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24 de marzo del 2002
Cumbre de Monterrey:
  Los grandes poderes tratan de ponerse de acuerdo en el nuevo reparto del mundo 
  
  Antiglobalización: protesta y propuesta 
Luis Hernández Navarro, La Jornada 
  
  Las cumbres son otra especie de Yalta, la conferencia realizada al término 
  de la Segunda Guerra Mundial, en la cual las naciones victoriosas pactaron sus 
  zonas de influencia 
  
  Según el italiano Renato Ruggiero, durante muchos años 
  gerente de la empresa automotriz Fiat, antiguo director de la Organización 
  Mundial de Comercio (OMC) y secretario de Relaciones Exteriores durante los 
  primeros meses del gobierno de Berlusconi, en las negociaciones del Acuerdo 
  Multilateral de Inversiones se quería escribir ''la nueva Constitución 
  de la economía mundializada''. 
  Multitud de ciudadanos en los países desarrollados piensan que en la 
  elaboración de esa Constitución sólo participan los poderosos 
  de un nuevo imperio en formación, y que lo que los grandes poderes buscan 
  no es cómo construir un mundo más justo sino, tan sólo, 
  tratan de ponerse de acuerdo en cómo resolver sus contradicciones internas 
  en el nuevo reparto del mundo. Las grandes cumbres de los organismos que buscan 
  gobernar la globalización son - para ellos- tan sólo una especie 
  de nueva Yalta, la famosa conferencia realizada después de la Segunda 
  Guerra Mundial, en la que los países victoriosos pactaron su zona de 
  influencia en el planeta. Por eso, en parte, en octubre de 1998 Ruggiero, entonces 
  director de la OMC, recibió como ''premio'' a su labor un pastelazo en 
  el rostro a manos del Biotic Banking Brigades. 
  La magnitud y beligerancia de la protesta protagonizada en las calles por los 
  críticos de la globalización neoliberal durante el encuentro de 
  la OMC en Seattle, efectuado en diciembre de 1999, tomó por sorpresa 
  a los funcionarios de los organismos multilaterales de desarrollo, el mundo 
  de los negocios y la clase política creyente en el llamado Consenso de 
  Wa-shington. Su reacción instintiva no fue la de comprender la naturaleza 
  de la movilización que asediaba sus reuniones internacionales y ponía 
  en entredicho sus verdades económicas, sino la descalificación. 
  
  El movimiento fue ''explicado'' desde la cúspide del poder como una expresión 
  del malestar ludista finisecular de los nuevos globalizados que se oponían 
  al progreso, como un reflejo proteccionista de quienes buscaban conservar ''privilegios'' 
  sociales de otras épocas o como una versión combativa de un nuevo 
  Woodstock. Se dijo además que no ofrecía nada más allá 
  del rechazo a lo existente. 
  Ciertamente, la red de redes que integra el movimiento es una coalición 
  que resiste un orden existente y rechaza la pretensión de profundizarlo. 
  Pero eso no significa que en su interior no se hayan formulado propuestas de 
  desarrollo alternativas. La consigna y los trabajos de los dos foros de Porto 
  Alegre, Otro mundo es posible, apuntan en esta dirección. Aunque se trata 
  de un movimiento plural, integrado por un variopinto conglomerado de actores, 
  que ha puesto el acento en el diagnóstico de lo que no se quiere y la 
  acción común para oponérsele, a su interior se han desarrollado 
  un número considerable de propuestas de otros tipos de globalización. 
  No todas son compartidas por el conjunto. Hay quienes creen que no hay más 
  opción que acabar con el sistema capitalista. Sin embargo, algunas de 
  estas iniciativas ya se están llevando a la práctica en varias 
  regiones del planeta; otras requieren de una correlación de fuerzas distinta 
  para poderse hacer realidad. 
  Estas son algunas de las propuestas elaboradas por integrantes del movimiento. 
