre fue un recuelo de la filosofía de la Ilustración para reclamar los ideales de la racionalidad capitalista a la mala realidad capitalista. En tanto que la izquierda se orientaba temerosamente al concepto burgués liberal de progreso y no podía reconocer la cara de la misma moneda en la aparente crítica reaccionaria de la Ilustración, se dejaba encerrar en alternativas internas al capitalismo que surgían nuevas con cada impulso evolutivo del sistema. De ahí que este gran movimiento histórico se formalizase aún "en" las categorías reales y en las formas socialización del capitalismo. Trabajo abstracto, forma de mercancía, valor, dinero, mediación del mercado, Estado, nación y democracia se trataban como objetos ontológico quasi-neutrales que tenían que transformar su función en un sentido socialista. Ese anticapitalismo quedó limitado al adjetivo; quería contraponer al trabajo abstracto de producción capitalista de mercancías el trabajo socialista igualmente productor de mercancías, a la democracia y la política burguesas, la democracia y política "socialista", al dinero burgués, el dinero "socialista".
Después de haberse agotado esta forma limitada de la crítica, el anticapitalismo emancipatorio sólo puede abdicar o volverse "categórico". Ahora hay que hacer objeto de la crítica radical las formas fundamentales de la socialización capitalista; no pueden seguir apareciendo como suelo común de combate. Esta tarea es tan nueva y está tan poco desarrollada que los comienzos de su tematización son con toda seguridad incompletos y necesitan ser discutidos. La gran coalición de los mandamases del marxismo tradicional no tienen el más mínimo interés en ese debate. Su polémica tiene que deformar el objeto hasta borrarlo, porque niega la tarea como tal.
No se trata de la clarificación controvertida de preguntas abiertas, sino del rechazo cargado de resentimiento a hacer preguntas.
Este modo de actuar no es sólo culpa del acostumbrado odio territorial del vanidoso gallo de corral, sino que está al servicio de una necesidad que no se puede infravalorar. Lo que da a entender es la lucha a muerte de una identidad de "lucha de clases", cuya defensa contra la avanzada realidad capitalista se ha convertido en verdadero contenido del marxismo tradicional. Así, la polémica de Freerk Huisken del ex-"marxistische Gruppe" (MG) representa una forma de marxismo de museo esqueletizado y limpio de toda amalgama histórica que se puede "enseñar" tan infatigablemente como un manual de biología. Con esto se ponen en primer plano los déficits y contradicciones internas del viejo paradigma de la lucha de clases con una claridad digna de desear.
Lo que siempre le ha faltado al pensamiento de la izquierda acrítico respecto al valor, que se mueve categorialmente meramente dentro del sistema productor de mercancías, es la relación de las formas objetivadas del fetiche del capital y los sujetos que actúan socialmente. La dialéctica de esa relación o se disolvió en un objetivismo crudo o en una apelación igualmente cruda de diversos sujetos sociales. Por un lado, se evocaron positivamente las férreas "legalidades" de la economía sin más ni más que tenían que servir además como supuestas "leyes económicas del socialismo" y creyó, como ejecutor de "tendencias objetivas", haber dejado atrás el poder de la historia. Por otro lado, justamente esa objetividad pétrea se tiene que resolver continuamente en un "querer" social. Ese es el dilema del socialismo burgués ilustrado en general, que su "voluntad libre" proclamada aparece saboteada por su propia forma social.
En la tradicción del marxismo occidental, el marxismo tradicional se ha ido poniendo del lado de la subjetivización cruda en su batalla de repliegue. Según MG-Huisken la economía política positivistamente reducida se resuelve en última instancia en una mera relación de voluntad: unos explotan porque así lo "quieren" y "sacan algo" de ello; otros son explotados porque de alguna forma no hacen valer suficientemente la "voluntad" de sus intereses, para lo que después, bien ilustradamente, la MG querría echar un cable. Ese constructo equivoca completamente que el movimiento del capital líquido reaclopado supera todos los fines respecto a necesidades y contenidos de la voluntad de los sujetos que actúan en el contexto de su función, respecto a los cuales se forma un mecanismo obviado, en cierta forma, una máquina social o un "sujeto automático" (Marx) ("¿hay tal cosa?", pregunta Huisken, poniendo de manifiesto su inocencia teórica que se transtorna): por supuesto, esa "economía autonomizada" (Polanyi)2 por todas las necesidades es, por su parte, de nuevo un resultado de la acción social, a saber, de los déspotas militares premodernos, cuyos protagonistas desencaderaron sin darse cuenta la lógica moderna del "hacer dinero" extendido a la reproducción social entera3. Pero, un vez constituida, esta lógica se emancipa de su contexto originario y se convierte en forma social general más allá de sus "fines" subjetivos.
Pero no por eso las personas son marionetas "sin voluntad" de un fastasma sentado en algún lugar, sino que, por el contrario, están condenadas, por causa de su propia forma social ya encontrada y supuestamene obvia, justamente por sus acciones subjetivas de la voluntad, a reproducir diariamente la objetividad negativa del fetiche del capital. Las categorías de forma y mecanismos del capital no conforman una función de las relaciones de la voluntad, sino que, justamente al contrario, las relaciones de la voluntad se muestran como función dependiente del movimiento de valoración obviado. Sobre la base de las relaciones de capital siempre hay alternativas a la acción, oposiciones de voluntad y fines subjetivos de todas clases, un movimiento de todos los colores y "anhelos e ilusiones", pero siempre en la misma forma férrea del valor, que estipula el momento decisivo. Una cabeza obstinada en el marxismo del movimiento obrero no acaba de entender que el sujeto burgués (y, naturalmente, asalariado) de la voluntad está constituido a priori antes de haber "querido" nada en absoluto y esa forma de la voluntad encerrada en el valor (del movimiento de valorización), es decir, la forma general de socialización del pensamiento, la acción y el valor tiene que ser el verdadero objeto de la crítica radical.
De esta forma, que la valorización del valor presente un fin en sí mismo ciego también sigue siendo para la conciencia ilustrada de izquierdas un libro de siete sellos. Huisken pone inmediatamente después de "ciego" su signo de exclamación encantadoramente indignado. Se parte de risa de los subnormales de "Krisis" que ven funcionar en el capitalismo irracionalidad, paranoia y locura metafísica (aunque incluso Marx ha atribuido a una simple mesa en su forma de mercancía "sutilezas metefísicos"). Y reprocha al Manifiesto y al Libro negro que en ellos se presente al capitalismo como "mezcla de manicomio, morgue y mafia". En ello hay algo de verdad. En vez de comprender la profunda irracionalidad de las relaciones del capital (y, con ello, de la razón burguesa), la afilada ideología marxista-ilustrada subordina "al capital" una (enemiga) racionalidad del interés y de la voluntad correspondiente: la apropiación subjetiva y el disfrute de la riqueza de unos, de lo que los otros quedan excluidos.
Pero, al contrario que los señores feudales, los capitalistas y los directivos no se comen ni se beben la plusvalía material. Más bien el capital acumulado tiene que revalorizarse sin pausa bajo pena de caída en la competencia, es decir, reabrir l compuerta al proceso de valorización. La riqueza subjetiva exclusiva no es lo que se busca con el baile, sino tan sólo un añadido insencial y el deshecho del fin en sí mismo irracional principal. La cabeza media de izquierdas idiotizada por la voluntad se presenta, como representante del sentido común capitalista, tan tonto como realmente es cuando cándidamente objeta: pero no es un fin en sí mismo que yo trabaje en la fábrica y gane un sueldo porque me "quiero" comprar algo; y tampoco que el capitalista "quiera" hacer "su" beneficio, ¿dónde está ahí el fin en sí mismo? Sin darse cuenta, la conciencia ilustrada de izquierdas hace suyo el punto de partida de la microeconomía, del sujeto de mercado burgués constituido a priori, para el que su propia forma respecto a fines sigue sin representar problemas. No se quiere dar cuenta de que sólo puede perseguir sus fines subjetivos de necesidades (de cualquier manera influidos por la forma capitalista) en tanto que se entrega y adapta incondicionalmente al proceso ciego del movimiento del "sujeto automático".
