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Compañeras

Historias de sufrimiento en la noche africana

David Sendra Domènech
Las Penélopes

En el norte de Uganda, la inmensa mayoría de las mujeres ha sido torturada, una táctica muy usada como arma de guerra al igual que las violaciones. Torturas físicas pero también psíquicas, privación de alimentos y agua, palizas brutales, amenazas de muerte y un largo etcétera de elementos que las mantienen totalmente hundidas.

Los ojos del mundo miran hacia otros puntos del planeta, y Sudán como tantos otros de los conflictos que asolan este imperfecto mundo se convierte en uno más de los olvidados. Uno asiste con horror a como centenares de personas tratan de escapar de la región de Darfur, fronteriza con el Chad, que está sumida en una crisis humanitaria terrible. A las graves enfermedades que recorren el país, como la endémica enfermedad del sueño, se añaden los primeros casos de ebola. Años de sequía y violencia indiscriminada contra los civiles, en su mayoría mujeres y niños, han provocado un éxodo de refugiados que buscan seguridad en los campos de refugiados. Huyen por miedo a ser asesinados por los grupos guerrilleros que atacan sin piedad violando a las mujeres y secuestrando a los niños y niñas.
Pero las condiciones de vida en los campos de refugiados no son nada sencillas. Al difícil clima del desierto, donde sólo unos escasos árboles proporcionan una insuficiente sombra, las congeladas temperaturas de la noche y el duro azote del viento y la cegadora arena, se añaden los ataques de las milicias árabes, los janjaweed. Es más, ha habido incluso casos de soldados chadianos que entraban en los campos de refugiados para secuestrar mujeres.
El hambre es ya una realidad en Darfur. Las lluvias llegarán pronto y se hará casi imposible que se ayude a esta gente.
Los viajeros de la noche
Gulu, ciudad al norte de Uganda. Cada noche se repite una historia donde los protagonistas son niños y niñas de muy corta edad muchos de ellos. Aprovechando el manto de seguridad que ofrece la oscuridad de la noche, miles de niños huyen de sus hogares, recorriendo varios kilómetros, tratando de llegar a la ciudad de Gulu, donde esperan encontrar protección. Escapan por miedo a ser secuestrados por el Ejército de Resistencia del Señor. Y es que el secuestro de niños y niñas se lleva a cabo a un ritmo de vértigo en zonas del norte y este del país, áreas de gran inseguridad desde donde los niños huyen.
Si son capturados, los niños serán utilizados como soldados, y saben que quiénes no soporten el largo viaje serán asesinados o mutilados. Pero las niñas aún correrán peor suerte porque también corren riesgo de perder la vida en el camino pero además, son llevadas a primera línea del frente, encargándose a veces de las operaciones más complejas y son utilizadas como esclavas domésticas y explotadas sexualmente. Muchas de estas niñas quedan embarazadas en su cautiverio y mueren durante el parto por las condiciones de éste y por su corta edad al dar a luz.
En los hospitales de Gulu es muy fácil encontrar escenas dantescas de las últimas batallas. Jóvenes pacientes que permanecen postrados en sus camas heridos en combate. Aquellos niños que consiguen escapar se enfrentan a la complicada tarea de la rehabilitación, pero una vez más encontramos dificultades para las niñas, ya que el dinero destinado a ello suele ser para los chicos y no para las chicas.
Estos niños, a la mañana siguiente, regresan a sus poblados hasta que la historia se repita al caer la noche, mientras a lo lejos es posible aún escuchar el tronar de la artillería. La guerra sigue, la supervivencia es la meta futura, del día a día.
La heroicidad de nacer mujer
Años de guerra civil, años de inseguridad y violencia han provocado que las mujeres que viven en la zona norte de Uganda sufran terribles problemas psicológicos y físicos. Al trauma de una guerra que parece no acabar nunca se añade la total indefensión en la que viven y la falta de ayudas. Las mujeres fueron torturadas física y psicológicamente, maltratadas sexualmente y sufren trastornos psiquiátricos y graves problemas ginecológicos.
La inmensa mayoría de estas mujeres ha sido torturada, una táctica muy usada como arma de guerra al igual que las violaciones. Torturas físicas pero también psíquicas, privación de alimentos y agua, palizas brutales, amenazas de muerte y un largo etcétera de elementos que las mantienen totalmente hundidas. Los derechos humanos son pisoteados una y otra vez. Se llega a abrir fuego indiscriminado contra las personas en plena calle, las milicias irrumpen en las casas y lo roban todo. Muchas mujeres son torturadas en sus propias casas y después violadas y secuestradas las niñas para usar como esclavas sexuales.
No es pues extraño entender que los graves traumas psiquiátricos que sufren son la causa de que sus vidas diarias hayan cambiado radicalmente, siéndoles muy difícil el hacer una vida normal. La depresión, el estrés postraumático, los intentos de suicidio o la ansiedad son muy habituales, miedo a salir de sus casas, a encontrarse con gente, etc. Tras haber sido víctimas de violaciones, muchas de ellas han tenido abortos y partos de niños muertos. Las enfermedades de transmisión sexual no son tratadas. Recuerdo que en ciertas zonas, como Liberia, es casi imposible, al tener que conseguir un documento que indique haber sido violada (lo cuál es improbable puesto que muchas veces se ha realizado con el consentimiento o ante la indiferencia de las autoridades) y segundo, poseer el dinero suficiente para acceder a esos tratamientos. Todo ello desemboca en problemas de desgarros vaginales, infertilidad, enfermedades pélvicas crónicas, coitos dolorosos, diversos tipos de fístulas, etc.

David Sendra Domènech, periodista y analista internacional.