VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La Fogata con las Madres

Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 30-06-05
Democracia para morirse de hambre


Entre todo el silencio previo a esta palabra y esta palabra, entre la última línea que usted, lector, leyó y este primer renglón, se han muerto por hambre en el país uno o dos niños menores de cinco años. Antes del último punto y aparte de este texto, esa cifra quizás haya aumentado a cinco o seis. Al término del día, invariablemente, más tarde o más temprano sea relevado el índice final, el número total será de cien muertes por hambre, y mañana la misma cantidad, y ayer, igual que hoy y que pasado mañana.

Pero el problema consiste, precisamente, en que siempre que se refiere el problema del hambre se habla de un número, de un simple monto, un guarismo, una cantidad, como si esa cifra no tuviera cuerpos detrás, carne y sangre humanas que le dan patetismo, vidas que se extinguen. Entonces, he ahí la cuestión: ponerle ojos, miradas que no ven, corazones sin esperanzas ni sueños, panzas hondas, vacías, hinchadas a esa representación simbólica, porque un número no es más que eso. Cien muertes por día de hambre en niños menores de cinco años de edad, en el país de una vaca por cada habitante. ¿Puede la democracia argentina seguir soportando este taladro que raspa y rompe y pica la institucionalidad republicana, la división de poderes, la libertad de prensa, las elecciones cada dos por tres?

Las Madres de Plaza de Mayo le dieron énfasis al horror de este genocidio ciego y lento. En su discurso del jueves pasado, Hebe de Bonafini se preguntó en voz alta qué pasaría si juntáramos los cadáveres de esos niñitos durante una semana, una sola semana, es decir: el tiempo que corre entre una fecha y otra fecha del fútbol argentino, por ejemplo; o entre jueves y jueves de estrenos en los cines, o entre una misa y la misa del domingo siguiente; si juntáramos, decía Hebe, a los muertos por hambre de toda una semana y tiráramos esos setecientos cuerpitos secos para siempre, en plena Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, en diagonal a la Catedral, bajo el vuelo de las palomas que cruzan la tarde y descienden para comer el pochoclo de los turistas japoneses que se toman fotografías digitales en la Pirámide. ¿Y qué pasaría, realmente? ¿Se lo preguntó usted, oyente o lector, mientras lee o escucha este editorial y la cifra de muertos ha trepado, con respecto a la primera línea de este texto, a siete u ocho? Y lo que es más importante, ¿se lo preguntaron los responsables de las políticas de Estado?

Los niños amenazados por la desnutrición, por el chagas, por la infección intestinal, por los problemas respiratorios, por la fiebre sin aspirinas, por la diarrea, por la policía que los golpea cuando salen a la calle a limpiar parabrisas, por los punteros que los prostituyen y los hacen traficar cocaína diluida a cambio de moneditas o cartón donde pasar la noche en los andenes; en definitiva, los niños amenazados por el hambre, ya no tienen tiempo de preguntarse qué pasaría. Ellos, que aún son sobrevivientes de ese genocidio, que todavía no han sido asesinados, están llegando a Buenos Aires hoy mismo. Son niños, debieran estar en la escuela y ser estimulados por sus maestros y también por sus familiares, a jugar, a imaginar, a soñar, a crecer. Quizás tengan condiciones y sensibilidades increíbles para la música, para la palabra, para curiosear en la ciencia y descubrir un día un átomo superpoderoso o la vacuna contra la injusticia. Pero nunca nadie lo sabrá, porque el hambre se los habrá llevado antes a sus becas con la muerte. Ellos, esos niñitos, nuestro futuro, están situados en el camino de la lucha de su pueblo, porque para ellos luchar es lo único que les resta si es que quieren sobreponerse a la muerte que el sistema capitalista y sus mandantes económicos han regulado para ellos, como una variable más, como un índice macro. Estos pequeños gigantes, se han organizado en caravana desde Tucumán, el norte del país, y recorrido varias provincias argentinas haciéndose ver, tratando de quitarles las telarañas de los ojos a los gobernantes, desde el Presidente de la Nación hasta el último secretario de Estado. Dicen que el hambre es un crimen. Llevan en sus ojos la mirada de todos sus hermanitos masacrados por el tiro sin sangre, la bomba sin ruido, la horca sin nudo, de la falta de alimentación y sus derivados.