La crítica radical, no sólo incompresible para un Huisken, de la forma general, de hecho sin sujeto, de los sujetos sociales mismos tiene la apariencia, desde el punto de vista obtuso del interés-mercancía en competencia, de una forma de letargo condescendiente de la humanidad, justamente porque el concepto de crítica y la lucha social siguen estando encerrados en la envoltura burguesa. La definición negativa del sistema de referencia común (que hay que superar, que hay que hacer explotar por los aires) se confunde intencionadamente con el sermón de reconciliación pequeño burgués, que sin embargo, siempre evoca la forma social del sistema productor de mercancías como comunidad positiva. La confusión socarrona de los conceptos tendría que hacer ver lo extremadamente "reconciliadora" que es la postura de los luchadores de clase alzados, pero entre tanto sólo alborotadores vergonzosos, frente al contexto formal capitalista.
Igual que el objetivista teórico-sistemático reinterpreta la condición lógico-categorial negativa de la relación del capital en una ejecución sin voluntad, mecánica e imposible de ninguna otra manera, el empático del sujeto devoto de la voluntad, por el contrario, resuelve la sociedad capitalista en un baile de "culpables" y "víctimas" sin absolutamente ninguna condición previa. Con todo, Huisken se convierte en el moralista jefe burgués y ético de la responsabilidad ante los que querría ver compadecer a los "responsables de hecho", mientras que se pone nervioso cuando describe la vida del directivo tan infame como es de hecho. Eso sólo es lógico porque el ingenuo luchador de clases presupone positivamente la absurda forma capitalista de la riqueza en vez de criticarla.
De esa forma, la lucha queda limitada al reparto de la riqueza en la forma abstracta del dinero. Si se repartiese la riqueza en dinero de los multimillonarios entre toda la humanidad, entonces el individuo (aún abstracto) recibiría literalmente un puñado de dólares. El problema no es, en absoluto, la riqueza personal del mogol capitalista, sino la restricción de las potencias productoras que subyace a la forma de dinero generalizada como tal, que conduce a que, por un lado, se aparte masivamente a las personas de los medios de la satisfacción de sus necesidades y se desmantelen medios de producción intactos, mientras que, por otro lado y de forma igualmente masiva, fluyan recursos hacia procesos de producción inútiles o peligrosos para la comunidad.
Sólo según su concepto, la "lucha de clases" es la mera lucha de reparto dentro de las formas capitalistas que no se cuestionan en absoluto. Ya que las "clases" no son portadoras incondicionales de voluntad, sino más bien constituidas por mecanismos sin sujeto del sistema. En tanto que persiguen sus mecanismos constituidos en forma de dinero y mercancía reconocen, sin darse cuenta, el dominio del "sujeto automático". La "lucha de clases" es, por ello, una de las formas sociales dentro de las que se mueve la relación del capital, y no la forma de su superación. Ocupa el ámbito de la competencia universal, pero no es, de ninguna manera, la única. La relación de capital incluye, además de competencia contextualizada en su sistema entre trabajo asalariado y representacia del capital, no sólo la competencia entre capitales particulares y economías nacionales, sino también, justamente, la competencia entre trabajadores asalariados.
La superación nunca total y fundamental, sino siempre meramente parcial y provisional, de esa competencia mediante partidos de trabajadores y sindicatos vive esencialmente de un subdesarrollo relativo de la relación del capital: mientras que las "masas dependientes" de trabajadores asalariados no estaban reconocidos como sujetos irrecusables de la ciudadanía y del derecho civil, la lucha de clases abarcó un momento remanente que se podía superponer a los otros ámbitos de la competencia. Pero justamente ese momento no se basaba de entrada en una superación del trabajo asalariado, sino, por el contrario, en una una emancipación interna al capitalismo basada sobre y en el trabajo asalariado. En el siglo XIX y XX, la lucha de clases se convirtió, de esta forma, en un motor de consiguiente evolución capitalista. Sólo mediante el cerco del gran sujeto social constituido por la relación de capital el "sujeto automático" superior pudo estar listo para ser el mecanismo irracional fundamental general y mundialmente válido de la sociedad. El éxito de la "lucha de clases" fue a la vez una trampa: sólo de esta forma se clavó completamente (también internamente) a la gente en la forma de sujeto del valor. Cuanto más exitosa era la lucha por los "derechos" y "reconocimientos" internos al capitalismo, se volvía más incondicional, a la vez, la autoentrega a la forma capitalista que está ligado a ellos.
En la misma medida en que la "lucha de clases" sufría su momento remanente a causa de su éxito y la forma de sujeto constituido de manera capitalista estaba, en general, estancado, ese ámbito de la competencia tenía que volver a retroceder respecto a los demás. La competencia entre trabajo asalariado y representancia del capital queda oculta ahora, en tiempos de la globalización, por la competencia entre capitales privados y entre trabajadores asalariados (debates de mercados, "cada uno su mercado", "las personas como empresarios de su propia mano de obra", etc.). Los ideólogos de la lucha de clases que quedan son meros intelectuales parroquianos de bar que ya no se aclaran con las distinciones de los conceptos cambiados. En un mundo generalizado de trabajo abstracto y forma de dinero se vuelve completamente risible la distinción arcaica entre "trabajadores" y "no trabajadores" perezosos, meramente gorrones según el punto de vista de los directivos fanáticos adictos y raras figuras empresariales que hasta se enorgullecen de la jornada de 80 horas con la que preparan la ruina de la humanidad literalmente enajenados.
Igual que dentro de la socialización madura del valor la competencia constituye una forma común universal e invasiva y que comprende a todos lo portadores de función, también lo hace la forma de trabajo abstracto, que no se limita de ninguna manera a los trabajadores asalariados. Esta abstracción real, mal entendida por el marxismo del movimiento obrero como condición suprahistórica, ontológica-antropológica de los hombres y declarada gran resorte para la superación de la relación de capital ("liberación del trabajo"), se muestra como una forma de actividad específicamente capitalista. La abstracción "trabajo" "igualadora", válida para todos los contenidos, sólo tiene sentido en el ámbito empresarial de función de "economía autonomizada" de todas las necesidades. Igual que Huisken tiene que quitar de enmedio la forma de competencia inherente a la "lucha de clases" para poder achacarla a un ímpetu extendido por todo el sistema, tiene que negar el carácter capitalista de la abstracción real "trabajo". Para él se trata también, como ya he dicho, de una forma no problemática y suprahistórica de la pura "tramitación de necesidades" que está supraformada de manera meramente externa por el "fin de la voluntad" capitalista de los responsables de hecho. Que ya no se refiera al ethos laboral de los verdaderos luchadores de clase de antes, sino que quiera atraer de una forma buenamente fordista con el consumo de mercancías como motivo, no mejora su situación. Ya que lo que Huisken no sabe, lo saben todos los niños: el consumo de mercancías está ligado al dinero, el dinero al "trabajo" y éste, de nuevo, a la competencia. Al MG le gustaría mover al trabajador asalariado como "luchador consecuente de intereses" a una especie de irresponsabididad consciente frente al capitalismo, pero sin cuestionar la forma capitalista de ese interés. La superación de esa forma (en el caso de que se buscase) se presenta en el mejor de los casos como un problema técnico-organizativo sin importancia. Exigir dinero y consumo de mercancías sin tener en cuenta el mecanismo de función capitalista es una contradicción en sí misma. Uno no se puede emancipar en la forma capitalista de la forma capitalista. Es la misma forma de sujeto y de interés, que necesita respecto a los que actúan una responsabilidad para el "sujeto automático", como ésta es ejecutable por la competencia.
