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Compa�eras

Mujeres inmigrantes
Algunas consideraciones desde el feminismo

Bego�a Zabala Gonz�lez
Emakume Internazionalistak

Miles de mujeres de diferentes pa�ses y culturas est�n apareciendo en nuestra sociedad. Son las mujeres inmigrantes, inmigrantes pobres, o mejor dicho, procedentes de pa�ses pobres. Y esa aparici�n y visibilizaci�n, cada vez m�s consciente y de prop�sito, hace ver igualmente su diversidad y su diferencia, con las mujeres de aqu�, y entre ellas mismas.

No nos parece mala la diferencia, ni la diversidad, ni la desigualdad; lo que s� clama y escuece es la discriminaci�n, la desigualdad a la baja, la subordinaci�n, la explotaci�n o el plus de explotaci�n que sufren por ser mujeres y por ser inmigrantes. Y lo que tambi�n chirr�a es la pretendida asimilaci�n e integraci�n de todas estas mujeres en el esquema "mujer" de aqu�.

�Y qu� le va al feminismo y a las feministas en este tema? Pues s� que les va y mucho. El feminismo se siente concernido por esta realidad y se siente interpelado. Tanto, que esto es un reto para sus planteamientos. Nosotras, tan acostumbradas a ser "las otras", descubrimos que hay "otras", y son todav�a m�s subordinadas, y si no lo remediamos, ser�n subordinadas tambi�n frente a nosotras. Desde nuestro feminismo con ideas e identidades a veces tan prefijadas, tenemos que empezar a movernos y dar cabida a otros intereses y a otras realidades, y as� reformular muchas de las adquisiciones del movimiento feminista.

Algo as� es lo que se�alan las mujeres del colectivo Eskalera Karakola en el pr�logo al libro "Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras": Otras inapropiadas/inapropiables, desubicadas de las cartograf�as occidentales y modernas de la pol�tica de la identidad, del lenguaje del deseo; desbordando las categor�as claras y distintas, las promesas de pureza y separaci�n; proponiendo nuevas geometr�as posibles para considerar relaciones atravesadas y constituidas por diferentes diferencias. Otras inapropiadas/inapropiables que nos urgen a hacer feminismos desde y atravesados por las fronteras. Feminismos ... que no renuncian a la complejidad, sino que asumi�ndola se reconocen parciales y m�ltiples, contradictorios y cr�ticos. Feminismos situados, mestizos e intrusos, con lealtades divididas y desapegados de pertenencias exclusivas. Que partiendo de la tensi�n y el conflicto de las peligrosas y blasfemas encrucijadas que movilizan su identidad, est�n comprometidos con conocimientos pr�cticas pol�ticas m�s reflexivas y cr�ticas. (BELL HOOKS y otras, 2004 p.9) (Las cursivas en el original).

Cualquier planteamiento que se haga desde las filas del feminismo m�s activista hoy en Euskal Herria no puede pasar por alto en este momento que hay mujeres muy distintas dentro del t�rmino "mujer". Y es por ello que no podemos englobar dentro del t�rmino "mujer vasca" todas las realidades que existen. Y, lo que es m�s importante: tambi�n tendremos que dise�ar diferentes estrategias que abarquen no s�lo otras realidades, sino otras luchas, otras tradiciones, otros planteamientos, porque quiz� hay muy diferentes liberaciones.

Fue el feminismo pionero en teorizar y reafirmar, -e incluso autocriticarse por no haberlo percibido antes m�s claramente- la diversidad de las mujeres, sin por ello renunciar al sujeto colectivo, ni a la necesaria unidad de las mujeres en lucha. As� se ha dicho que "el feminismo ha sido uno de los movimientos intelectuales m�s din�micos y comprometidos con el cuestionamiento y el cambio cultural, emprendiendo una decidida actividad revisionista y desconstructiva de supuestas esencias, tanto del orden pretendidamente biol�gico como en el m�s amplio de las ciencias sociales, ambos tradicionalmente utilizados como justificaci�n metaf�sica de una estructura social de corte profundamente patriarcal," (De la Concha, 2004, pag.156).

Las diferencias entre las mujeres, entre las que no es la menor la cultural, tiene que ser una referencia obligada a la hora de la reivindicaci�n y de las alianzas. Buena muestra de ello nos lo da la pol�mica ley francesa que obliga a las ni�as que acuden a centros educativos a seguir la moda occidental, o, lo que es lo mismo, a no llevar el velo sobre la cabeza, y el papel que han jugado un buen n�mero de feministas apoyando al Gobierno franc�s de la derecha en esta iniciativa.

�ste de la diversidad cultural ha sido y sigue siendo un tema recurrente en sociedades con grandes niveles de diversidad cultural y racial o �tnica en su composici�n social, como pueden ser los Estados Unidos o el Reino Unido. Ha dado lugar a buenos debates y valiosas aportaciones, especialmente por parte de los colectivos de mujeres que no se han sentido identificadas en las grandes corrientes y movimientos feministas, y a �l haremos referencia, aunque el nivel de debate aqu� es muy diferente, y tambi�n, lo es la menor realidad de diversidad �tnica, racial y cultural. �ste es el gran tema de la diversidad cultural, la multiculturalidad y la construcci�n de una sociedad que fusione muchas realidades diferentes. Y tambi�n el feminismo tendr� que hacer mestizaje, no s�lo en sus reivindicaciones, sino en sus formas de lucha y en la consecuci�n de los derechos.

Sin embargo, no s�lo desde el �ngulo de la diversidad o interculturalidad interesa al feminismo la existencia de mujeres inmigrantes, sino desde una realidad m�s cruda que se da en este momento, cual es la discriminaci�n absoluta de las mujeres inmigrantes y la negaci�n m�s totalitaria de los derechos de estas mujeres, lo que las lleva a trabajar y a vivir en condiciones de explotaci�n muy alta. De modo que la primera tarea de un feminismo liberador tiene que ser la exigencia, sin cortapisas, de todos los derechos para todas las mujeres, con independencia de su origen y nacionalidad. Y el primer derecho a exigir es el de permanecer en esta sociedad como persona con derechos, como sujeto de derecho.

Son estos dos temas los que vamos a analizar en este momento, empezando por el �ltimo enunciado, que hace referencia a la situaci�n legal y a las condiciones de vida de las mujeres inmigrantes y a las tendencias y actitudes que se deben combatir y denunciar en esta situaci�n. Y ello, no solamente porque pensamos que la Ley de extranjer�a es una ley injusta y discriminatoria para las mujeres, sino tambi�n porque pensamos que a su amparo y gracias a ella se est�n produciendo todo tipo de abusos por parte de las instituciones, de la sociedad y de la gente normal. Muchos m�s, por supuesto, por parte de las autoridades y de las instituciones.

Las que vienen: razones de la salida, requerimientos de la llegada

Dentro de las razones espec�ficas de las mujeres para venir a nuestro pa�s, debe destacarse en primer lugar la situaci�n de pobreza y marginaci�n de estas mujeres en sus pa�ses de origen. No son, sin embargo, las m�s pobres las que se inician en esta aventura de la inmigra-ci�n, pues ello conllevar�a que ni siquiera se pueden pagar el viaje. Muy a menudo constatamos que son cabezas de familia, es decir, que sobre ellas recae la responsabilidad econ�mica del sustento de forma principal o �nica. Ello obedece a diferentes causas: son mujeres separadas de los padres de sus criaturas y �stos no contribuyen a su mantenimiento; son mujeres casadas con hombres desplazados por guerras, conflictos armados o persecuci�n pol�tica; son mujeres casadas con hombres emigrados por razones de trabajo, que a menudo en la nueva residencia establecen otras relaciones familiares olvid�ndose de la anterior familia; son mujeres de zonas en graves crisis econ�micas, cuyos maridos o pareja no tienen trabajo remunerado, siendo m�s f�cil para las mujeres encontrar un trabajo,. En definitiva, son situaciones en las que las mujeres no s�lo tienen que cuidar de mantenerse a s� mismas, sino que tienen a su cargo personas de su familia que no tienen recursos, siendo ellas las �nicas o las principales proveedoras de recursos para la subsistencia.