  
  Deuda externa, deuda eterna  
  Durante el segundo Foro de Porto Alegre se efectuó el Tribunal Internacional 
  del Pueblo sobre la Deuda. Testigos provenientes de China, Burkina Faso, Malí, 
  Nicaragua, México, Sudáfrica y Zimbawe, entre otros muchos, presentaron 
  testimonios del impacto de la deuda externa en sus países ante un jurado 
  integrado por jueces de verdad, como Dumiso Ntsebeza, de Sudáfrica, y 
  escritores como el egipcio Nawal el Sadawi. 
  Brian Ashley, de la organización Jubilee South, afirmó: ''Hemos 
  llevado a juicio a la deuda y la estamos acusando de ser ilegítima y 
  de no ser responsabilidad de nuestros pueblos... Es ilegítima porque 
  muchos de quienes la han contraído son gobiernos ilegítimos, como 
  el régimen deapartheid en Sudáfrica, la dictadura militar en Nigeria...'' 
  Un participante de India acusó al mecanismo de endeudamiento de ser ''antidemocrático, 
  ilegítimo, genocida y homicida''. 
  El tribunal consideró que la deuda externa era delito de lesa humanidad 
   
  Desde 1982, se han desarrollado en muchos países movimientos contra la 
  deuda externa, asi como propuestas para enfrentar este desafío. Los nuevos 
  movimientos contra la globalización retoman, en este sentido, un camino 
  que lleva muchos años siendo caminado. 
  Las razones de un combate en este terreno son obvias. La deuda externa del Tercer 
  Mundo alcanzaba en 1982 la cifra de 780 mil millones de dólares. En el 
  año 2000 el monto había crecido hasta los 2 billones de dólares. 
  A través del pago de la deuda externa y de sus servicios se transfieren 
  recursos de los países del sur hacia el norte. En 1998, los 41 países 
  pobres altamente endeudados (PPAE) transfirieron hacia el norte mil 680 millones 
  de dólares más de lo que recibieron ese año, mientras que 
  el conjunto de los países del Tercer Mundo efectuaron traslados netos 
  de recursos al norte por 114 mil 600 millones de dólares. 
  El peso de esta deuda hace que sea imposible para muchos países un desarrollo 
  independiente. Sus habitantes sufren hambre, enfermedades y falta de educación, 
  mientras sus recursos naturales se devastan. En 1996, el Banco Mundial, el FMI, 
  el G7 y el Club de París prometieron anular 80 por ciento de las deudas 
  de los PPAE. Tres años después, como resultado de la campaña 
  de presión de la campaña mundial para la anulación de la 
  deuda de los países más pobres Jubileo 2000, añadieron 
  10 por ciento a su propuesta. Sin embargo, cinco años después 
  sólo algunos países habían logrado una efectiva reducción 
  de los montos de sus adeudos. 
  Muchas fuerzas dentro del movimiento antiglobalización sostienen que 
  la deuda del Tercer Mundo es globalmente ilegítima y su pago no tiene 
  por qué ser exigible. Esa deuda, sostienen investigadores como Eric Toussaint, 
  ''no es tan pesada si la comparamos con la deuda histórica, ecológica 
  y social que han contraído con él los países ricos del 
  norte''. La deuda del Tercer Mundo durante el año 2001 fue de 2 billones 
  cien mil millones de dólares, lo que representa sólo un pequeño 
  porcentaje de la deuda mundial, cuyo monto es de 45 billones de dólares. 
  
  La anulación de la deuda pública externa de esos países 
  sin ningún tipo de indemnización a los acreedores representaría, 
  tan sólo, una pérdida de 5 por ciento de sus carteras. 