¿Cuál es la consecuencia? Cuanto más alto grita el marxismo tradicional "lucha de clases", menos se oye pese a la miseria social. También luchas parciales inmanentes como contra los contratos basura o contra las exigencias vergonzosas de la administración, etc. sólo son posibles cuando la superación parcial de la competencia necesaria para ello encuentra otro punto de referencia que aquel momento remanente de la vieja "lucha de clases". Ese momento de una referencia transcendente ya no puede estar compuesta de una meta del socialismo aún productor de mercancías y de un "ganar dinero" hipotéticamente liberado de la competencia, sino sólamente de la crítica radical del contexto formal burgués mismo y, por tanto, también de la propia forma de sujeto e interés.
Y por ello también está claro que no puede ser un sujeto social constituido por la relación de capital el que justamente tuviese que llevar a cabo su superación según su posición objetiva. El llamamiento de "la clase obrera" como sujeto "en sí" ya predestinado al levantamiento que sólo se tiene que volver consciente "para sí" ya no tiene sentido. La idea del marxismo del movimiento obrero de una emancipación "objetivamente" puesta por la constitución capitalista es completamente absurda. El ilustrado idiotizado por la voluntad se pone en ridículo con ese constructo como objetivista puro. Irónicamente, "la cuestión de la voluntad" sólo tiene vigencia más allá de la "lucha de clases" formalmente definida por el capitalismo. La crítica radical del contexto formal sin sujeto definido por el proceso de valorización es posible porque los sufrimientos condicionados por ésta y las contradicciones manifiestas se viven práctica y masivamente. La forma burguesa de sujeto no está cerrada herméticamente.
Pero su crítica radical no puede referirse a un sujeto social predefinido "objetivamente" y delimitable.
Un contramovimiento radical sólo se puede constituir a sí mismo, en tanto que de hecho conscientemente no quiera más la forma burguesa de interés con todas sus implicaciones irracionales. La sociedad se polariza después transversalmente a través todos sus portadores de función, clases, grupos, capas sociales, etc. en un acantonamiento que quiere conservar la forma dominante con todo su poder y un contra-acantonamiento que la quiere superar. Los trabajadores a destajo de la industria armamentística, las madres solteras, los parados de larga duración, los empresarios de la miseria, trabajadores con contratos basura y los mismos directivos pueden estar respesto a esa polarización puesta en marcha aquí o allá, eso no se puede predecidir "objetivamente": Los ideólogos que quedan de la "lucha de clases", que no se dan cuenta de su escasez de inteligencia, observan con una altanería injustificada la escasez de inteligencia de los nuevos movimientos sociales de los años 80. Por un lado, estos movimientos fueron una reacción inmeditada al final del movimiento obrero. Con razón, sus representantes ya no tenían nada que hacer con la forma propia del marxismo del movimiento obrero de la crítica al capitalismo que se había vuelto anacrónica. De esa forma, perdieron, en cualquier caso, en una inmediatez falsa y sobre la base de un concepto crudo de naturaleza la referencia crítica a la totalidad de la sociedad capitalista: se formaron como "movimientos de un punto" que, de esa manera, no dependían menos de las formas capitalistas que el movimiento obrero. Por otro lado, sin embargo, se contituyeron a sí mismos ya de hecho, ya no había, por la forma, "movimientos de clase" preclasificados según "su postura en el proceso de producción" del capital.
La crítica puntual limitada a este ámbito se ha agotanto entre tanto; el reconocimiento de sus límites pone en el orden del día la crítica renovada de la totalidad social, a saber, de la relación de capital. Sin embargo, esto no puede ser una ideología del regreso. El futuro de la crítica radical al capitalismo será crítica respecto al valor o no será en absoluto. Esta crítica radical del "sujeto automático" y de las formas sociales que definen no tiene que quedarse de ninguna forma en abstracciones teóricas incomprensibles para la mayoría. Como ya se ve la crítica del "trabajo" y de la economía empresarial se puede comunicar con experiencias cotidianas y hacerse comprensibles, como le gusta al mandamás de la "conciencia infeliz" de la lucha de clases. Por eso han tenido que enfadarse tanto.
El original en alemán en:
www.krisis.org.
Traducción de Marta M. Fernández.


¿Auschwitz de coartada?.

La última batalla del marxismo tradicional (segunda parte).

Naturalmente, la obstinada negativa a tomar posiciones frente al cambio insoslayable de paradigma crítico del valor de la crítica del capitalismo, adopta otras formas distintas a la nostalgia de lucha de clases como en MGHuisken.
La mayor parte del marxismo tradicional ha preferido hace bastante despedirse silenciosamente de la crítica explícita de la economía política. No pocos aficcionados ideológicos intentan, como sustituto a la acción, guarnecer al marxismo del movimiento obrero superado con toda clase de constructos y puntales incompatibles, supuestamente "modernizados": desde el razonamiento pop-cultural de la sociología de la cultura de un Bordieu hasta el "discurso" postestructuralista.
El impulso en sí justificado de apoderarse críticamente del aspecto cultural de la socialización capitalista medio ignorado en las izquierdas tradicionalmente "economicista" (mejor dicho: sociologicista), no tiene nada que ver, en esas manifestaciones, con una superación del marxismo del movimiento obrero ya obsoleto. Ya que los "marxistas de la cultura" posmodernos, que, en realidad, ya no lo son, se encuentran a la altura de los tiempos como mucho con sus extravagantes gafas de sol: teóricamente ni pueden ni quieren entrometerse de ninguna manera en el paso, como tarea histórica pendiente, de la teoría radical de la sociedad reducida del contexto sociológico de clases al crítico del valor. Por el contrario, viven esa tarea como amenaza, igual que los luchadores de clase que se han quedado sentados. La temática cultural no se manifiesta en un contexto nuevo, sino como su defensa y se convierte, de esa manera, en un puro espéctáculo de coartada. El viejo economicismo completamente inacabado se sustituye únicamente con un culturalismo igualmente obtuso.
Con especial crudeza entra en escena ese canje barato de la reducción teórica del tema de Auschwitz. El sector del marxismo tradicional más o menos orientado a la cultura quiere, manifiestamente, quitar del medio a modo de movimiento reflejo todo intento de reformular la teoría del fascismo de forma crítica del valor. Si la izquierda había referido en el pasado el crimen contra la humanidad del nacionalsocialismo, sobre todo, al crudo "interés del capital" socio-económico y/o procesos superficiales sociológicos de transformación del aparato de dominación capitalista en la crisis económica mundial, mientras que el poder de la ideología biológica-antisemita quedaba tan en segundo plano como la historia específica alemana, entonces ahora desaparece, justamente al revés, el contexto capitalista de condición de régimen nazi en un estado de cosas cultural-ideológico "puramente alemán" sin contexto ni condiciones.
No extraña que, desde ese punto de vista, Günther Jacob tenga que atacar el Schwarzbuch tan violentamente, ya que en éste se expone una relación sistemática entre la historia capitalista del desarrollo y una "ideología alemana" específica (es decir, no se enfrenta la una a la otra). A modo de carné "marxista", exigiendo comprensión a un público correspondientemente "adiestrado", Jacob decreta que el Schwarzbuch está "construido sobre una revisión de la teoría marxista del valor", sin explicar que signifique tal cosa. Para lo que todavía le queda por decir, ya no necesita, de cualquier manera, una teoría del valor, ni marxista ni revisada.