Sin embargo, al lado de esta situaci�n de pobreza hay que se�alar tambi�n causas diferentes a las estrictamente econ�micas, aunque aparezcan en menor proporci�n: son v�ctimas de persecuci�n pol�tica en pa�ses en estado de guerra, o enfrentamientos armados o represi�n pol�tica fuerte; son v�ctimas de agresiones sexistas o pueden serlo si permanecen en ese lugar, como ocurre con los matrimonios forzados o por venta, las mutilaciones sexuales rituales, los fracasos matrimoniales o los divorcios o incluso la viudedad en pa�ses de fuerte control de las mujeres por parte de los hombres y de los estamentos religiosos; son mujeres que en sus ciudades o pueblos ya tienen alg�n estigma porque han sido transgresoras, como son las mujeres solteras con hijos, o declaradas ad�lteras o que se dedican a la prostituci�n.

Voy a utilizar la sistematizaci�n que hace Dolores Juliano, en tres apartados, de las causas por las que las mujeres emigran de sus pa�ses, refiri�ndose a razones espec�ficas de ellas no asimilables a las causas masculinas. (JULIANO, 1999, pp. 3134).

La primera causa es el desplazamiento producido estructuralmente por la patrilocalidad, que obliga a las mujeres, en la mayor�a de las culturas, a fijar su residencia de casadas en un �mbito diferente de su hogar de nacimiento, debiendo notarse que muy pocos trabajos e investigaciones tienen en cuenta estos desplazamientos. Este dato es importante, pues muchas de las mujeres inmigrantes que vienen aqu�, ya han realizado un primer desplazamiento o una primera migraci�n, por razones estrictas de g�nero, como es el hecho de contraer matrimonio, y tienen por tanto m�s experiencia de la que se piensa en materia de integraci�n en otra sociedad y en otras relaciones sociales y familiares.

En segundo lugar se se�ala la migraci�n econ�mica, a partir de la asignaci�n social de tareas diferentes por sexo. El abandono de las zonas rurales, protagonizado preferentemente por las mujeres, es el m�s significativo. Es verdad que los hombres tambi�n emigran en este sentido, pero las motivaciones y la incidencia demogr�fica por sexos es distinta. Razones econ�micas y los lazos de la herencia, hacen que muchos hombres permanezcan en zonas rurales que en cambio son masivamente abandonadas por las mujeres que buscan en las ciudades trabajo en el sector servicio y mejores condiciones de vida. Las amas de cr�a desde mediados del siglo pasado y las criadas en la actualidad dan cuenta de esta tradici�n en nuestra tierra. En los pa�ses en desarrollo este tipo de migraci�n se est� dando de forma masiva al coincidir con un intento de masculinizar la agricultura y al expropiar peque�os territorios de cultivos familiares de las mujeres para dedicar grandes extensiones de terreno al monocultivo para el mercado internacional.

Analizar este tipo de desplazamientos desde una perspectiva de g�nero es muy interesante, ya que en estos casos las mujeres se mueven del lugar que tienen asignado, y en cierta medida, aunque la estrategia a veces sea familiar y no sea decidida por ellas solas, se desplazan de forma aut�noma. Adem�s adquieren un estatus econ�mico muy importante, pues de las remesas que env�an va a sobrevivir la familia, am�n de hacer frente a los gastos de viaje. Cuando estas mujeres retornan a su pa�s de origen, aunque sea temporalmente, aparecen ante su gente con cierta capacidad econ�mica y con rasgos de poder, lo que prestigia su condici�n social ya que demuestran que son capaces de mantener una familia. A veces son ellas mismas las que realizan desde el pa�s de destino la reagrupaci�n familiar, tray�ndose a otros miembros de la familia. Se puede ver a simple vista la diferencia que tiene esta estrategia de emigraci�n aut�noma, a la m�s tradicional de emigraci�n reclamada por un familiar masculino o el propio c�nyuge.

Un tercer tipo de migraci�n espec�fica es la que est� constituida por mujeres con estatus desvalorizados en las sociedades de origen, o con aspiraciones incompatibles con las normas tradiciones, a las que se podr�a llamar refugiadas por motivos de g�nero. �stas ser�an, fugitivas de matrimonios indeseados, repudiadas, prostitutas, madres solteras y v�ctimas o amenazadas de agresiones sexuales. Las guerras, las dictaduras y en general los sistemas patriarcales generan largas listas de desplazadas que rehacen sus vidas en lugares diferentes de los de su nacimiento. Y esto no quiere decir que se trate de mujeres que se plantean la migraci�n como una reivindicaci�n frente a la opresi�n de g�nero, sino simplemente escapan de lugares donde se les hace imposible vivir, o mejor sobrevivir, a lugares que creen m�s accesibles, bien porque son m�s tolerantes o simplemente porque desaparece el motivo de su persecuci�n.

Adem�s de se�alar las causas por las que las mujeres dejan sus lugares de origen, interesa ahora, a fin de analizar exactamente la situaci�n en la que se encuentran, qu� es lo que las trae concretamente aqu�. A qu� vienen estas mujeres a nuestra tierra ser�a la pregunta que nos hacemos. Y por supuesto no nos referimos a sus sue�os y aspiraciones m�s profundas o a las ilusiones que se hacen de encontrar un mundo maravilloso, o por lo menos m�s llevadero que aqu�l que dejan.

En realidad hay que responder que si vienen a nuestro pa�s es porque son llamadas, porque aqu� se las necesita, porque aqu� existen trabajos que s�lo ellas van a hacer, porque aqu� existen oficios, de los que se dice que son los m�s viejos del mundo, que fundamentalmente ser�n ejercidos por ellas. Es �ste realmente el efecto llamada, y no el se�alado por el Gobierno espa�ol. Aqu� hay trabajo y la mayor�a de las mujeres que vienen encuentran un trabajo. Otra cosa bien distinta son las condiciones en las que se va a realizar y la explotaci�n que se va soportar, pero lo que es trabajo, s� existe.

En el caso de las mujeres inmigrantes hay que se�alar que est�n ocupando algunos espacios de trabajo dejados por las mujeres de aqu�, debido en parte a las mejoras que han tenido �stas en sus condiciones de vida y de trabajo, y en sus derechos. Son lugares, oficios y trabajos que el sistema de dominaci�n masculino y el propio sistema econ�mico ha reservado siempre a las mujeres, con preferencia de las propias. Ahora la situaci�n para las mujeres de aqu� ha cambiado y se ha producido una alteraci�n en sus papeles, bien porque han accedido a un trabajo remunerado y a una formaci�n acad�mica y profesional, bien porque se han producido rupturas de roles y ya no se asume el papel tradicional de mujer ama de casa y cuidadora, bien porque se han mejorado las condiciones de trabajo en el sector regularizado respecto a la econom�a sumergida, o al trabajo "especial" de empleada de hogar o a la prostituci�n.

Es claro que hay muchos trabajos que las mujeres de aqu� no quieren o no pueden hacer. O, en todo caso, no hacen. Pero tambi�n es claro que esos trabajos se tienen que seguir haciendo, ya que hay una demanda importante, y una petici�n de esa mano de obra, o de esos servicios en concreto. Por eso decimos que estas mujeres son llamadas desde aqu�, desde la sociedad de acogida. Adem�s, casualmente estos trabajos, digamos que son "cuasi" trabajos, por no ser reconocidos como tales, o por no tener todos los derechos de protecci�n social, o por ser de econom�a sumergida. Hay que reconocer que estos trabajos, que a veces rozan los m�rgenes de la legalidad, son los apropiados para que los realicen mujeres a las que se quiere mantener en la propia marginalidad, ya que nunca denunciar�n esas condiciones de explotaci�n, debido a su situaci�n de sin papelessin derechos o de precariedad por los permisos temporales de residencia y trabajo. (ZABALA, B. 2003, pp 2930).