  La Asociación en pro de un Impuesto a las Transacciones Financieras 
  
  La Asociación por un Tributo a las Transacciones financieras especulativas 
  de Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC) es un movimiento de educación popular 
  orientado hacia la acción, surgido en Francia el 3 de junio de 1998, 
  a partir de un editorial de Ignacio Ramonet publicada en el periódico 
  Le Monde Diplomatique en diciembre de 1997. En ella proponía desarmar 
  los mercados financieros, imponiendo un impuesto de 0.1 por ciento a las transacciones 
  especulativas sobre los mercados de divisas -conocido como la ''tasa Tobin''- 
  y redistribuyendo las ganancias con criterios sociales. La aplicación 
  de esta medida permitiría obtener más de 230 mil millones de dólares 
  al año, que podrían ser empleados para estabilizar la moneda, 
  para desarrollar la economía, para financiar la ayuda humanitaria y para 
  paliar otras crisis nacionales o internacionales. 
  La iniciativa de Ignacio Ramonet retomó una propuesta elaborada por el 
  recientemente fallecido economista estadunidense James Tobin que, durante varias 
  décadas, pasó prácticamente inadvertida. Tobin, premio 
  Nobel por sus estudios sobre los mecanismos de funcionamiento de los mercados 
  financieros, señalaba que en éstos rige más la apuesta 
  que la previsión y el estudio de los movimientos. Según él, 
  un impuesto sobre esas operaciones podría ayudar a un mejor manejo de 
  las mismas. Tobin creía que se podía inducir al mercado a actuar 
  con prudencia ante cada gran operación financiera, introduciendo ''un 
  grano de arena en las ruedas del mercado financiero'', según sus propias 
  palabras. Esta tasa pretendía combatir las excesivas oscilaciones en 
  los mercados de valores. 
  El éxito de la iniciativa sólo puede ser explicado -al menos parcialmente- 
  como resultado de la precocupación que amplios sectores de la población 
  tienen ante la especulación financiera. 
  El abandono en 1971 del sistema internacional de cambio, nacido de los acuerdos 
  de Bretton Woods, provocó un aumento considerable de los intercambios 
  de divisas en el mundo. La mayor parte de esos flujos no corresponden a ningún 
  intercambio real de mercancías, sino a la búsqueda de beneficios 
  financieros inmediatos. 
  Estos movimientos especulativos provocan una gran inestabilidad del sistema 
  monetario y han causado una sucesión de graves y contagiosas crisis económicas. 
  Dichas crisis, como las que afectaron a México en 1994, a Asia del sudeste 
  en 1997, a Rusia en 1998 y a Brasil en 1999, arruinaron en pocos días 
  varios años el esfuerzo de naciones enteras. Además, para ganar 
  la confianza de los inversionistas los países deben ofrecer ganancias 
  cada vez más elevadas a los inversionistas, a costa de las personas que 
  viven de su trabajo, de los ciudadanos y del medio ambiente. 
  Sin embargo, la introducción de un impuesto como la ''tasa Tobin'' sólo 
  es factible si es aceptado mundialmente, tanto por aquellos países desde 
  los que sale el capital, como los que lo reciben. Requiere de la cooperación 
  de bancos, fondos y otras instituciones privadas, que envían diariamente 
  esos cientos de millones de dólares hacia todo el mundo. Asimismo, implica 
  poner fin a los paraísos fiscales, y a los offshores, que son sociedades 
  anónimas para operar internacionalmente sin pagar impuestos ni dar informaciones 
  en el país donde se han registrado. 
  Attac ha ganado adeptos rápidamente en muchos países. Capítulos 
  de esta organización se han formado en prácticamente todos los 
  integrantes de la Unión Europea, pero también en Europa oriental, 
  varias naciones de Asia, Estados Unidos y Argentina. Multitud de parlamentarios 
  han asumido esta propuesta como propia. 