Sólo coquetea con la vieja crítica radical de izquierdas del capitalismo por necesidad táctica y el marxismo destronado de los años 70 se saca como ficha de juego y de presentación únicamente con el fin de forzar el concepto de economía política para desechar su crítica.
Explícitamente, en Jacob figuran los conceptos críticos de la socialización del valor sólo como supuestamente "categorías que se han vuelto inciertas debido al holocausto". Casi tiene la apariencia macabra de que el asesinato de seis millones de judíos encontrase su sentido en que le regala a cierta izquierda alemana el privilegio de poder disimular culturalmente, con toda tranquilidad, la vieja identidad de lucha de clases ya raída.
Jacob es lo suficientemente impasible como no sólo instrumentalizar Auschwitz para el entierro de la crítica radical de la economía, sino también, en ese sentido para todo derroche, querer llamar como testigo principal a Adorno, al que, por lo demás, trata en la preguntas teóricas principales como a un perro muerto. En realidad la Teoría Crítica nunca ha dejado de ver Auschwitz en relación intercesora para el sistema productor de mercancías, mientras que la postura de Jacob se basa en la exigencia, dando exactamente la vuelta al conocido dictado de Horkheimer: el que quiera hablar de Auschwitz, tiene que guardar silencio inmediatamente sobre el capitalismo.
Para poder presentar esa huida al culturalismo como posición meditada, Jacob echa mano de un medio casi increible: falsea literalmente la argumentación del Schwarzbuch sobre el nacionalsocialismo y miente al público diciendo que allí está escrito exactamente lo contrario de lo que se se dice. De esa manera afirma que el Schwarzbuch ha retomado en lo fundamental la "explicación historizante" de Götz Aly con referencia positiva a Nolte4 (!), con lo que se pone en duda Auschwitz como acto singular y se subordina a los crímenes generales de modernización del siglo XX. Justamente al contrario, el Schwarzbuch desarrolla a partir de la historia de la segunda revolución industrial la diferencia decisiva entre Auschwitz y el gulag soviético, así como el fordismo de los EE.UU. y ajusta de esa forma las cuentas con Nolte mucho más profundamente que sus críticos caseros democráticos de izquierdas de la RFA. Jacob va aún más lejos en su falseamiento y afirma que en el Schwarzbuch se presenta la destrucción de los judíos "funcionalistamente" como "medio para otro fin" (modernización), pero, con todo, después al autor se le hace difícil sacar "los cálculos de utilidad acostumbrados de detrás de las apariencias" y "de repente" parece "todo irracional". Justo por el contrario el Schwarzbuch (entre otros en relación a Moishe Postone) muestra que y porque Auschwitz no puede explicarse con ninguna clase de "cálculo de utilidad", sino que está enraizado con un profunda irracionalidad y resentiemiento, cuyos elementos, por un lado, han caracterizado la socialización del valor como tal desde el principio, por otro lado, sin embargo, se compusieron en Alemania desde Herder y Fichte con un contenido específico, a saber, la legitimación culturalracista, de ideología de sangre, de la formación de la nación alemana. Este contexto, que recorre el Schwarzbuch como un hilo rojo, lo escamotea Jacob completamente.
El falseamiento es tan patente que no se puede menospreciar como cálculo denunciatorio consciente. Más bien se le puede suponer a Jacob un problema de percepción cuyo origen hay que buscar en su precomprensión.
Como una víctima más de las "enseñanzas" del MG, tiene justamente aquel concepto positivamente reducido de socialización del valor en el que, igual que en Huisken es absorbido por "cálculos racionales de utilidad" de "intereses de clase". Pero porque Auschwitz no se puede explicar así, para Jacob se convierte en el abandono de la crítica del capitalismo. Aquel que exponga una relación entre la forma fetichista del valor y Auschwitz, tiene que reducir el crimen contra la humanidad, desde ese punto de vista, a un "cálculo racional de utilidad" y eso es justamente lo que mete Jacob en el Schwarzbuch. No se da cuenta de que se trata de su propio problema fundamental lo que le quiere colgar a los demás.
Por eso le parece, después, el análisis del antisemitismo en relación al trabajo ebstracto como "limitación", cuando en realidad se trata de una ampliación. Puesto que, al marxismo del movimiento obrero no sólo se le tenía que escapar a causa de su positivización y ontologización del "trabajo" la proyección antisemita del carácter abstracto negativo de este "trabajo" a una supuesta "esencia judía", con lo que su teoría del fascismo quedaba reducida a "intereses de clase", sino que de esa manera incluía también, y no sólo desde los insultos de Engels contra los "corte de cupón", ciertos elementos de la "economía política del antisemitismo" ( sin ser de esa manera sencillamente idéntico). Sólo una crítica radical del valor y, por ello, una crítica del trabajo, puede poner al descubierto esa relación y, a la vez, análogamente a las formas generales de sujeto de competencia y trabajo abstracto, explicar el carácter, que está por encima de las clases, de la formación de ideología antisemita (y de la formación de ideología en general). La afirmación marxista de que el ser determina la conciencia, se libera, de esa forma, de la reducción ideológica de clases y se eleva al ámbito formal categorial fundamental de la sociedad. Por el contrario, Jacob elimina el referente analítico al concepto de valor reducido a un objeto de "economía" e "intereses" para convertir aquello que se puede explicar de Auschwitz en una mistificación culturalista.
Para los efectos de una crítica radical que no cosifica teórico-económicamente el valor, sino que lo entiende como forma de sujeto general, puede definirse históricamente la relación del capitalismo, ideología antisemita y holocausto. La ideología antisemita moderna como tal, con ello, igual que el racismo, se encuentra en la sociedad burguesa desde la Ilustración y, en ese sentido, es un fenómeno capitalista universal. Los nazis no sólo integraron la ideología social-darwinista del liberalismo anglosajón, sino támbién una amplia paleta e elementos represivos de la modernidad (entre ellos, por ejemplo, los campos de concentración). En ese sentido, Auschwitz es parte constituyente de la totalidad de la historia del capitalismo. Sin embargo, sólo en Alemania el antisemitismo en el contexto de la formación de la nación legitimada en términos de ideología de sangre se conviertió en eliminatorio. En ese sentido, Auschwitz es una parte constituyente esencial de la historia alemana específica. Por otra parte, este antisemitismo alemán eliminatorio no se convirtió en el siglo XIX en la práctica real programática de Estado del asesinato industrial masivo, sino sólo en el contexto de la crisis económica mundial del nazi-fordismo. En ese sentido, Auschwitz es también parte constituyente de la segunda revolución industrial. Es completamente erróneo hacer excluyentes estas dos referencias, como en la pregunta insinuante del seminario del festín veraniego de konkret, si el holocausto ha sido "en última instancia una consecuencia de la catástrofe capitalista general" o "una consecuencia del antisemitismo alemán específico". No se puede pensar lo uno sin lo otro.