Sobre lo se�alado del efecto llamada que se produce desde aqu�, me gustar�a realizar dos comentarios, que espero que se entiendan bien, por lo que los har� con todo tipo de precauciones.

Cabe decir que muchas de las mujeres que aqu� vienen, vienen a llenar huecos que hasta ahora cumpl�an las mujeres aut�ctonas. Es el caso de satisfacer las necesidades y los deseos sexuales de los hombres, o sus necesidades afectivas, y a veces, incluso sus deseos de paternidad o de "matrimonialidad". Por razones complejas y m�ltiples el prototipo de la mujer que satisface los deseos de los hombres en nuestra sociedad ha entrado en crisis, a un cierto nivel. Hay que se�alar que este desplazamiento del rol se debe a muchas razones, entrelazadas entre ellas, pero el hecho es que las mujeres de aqu�, dicho de forma simplificada, no hacen ya de prostituta, ni de empleada de hogar, ni de ama de casa a todo tiempo, ni de esposa y madre de familia numerosa, o menos numerosa.

Esto hay que decirlo con todas las reservas y con todas las excepciones que se conocen. Se est� produciendo una sustituci�n de roles de las mujeres nativas, por parte de las mujeres inmigrantes. Ello no quiere decir que las mujeres nativas han adquirido un estatus superior y las tareas, consideradas m�s "indignas" o consideradas inferiores, las realizan las mujeres inmigrantes. No hay una valoraci�n moral en este dato. Es una descripci�n del desplazamiento de papeles a la que habr� que a�adir, si se quiere, un an�lisis pol�tico. De momento, nos quedamos con un an�lisis desde una perspectiva de g�nero. Hasta ahora hab�a unas prestaciones, unas funciones, unos servicios, unos trabajos, unos cuidados,. que se realizaban por parte de las mujeres de aqu�. Se realizaban adem�s desde diferentes posiciones, como puede ser desde la posici�n de madre, de esposa, de amante, de prostituta, de empleada de hogar, de cuidadora remunerada, de familiar femenino, etc. Lo que s� hay que se�alar es que son funciones que realizan las mujeres, esencialmente, que las realizan para los hombres o a favor de ellos tambi�n esencialmenteque se realizan de forma gratuita dentro de la gran gratuidad que supone la familia, o que est�n muy mal pagadas, o mejor pagadas pero en situaci�n precaria, es decir, que no constituyen trabajo "de calidad".

En la situaci�n actual se han producido varios fen�menos que han incidido en la prestaci�n de este tipo de servicios que hemos se�alado. As�, se ha disminuido notablemente la prestaci�n de los servicios sociales por parte de los poderes p�blicos, de forma que cada vez hay menos cuidados a criaturas, a personas mayores, a enfermas e impedidas por parte de las instituciones de forma gratuita o barata y paralelamente se han incrementado estos servicios a cargo de entidades privadas, cada vez a m�s altos precios.

Por otro lado, y como es notorio y as� se ha declarado desde el movimiento feminista, la incorporaci�n relativamente numerosa de las mujeres al mercado de trabajo, ha derivado en lo que se denomina la doble jornada para estas mujeres que ha visto c�mo su incorporaci�n a la vida p�blica, en unos determinados segmentos de igualdad, no se ha visto para nada correlatada con la incorporaci�n de los varones a las tareas privadas o dom�sticas, ni tan siquiera con una respuesta m�nima por parte de los poderes p�blicos, que cada vez m�s con pol�ticas restrictivas del gasto p�blico social no han sabido corresponder al esfuerzo realizado por las mujeres para conseguir la tan cacareada como in�til igualdad.

Por unas y por otras razones se ha producido un vac�o en la prestaci�n servicios y atenciones que ha venido a ser llenado por estas mujeres que vienen de otros mundos. Y ahora mismo nos encontramos con que estas mujeres son las que est�n parcheando la ahora llamada conciliaci�n entre la vida laboral y la vida social y familiar.

�D�nde est� el peligro y d�nde la llamada de atenci�n para las mujeres ciudadanas de estas sociedades del mundo del desarrollo? Evidentemente lo que no se puede consentir desde un feminismo activista y una conciencia solidaria es que los derechos de las mujeres se construyan sobre o por encima de las espaldas de las mujeres inmigrantes. Esto no es una culpabilizaci�n de las mujeres de esta sociedad. Es una llamada de atenci�n. Nosotras, mujeres vascas, no somos culpables ni responsables de que vengan mujeres de pa�ses del Sur sin derechos y sobrevivan en condiciones de desigualdad y de explotaci�n. Ni mucho menos. Nosotras, desde aqu�, tenemos que ser c�mplices, solidarias, amigas, colegas, de estas mujeres y no consentir que la labor de sustituci�n que est�n haciendo lo sea en condiciones de superexplotaci�n y de no existencia de derechos. Y lo que no podemos consentir es que de alguna forma nos aprovechemos de ello y sucumbamos a la tentaci�n de construir nuestra estatus de "ciudadana europea" con todos los derechos sobre los no derechos de mujeres no europeas. Ser�a como repetir el esquema que los varones han ensayado con las mujeres: han construido muchos de sus derechos, especialmente el del trabajo, sobre los no derechos de sus mujeres. No se trata s�lo de solidaridad, se trata de que una vez m�s se est� construyendo el sujeto femenino sin derechos, desvalorizado, de segunda, inferiorizado. Y en cuanto la situaci�n venga de rebajas este sujeto femenino todav�a m�s desvalorizado se extender� a las dem�s. (ZABALA, B. 2001.pp. 9293).

Obs�rvese por otro lado, el fen�meno de sustituci�n que tambi�n se est� produciendo en los lugares de origen de las mujeres inmigrantes, que es lo que se ha dado en llamar la cadena transnacional de cuidados, y la configuraci�n de los hogares transnacionales, muchos de ellos en manos casi exclusivamente de mujeres. Esto supone que muchas mujeres que vienen aqu�, a realizar labores de cuidados, en sustituci�n, vamos a decir, de las madres de aqu�, a su vez dejan sus criaturas en sus lugares de origen, al cuidado de otras mujeres la mayor�a de las veces, que son de su familia. Esto dar�a lugar a una cadena de mujeres que, pasando por encima de las fronteras del mundo, crean redes de cuidados, insert�ndose, desde luego, en ellas desde diferentes posiciones. (HUARTE, 2002).

Se�ala Maite Huarte que, en datos del 2000, el 48,4% de las mujeres inmigrantes residentes en Navarra hab�an dejado a sus hijas e hijos en su pa�s de origen, frente a un 22,1%, que tambi�n hab�a dejado al marido. Este dato ense�a la dimensi�n de la cifra de mujeres que se plantean la trayectoria de la emigraci�n en solitario.

Todos los derechos para todas: una obligaci�n ineludible

El primer compromiso de un feminismo que aspira a generalizar y universalizar la categor�a de la persona, es lograr que los derechos m�nimos, los que denominamos humanos, les sean de aplicaci�n a todas las personas que viven en nuestro territorio. La falta de los requisitos reglamentarios de permisos de trabajo o visados de entrada no puede ser excusa para que una mujer que vive aqu� no s�lo no tenga ning�n derecho, sino que la �nica salida que se le plantee desde el Gobierno sea la expulsi�n, y mientras ello se realiza no existe como persona y por tanto no tiene ning�n derecho.

Frente al fen�meno de la inmigraci�n, en estos �ltimos a�os, se est� produciendo en nuestra sociedad una aut�ntica consolidaci�n de una ciudadan�a de segundo grado. Ni siquiera se podr� llamar ciudadan�a a un colectivo de personas que pr�cticamente no tiene ning�n derecho y de las que los poderes p�blicos, si no tienen los papeles en regla, s�lo plantea su expulsi�n, mediante un procedimiento, bien cuestionable, de internamiento en centros espec�ficos, que en realidad son c�rceles.