  Quienes impulsan la ''tasa Tobin'' no creen que sea la panacea para todos los 
  males, pero sí un instrumento de movilización y educación 
  popular. Como concluyó la declaración final de la Cumbre Social 
  Alternativa: ''El impuesto Tobin no es la única solución a los 
  numerosos problemas y reivindicaciones generados por la mundialización 
  financiera. Representa una de las posibilidades movilizadoras del control de 
  los flujos financieros mundiales. Por su simplicidad, sus mecanismos, sus consecuencias, 
  permite alcanzar fines diversos y complementarios. Herramienta pedagógica 
  y propuesta dinámica, permite hacer comprender a los ciudadanos/as por 
  qué las disfunciones sociales, económicas y políticas están 
  ligadas a la mundialización liberal''. 
  Presupuesto participativo 
  La ciudad de Porto Alegre es la capital del estado de Río Grande do Sul, 
  en Brasil. Está gobernada por el Partido del Trabajo (PT) -el mayor partido 
  de izquierda de ese país- y ha sido sede de dos foros sociales mundiales 
  que han evidenciado la posibilidad de un mundo distinto al de la lógica 
  del pensamiento único. Si en algún lugar y momento el movimiento 
  contra la globalización neoliberal se ha empeñado en demostrar 
  que tiene alternativas ha sido en esta ciudad. 
  Pero Porto Alegre no es sólo el lugar de encuentro de quienes resisten. 
  Allí se desarrolla, además, una de las experiencias de participación 
  popular en la administración pública más relevante de América 
  Latina, en la que se comprueba que la práctica política y la gestión 
  gubernamental de la izquierda puede diferenciarse claramente de la derecha: 
  que la izquierda no tiene porqué comportarse como la derecha cuando le 
  llega la hora de ser gobierno. La columna vertebral de esta forma distinta de 
  gobierno local es el presupuesto participativo. 
  Este último consiste en convocar a la población a discutir y decidir 
  acerca de las obras que el municipio, de acuerdo con sus recursos, debe priorizar. 
  Quienes toman las decisiones sobre la recaudación, las obras que se necesitan 
  realizar y los gastos que se deben hacer no son sólo los técnicos 
  o los gobernantes, sino el conjunto de la ciudadanía. Esta decisión 
  se procesa mediante una serie de debates y consultas. 
  El análisis y debate colectivos sobre el destino de los recursos públicos 
  ha permitido modificar la lógica tradicional de asignación de 
  los recursos públicos desterrando prácticas clientelares o un 
  sesgo a favor de las franjas de la población con mejores niveles de vida. 
  
  El presupuesto participativo es (como lo ha analizado Marta Harnecker), simultáneamente, 
  un instrumento para una mejor redistribución de la renta de la ciudad 
  y una herramienta clave en la planificación y de control sobre la administración 
  local. Aunque no resuelve el problema de la precariedad del financiamiento soluciona 
  el de su distribución con criterios sociales. En un entorno así, 
  la transparencia y rendición de cuentas son una realidad que limita las 
  posibilidades de desvío de recursos o de corrupción. La famosa 
  ''Ley de Hierro de la Oligarquía'', de Michaels -la concentración 
  de poder y burocratización de las instituciones de representación 
  popular- adquiere aquí un contrapeso real. 
  Fue también en Porto Alegre donde se instaló la Asamblea Pública 
  Mundial para, de acuerdo con la experiencia de presupuesto participativo, debatir 
  y escoger los temas prioritarios para redistribuir los gastos que se dedican 
  a la guerra. 
  El asunto es serio. El presupuesto militar de Estados Unidos el año que 
  viene será de 380 mil millones de dólares, y el mundo gasta al 
  año en ese rubro casi 800 mil millones. Por cada dólar que la 
  ONU invierte en misiones de paz, los gobiernos del planeta dedican 2 mil dólares 
  a la guerra. Una hora de gastos bélicos sería suficiente para 
  pagar dignamente a 86 mil 400 trabajadores durante un mes. Con el costo de un 
  avión supersónico se podrían equipar 40 mil consultorios 
  médicos. Con la inversión requerida para adquirir un tanque de 
  guerra podrían construirse 520 aulas escolares. 