En este contexto, un análisis tiene su importancia, como el del libro de Gerhard Scheit5 sobre dramaturgia del antisemitismo en el contexto de crítica del valor que persigue el carácter eliminatorio específico de esa ideología a lo largo de la historia cultural alemana. Pero justamente un culturalismo como el de Jacob no es, fundamentalmente, capazde ello, ya que en su visión del mundo ahuecada posestructuralistamente ya no hay historia, en todo caso no como continuidad de un poceso que se despliega, sino solamente la superficie de "eventualidad" de manifestaciones temporales historiada sobre otra de una manera puramente externa, que tendrían que ser siempre inmediatamente su propia esencia. En este sentido, Jacob no sólo separa Auschwitz del capitalismo, sino también de la continuidad de la historia alemana. El holocausto, de esta forma, no se entiende polémicamente contra los historiadores apologetas como historia insuperada, que sólo se podría superar mediante una crítica categórica de la socialización del valor, sino que se convierte en un juguete ahistórico del "discurso". También la relación estructural entre forma de valor y formación de ideología puede iluminarse sólo mediante la entreda crítica del valor. Ya que para Jacob (además en consonacia con Huisken) la relación entre "sujeto automático" y personas que actúan, entre forma de sujeto y contenidos de la voluntad, sigue siendo un libro de siete sellos, lee el Schwarzbuch como si no fuesen los individuos, sino las categorías abstractas mismas las que "actúan" inmediatamente y, de esa forma, disculpan a las personas como objetos sin voluntad "del valor". Mientras que a la vista de los intereses sociales son justamente los contenidos subjetivos de la voluntad mismos lo que ejecutan inconscientemente en gran parte el proceso de valorización en la forma objetivada de sujeto de la competencia, la formación de ideología exige a los sujetos en la misma forma una parte aún mayor de trabajo de conciencia. Ya que no se trata sólo de la ejecución cotidiana, sino de una reacción elaborada conscientemente a la negatividad experimentada prácticamente y a las contradicciones de la socialización del valor.
Los contenidos ideológicos de la voluntad, por ello, no hay que "deducirlos" formalmente del valor, a diferencia de instituciones de dinero, mercado y Estado. El que interpreta la irracionalidad de la forma de valor de manera proyectivamente antisemita y, por ello, irracionalmente por su parte, lo "quiere" también con el fin de descargarse de contradicciones amenazantes y no es, por tanto, alcanzable argumentativamente mediante "ilustración", sino que sólo hay que combatirlo. Pero eso no quita que esos contenidos "escogidos libremente" se expliquen, en primer lugar, en referencia a aquello por lo que no representan en ningún caso una formación de reacción automática u obligada de la conciencia, y que esos contenidos de la conciencia, en segundo lugar, tienen una determinada historia que contextualiza (también específicamente alemana). Jacob elimina las dos cosas; resuelve la formación de ideología antisemita como una variante asesina alemana de su objeto social y la convierte en un acto de arbitrariedad incondicional. De esa forma, cae en una moral individual puramente burguesa, que sustituye la crítica de la sociedad con un imperativo ético; un pensamiento reducido antireflexivo que tiene coyuntura porque pega muy bien con el "giro" microeconómico del neoliberalismo. Mirando con las gafas de Thatcher sólo se manifiesta el sujeto individual atomizado- el "individuo responsable de sí mismo", y nada más.
El original en alemán en:
www.krisis.org.
Traducción de Marta M. Fernández.


Capitulación ante el capitalismo.

La última batalla del marxismo tradicional (tercera parte) Norbert Trenkle.

El marxismo tradicional apenas evita tanto ningún otro pensamiento como el del límite histórico absoluto del sistema productor de mercancías de la modernidad. Parece como si se reflejase la propia derrota inagotada en la convicción de que el capitalismo disfruta de algo así como una vida eterna, de que es infinitamente flexible y capaz de transformación y, por eso, fundamentalmente en situación de superar toda crisis y de volver no dañina toda oposición mediante la integración. Hay que señalar que esa convicción une las posturas más diferentes a través de todo el espectro del marxismo tradicional y, por ello, el rechazo del diagnóstico de derrumbamiento forma también un denominador común de la crítica al Schwarzbuch Kapitalismus, el Manifiesto contra el trabajo, el libro Feierabend y otras publicaciones del grupo Krisis. Con una concordia inusitada reprochan a Krisis que presenta con su diagnóstico de derrumbamiento la animalada más raída del baúl de los recuerdos, por nombrar sólo a algunos, el redactor académico de izquierdas de PROKLA, Michael Heinrich, Freerk Huisken de Gegenstandpunkt (ambos en Konkret 3/2000) y el autor de Bahamas Martin Janz ( Jungle World 8-3-2000).
Si este reproche es bienvenido como poco por el público, entonces, ya que confirma un prejuicio sobre el marximo tan corriente como mantenido tenazmente, se corresponde (como suele pasar con los prejucios) con una manera bastante desfigurada de ver las cosas. Quizá suene sorprendente, pero en la teoría del movimiento obrero el diagnóstico marxista sobre el límite absoluto del capital no desempeña prácticamente ningún papel. Los únicos intentos serios de referirse a ello, a saber, el de Rosa Luxemburg y Henryk Grossmann, se quedaron teóricamente aislados y prácticamente sin significado para la orientación práctica; y no es una coincidencia, ya que sencillamente tal pensamiento no era compatible con el optimismo ilustrado respecto al progreso del marxismo. Si la historia se entiende como una continuidad de etapas ascendentes de la evolución humana desde la sociedad primitiva hasta el imperio comunista de la felicidad terrestre, entonces sencillamente no se puede pensar en algo así como un derrumbamiento catastrófico de la forma de producción capitalista. Puesto que, al fin y al cabo, el socialismo, o el comunismo, tiene que hacerse cargo de la herencia de la sociedad burguesa en un sentido entendido positivamente, es decir, continuar su "misión civilizatoria" y llevar a buen puerto el "curso de la historia".
Desde el punto de vista de la burguesía de finales del siglo XIX, esa esperanza religiosa parecía sonar como un "pronóstico de derrumbamiento", porque ponía en duda por lo menos ideológicamente la estructura de poder dominante. Esa forma de ver las cosas llena de miedo se acentuó seguramente mediante el vocabulario escatológico6, frecuentemente esmerado por lo menos en el movimiento obrero alemán; pero con ello se expresaba siempre solamente la fe quasi-religiosa en la victoria final inevitable del proletariado, que supuestamente tiene a la espalda las "leyes objetivas de la historia". En tanto que se dijese en ese contexto que el modo de producción capitalista estaba llegando a sus límites, con ello se quería decir únicamente que estaba volviéndose "infiel a su vocación histórica", que consiste supuestamente en el "desarrollo irrespetuoso de la productividad del trabajo humano" y manifiesta con ello "de nuevo que se está volviendo senil y que cae más y más en desuso", como ya escribió el viejo Engels en una nota en el tercer volumen del Capital (MEW 25, p. 272 y ss.) Claramente no se está pronosticando un derrumbamiento catastófico, sino que se está desarrollando una ideología de legitimación sobre cómo tendría que estar "objetivamente maduro" el tiempo para una revolución proletaria. Apenas sorprende que el movimiento obrero que se estaba formando y adueñándose de la herencia de la Ilustración se apropiase avariciosamente de esa interpretación del mundo y la siguiese desarrollando en su interés (es decir, definitivamente banalizado). Rápidamente los análisis económicos de marxismo desempeñaron en primerísimo lugar funciones legimatorias. Si hubiesen justificado las aspiraciones y la esperanza del movimiento obrero a una conquista rápida del poder, entonces después hubiesen tenido que explicar porqué no sucedía la "revolución mundial". La clave de ello la da la teoría del imperialismo propagada por Lenin. Por su causa se puso fuera de juego el mecanismo de competencia, proporcionado gracias a la supuesta dominancia del monopolio y del capital financiero, y, de esa forma, se bloqueó prácticamente la dinámica histórica de la sociedad capitalista. "Se pudría" es ese sentido, no obstante se mantuvo la "dominancia de clases" política y militarmente (así como sobre el soborno de la "aristocracia obrera" y otros mecanismos). De esa manera se había impuesto teóricamente el "primado de la política" y la interpretación de mundo sociológica de clases del marxismo del movimiento obrero se había despertado en cierto sentido. "Objetivamente" el mundo ya estaba, en cierto sentido, "maduro" para la "revolución mundial, su victoria sólo dependerá de las relaciones políticas y sociales de voluntad y de fuerzas" (las cuales, por desgracia, siempre eran desfavorables).