Respecto a las personas que s� tienen papeles, �stas disfrutan de unos derechos tan limitados, y sobre todo tan precarios, que se sit�an tambi�n por debajo del estatus medio de nuestra poblaci�n, con no ser �ste muy alto. Si adem�s hablamos de mujeres tendremos que convenir, como lo hace Ruth Mestre, que esta ley es sexista y discriminatoria con las mujeres, y que el modelo de migrante en el que est� pensando es un hombre que se va a insertar en el tejido laboral regular o en la econom�a sumergida, pero en todo caso en el �mbito laboral. (MESTRE y CASAL, 2002).

Desde el movimiento feminista debe criticarse duramente que el disfrute de los derechos venga asociado a la nacionalidad y que sean s�lo las personas con nacionalidad espa�ola, en este caso, las que van a tener el nivel m�s alto de derechos. Se observa as� una creciente tendencia a confundir interesadamente el concepto de ciudadan�a, que ser�a m�s universal, con el concepto de nacionalidad. Seguidamente, las personas inmigrantes que administrativamente est�n regularizadas, con permisos de trabajo y/o residencia en vigor, ser�n las que tengan un segmento de derechos m�s bajo que los anteriores y que sobre todo va a estar vinculado con el derecho al trabajo y sus prestaciones derivadas. El dilema de estas personas m�s all� de no tener muchos derechos, no es la cantidad de derechos, sino la cualidad de los mismos, pues dada su situaci�n de precariedad, al depender en todo momento de mantener en vigor sus contratos de trabajo, para prorrogar los permisos de residencia, dependen de forma absoluta de sus empleadores.

En todo caso, lo que no puede tolerarse es que en el escal�n m�s bajo, en el que mayoritariamente se encuentran mujeres inmigrantes ejerciendo de trabajadoras del sexo o de empleadas de hogar, que es el de la gente sin papeles, ya no exista en absoluto ning�n derecho. Y adem�s para paliar o tratar de arreglar esta situaci�n s�lo se ofrezcan medidas penalizadoras para quienes contraten o ayuden a venir a esas personas, bajo la acusaci�n de pertenecer a mafias, cuando muchas de las veces son la propias redes de familiares o amistades, e incluso organizaciones de solidaridad las que facilitan la llegada o la estancia.

Vista la situaci�n as� lo que no se entiende, o si se entiende no se acepta, es que exista tanto empe�o por parte de algunos planteamientos feministas, en reivindicar la igualdad, por encima de todo, y al mismo tiempo se acepte la legislaci�n de extranjer�a o el proyecto de constituci�n europea, que so pretexto de regularizar el flujo de las personas inmigrantes, niega los derechos m�nimos a millones de mujeres que vienen aqu� a realizar su trabajo.

El derecho al trabajo: una configuraci�n masculina que excluye a las mujeres

Entrando m�s de lleno en las disposiciones legales sobre extranjer�a nos encontramos ante una legislaci�n que fija toda su aplicaci�n, de forma casi exclusiva, en un �nico concepto y un �nico objetivo: el trabajo. Da la casualidad de que la conceptualizaci�n y la configuraci�n que se ha realizado del trabajo en el �mbito jur�dico, y tambi�n en otros, es claramente masculina y sexista. Se puede criticar la legislaci�n de extranjer�a desde muchos �mbitos, y muy principalmente por el hecho de que los flujos migratorios se regulen s�lo en base a que haya demanda de trabajo. Con ser as�, lo que es m�s grave, es que el concepto de trabajo que se utiliza es tan restrictivo que no alcanza a la mayor�a de las actividades que las mujeres que vienen aqu� est�n realizando, pues su actividad no se considera trabajo. Y estas actividades son en su mayor�a el servicio dom�stico incluyendo el muy importante trabajo de cuidados y la prostituci�n. (VV.A.A, 2003, pp. 2121))

Hay que se�alar que esta configuraci�n que se hace del trabajo, no se hace �nicamente a efectos de aplic�rselo a las mujeres extranjeras; no es que sea elaborada en contra de los intereses y los derechos de las mujeres inmigrantes, sino que se realiza en contra de todas las mujeres. A las nativas de aqu� tambi�n les va mucho en el hecho de que la mayor parte de su actividad no sea considerada trabajo por parte de la legislaci�n. Y es en este apartado en el que quiero hacer especial hincapi�, no s�lo por la relevancia que a mi modo de ver tiene el t�rmino del trabajo y la institucionalizaci�n del mismo para las mujeres, sino tambi�n porque supone un nexo importante de uni�n y de reivindicaci�n de todas las mujeres, y en definitiva esta lucha nos dar� una de las pautas m�s interesantes para realizar de verdad una misma lucha.

As�, el derecho al trabajo, desde su configuraci�n como instituci�n dentro de la sociedad moderna, ha sido concebido como el derecho al trabajo del var�ncabeza de familia, para conseguir su sustento para �l y para toda su familia mujeresposa y criaturas. Es el modelo del var�n proveedor y la mujer ama de casa. Con independencia de las prohibiciones y limitaciones de las mujeres para acceder al trabajo remunerado, que han existido en diferentes �pocas, especialmente bajo la dictadura franquista, el derecho, en positivo, del trabajo se ha configurado s�lo pensando en los varones, con lo cual excluye a las mujeres, o dificulta su incorporaci�n, por razones estrictamente jur�dicas.

Es por eso, que el derecho al trabajo, tanto por cuenta ajena, al principio, como posteriormente extendido al trabajo por cuenta propia, incluyendo el trabajo agr�cola, no s�lo conlleva el trabajo en s� mismo, mediante remuneraci�n, sino otros derechos a�adidos, que conviene se�alar.

Si se tiene un contrato de trabajo, se tiene derecho, de forma autom�tica, a la inscripci�n y alta en la Seguridad Social, lo que conlleva las siguientes prestaciones:

- Asistencia sanitaria, en caso de enfermedad y accidente de trabajo, para el trabajador.

- Asistencia sanitaria para caso de enfermedad para las personas de la unidad familiar, bajo su dependencia: esposa, hijas e hijos, e incluso ascendientes bajo su dependencia. En este caso se tienen las prestaciones como beneficiarias, no como titulares.

- Prestaciones econ�micas durante la baja para el caso de enfermedad o accidente de trabajo, para el titulartrabajador.

- Prestaciones econ�micas del subsidio por desempleo, limitadas, en caso de desempleo involuntario, para el titulartrabajador.

- Prestaciones econ�micas complementarias, condicionadas, en caso de prolongaci�n de la situaci�n de desempleo, para el titulartrabajador.

- Prestaciones econ�micas por incapacidad total o absoluta para el trabajo derivada de enfermedad o accidente, para el titulartrabajador.

- Prestaciones econ�micas para el caso de jubilaci�n por edad para el titulartrabajador.

- Prestaciones econ�micas para el caso de viudedad y orfandad, para el caso de muerte del trabajador, a favor de la viuda o viudas y descendientes menores, para las personas beneficiarias del titular.

Tambi�n la mayor�a de estas prestaciones las concede el derecho al trabajo por cuenta propia, incluido el trabajo en el sector agr�cola, con su sistema de Seguridad Social de trabajador o trabajadora aut�noma, a los efectos que aqu� nos interesan, aunque tengan prestaciones m�s reducidas.

En este modelo ideal de la familia nuclear, donde las mujeres realizan las tareas del hogar, de forma gratuita, y no acceden al trabajo remunerado, las prestaciones sociales y sanitarias se conciben, al igual que el salario, como familiares. De forma que el trabajo del cabeza de familia, y su alta en la Seguridad Social, funciona como elemento desencadenante para que toda la familia, donde se incluye la esposaama de casa, tenga derecho a las prestaciones sociosanitarias.

Configurado as� el derecho al trabajo, el hecho de que una determinada actividad sea considerada como trabajo, no es una cuesti�n balad�, ya que de ello depende la inclusi�n en el sistema de Seguridad Social y en todas las prestaciones derivadas que se han visto.

Adem�s, una concepci�n de la inmigraci�n netamente laboral, que considera a las personas migrantes meramente como mano de obra en el mercado laboral, refuerza esta instituci�n del trabajo, condicionando todos los derechos que se conceden a las personas extranjeras de forma casi exclusiva, e incluso el derecho de entrada y permanencia, a la existencia de un trabajo legalmente reconocido como tal.

