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Compañeras


19 de marzo del 2004

A propósito del 8 de marzo
Reflexiones sobre la alteridad

Alejandra Ciriza
Rebelión

Este 8 de marzo, como tantos otros desde hace casi un siglo, puede ser una ocasión propicia para la reflexión acerca de las significaciones asignadas a la alteridad y la diferencia.

Tzvetan Todorov, un filósofo búlgaro exiliado y refugiado en Francia, un extranjero, un europeo oriental, elige como símbolo de la alteridad a una india maya que murió aperrada, es decir, destrozada y comida por los perros, por orden de los conquistadores españoles en los inicios de la conquista y apropiación europea de América. Una india que sintetiza la condición de la Otra: muda para los conquistadores en cuanto hablante de una lengua desconocida para ellos, la lengua de los vencidos; portadora de creencias ajenas a las de los nuevos dueños de América, condenada a ser por su condición étnica y por la derrota de los suyos, una subalterna, vendida y comprada, cambiada y explotada, violada y golpeada, como los varones vencidos, pero de otra manera aún peor por su condición de mujer.

Una mujer maya aperrada hace quinientos años, recordada por Todorov, un filósofo franco –búlgaro, me parece una buena síntesis para desgranar alguna breve reflexión acerca de las significaciones sociales de la alteridad en sociedades que transforman algunas diferencias (las de clase, etnia, género, orientación sexual) en desigualdades.

Si bien no siempre ser diferente significa ser desigual, lo cierto es que el emblema traído a colación por Todorov tal vez sea útil para pensar acerca de las consecuencias que tiene el ser mujer, el no hablar la lengua del dominador, el no profesar la creencia consagrada, el no portar el rostro debido, en una sociedad que apenas ha incorporado tímidamente algunas modificaciones legales precarias en procura de la eliminación de la discriminación hacia las mujeres.

Nuestra sociedad, se dice, ha desarrollado una novedosa sensibilidad hacia las diferencias: Florencia de la Vega, una travesti, protagoniza series de televisión y más de un /una famoso/a ha exhibido una orientación sexual diferente. Las mujeres gozamos de nuevos derechos desde el retorno de la democracia. Además de que estos años han visto desfilar a María Julia y Margaret en sitios de ejercicio de poder. Entonces, en buena lógica se podría concluir que el 8 de marzo es casi un relicto del pasado, un resto arcaico ligado a las reivindicaciones de las feministas y socialistas del siglo XIX.

Sin embargo, si bien indudablemente algo se ha transformado, los cambios legales logrados tienen un estatuto precario, amenazados por el avance de nuevos fundamentalismos religiosos que nos quisieran de retorno al hogar y por la extensión y profundización de las desigualdades. Y es que en mi opinión la sensibilidad hacia las diferencias no ha precipitado en tolerancia ni en una distribución más equitativa de poder y la riqueza.

Apenas ha florecido una flaca percepción de las diferencias, concebidas como asunto de preferencias y diversidad. Una cierta mirada ilusoria ante el nuevo horizonte podría hacernos pensar que hoy es posible admitir y tolerar una infinidad de posibles modulaciones de lo humano. Sin embargo tales modulaciones son posibles a condición de que se goce de alguna ventaja que permita eludir la condición de subalternidad. El juego estético de las diferencias, la oferta de la diversidad no ha abierto caminos de tolerancia y aún menos una consideración seria de los efectos políticos y sociales de la alteridad.

Las otras, nosotras, aquellas periféricas en el orden simbólico dominante, mujeres de sectores subalternos, travestis, trabajadoras sexuales, aquellas que no hablan la lengua del dominador, aquellas que no comparten los credos establecidos, siguen aguardando por sus derechos tras el muro de las nuevas desigualdades que el neoliberalismo ha consolidado durante dos décadas de pensamiento único.

Aun hoy ser mujer (biológica o no) supone una inscripción precaria en el orden simbólico, aun hoy ser mujer supone serias desventajas comparativas en lo relativo a la posibilidad de acceder a puestos de decisión, aún hoy no compartir las creencias dominantes es riesgoso, como lo ha mostrado la larga polémica por la candidatura de Carmen Argibay, aún hoy nada hay garantizado.

Mas bien lo que estos tiempos parecen sugerir es un estrechamiento de los umbrales de tolerancia para aquellos que son otros, y otras, diferentes y desiguales, marcados de alguna manera por la subalternidad. Mas bien lo que estos tiempos parecen sugerir es que nos hallamos en un frágil borde doblemente amenazado por el retorno de los fundamentalismos y el aumento de la desigualdad.

* Alejandra Ciriza. Doctora en filosofía, Directora de la Unidad de Estudios de Género, INCIHUSA, CRICYT- Mendoza, Argentina. Integrante de la Colectiva de Mujeres 'Las Juanas y las Otras'