La "izquierda occidental" meditada se ha distanciado después por lo menos parcialmente de esa ideología de legitimación, pero, sin embargo, no la ha superado realmente. Aún en la Teoría Crítica de Adorno y Horkheimer se mueve su abuso en forma negativa, cuando se presupone todo el tiempo pesimistamente la suspensión de la competencia en el "Estado total" o (después de 1945) en el "mundo burocratizado" y se lamenta de la decadencia del sujeto burgués de circulación. También en las actuales reacciones de defensa contra nuestro análisis de la crisis está claro que la relación entre "derrumbamiento" y "revolución" se vuelve a producir más o menos conscientemente, así como la filosofía ilustrada de la historia que le corresponde, aunque la mayoría de las veces con un giro negativo: con las esperanzas de un levantamiento revolucionario se entierra también la idea de la mortalidad del capitalismo (en la revista Bahamas y su entorno figura para ello la fórmula conspiratoria ritual de la "superación del capital sobre sus propios fundamentos"). De ahí que objeciones como que Krisis extiende un "mensaje del final del mal fundamentado escatológicamente, que podría tener un final muy malo" (Huisken, p. 39) o que ofrece la "variante modernizada de una filosofía de la historia causante de sentido" (Heinrich, p. 41).
Esas objeciones revelan más sobre la perspectiva de los críticos que sobre el objeto de la crítica. Ya que que el modo de producción capitalista llegue a sus límites absolutos no se produce a partir de ciertos constructos sobre filosofía de la historia adaptados a una teoría externa de crisis, sino a partir del análisis de la contradicción interna fundamental del capital, es decir, de una formación histórica completamente específica7. En ese sentido hay que entender cuando Marx dice: "el verdadero límite de la producción capitalista es el capital mismo, es decir: que el capital y su autovalorización se manifiesta como punto de partida y de llegada, como motivo y fin de la producción... El medio, la evolución incondicionada de las fuerzas sociales de producción, está en conflicto ininterrumpido con el fin limitado de la valorización del capital dado" (MEW 25, p. 260).
Se trata de una contradicción irresoluble inmanentemente en tanto que el aumento de la productividad empresarial supone efectivamente la eliminación del trabajo vivo del proceso de valorización, mientras que a la vez la valorización del capital no es otra cosa que el abuso de la mano de obra. Tomado en sí mismo, de ello no resulta de ninguna manera una disolución inmediata de las relaciones capitalistas. Por el contrario: mientras que la manera de producción en forma de mercancías estaba todavía relativamente poco desarrollada, es decir, sólo había influido superficialmente la sociedad y estaba limitada en lo esencial a pocos países y regiones del mundo, se desarrolla partir de esta contradicción una dinámica mostruosa de expansión. Ya que la socavación permanente en ámbitos capitalistas limitados de masa de valor mediante el "ahorro" de mano de obra se compensó provisionalmente en la totalidad del ámbito capitalista mediante una expansión continua de la valorización en nuevos ramos laborales intensivos de la producción y mediante el ajuste capitalista de regiones del mundo adicionales. Es cierto que ese proceso de transformación no puede funcionar a la larga, sino que no es otra cosa que una manera determinada de suceder las cosas en la que la contradicción interna capitalista se desarrolla históricamente y, a la vez, se agudiza. Puesto que la "producción capitalista aspira constantemente a superar sus límites inmanentes, pero sólo los supera gracias a medios que la enfrentan a otros nuevos y en medida más poderosa" (Marx, íbid.) Pertenece a la lógica del asunto que, más tarde o más temprano, se reduzca a la larga la cantidad absoluta de la mano de obra en uso de la totalidad de la sociedad y, de esa manera, disminuya la masa de valor producida en la totalidad del capitalismo. De esa manera, el capitalismo socava sus propios fundamentos.
El marxismo no sólo ha revuelto el diagnóstico de crisis formulado, es cierto, sólo abstractamente por Marx, en el sentido de la "tesis de descomposición", sino que, a partir de ahí, ha interpretado la "contradicción entre fuerzas de producción y relaciones de producción" no como específicamente capitalistas, sino como transhistóricas, es decir, como válidas para todas las sociedades anteriores. Según el "materialismo histórico" el desarrollo de las fuerzas de producción es válido absolutamente como motor de la historia humana: ya que cada "fase del desarrollo" se corresponde siempre con una forma determinada de la "dominancia de clases", así como de las relaciones de producción y explotación, el progreso de las fuerzas de producción tenía que entrar tarde o temprano en conflicto con el orden social correspondiente y producir su cambio revolucionario. Claramente se trata en este caso de una retroproyección de relaciones burguesas en el pasado, típica del pensamiento ilustrado (aquí sólo en sentido materialista). Puesto que ninguna otra sociedad a parte de la capitalista estuvo jamás organizada alrededor de la producción; ya sólo por esa razón, no podía existir algo así como la "contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones e produción".
Marx no ha sido, de ninguna manera, ajeno a esta interpretación de la historia, ya que el tenía puesto por los menos un pie en el suelo del optimismo del progreso. Aunque la lógica de su teoría de crisis no es, de ninguna manera, compatible con este constructo de filosofía de la historia8. En lo esencial no se trata de otra cosa que del pensar-hasta-el-final consecuente de la crítica del fetichismo introducida desde el primer capítulo del Capital. Ya que la contradicción lógica interna del capital ya está dada en la forma nuclear de la forma de producción capitalista, la mercancía, y el movimiento hacia el fin en sí mismo del "sujeto automático" (es decir, el valor) no es otra cosa que el despliegue de esa contradicción. Que las relaciones sociales se generen como relaciones de cosas (más exactamente: de mercancías) y se opongan como tales a las personas como poder extraño, no sólo significa que su propio contexto social les imponga legalidades irracionales como si se tratase de leyes naturales; conlleva también también su caducidad histórica última independientemente de todo querer subjetivo.
Por cierto, no tiene nada que ver con la "filosofía de la historia instauradora de sentido", ya que más allá de la lógica (en sentido histórico completamente específica) de la sociedad de mercancías, cesa la determinación.
Sólo es seguro que la sociedad capitalista tiene que hundirse violentamente en último término a causa de sus contradicciones internas, pero de ninguna manera, como va a suceder el proceso de ese hudimiento, y sobre todo tampoco, que lo va a sustituir. La superación de la socialización en forma de mercancías sólo se puede poner en marcha, obviamente, mediante un acto colectivo y consciente, ya que no se trata de otra cosa que de la falta de conciencia social. Si va a salir bien, depende única y exclusivamente de si la gente consigue emanciparse o no de las formas de relación y comunicación constituidas de manera capitalista. Todo optimismo exagerado en relación a esto sería un error absoluto. No es improbable, de ninguna manera, que el proceso de derrumbamiento ponga en funcionamiento una dinámica incontrolable, catastrófica en cuyo transcurso se destruya todo contexto civilizatorio y, quizá, los fundamentos de la vida humana. Por lo menos, en la regiones de derrumbamiento del mundo actual ya se delinea esta posibilidad tan clara como aterradoramente. De cualquier manera, aún hay una opción emancipadora, aún cuando la oposición crítica con la sociedad esté a la defensiva en todo el mundo. En tanto que, pero sólo en tanto que, la historia está abierta para tomarse la molestia de una muletilla preferida que en general sólo está al servicio de escaquearse de un análisis y crítica consecuentes del proceso objetivado.