  Afirmar -como lo hace el movimiento contra el neoliberalismo- que hay que reasignar 
  los recursos destinados a matar y dominar para vivir con dignidad y libertad 
  es una propuesta sensata. Apostar por la paz en un mundo en guerra es, en sí 
  mismo, una propuesta profundamente transformadora. 
  El clamor de la tierra  
  John Hansen, dirigente la Asociación de Granjeros de Nebraska, presume 
  saber castrar un toro y ordeñar una vaca sin confundir una cosa con la 
  otra, y asegura que el libre comercio es como el sexo: si no se toman ciertas 
  precauciones y limitaciones las consecuencias que hay que pagar son inevitables. 
  Al igual que Hansen, muchos agricultores de países desarrollados desconfían, 
  a pesar de los grandes subsidios que se canalizan a la agricultura -aunque no 
  necesariamente a los pequeños productores rurales- del llamado ''libre 
  comercio''. Tienen razones para hacerlo. Como la tienen los trabajadores, las 
  consumidores preocupados por comer productos de calidad y los vecinos que quieren 
  un medio ambiente limpio. 
  Ellos ven que los convenios comerciales internacionales sin candados y sin políticas 
  de compensación y sin real gradualidad en su aplicación, son un 
  instrumento que permite que burocracias internacionales asociadas con las grandes 
  corporaciones burlen los controles sociales conquistados durante años 
  de luchas. 
  Del otro lado de la frontera, los campesinos del sur ven esos tratados con la 
  misma suspicacia que sus contrapartes del norte. La apertura de las fronteras 
  y el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual sobre organismos 
  vivos ha implicado para ellos la quiebra, la migración y la expropiación 
  de conocimientos sobre la naturaleza transmitidos durante generaciones. Prácticamente 
  de la noche a la mañana sus cosechas no valen nada porque entran a sus 
  países granos y productos agrícolas (en muchas ocasiones desecho 
  del norte) con precios subsidiados, o resulta que deben adquirir semillas que 
  han sembrado durante toda su vida a trasnacionales. 
  No extraña entonces que uno de los componentes más dinámicos 
  de la lucha antimundialización sean las organizaciones campesinas de 
  todo el mundo, muchas de ellas integrantes de Vía Campesina, y que una 
  de las figuras más reconocidas de este movimiento sea un agricultor:
  José Bové. Como tantos sectores, tienen propuestas de desarrollo 
  alternativas. La agricultura orgánica -cada vez más importante 
  en el mundo entero-, la construcción de mercados justos -en los que los 
  consumidores del norte pagan cantidades adicionales de dinero por productos 
  sanos elaborados por pequeños productores-, el considerar la información 
  genética como patrimonio de la humanidad y rechazar todo tipo de patentes 
  de formas de vida, la oposición a los transgénicos y el uso de 
  semillas criollas avaladas de cientos de miles de años de uso, la validez 
  de políticas nacionales para proteger la agricultura y el medio ambiente 
  son unas cuantas de las iniciativas de transformación social que ha puesto 
  en práctica este movimiento que rechaza ser un lastre del pasado y se 
  reivindica como una reserva de futuro. 
  Ciudadanía universal  
  La mundialización neoliberal globaliza el desplazamiento de capitales 
  y mercan-cías, pero cierra las fronteras a los seres humanos. ¿Quiénes 
  son los globalifóbicos? ¿Los que abogan por el libre movimiento de los 
  capitales pero no de la mano de obra o quienes quieren un mundo sin fronteras? 
  
  Durante el 2001 murieron -según la Secretaría de Relaciones Exteriores- 
  387 mexicanos tratando de cruzar la frontera de Estados Unidos para conseguir 
  un empleo. Tres millones de compatriotas viven fuera de su país sin papeles 
  escapando de la vigilancia del Tío Sam después de haber cruzado 
  el Muro del Nopal. 
