Nuestro Planeta
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Las guerras por el agua
Ramón Chao
www.radiochango.com
¿CREÍAN ustedes que el trío de las Azores invadió Irak para robar petróleo, para
imponer su democracia particular en el país o para desembarazarse de un tirano
sanguinario que ahora no saben cómo juzgar? Quia, desengáñense. Lo que les
interesaba era el agua. La invasión ilegal estaba concebida para apoderarse de
los tres grandes ríos que pasan por ese país, el Tigris, el Éufrates y el
Jordán.
Esta tesis la desarrolló Danielle Mitterrand en una conferencia de prensa el
miércoles pasado en la que presentamos el programa de su Fundación France-Libertés.
Según ella, y aunque me cueste creerlo, pero formo parte de su consejo de
administración y no tengo más remedio, los yanquis son muy inteligentes y saben
que dentro de pocos decenios el agua será el elemento más codiciado del mundo, y
quien más reservas posea de ese líquido dominará el planeta. En el caso
presente, contar con la riqueza de los tres ríos asegura el dominio en toda la
región de Oriente Medio.
Las predicciones pasadas se van convirtiendo en realidad. Las guerras
tradicionales, las guerras por el petróleo, quedan obsoletas. Desde hace años ya
se nos quería convencer de la ineluctabilidad de las guerras del agua, destinada
a convertirse en una de las causas principales de conflictos entre Estados e
incluso entre grupos sociales y comunidades territoriales dentro de una nación.
El control de los ríos creó siempre problemas entre los pueblos (recordemos que
la palabra rival proviene del latín rivalis , 'que vive en la otra ribera'). A
veces, la construcción de presas cerca de una frontera reduce el caudal del país
vecino y provoca conflictos con él. De este modo, las gigantescas presas turcas
de Ataturk y Karakaya provocaron graves tensiones entre Turquía, Irak y Siria.
Aparte de los embalses, cada vez que se ha realizado un desvío de un río siempre
concluyó con un desastre para el medio ambiente. En Uzbekistán, que ostenta el
récord mundial de consumo de agua por habitante, para regar los campos de
algodón las autoridades soviéticas allá por 1965 desviaron las aguas del Sy
Daria y del Amur Daria, que desembocaban en el mar de Aral. Lo cual provocó la
disminución y desecación de éste, prácticamente reducido a la mitad, con la
inevitable desaparición de la flora y de la fauna: un desastre ecológico.
Las propuestas que formulamos en la fundación son, en primer lugar, inscribir el
derecho al agua en todas las constituciones, y a priori en la europea, del mismo
modo que existen los derechos humanos, el del trabajo o el de la salud. Dos: la
distribución del agua y su purificación han de ser servicios públicos esenciales
para todos nosotros. Deberán ser financiados y administrados en interés de la
colectividad. Tres: se deberá imponer una tasa de 1% a los presupuestos del
armamento durante quince años, lo que permitirá financiar un programa de acceso
al agua en todos los lugares cuyas infraestructuras sean insuficientes. Y cada
ser humano tiene que disponer de 40 litros de agua por día, potable y gratuita.
Debo decir que uno de los primeros que escribieron profusamente sobre este
problema fue mi hermano Pepe, en esa obra tan importante como es O libro da auga
. Pero no tiene mucho mérito, pues mi hermano, (ex) sacerdote priscilianista,
posee el don de la profecía.