Naturalmente, se puede discutir y hay que discutir sobre si es cierto que el capitalismo ha llegado de hecho hoy a sus límites históricos; si con el final del fordismo y de la tercera revolución industrial se ha puesto en marcha una derrota secular y irreversible y realmente no hay más campo de juego para la acumulación. Dicho de paso: no se trata para nada de un "derrumbamiento" repentino, como suponen erróneamente muchos críticos y según el sentido de la palabra (por lo que la usamos poco, al contrario que nuestros críticos), sino de un largo proceso de decadencia, que previsiblemente se va a alargar durante muchas décadas y cuyo transcurso es difícilmente anticipable. El grupo Krisis ha planteado en los últimos años toda una gama de argumentos teóricos y pruebas empíricas a favor de este diagnóstico de crisis; además Robert Kurz ha desarrollado históricamente con todo detalle este contexto en el Schwarzbuch Kapitalismus. Sin embargo, obviamente no creemos haber resuelto así todos los problemas. Por otro lado, la gran mayoría de las críticas hasta ahora no están hechas para continuar con la discusión, sino que más bien dan la impresión de tener que desarmar un punto de vista teórico por lo visto incómodo, supuestamente, porque cuestiona su trama acostumbrada conceptual y de pensar. Sólo así se puede explicar porque autores como Huisken y Heinrich, a los que se tendría que poder suponer un conocimiento seguro de la teoría de crisis y acumulación, en konkret 3/2000 equivocan (o ignoran) sistemáticamente el nucleo teórico del diagnóstico de crisis de una manera sorprendente. Sobre todo, no muestran la huella de una conciencia de problema frente a la contradicción lógica interna del capital entre el desarrollo de fuerzas de producción y el imperativo de valorización; más bien lo ocultan sistemáticamente, en tanto que observan la postura particular, empresarial y la identifican repentinamente con la totalidad del proceso capitalista. Huisken se equivoca con especial torpeza según el entramado del marxismo del movimiento obrero: sencillamente pone en juego el interés de valorización del capital particular9 y por lo visto ve ahí la garantía de que la acumulación, en principio, se puede continuar ad infinitum.
Heinrich por lo menos argumenta algo más diferenciadamente: se remite al aumento de la prorrata de plusvalía que lleva consigo el desarrollo de las fuerzas de producción (Marx lo llama la "producción de la plusvalía relativa") y, de esa forma pretende con toda seriedad haber demostrado que "la masa de la plusvalía contenida en la totalidad del producto" aumenta justamente "a causa del aumento de la productividad" (p. 41).
Disparatadamente, es, sin embargo, esa persecución irrespetuosa de los intereses privados de valorización y el aumento de la plusvalía relativa sólo un lado de la contradicción interna capitalista10; es justamente la que socava en último término el fundamento de la valorización, a saber, reduce absolutamente la masa de beneficios y valor de la totalidad del capitalismo (es decir, no meramente la expresión de valor de cada mercancía particular o de la parte relativa de plusvalía o beneficio por capital invertido)11. Ya que en la competencia se premian ante todo aquellos capitales que racionalizan de forma más consecuente (es decir, que vuelven sobrante más trabajo vivo); reciben la mayor parte de la masa de plusvalía, aunque y en tanto que son los que más están contribuyendo a hacerla más pequeña. Que esta contradicción sólo se haya calmado históricamente mediante una rasante huida hacia delante, es decir, mediante la apertura de nuevos ramos laborales intensivos de la producción (aunque aún así con fricciones violentas), les parece a Huisken y Heinrich razón suficiente para quitarla del medio completamente.
Y mientras que así se eleva de una manera completamente positivista una misteriosa evidencia empírica aparente al rango de una postura teórica, la referencia a los límites absolutos de la dinámica de valorización (es decir, la agudización de la contradicción ignorada) se manifiesta después, por el contrario, como una pretensión moral sugerida al modo de producción capitalista. Cuando Heinrich y Huisken creen tener que enseñar casi en los mismos términos a los autores del Manifiesto y del Schwarzbuch que el "fin inmanente de la producción capitalista... no es la eliminación del paro y la miseria, sino la valorización del valor" (Heinrich, p. 40; Huisken análogamente, p. 34), entonces tiene un efecto en cierto modo vergonzoso, porque han "olvidado" claramente lo que siempre acentúan, que el capital sólo se puede valorizar una vez, en tanto que hace uso de mano de obra y esto en escala creciente. Que esto pueda dejar de funcionar una vez está tan fuera de la capacidad de comprensión de ambos críticos que ni siquiera toleran la pregunta.
Por lo visto, menos comprensible todavía les parece a la mayoría de los críticos la relación entre el proceso de crisis en el ámbito de la acumulación real y la superestructura financiera hinchada crediticia y especulativamente.
También aquí se levanta la sospecha de que se trata menos de la complejidad de la materia que, más bien, de la postura defensiva interiorizada. Ya que, aunque los movimientos en la superficie de los mercados financieros transnacionales sean tan confusos, el mecanismo básico del capital ficticio, como ya Marx lo descifró en lo esencial, no son difíciles de comprender. Básicamente se trata de un movimiento doble: ante todo el crédito y la especulación están al servicio de retardar la irrupción de la crisis, porque consiguen posibilidades de inversión ficticias (es decir, no cubiertas realeconómicamente) para capital sobreacumulado y, a la vez, crean de la misma manera capacidad de compra no cubierta; en último término, esto conduce a una agudización de la crisis, porque cuando explota la burbuja financiera la totalidad del potencial de desvalorización retardado se hace real de golpe.
Este mecanismo, que, por lo demás provoca la apariencia de que la especulación fuese la causa de la crisis y no su transcurso y, por esta razón, contribuye a poner en marcha las conocidas proyecciones antisemitas, este mecanismo se vuelve en principio eficiente en todo proceso capitalista de crisis, obviamente también en el actual.
Sólo es nuevo históricamente que el total desacoplamiento del dinero respecto a su base en oro y la desregulación de los mercados financieros ha conseguido un campo de acción espantosamente grande para la independización relativa del capital ficticio frente a la acumulación real; con ello se explica la dilación de la crisis extrañamente larga que se prolonga ya más de veinte años y la cantidad exorbitante de la "masa de valor" ficticia "almacenada". Reconozco que no hemos valorado del todo bien el horizonte temporal de este proceso. Desde un punto de vista estructural, aproximadamente a principios de los años noventa, parecía prácticamente increíble que el sistema de bola de nieve se iba a poder mantener otros diez años o, incluso, algunos años más. Es verdad que los desarrollos que han tenido lugar desde entonces no han contradicho de ninguna manera el diagnóstico estructural, sino más bien lo han confirmado. Ya que el anticipo ficticio a la creacción futura de valor no se ha saldado en términos de economía real, más bien la superestructura financiera se ha ido alejando en un movimiento exponencial cada vez más de la acumulación real y los procesos de racionalización que tienen lugar ahí incluso se han acelerado. Ya que, sin embargo, la valorización de capital no se puede emancipar del uso de trabajo vivo, hay que restituir la relación entre ambas esferas y esto violentamente, es decir, con un estallido.
Hasta la prensa más acrítica ha captado entre tanto (aunque no lo pueda explicar), que, por ejemplo, el aumento del índice Dow-Jones cerca del factor 11 desde 1980 apenas se puede explicar a partir de un crecimiento del producto social bruto real de 60-70%. En este punto es bastante gracioso cuando Heinrich no quiere ver más que una función normal de la naturaleza de crédito, "acumular capital líquido improductivo" para volverlo a lanzar después a la esfera de la acumulación real. Es extremadamente molesto de verdad cuando añade desde esa postura absolutamente insostenible empírica y teóricamente que puede objetar a Robert Kurz que separa "ambas partes que se pertenecen" (la valorización real y el sector financiero) y prepara el suelo, de esa forma, para proyecciones antisemitas (p. 41). Si esto no es una difamación consciente, entonces es digno de atención como poco como el clarísimo "interés brutal en la materia" (Marx) le impide al autor de la crítica Heinrich leer comprendiendo mínimamente las explicaciones detalladas y forradas histórico-empíricamente sobre la relación interna entre el capital ficticio y la acumulación real en el Schwarzbuch (y no sólo allí)12.
