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La Fogata con las Madres

Editorial de "¡Ni un paso atrás!".

Programa del 29-1-2004

¿Quién le pide permiso de residencia al capital?

El presidente argentino viaja a Madrid, donde se entrevista con el jefe del Estado español. El indisimulado fascista José María Aznar, represor de vascos libertarios, aliado de Bush, ejecutor de iraquíes indefensos y empleado del mes de las empresas petroleras que deshojan el suelo nacional, recibe al santacruceño en el Palacio de La Moncloa. En la reunión se acuerdan mayores inversiones de capital español en Argentina, bajo condiciones aún más favorables. Kirchner, por su parte, demanda mejor trato para los inmigrantes argentinos en la península. La agenda de temas a deliberar, aunque acostumbrada y repetida, es ilustrativa y no deja de revelar otra triste notoriedad del capitalismo, una desigualdad, otra más. Liviandad y descontrol para los capitales multinacionales, pero intransigencia y rigidez para los hombres y mujeres pobres que rumbean por los continentes en busca del bienestar negado en su tierra. ¿Quién le pide permiso de residencia al capital transnacional para instalarse impunemente en nuestros países pobres, expoliados, secos ante el saqueo aunque húmedos de rebeldía? Sólo Cuba socialista. ¿Acaso el control a las gentes que emigran es tan severo como el control a los dineros que se expanden? Los pobres y ofendidos sociales se ven obligados a cambiar el verano por otras estaciones opuestas por el vértice, el desierto por mar, la montaña a la planicie, hasta el lenguaje, para sortear la miseria y el atraso; otros conquistan poblaciones enteras cuando circulan y crecen. Unos son inmigrantes, seres sub-humanos, tratados con severas leyes de extranjería; otros son señores inversionistas. Los pobres expatriados por la crueldad económica del capitalismo no olvidan jamás su tierra, sus costumbres, los olores y gustos de su gente. Ese no olvido es bálsamo y a la vez el mayor padecimiento. El frío capital imperialista muta fácilmente de país e impone sin distinción sus condiciones y reglas de impudor a los trabajadores de cada nación colonizada. El imperialismo yira por el mundo sin permisos ni documentos, se afinca sin necesidad de visa o pasaporte, despoja con galantería y seguridad jurídica a los pueblos de su identidad y cultura, a la historia de su capacidad transformadora y a los trabajadores de su ideología y conciencia. La lógica del capital se convierte en la regla moral de las sociedades; el egoísmo, el lucro, la ambición personal son santificados y se constituyen en el deber ser y precepto de humanidad. No hay comparación posible entre los trabajadores, los hombres y mujeres dignos, los pueblos, y un explotador. Pero sí se verifica entre ellos una escandalosa relación: la fortuna de aquel cuesta exactamente la miseria, el dolor, el hambre, la enfermedad de quienes padecen su tiranía capitalista. Así en España como en el resto de las naciones, entre las cuales también se encuentra Argentina. Aquí abajo, lejos, donde el sur clava sus últimas estacas para que el viento pegue la vuelta y doble, un pueblo entero ansía cambiar la realidad, romper la relación que rasga la sociedad en clases contrapuestas y tiranizar con solidaridad, conciencia y lucha la impudicia del capital, sea extranjero o todo lo contrario, liberando para siempre las cadenas que atan el presente de la historia a la sombras y el desgarramiento de la injusticia y la indigencia. "La tierra será para quien la trabaje, el provecho del trabajo servirá a toda la comunidad, y el trabajo habrá de ser para todos", dicen en silencio de grandes voces, con ternura sin fondo en los ojos, a tiros o pasos, en la selva y la montaña, el altiplano y la meseta, los pobres de América latina y negra, morena y blanca, unidos y fuertes como nunca antes en tantos siglos de explotación.