VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Opiniones

23 de diciembre del 2003

La guerra constituyente y el imperio

Antonio Negri

Soy italiano y me permito hablar en esta lengua sobre todo porque quisiera comenzar recordando con mucha piedad, con muchísima piedad y con mucha emoción, a los muertos de mi país en Irak en días recientes. Los italianos no estaban acostumbrados a tener muertos de guerra desde que el fascismo invitó a muchos de nuestros parientes y amigos a las monstruosas aventuras de la Segunda Guerra Mundial. No teníamos necesidad realmente de que un régimen democrático, implicando la Constitución italiana, mandara personas infortunadas a morir en un conflicto cuyas razones la mayoría de la gente de mi nación no entiende y al cual se opone.

Al igual que nuestros padres llamaron malditos, en términos antifascistas, a quienes enviaron a nuestros hermanos a la Segunda Guerra Mundial, así nosotros llamamos malditos a quienes han mandado a esos hombres a morir hoy en Irak: ¡Malditos! ¡Malditos! ¡Malditos!

Que quede claro que esto determina una terrible ruptura entre las fuerzas de paz y todos aquellos que en Italia han apoyado esta guerra. Hablo también de buena parte de la izquierda. No podemos olvidar que parte de ella ha apoyado plenamente la guerra en Kosovo. No podemos olvidar que gran parte de la izquierda italiana está hoy dispuesta a votar, tras una difícil abstención, el renvío de tropas a Irak y Afganistán.

Estas son cosas que no podemos olvidar, y es a partir de este no olvido sobre el que necesariamente tendrá que ser reconstruida la izquierda en Italia. Y digo reconstruir porque pienso que no sólo se trata del problema de la guerra global, ya que luchar hasta el fondo contra este conflicto es también luchar contra todos los residuos imperialistas y neocoloniales que circulan por el planeta. Y lo es también la comprensión del nuevo momento en los comportamientos políticos del capital en el mundo de la globalización.

La guerra, así como se presenta hoy, no es simplemente, aunque sin duda es eso, un intento de algunas elites estadunidenses por adueñarse del petróleo. La guerra no es simplemente, aunque lo es, un intento, una operación, por intervenir en los asuntos de Medio Oriente y facilitar ulteriores operaciones políticas. La guerra, así como hoy ha sido inventada, aplicada, desarrollada, es constituyente.

Un conflicto constituyente significa que la forma de la guerra ya no es simplemente la legitimación del poder. La guerra deviene la forma externa e interna a través de la cual todas las operaciones del poder, la organización de éste a escala global, se desarrollan. La guerra es algo que compete a todas las acciones del poder, del poder mundial, del poder global, y es ésta la forma en que nosotros debemos combatir esta guerra.

Tenemos que oponernos a este conflicto comprendiendo que en su interior, en su forma, es una guerra constituyente, una guerra biopolítica que implica el ordenamiento entero de la vida, de la producción y la reproducción de la vida.

Es una guerra que quería ser una guerra de policía, quería transformar la intervención de las fuerzas armadas estadunidenses en una fuerza dúctil, flexible, capaz de intervenir fácil y velozmente en todas partes del mundo. Una guerra que quería presentarse no ya como guerra entre estados, sino contra un enemigo público, contra una realidad interna que se definía como peligrosa, que englobaba la relación social en el término más completo de la palabra.

Todo lo que Ignacio Ramonet decía en un principio acerca de la sobreposición de guerra económica, social y militar es perfectamente correcto: son cosas que están todas juntas, porque existe un proyecto organizativo constituyente que atraviesa este mundo. Veis que ya no se trata de la guerra imperialista que va a expandir los poderes de las naciones singulares; se hace en nombre del capital global. Una guerra que se mueve como el capital global, y esto es lo que debemos tratar de entender hoy. Imagino en Italia los llamados a la patria, a la nación. Los llamados generosos a los que quisieran que fueran los grandes valores de las tradiciones italianas. Pero estos valores ya no son los nuestros. Estos valores de patria, nación, nunca han estado en la verdadera tradición comunista y hoy ya no lo estarán más, no lo estarán nunca.

Somos realmente internacionalistas hasta el fondo, pero sólo podemos serlo en la medida en que comprendamos que hoy existe este imperio que se está formando y que es la potencia militar, más allá de lo económico, ideológico y político, que debemos combatir.

Tenemos que luchar contra esta unidad fundamental y evidentemente éste es el tránsito que tenemos que hacer.

¿Qué quiere decir hacer este tránsito? Significa que a esta guerra, que es fundadora, constitutiva, tenemos que oponer propuestas y acciones, y está claro que el valor de la paz en este punto ya no es cualquier cosa que podamos tratar o no.

La paz se ha convertido en un valor fundamental en toda nuestra acción. Nuestra desobediencia activa es una desobediencia que quiere introducirse realmente en los términos de la paz. Una desobediencia activa y posiblemente no violenta. Digo probablemente no violenta, porque no podemos repetir en nuestra lucha por la democracia el carácter totalitario y violento del poder capitalista.

Tenemos que romper realmente la homología de una lucha por el poder que repite las características de éste. Tenemos que movernos reconquistando los términos de la paz como elemento fundamental y constitutivo. Esto es, una constitución realmente alternativa de nuestra perspectiva.

Naturalmente no somos los reductos. Sabemos perfectamente que si no se hubiesen producido las plagas de Egipto, Moisés nunca habría podido emprender un éxodo del país donde su pueblo era esclavo. Sabemos perfectamente que sin la retaguardia de Aarón probablemente no se habría abierto el mar Rojo. Sabemos que existe necesidad de resistir y que la resistencia no es siempre amable. Pero sabemos también que nuestra fuerza y nuestra capacidad de agregar, de poner en común, pasa antes que nada a través de una desobediencia activa y no violenta. Esto debe ser en verdad un elemento que asumimos, y creo que cuando lanzamos desde esta formidable asamblea una batalla continua contra la ocupación de los capitalistas en Irak, contra todo lo que se ha desarrollado y contra la guerra en general, tenemos que hacerlo teniendo en cuenta esta forma.

Si es cierto que hoy el desarrollo capitalista usa la guerra para organizar el mundo; para, por tanto, jerarquizarlo, seleccionarlo, incluir y excluir, nosotros tenemos que transformar también nuestra lucha por la paz en lucha social. No existe posibilidad de distinguir la lucha por la paz de la lucha social. Y es aquí donde volvemos de nuevo al problema fundamental de la reconstrucción de la izquierda. De una izquierda que sepa ser pacífica y que sepa simultáneamente proponer lo común a todos. Proponer los que son los grandes valores de la reconstrucción de una sociedad de demócratas, donde la democracia no es una democracia de pocos, sino de todos y por y para todos.

Estas son, por tanto, mis impresiones, y en lo que concierne también a muchos compañeros en Italia, las líneas guía de nuestra acción, de nuestro pensamiento. Gracias a todos.

(*) Intervención del filósofo italiano en el Foro Social Europeo, realizado en Saint-Denis