A la vista de lo se�alado las tareas prioritarias en el campo de las definiciones de los derechos y la extensi�n de los mismos a todas las personas, fij�ndonos en el campo laboral, pasar�a por dos nuevas redefiniciones, que se�alamos.

En primer lugar, una sociedad como la nuestra, donde el sujeto de derecho es fundamentalmente la persona en s� misma y no considerada como trabajadora o como componente de una familia, debe configurar sus derechos sociosanitarios como derechos individuales de la persona, y as� consagrar como derechos universales e individuales, el derecho a las prestaciones sanitarias, y el derecho a las prestaciones econ�micas en casos de desempleo, incapacidad o jubilaci�n. Y correlativamente, deben de desaparecer los derechos de "los beneficiarios", (mejor ser�a hablar de beneficiarias) como tales, por el hecho de haber contra�do matrimonio con una persona. Terminar�a as� esta bochornosa situaci�n de la pelea que se lleva a cabo por las pensiones de viudedad, para que alcancen las viudas un m�nimo digno de supervivencia. Terminar�a tambi�n la rid�cula situaci�n de que a la muerte de un hombre, que se ha casado dos o m�s veces se pueda dar la existencia de dos o m�s "viudas", que se reparten ese exiguo 45% de pensi�n en proporci�n al n�mero de a�os de convivencia.

En segundo lugar, debemos revisar el concepto de trabajo, para extenderlo a una f�rmula m�s amplia, a los efectos de derecho laboral o de derecho al trabajo, que signifique sin m�s la realizaci�n de una actividad, o la prestaci�n de un servicio, o la producci�n de unos bienes para el mercado, mediante una remuneraci�n. De esta forma la prestaci�n de servicios sexuales, o todo el trabajo integrado en el concepto gen�rico de industria del sexo, en cuanto que prestaci�n de un servicio a cambio de una remuneraci�n entrar�a perfectamente en el supuesto de trabajo y ello conllevar�a, mientras se siga exigiendo, la autorizaci�n de residir legalmente en nuestro pa�s.

Obs�rvese que estos dos t�midos planteamientos entran en una propuesta bastante moderada de reconstrucci�n del derecho al trabajo, para que todas las personas que en este momento viven en nuestra sociedad, tengan los mismos derechos, y no est�n �stos sujetas al capricho de una definici�n que ha decidido lo que es trabajo y lo que no es, y por ende las prestaciones que ello conlleva. M�s radical y alternativa es la propuesta de cuestionar el propio concepto del trabajo y englobar en su concepto a otras actividades, mayoritariamente realizadas por mujeres, que entrar�a en otro debate y derivar�a a otra configuraci�n de derechos, que no es el tema que ahora aqu� nos ocupa. (CARRASCO, C. 1999)

Iguales y diferentes. �Existen derechos universales?

No cabe duda de que una de las consecuencias que ha tenido y que tiene la afluencia de tantas mujeres de otros pa�ses en nuestra sociedad es la de inquirir insistentemente sobre dos temas que recorren la m�dula espinal del feminismo. Se resume en dos preguntas recurrentes, que alejan y unen con frecuencia a las mujeres activistas del feminismo: �son iguales todas las mujeres? Y en todo caso �en qu� se manifiesta esa igualdad?. Y concordante con esta pregunta, otra que tiene que ver con uno de los principios rectores de la reivindicaci�n feminista tradicional: �Es la igualdad un principio universal?. Ahora, quiz�, a este requerimiento de universalidad, se unen otros que tratar�an de analizar si existen principios o derechos universales. C�mo se consiguen universalizar los derechos, o como dicen algunos modernos, globalizar, ser�a una consecuencia de lo anterior. Aterrorizadas porque se han pretendido globalizar y extender los derechos a las mujeres mediante la invasi�n de un pa�s a sangre y fuego, algunas pensamos que no se invade un pa�s en el nombre de los pretendidos derechos de las mujeres, a veces ni siquiera por ellas verbalizados.

Vayamos por partes para tratar de desglosar este dif�cil tema. En primer lugar, es importante analizar qu� es lo que hay de com�n en las mujeres, para ver si as� avanzamos en c�mo podemos construir, desde la unidad, alternativas que sean comunes. Me refiero, en concreto, a la situaci�n real de las mujeres, dejando para otro momento aspiraciones y sue�os, y por supuesto reivindicaciones concretas. Tampoco en los an�lisis y significados voy a pretender buscar comunidad.

Parece que hay consenso en se�alar que si algo nos une a todas las mujeres es que sufrimos una misma opresi�n, lo que no quiere decir que se manifieste de igual forma en cada una de las mujeres, pero s� es una situaci�n de discriminaci�n de todas las mujeres frente a los varones, y de subordinaci�n para beneficio de ellos, adem�s de tener su parte las instituciones, las empresas, los gobiernos, las iglesias.. Podemos llamarla opresi�n de g�nero, discriminaci�n sexista, dominaci�n patriarcal, subordinaci�n de las mujeres, predominio de los hombres, o de infinidad de maneras; y quiz� no estaremos de acuerdo en todo su contenido, ni en su extensi�n, ni en sus manifestaciones concretas, pero la evidencia no deja lugar a dudas: en cualquier parte del mundo las mujeres est�n inferiorizadas respecto a los hombres, por ellos mismos y para su beneficio. Como se ve no es un mero problema de desigualdad, sino de desigualdad a favor de los hombres.

Se puede decir que por esta universalizaci�n de la opresi�n, es por lo que las dos marchas mundiales de mujeres, de 2000 y 2005, han podido unificar dos ejes de reivindicaci�n que une a todas las mujeres: contra la violencia y contra la pobreza. Esto revela que en todas las partes del mundo las mujeres sufren violencia sexista a manos de los hombres e, igualmente, que las mujeres son colectiva e individualmente m�s pobres y, adem�s, por causas espec�ficas de g�nero. Otra cosa diferente es que esto no sea una reivindicaci�n, sino m�s bien un clamor contra la injusticia, pero �se es otro tema. El caso es que vemos que en pobreza y en violencia existe igualdad y especificidad de g�nero.

Analizando las causas de la pobreza contra las mujeres, tambi�n se puede se�alar como universal que en el fondo de la feminizaci�n de la pobreza est� la divisi�n sexual del trabajo, en toda la acepci�n del t�rmino, es decir, teniendo en cuenta los trabajos y los no trabajos asignados a las mujeres y las actividades que son no remuneradas, y tambi�n la configuraci�n que se ha hecho del trabajo, de forma que los varones hayan sido los beneficiarios en primer t�rmino de la misma. La divisi�n sexual del trabajo ser�a, pues, un tema universal que unifica la situaci�n de las mujeres, si bien habr� que analizar c�mo se produce en cada lugar en concreto.

El tema de la violencia sexista nos remite a la apropiaci�n y a la expropiaci�n del cuerpo de las mujeres, cuerpo sexuado y procreador, que es expoliado de forma permanente no s�lo por los varones individuales, que implementan su dominio sobre �l incluso utilizando las m�s altas cotas de violencia, sino por las instituciones, los Estados, las empresas, las Iglesias y las Organizaciones Internacionales, que pretenden controlar los cuerpos de las propias mujeres as� como su preciado fruto: las criaturas.

Si encontramos otra realidad casi id�ntica para todas las mujeres �sta es en relaci�n con el control de su maternidad por parte de otros, desde todos los aspectos y en todos los momentos: desde el primer momento de la concepci�n hasta el ejercicio de la funci�n maternal en casi toda su existencia. Si hay algo controlado y normativizado, muchas veces con normas ocultas, costumbres o tab�es, religiones y supersticiones, prohibiciones e imperativos, es precisamente el hecho de la maternidad. Sabemos que el ejercicio de la maternidad y su consideraci�n social es muy diferente en las sociedades que conocemos actualmente y tambi�n en las pasadas. Pero lo que s� que es muy igual es el control al que son sometidas las mujeres para imponer esa funci�n y ese ejercicio.