  En Italia, Omo Lade, un jugador de futbol del Treviso, proveniente de Nigeria, 
  salió a la cancha en los últimos minutos del partido. Los sectores 
  fachas de la porra abandonaron en protesta el estadio y el alcalde afirmó 
  que se merecían la derrota que habían sufrido. En el partido siguiente 
  todo el equipo salió a jugar con las caras pintadas de negro en solidaridad 
  con su compañero. 
  Apenas este 20 de marzo, el gobierno italiano declaró el estado de emergencia 
  para combatir la inmigración ilegal. Todos los años quienes promueven 
  la lucha contra el neoliberalismo organizan en Italia campeonatos mundiales 
  de futbol contra el racismo. 
  El racismo ha crecido en los países del norte al ritmo que llegan los 
  nuevos refugiados económicos. Los recién llegados cargan con ellos 
  una cultura distinta. Muchos no son blancos ni cristianos. Se les ve como sospechosos 
  de querer desintegrar las bases de la cultura occidental y los pilares de la 
  democracia representativa. Junto al racismo abreva el fascismo. 
  Quienes más firmemente se oponen a la discriminación han formado 
  centros de ayuda y asistencia legal para los migrantes, promueven la solidaridad 
  y la cooperación intercultural y trabajan por conseguirles vivienda; 
  son los integrantes del movimiento contra la globalización. Excluidos 
  ellos mismos, víctimas de la precarización del trabajo y del desmantelamiento 
  del Estado de bienestar, los jóvenes de Barcelona, Gontemburgo o Génova 
  - el ''Pueblo de Seattle'', como se denomina en Italia al movimiento- están 
  construyendo con los migrantes una nueva ciudadanía que se reclama universal. 
  Su propuesta de una nueva Babel tiene una dimensión ética inexistente 
  en quienes apuestan a la segregación y la exclusión racial. 
  La muerte de Tina  
  Margaret Thatcher, la Dama de Hierro -recuerda Daniel Singer-, defendía 
  su proyecto neoliberal mencionando insistentemente a Tina: There is no alternative 
  (no hay alternativas). Eran los tiempos dorados de los Chicago Boys y de los 
  Freedom Fighters de Ronald Reagan. 
  Hoy, las cosas han cambiado. Los Freedom Fighters se convirtieron en los peligrosisimos 
  talibanes que promueven el ''choque de civilizaciones'', los Chicago Boys que 
  manejan las instituciones financieras multilaterales han sido calificados como 
  economistas de tercera por el premio Nobel y ex economista en jefe del Banco 
  Mundial, Joseph Stiglitz, y la única Tina que sobrevive célebremente 
  después de Chiapas, Seattle y Porto Alegre es, afortunadamente, Tina 
  Turner. 
  El asedio masivo a las cumbres de los organismos multilaterales, la toma de 
  calles y plazas públicas por multitudes, el cerco simbólico al 
  gobierno mundial de los gerentes, son el terreno en el que se expresa otra soberanía 
  que se niega a ser avasalladas: la de los globalizados. 
  Las instituciones multilaterales toman decisiones que afectan a millones de 
  seres. Los funcionarios que dirigen estas instituciones no fueron elegidos por 
  nadie sino designados. No debe dar cuenta de sus actos sino a sus jefes. Son 
  un poder transnacional no democrático y sin control de la gente. Su agenda, 
  su visión de cómo debe ser conducida la economía, es la 
  de las grandes empresas. 
  Los ciudadanos que protestan en esas cumbres expresan un malestar profundo contra 
  ese gobierno supranacional que escapa a cualquier mecanismo de control democrático. 
  No quieren ser víctimas de una globalización que, presentada como 
  ''inevitable'', no hace sino colocar los procesos de concentración de 
  la riqueza en unas cuantas manos. Su indignación no surge sólo 
  del terreno de la moral, sino de su negativa a ser reducidos a la condición 
  de nuevos súbditos. Los movimientos contra la globalización neoliberal 
  han acabado con el mito del Pensamiento Unico. Su acción y sus propuestas 
  anuncian que, efectivamente, otro mundo es posible.