También es bastante futil identificar sencillamente la predicción del hundimiento en último término irremediable (aunque no pronosticable con exactitud) del mercado financiero con el "diagnóstico de derrumbamiento" y después partirse de risa de que los "profetas de la crisis" siguen esperando supuestamente al largamente esperado "apocalipsis". No se puede evitar la impresión de que se está intentando, por el contrario, apartar la vista de que la crisis esté en plena marcha desde hace dos décadas, de que grandes partes del mundo han sido declaradas inútiles para la valorización del valor y que se las ha desacoplado negativamente (con las consecuencias más brutales para las personas que viven allí) y que también en las metrópolis cada vez más partes de la población están afectadas por este proceso de desvalorización. Un hudimiento aceleraría este proceso con un impulso violento, pero, por supuesto, no sería la "derrumbamiento", sino sólo una cesura en el proceso de decadencia, que, como ya he dicho, se puede alargar aún décadas y, es de suponer que va a encontrar siempre transcursos más espantosos si no se constituye en movimiento social-emancipatorio que se atreva a llevar a cabo la ruptura decisiva con la sociedad productora de mercancías. Quizá estas previsiones poco alegres no contribuyan, en último término, a hacer un tabú de las ideas sobre el agotamiento irreversible de la lógica capitalista de valorización sobre todo en los paises-aún-ganadores del mercado mundial. Por lo visto, alimenta la creencia de que el capitalismo da un giro, después del fordismo, hacia una "normalidad" que se procesa de una manera manifiestamente ahistórica y, por ello, proragable eternamente, algo así como una "apariencia de seguridad" engañosa, porque permite seguir moviéndose en el desmontado, pero, al cabo, conocido, sistema de coordenadas marxista.
Sólo desde este sistema de coordenadas puede parecer que se tratase por el contrario de criticar por eso al capitalismo, por que está en crisis o incluso para quitar importancia desde aquí a los estadios de desarrollo históricos pasados. El que ve tal cosa en el Manifiesto o en el Schwarzbuch, lo quiere ver con toda autoridad. En tanto que las atrocidades de la lógica capitalista hagan acto de presencia en el proceso de crisis de nuevo con especial dureza, aclara, por el contrario, la situación del "funcionamiento normal" y, posteriormente, lo deslegitima de nuevo. Debería ser una banalidad que todo intento de superar la sociedad de mercancías sólo pueda partir de la postura histórica dada en cada caso y que no sea parte de las tareas de una crítica radical de la sociedd definir ese punto de partida. Esta discusión no se puede limitar con tabús.
El original en alemán en:
www.krisis.org.
Traducción de Marta M. Fernández.

Notas.


1 Con "nueva izquierda" se designa en Alemania un conglomerado de grupos que se formó a finales de los 60 y principios de los 70 en oposición al dogmatismo del SED y de los llamados K-Gruppen (grupos comunistas sectarios). (N. del T.)
2 Véase El sustento humano (Barcelona, Mondadori, 1994): se refiere a la a autonomización de las leyes de la economía frente a la sociedad cuándo ésta está dominada por la mentalidad de mercado y alcanza el mecanismo de mercado autorregulado.
Tal autonomización imposibilita el pensamiento político, ya que a producción de bienes se desliga de su función en la reproducción social y se refiere únicamente a generar beneficios. (N. del T.)
3 Véase „El origen destructivo del capitalismo" de Robert Kurz. En la página web de Krisis (www.krisis.org) hay un link a Pimienta Negra, donde hay traducción del artículo. (N. del T.)
4 Ernst Nolte, historiador, profesor emérito de la Universidad Libre de Berlín, provocó un gran escándalo, „la discusión de los historiadores" en 1986 con su artículo „Vergangenheit, die nicht vergehen will" („Pasado, que no se quiere borrar"), que fue considerado por muchos intelectuales alemanes como una justificación de nacionalsocialismo. En ese artículo, Nolte propone „normalizar la historia alemana" en tanto que no se mistifique a Hitler como la encarnación del mal y ve como causante del exterminio de los judios alemanes y europeos orientales el Gulag soviético y la „limpieza" de clases bolchevique. A partir de ese momento, empezaron a crecer sus contactos con los „revisionistas", es decir, una línea de pensamiento histórico afín al neo- y post-fascismo que pretende desmentir el holocausto, en uno de cuyos órganos, el Institute for Historical Rewiew, participa activamente. La „discusión de los historiadores" („der Historikerstreit") ocupó la prensa alemana durante mucho tiempo, no sólo devolviendo la discusión sobre el nazismo a las páginas de actualidad, sino, sobre todo, generando una discusión sobre si el holocausto fue único o, por el contrario, es comparable con otras matanzas históricas y sobre si la función de la historia es meramente social o también política.
Götz Aly, historiador, expuso en un libro ( Vordenker der Vernichtung) la tesis de que los genocidios en la historia tienen un denominador común, el utilitarismo, es decir, responden a fines racionales. En ese sentido, se le consideró cercano al „revisionismo histórico" (N. del T.)
5 Verborgener Staat, lebendiges Geld. Zur Dramaturgie des Antisemitismus, ça ira, 1999 (N. del T.)
6 Más o menos: "... pero después del diluvio universal llegaremos nosotros y sólo nosotros", reza el título de un tratado histórico sobre este tema de Rudolf Walter (Frankfurt am Main, 1981)
7 La diferencia entre la filosofía de la historia entendida positivamente y su crítica entendida analíticamente (en oposición al mero relativismo) la ha mostrado claramente Moishe Postone en su libro Time, labor and social domination: A Reinterpretation of Marx's Critical Theory, Cambrigde University Press (1993).
8 El pensamiento marxista es en sí contradictorio, en tanto que se solapan y cruzan momentos de una teoría burguesa de la modernización con la crítica radical de las relaciones de fetiche en términos de producción de mercancías. En ese sentido, se puede hablar de un "doble Marx" (véase entre otros Robert Kurz, "Postmarxismus und Arbeitsfetisch" en Krisis 15, Bad Honnef, 1995).
9 Huisken: "Como si el capitalista no explotase trabajo, es decir, como si no alargase siempre el exceso de horas trabajadas sobre el tiempo de trabajo necesario, sino que quisiese deshacerse de los trabajadores" (p. 41).
10 Véase más detalladamente al respecto y respecto a lo que sigue, mi crítica al libro de Heinrich Die Wissenschaft von Wert en Streifzüge 1/2000 (Kritischer Kreis, Margarete Str. 71-73/23, A-1050 Wien).
11 No es, por tanto, el "caso tendencial de la prorrata de beneficio" muy discutida en ciertas líneas del marxismo la base de la crisis fundamental de valorización del capital, sino el derretimiento irreversible de la masa de valor y beneficios de la totalidad del capitalismo.
12 Robert Kurz, Ernst Lohoff y yo hemos vuelto a desarrollar esta relación en muchas otras publicaciones. Veánse entre otros los artículos en Krisis 16/17 (1995), mi artículo "Es rettet Euch kein Billiglohn" en Feierabend! (1999), así como sobre la crítica a las objeciones de que toda tematización del capital ficticio sea ya tendencialmente antisemita (Robert Kurz, "Das Leben als Wille und Design, Berlin, 1999).