En alg�n momento, los diferentes movimientos feministas de pa�ses pertenecientes al Norte y al Sur tuvieron alguna dificultad para comunicarse en temas de natalidad y poblaci�n. Parec�a que el dilema pasaba por natalidad s� o natalidad no, por control de natalidad o hijas e hijos las que vengan. Se ve�a desde los pa�ses m�s occidentalizados, con bajas tasas de natalidad, como un logro importante el acceso a los anticonceptivos para poder limitar la maternidad que tanto hab�a sujetado a las mujeres, dentro del modelo de familia patricarcal. Se analizaba desde los pa�ses m�s pobres que se estaban imponiendo cada vez m�s a las mujeres el control de natalidad, y c�mo con la excusa de reducir la pobreza se entromet�an en sus propios cuerpos y les obligaban a reducir el n�mero de criaturas en contra de su voluntad y de sus valores.

S�lo un esfuerzo de entendimiento feminista llev� a los movimientos m�s reivindicativos a comprender que se pod�a unificar esta lucha de todas las mujeres, en contra de los enemigos comunes las Iglesias fundamentalistas, los Gobiernos y las Instituciones Internacionales que controlan las poblaciones bajo una sencilla consigna: "�Control de natalidad o reparto de la riqueza?. Las mujeres decidimos" . Efectivamente con este lema, se pon�a en evidencia que nadie se cre�a que con menos hijas e hijos las mujeres eran menos pobres, pues cada vez la mayor riqueza se va acumulando en manos de menos personas, pero a la vez que el tema de la natalidad es un tema de la libertad de decisi�n de las mujeres sobre sus propios cuerpos. �ste es a mi entender, uno de los ejemplos de confluencia de mujeres y de universalizaci�n de principios que respeta la diversidad de las mujeres y las diferencias, reales y de otro tipo, y pasando por encima de estas diferencias llega a formular un principio com�n.

As�, desde el movimiento feminista se deben de realizar esfuerzos para conseguir que se unifiquen las luchas, pero bajo una reivindicaci�n que pueda recoger las aspiraciones de todas las mujeres, sus ideas, sus m�todos de lucha y su tradici�n. A mi entender, para ello, hay que hacer un esfuerzo de an�lisis y comprensi�n para conseguir un planteamiento que pilote entre dos tensiones: recoger las reivindicaciones de todas las mujeres, pero a la vez reivindicar algo, y que no sea �nicamente un clamor contra la injusticia, que es, en mi opini�n, parte de lo que est� sucediendo con la Marcha Mundial de las Mujeres 2000 y 2005. La primera por defecto, pues hacer un lema "contra la violencia y la pobreza de las mujeres", es, desde mi punto de vista, un brindis al sol, que no dice nada y que todo el mundo tiene que estar de acuerdo, pues a estas alturas de la vida, nadie va a expresar que est� muy bien eso de pegar a las mujeres. Y la seg�nda inoportunidad lo es por exceso, pues en la redacci�n de la Carta Mundial o de la Declaraci�n de los Derechos que ahora se est� preparando, se introducen unos valores, que se dicen universales, y son exactamente los principios occidentales.

Acerc�ndonos m�s a nuestro mundo, y en concreto en nuestro pa�s, se trata de elegir f�rmulas en las que las mujeres que no son las de nuestra cultura y tradici�n mayoritaria, puedan sentirse aludidas, llamadas y representadas, a la par que los instrumentos que se ofrecen puedan ser tambi�n por ellas utilizados. Desde el mismo vocabulario que se utiliza, para que sea comprensivo de otras realidades que no son las nuestras, debe empezar a hablarse, por ejemplo, de mujeres que viven en Euskal Herria, pues dif�cilmente se sentir�n incluidas si se habla de mujeres vascas. Desde las propias propuestas y planteamientos, cuando se reivindican derechos, debe contemplarse que hay muchas mujeres que viven entre nosotras que no tienen ning�n derecho o que tienen derechos muy limitados, por lo que en primer plano debe ponerse la reclamaci�n de que sean sujeto de derecho.

Y para finalizar en este apartado, s�lo quer�a referirme brevemente al debatido asunto franc�s de prohibir a las ni�as llevar el velo en la escuela p�blica, con el pretexto de la laicidad de este espacio y de la simbolog�a de sumisi�n que representa el velo para las mujeres.

A mi modo de ver �ste es el t�pico caso que se�ala c�mo no deben hacerse las cosas desde el movimiento feminista y desde las organizaciones de mujeres. Efectivamente, pienso que esa medida es la medida coherente que debe tomar, y de hecho ha tomado, un Gobierno de derechas, que representa los intereses de un Estado modelo jacobino y que hace de sus sacrosantos principios de "libert�, egalit� y legalit�" un muro de construcci�n nacional francesa, que impide la m�nima diversidad. Mucho menos si se trata de espacios o cuerpos de mujeres. En todo caso, �sa es la funci�n de un Gobierno reaccionario y punto.

Aparte de lo se�alado, creo que tenemos que analizar en este caso, cu�les son las tareas que tiene el movimiento feminista en el que miles de mujeres salen a la calle pidiendo libertad para ponerse el velo, mientras el Gobierno amenaza con la prohibici�n de su uso en los espacios laicos. Quiz� sea el momento de escuchar a estas mujeres y que cuenten cu�l es para ellas el significado del velo, el significado de sus condiciones de vida en los barrios m�s marginales, sometidas a la violencia y al control de los hombres, sin que para nada intervenga el Gobierno, y el significado de lo que denominan los espacios laicos y los espacios religiosos.

Hay demasiada presunci�n y prejuicio en el an�lisis del Gobierno franc�s que quiz� deber�amos revisar con m�s tranquilidad. �Cu�l es realmente el significado del velo? Apostar por una interpretaci�n simb�lica �nica, como es decir que es un s�mbolo religioso y de sumisi�n de la mujeres, en contra de lo que muchas de sus portadoras piensan quiz� sea exagerado y demasiado simplista. Esto en lo que respecta al an�lisis de la realidad. Y con respecto a los valores, �qu� es este valor universal de la laicidad que se pretende elevar a la supercategor�a de derecho humano y se concreta en no llevar s�mbolos religiosos en algunos espacios considerados p�blicos?. Tanto por su contenido, como por su extensi�n, pero sobre todo por su aplicaci�n, deber�a entrar en per�odo de reflexi�n.

En todo caso, al final, la pregunta, es la del mill�n. �Se puede imponer contra la propia voluntad de las afectadas o interesadas un principio y un valor que consideramos fundamental?.

Dado que as� se ha hecho, ahora nos toca analizar los efectos que est� teniendo esto para las mujeres y para el movimiento feminista. Ahora nos toca volver a analizar la cantidad de ni�as, que adem�s de vivir situaciones de agresi�n insoportables en los "guettos" a los que las ha recluido la sociedad francesa, van a ser escolarizadas en sus colegios particulares, religiosos, o en las propias mezquitas. Esta divisi�n tan perfecta que es el espacio p�blico y el espacio privado ha hecho una vez m�s caer al feminismo en la trampa. Y se ha relegado a estas ni�as al espacio privado, ah� parece que ya no existen problemas de que lleven velo, de que sean adoctrinadas en las m�s absurdas aberraciones, de que no sean educadas ni ense�adas, de que sean socializadas, en definitiva con el patr�n de la sumisi�n, pero no en el sentido simb�lico del velo, sino en el sentido real que las privar� de libertad.

Universalizaci�n del principio de igualdad

Un colectivo como el de las mujeres, que ha tenido una limitaci�n tan importante de los derechos, y que ha sufrido una desigualdad tan grande, que no s�lo ha sido tal, sino que ha sido, y sigue siendo, subordinaci�n, discriminaci�n, subalteridad, o como se quiera llamar a este fen�meno que supone la opresi�n de las mujeres por parte del colectivo de los hombres, es l�gico que aspire a planteamientos igualitarios, entendiendo como tales aqu�llos que no son discriminatorios, como aqu�llos que conceden los derechos negados, como aqu�llos que reclaman y reivindican los espacios vetados. Digamos que cualquier colectivo, que est� discriminado, o cuyos derechos les son negados, en comparaci�n a otro colectivo, tiene como primera obligaci�n perseguir esos derechos negados. Esto es la lucha por la igualdad. Est� muy bien.

