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Compañeras

Crímenes de Santiago del Estero

Fiestas de hombres ricos, tumbas de mujeres pobres

Por Andrea D'Atri


Los cadáveres de dos jóvenes santiagueñas aparecieron en un descampado hace ya varios meses. Sin embargo, el caso hasta hoy no ha sido resuelto. En los últimos días, la investigación sobre las muertes de Leyla y Patricia, han dejado al desnudo la práctica habitual de los "hijos del poder": fiestas donde el alcohol, las drogas y el sexo son moneda corriente y que, cuando "terminan mal", cuentan con el encubrimiento de las más altas autoridades policiales, judiciales y políticas.
Como en el caso paradigmático de María Soledad Morales, nuevamente los asesinos son varones, hijos de políticos o personajes relacionados con oscuras mafias de contrabando de drogas que incluye a autoridades políticas y policiales. Nuevamente, las víctimas son mujeres jóvenes provenientes de las clases trabajadoras y los sectores populares.
Los diarios han hecho diversas investigaciones para encontrar la verdad. Sin embargo, lo que ninguno dice es que los crímenes sexuales son otra forma de la extendida violencia contra las mujeres, cuya verdadera causa radica en la misma sociedad capitalista y patriarcal, que con sus normas, valores y creencias avala estos hechos.
A diferencia de otros casos de violencia entre las personas, la violencia contra las mujeres es una violencia estructural del sistema en el que vivimos, porque surge precisamente de esas normas y pautas culturales que hacen parecer a los varones como incontrolados y agresivos, mientras a las mujeres las muestran como pasivas y sumisas. Esas normas nos "enseñan" que ser un verdadero hombre consiste en poseer y dominar a otros, mientras ser una verdadera mujer consiste en obedecer y someterse.
Habitualmente, cualquier situación de violencia (robo, asesinato, etc) suele despertar compasión por la víctima; sin embargo, cuando la que sufre la violencia es una mujer, generalmente se sospecha de ella: ¿qué hacía en ese lugar a esas horas? ¿por qué se vestía de esa manera? ¿no se merecería ese castigo por alguna razón? ¿no engañaría, quizás, a su marido? ¿no sería una prostituta? ¡Como si cualquiera de estas cosas fuera razón suficiente para ser merecedora de violencia!
Violencia conyugal, violaciones, mutilaciones genitales, tráfico sexual, crímenes de honor son parte de una larga lista de crímenes que se cometen diariamente en el mundo contra las mujeres.
Entre un 20% y un 50% de las mujeres del mundo sufre en diversa medida la violencia familiar y 1 de cada 10 mujeres es objeto de una violación a lo largo de su vida. Se calcula que entre 9 y 40 millones de niñas y mujeres se encuentran atrapadas en el negocio del tráfico sexual que reditúa, cada año, más de 52.000 millones de dólares a sus explotadores que las venden a futuros esposos, proxenetas o comerciantes de esclavas.
En los casos de violencia contra las mujeres, las huellas de la agresión son una marca, una advertencia que el agresor deja a las otras mujeres no agredidas. El objetivo de esa advertencia es demostrar -por la fuerza brutal, el ensañamiento, la furia y el crimen- que las mujeres deben mantenerse recluidas en su hogar, protegidas por otros varones, sometidas a una vida de opresión. Las que sueñen con una vida mejor, sufrirán el castigo.
En las fiestas que hacen los hijos de los ricos, las que sueñan con una vida mejor y son drogadas, violadas, torturadas y asesinadas siempre son, inevitablemente, las hijas de nuestra clase.