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Compañeras

7 de marzo del 2003

Con motivo del 8 de marzo
Cuando tenía nueve años

Coca Trillini
Católicas por el Derecho a Decidir
A los nueve años tenía una muñeca vestida de Cleopatra. La cuidaba y guardaba en una caja de zapatos para que su vestido de gasa verde no se enganchara con las piezas del mecano de mis tres hermanos varones.

Dos años atrás había tomado la primera comunión, porque después de algunas palizas y penitencias había aprendido de memoria el catecismo de las noventa y nueve preguntas. Si alguien me hubiera hablado de excomunión hubiera contestado que esa palabra no existía, que la que existía era comunión. Hubiera dicho que Dios estaba en el cielo, en la tierra y en todo lugar; no se me hubiera ocurrido que Dios no estaba donde un varón pudiera hacerme algo que yo no hubiera sabido ni nombrar.

Cuando tenía nueve estaba en segundo grado y la maestra nos llevó de excursión a las barrancas de Belgrano. Fue tal mi entusiasmo cuando vi el paisaje, que se me ocurrió bajarlas corriendo. Llegué rodando con el cuerpo. Tenía la cara sangrando, el cuerpo machucado, las piernas raspadas, pero lo que más me dolió fue que se me vio la bombacha.

En ese tiempo tenía un miedo que penetraba hasta los huesos a la enfermera que vacunaba contra la poliomielitis; a la dentista, desde el momento que decía abrí la boca querida; y no escuché nunca que una amiga mía tuviera una enfermedad de trasmisión sexual.

Entre las que jugábamos en la vereda de la casa de mi abuela no escuche decir: "Has visto abu que hay una nena como yo que tiene un bebé en la panza".

Es necesario decir que mi familia no ha vivido en casa con techos de paja, que desconozco lo que es irse a dormir sin comer, que no perdí ningún año de la entonces llamada escuela primaria y secundaria y que no tuve que ir a trabajar a los nueve años. Sin embargo escuché a mi mamá, que era maestra de campo, repetir que no sólo de pan vive el hombre, aunque con nueve años no entendía lo que quería decir. Ahora supongo que ella debe haber escuchado la pregunta ¿por qué tanto escándalo por una chinita? que yo leí en un diario cuando se hablaba de María Soledad Morales en Catamarca.

Escuchando decir en estos días que a los nueve años se puede seducir a un adulto de manera que este llega a perder el control, recuerdo las recomendaciones para esa edad, como que si me tocaba ahí era una sucia y que si además preguntaba de donde vienen los hermanitos, me contestaban que de eso no se habla, que cuando fuera madre ya lo iba a entender.

¿Qué me hubiera pasado a mí en la situación de María Soledad, de las hijas de Valentina y Norma de Argentina, de Rosita en Nicaragua?

¿Qué si le hubiera pasado a mi hija cuando tuvo esa edad? ¿Qué les ocurre a las niñas menores de 13 años que viven estas situaciones y de las que no tenemos registro ni en nuestro país y menos en America Latina?

Otra vez la palabra aborto quiere pone límites a la posibilidad de ejercer derechos y obligaciones que la patria potestad establece.

¿Cómo puede dormir tranquila una sociedad que acusa a padres y madres que defienden los intereses superiores de sus hijas contenidos en los Derechos del niño?

¿Cómo puede hablar de Dios Padre/ Madre una religión que condena a madres y padres que hacen ejercicio de su libertad de conciencia en temas que no hay acuerdo único desde el inicio de la tradición religiosa a la que perteneces?

María Soledad está muerta. Rosa está viva, sana, está dibujando, jugando, está alegre. Las hijas de Valentina no sé. Mi hija está en su casa tratando de educar a su hijito de otra manera y yo estoy escribiendo en un bar de Buenos Aires, Argentina, América latina, entre un trabajo y otro. Se me acaba de acercar una nena de cinco años a ofrecerme una estampita de la Virgen de Luján. Como única repuesta me echo a llorar y se la compro.

Buenos Aires-Argentina