A partir de aqu�, a mi entender hay que volver a repensar el paradigma de la igualdad. No basta con plantear que todas las mujeres no son iguales y por tanto hay que atender a la diferencia. Es el propio principio de la igualdad el que debe discutirse. Igualdad entre todas las mujeres. Aspiraciones de igualdad entre hombres y mujeres. Ambos paradigmas son cuestionados.

�Y por qu� tiene especial relevancia este tema hablando ahora de inmigraci�n y de feminismo? Yo entiendo que desde los par�metros de nuestra sociedad, pienso en Europa y en el modelo occidental, se est� imponiendo con toda la prepotencia etnocentrista la igualdad, como concepto y como pr�ctica, especialmente a las mujeres de otras culturas. Una igualdad que desde luego ni de lejos se ha conseguido para las mujeres de aqu� en los elementos m�s significativos y claros, por ejemplo en el trabajo, en toda su extensi�n del concepto que incluye tambi�n el trabajo no remunerado, o en la violencia sexista, donde son las mujeres las �nicas v�ctimas se est� imponiendo a mujeres que vienen de otras culturas a quienes se pretende impostar el modelo aut�ctono de feminidad, mujeres, feminismo, derechos, liberaci�n. Es lo se�alado en el tema del velo en Francia.

Respecto al principio de igualdad, que figura en todos los programas del feminismo moderno, entiendo que a partir de su primitiva formulaci�n, que hac�a m�s bien referencia a derechos iguales y a no discriminaci�n, ha ido derivando hacia la formulaci�n actual de los pol�ticos m�s igualitaristas en el sentido liberal: la igualdad de hombres y mujeres. Y esto s� que me parece no aceptable. Se quiera o no, en la formulaci�n de igualdad, existe un t�rmino de comparaci�n, y en este caso es el hombre. Esto es presuponer que la configuraci�n jur�dica de los derechos de hombre es perfecta, es igual para todos los hombres y a ella debemos aspirar. Y esto no es verdad. Ser�a conseguir los derechos por extensi�n de los derechos que tienen los hombres.

Se puede hablar de derechos iguales para personas diferentes y diversas, al estilo del movimiento antiracista, igualdad para vivir, diversidad para convivir o iguales en derechos diferentes en culturas, pero acto seguido hay que se�alar que esto no es suficiente y adem�s es una formulaci�n sintetizada de una m�s amplia. As� se reivindican derechos iguales en el caso m�s frecuente de los derechos pol�ticos: el derecho al voto, el derecho a ser representante pol�tica. que ha sido negados, y siguen si�ndolo, a minor�as en cada momento inferiorizadas.

Adem�s no hay que olvidar que en muchos casos las mujeres no aspiran a tener los mismos derechos que los hombres, puesto que los derechos articulados desde el punto de vista masculino, a veces no son tales, sino aut�nticos privilegios que se han constituido a costa de la subordinaci�n de las mujeres. Requerir�an los derechos, por tanto, una reformulaci�n o una deconstrucci�n en el sentido postmoderno del t�rmino, para volver a escribir unos derechos que incluyan a hombres y mujeres, en posiciones sim�tricas de poder. Este supuesto ser�a para el caso de los derechos negados a las mujeres, por el mero hecho de ser mujeres y s�lo disfrutados por los hombres, como, por ejemplo, el derecho al trabajo.

Pero hay que se�alar que ah� no se acaba el listado de los derechos de las mujeres. Existen unos derechos espec�ficos, unos derechos acu�ados s�lo para las mujeres, o bien porque s�lo por ellas son tenidos cual es el hecho de la procreaci�n, o porque la situaci�n de la opresi�n de g�nero y dominaci�n patriarcal, ha hecho que solamente a estas mujeres les sean negados o les sean espec�ficamente vulnerados, cual es la violencia sexista, en toda su amplitud. Cuando desde el movimiento feminista m�s universal se est�n reivindicando los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, no se est� hablando de igualdad, ni de equiparaci�n a los derechos de los hombres, ni siquiera de reformulaci�n de unos derechos ya tenidos por los hombres. Se est� hablando del derecho al propio cuerpo, a la propia sexualidad, a la decisi�n de maternidad en toda su extensi�n, que est� siendo negado de forma constante. Esta formulaci�n tiene que atravesar la situaci�n y el reconocimiento expreso de la realidad que viven las mujeres cuando son agredidas por los hombres, o cuando su capacidad reproductiva es negada por las instituciones o por los diferentes poderes.

Dentro de este tema, algunos grupos feministas que tenemos inter�s en los derechos de las mujeres y en los derechos humanos y su reformulaci�n, estamos pensando introducir alg�n nuevo paradigma que pienso que quiere decir m�s que la igualdad. Ser�a reivindicar el derecho a la autonom�a de las mujeres, el derecho de autodeterminaci�n de nuestros cuerpos, la libertad, el derecho a la independencia,... Pensamos que hay que agitar en este sentido en contra de realidades que niegan nuestras imagen, nuestros nombres, nuestra autonom�a.

Pensando en tantos casos en los que las mujeres son negadas, nos vienen a la mente los siguientes ejemplos: una mujer que se casa, pierde su apellido, y se le pone el del marido, por costumbre muy arraigada o incluso por legislaci�n; una mujer que se casa, no tiene plenitud de derechos, cedi�ndolos a favor del marido o de la familia; una mujer casada tiene derechos en funci�n de la situaci�n del marido, como es la nacionalidad o el trabajo; unas determinadas ayudas o derechos se conceden a la familia en su conjunto, como si fuera un todo arm�nico e igualitario; una mujer es inducida por su marido o compa�ero o por el propio Gobierno a que tenga m�s hijos, o menos, quienes utilizan compensaciones econ�micas para ello; .. Se nos ocurren muchos ejemplos en los que no se vulnera ning�n derecho en concreto, porque no est� reconocido ni formulado. Pensamos que por el camino del reconocimiento expl�cito de la autonom�a y de la independencia de las mujeres, y de la autodeterminaci�n de sus cuerpos, se pod�a iniciar un camino de articulaci�n de derechos y sistemas de garant�as que ser�a un paso m�s en la situaci�n actual que �nicamente contempla nuestros derechos cuando son violados o atropellados, consolidando a las mujeres en el eterno papel de v�ctimas o de acreedoras de ayudas, en lugar de titulares de derechos.

Algunas reflexiones para la lucha feminista

Se ha tratado a lo largo de toda la exposici�n de ver caracter�sticas comunes y diferentes entre las mujeres, sobre todo, para articular unos mecanismos de lucha y unas reivindicaciones que puedan ser comunes y que sirvan para unificar las filas del movimiento feminista. Aunque no exista mucha unificaci�n, por lo menos se tratar�a de que no se planteen desde el feminismo unas reivindicaciones en contra de los intereses m�s inmediatos de las mujeres que provienen de otras culturas. Tambi�n, y de forma correlativa, se tratar�a de que desde otros movimientos, de mujeres, feministas, de apoyo a la inmigraci�n, se considerase la situaci�n de las mujeres de aqu� y su tradici�n y sus luchas, para conjugar de alguna manera todos los planteamientos.

A modo de s�ntesis, propongo trabajar con tres conceptos para avanzar.

Conocer. Se trata de realizar un acercamiento a la realidad de otras mujeres. Conocer sus historias y sus vidas y sobre todo las realidades de las que vienen y las realidades que aqu� se les manifiestan. Una actividad amplia y sosegada de escucha, a la que tan acostumbradas est�n las mujeres, para asimilar lo que estas mujeres tienen que contar. Resulta absolutamente necesario no dar por sentado ni sus necesidades, ni sus deseos. Hasta la realidad que nos parece m�s obvia debe ser interpretada, analizada y dialogada. Tambi�n las condiciones de vida y lucha que existen en nuestro pa�s deben ser puestas bajo el prisma com�n del conocimiento. Desde aqu� tambi�n hay que contar en qu� condiciones viven las mujeres y a qu� aspiran.

Es interesante lo que se�ala Dolores Juliano en relaci�n a c�mo se perciben las reivindicaciones de las mujeres inmigrantes:

. considero m�s importante el ver lo que la gente hace realmente que aquello que expresa sobre lo que hace. En muchos casos, el discurso tiende a minimizar o a disimular la actividad que realmente se realiza, m�s que a explicitarla. En cuanto a las reivindicaciones de g�nero de las mujeres inmigrantes, quisiera destacar que dichas mujeres est�n inmersas en un proceso de transformaci�n, el cual no depende de los discursos expl�citos de la sociedad de acogida, sino que se organiza desde antes de su llegada. La mujer inmigrante es una mujer que ha abandonado el lugar de origen y est� formando unas nuevas estrategias de convivencia. Esta mujer ha dado, pues, much�simos pasos, en el sentido de lo que podr�amos llamar la autonom�a, la toma de decisiones, el asumir riesgos y responsabilidades. No estamos ante una mujer tradicional a la cual el mundo se le abre al llegar a la sociedad receptora, sino que llega aqu� porque tiene ya el mundo abierto. De lo contrario, no se mover�a del lugar de origen. En estas condiciones y con estas experiencias previas las mujeres seleccionan de la sociedad de acogida aquello que resulta compatible con sus sistemas de superviviencia y sus estrategias previas, afianzan algunos elementos, dejan de lado otros. (JULIANO. 2000).

Reconocer. No se puede pensar desde un movimiento feminista que aspira a ser plural y algo mestizo que las mujeres que vienen de otros pa�ses nunca han luchado ni han opuesto resistencia a la opresi�n. Con mayor o menor fortuna todas las mujeres del mundo luchan, individual o colectivamente, y se resisten a la dominaci�n patriarcal. Simplemente, porque si no, la violencia sexista habr�a llevado a las mujeres al exterminio. Y se ve que no solamente sobreviven las mujeres, sino que ayudan a sobrevivir a sus hijas e hijos, o a otros familiares, a veces en solitario. Reconocer que hay otras formas de lucha y de resistencia, reconocer que hay una prioridad en las luchas de resistencia, y que las prioridades, muchas veces no coinciden con las que se se�alan desde aqu�. Reconocer que hay muchos principios y muchos valores importantes en nuestras vidas, pero que puede haber otros igual de importantes, lo que no les lleva en absoluto a ser universales "per se". Ser�n universales cuando efectivamente as� se decida en el mundo. Y por propia definici�n lo que es universal para todas las personas no necesita imponerse ni proclamarse.

Tambi�n otros movimientos feministas y otras mujeres que vienen aqu�, tendr�an que reconocer al feminismo y a las mujeres de aqu�. Se ha luchado y se lucha. A veces con torpeza y equivocaciones. Otras, enga�adas y abandonadas por quienes dicen que representan a las mujeres en tantas instituciones y foros. La mayor�a de las veces con energ�a y fuerza y mucha solidaridad. Lo que de momento no nos ha valido, por ejemplo, para reducir los �ndices de violencia sexista contra las mujeres que se lleva un promedio de 90 a 100 vidas de mujeres cada a�o en el Estado espa�ol. Sin embargo estamos luchando.

Reconocerse. Reconocerse entre las mujeres del Norte y del Sur quiere decir que hay que explicitar las cosas en com�n que unen. Hay que hacer el esfuerzo dial�ctico para tender puentes entre las diferentes realidades. No es una lucha de solidaridad la que quiere ofrecer nuestro feminismo, es una lucha feminista para todas. Y para eso hay que reconocer a las otras como iguales, en el sentido de que muchos de sus problemas son los mismos que los que aparecen aqu�. En lugar de estirar las diferencias, para separarnos, para elevarnos, para no contaminarnos, hay que hacer el esfuerzo de ver en el velo que a unas obligan a llevar, por ejemplo, la minifalda o el escote que a otras imponen . Y analizar adem�s, que puede ser un acto de rebeli�n contra la dominaci�n el convertir esa ense�a impuesta en s�mbolo de lucha.

Reconocerse en la realidad de estas mujeres inmigrantes sin derechos con nuestras m�s cercanas mayores, que emigraron huyendo de la represi�n franquista o de la pobreza integral. O tambi�n porque se fueron de prostitutas al extranjero para huir del estigma. Reconocerse con muchas j�venes de aqu� que viven en la di�spora, y all� reivindican ser vascas y quieren vivir en la tradici�n, en la lengua y en la cultura, tan distinta en aquellos lugares. Reconocerse en las tradiciones que muchas mujeres quieren recuperar, como las ansias nuestras de recuperar muchas se�as de identidades negadas. A la vez que se reconoce cr�ticamente el peso de una tradici�n que en muchas ocasiones ha invisibilizado o ha sepultado a las mujeres con su peso.

Gloria Anazald�a se�ala con desgarro esta tensi�n entre la tradici�n y la lucha feminista, que puede ser trasplantada perfectamente a muchas mujeres inmigrantes en cualquier parte del mundo:

Y si, aunque el "hogar" permea cada m�sculo y cart�lago de mi cuerpo, yo tambi�n tengo miedo de volver a casa. Aunque siempre defender� mi raza y cultura cuando sean atacadas por los nomexicanos, conozco el malestar de mi cultura, c�mo incapacita a sus mujeres, como burras, nuestras fuerzas usadas contra nosotras, vulgares y burras portando humildad con dignidad. La habilidad de servir, afirman los hombres, es nuestra mayor virtud. Detesto c�mo mi cultura hace caricaturas macho de sus hombres.

As� que no me deis vuestros dogmas y vuestras leyes. No me deis vuestros banales dioses. Lo que quiero es contar con las tres culturas la blanca, la mexicana, la india. Quiero la libertad de poder tallar y cincelar mi propio rostro, cortar la hemorragia con cenizas, modelar mis propios dioses desde mis entra�as. Y si ir a casa me es denegado entonces tendr� que levantarme y reclamar mi espacio, creando una nueva cultura una cultura mestiza con mi propia madera, mis propios ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura feminista. (ANAZALDUA, 2004) .

Por �ltimo, no queda sino pensar que tenemos tantas cosas en com�n por las que luchar, que nos estamos encontrando en el camino y en las peleas concretas, por lo que finalizo con un bonito texto de las chicas de Mugarik Gabe de Iru�ea:

Movimiento de mujeres, mujeres en movimiento

Y para plantear esta lucha ha habido que hacer frente a muchas cr�ticas que han acusado a las mujeres feministas desde varios frentes de la pelea. Acusadas de igualmente sexistas y divisoras que el sistema machista al que se oponen, si se organizaban aut�nomamente en colectivos de mujeres, han tenido que argumentar una y otra vez la necesidad de una organizaci�n propia que construya y fortalezca al sujeto colectivo. Tachadas de imperialistas y etnoc�ntricas en su discurso feminista, por tratar de mostrar la solidaridad con millones de mujeres de otros mundos y culturas, igualmente expoliadas y agredidas, han demostrado que por mucha diversidad que exista, la opresi�n de las mujeres es universal en el espacio y en el tiempo, y cada vez m�s en un mundo dominado por la globalizaci�n y el pensamiento �nico. Frente a los intentos de fragmentar la lucha feminista, se ha opuesto con rigor, la importancia de construir ejes de unidad en la lucha. Y es que en cualquier parte del mundo en el que una mujer junto a otra mujer lucha por ser m�s libre y por romper las cadenas de la opresi�n masculina, se est� construyendo un movimiento feminista que atenta contra el sistema de dominaci�n patriarcal. �ste es el patrimonio mundial del feminismo: juntas en una misma lucha com�n. (MUGARIK GABE, 2000. Pgna. 49)

Iru�ea, 22 de noviembre de 2004

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