VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La Fogata con las Madres

Editorial de "¡Ni un paso atrás!" Programa del 12/02/2004
En Haití, también

Hasta el miércoles 12, la rebelión en Haití se había cobrado la vida de más de cincuenta personas y la paz de cementerio de, al menos, once ciudades. El alzamiento popular contra el presidente Aristide –quien tiene un pasado progresista y de militancia en la teología de la liberación, pero que aplica un programa de severo ajuste neoliberal- se mantenía ágil en las calles y en constante ascenso. Como si la rebelión fuera un típico tifón caribeño, tras su paso los pobladores saqueaban comercios y contenedores portuarios, abrían las cárceles llenas de negros pobres tataranietos de esclavos y humillaban a las fuerzas policiales del Estado, que debían retroceder ante el avance de los rebeldes.
A igual que en Bolivia, el levantamiento popular en Haití se muestra como el único camino para los pueblos de los países "más pobres del mundo", como enfatizan tomando distancia los periodistas argentinos, sugiriendo que aquí, en el país de la recaudación récord, las vacas gordas y el tango for export, eso no pudiera volver a ocurrir jamás. Con tono pasteurizado y distante, los cronistas se refieren a los rebeldes haitianos como "bandas" carentes de dirección política, de "lealtad cambiante", que "acaudillan" la anárquica sublevación. Cosa de negros. El mismo discurso de la dictadura militar argentina, que cuando se refería burocráticamente a las organizaciones de sus víctimas inermes lo hacía mediante la categoría "Banda de delincuentes subversivos armados".
Más: los relatos de las agencias noticiosas que informan al mundo sobre los hechos, resultan escandalosamente imprecisos. En un mismo cable se asegura que los "jóvenes ahuyentan a machetazos a policías y civiles oficialistas", como si fueran bárbaros, pero algunas líneas más abajo se puntualiza que "los rebeldes pueden superar en poder de fuego a la empobrecida fuerza policial de cinco mil hombres" y que "el ejército ha sido desbandado". Sin embargo, es una de dos: o los rebeldes resisten con machetes, o tienen gran poder de fuego.
Asimismo, de la lectura de las informaciones surge un escenario bastante similar al de otras insurrecciones populares en el continente. Los socialdemócratas formalmente contrarios a Aristide condenan a los rebeldes por terroristas; la comunidad internacional reclama el fin de la violencia para comenzar las negociaciones; y los protagonistas de la rebelión, salvajes sangrientos, caudillos sin dirección política, hordas de delincuentes que abren cárceles y comisarías a su paso, son aislados lentamente, tirados al tacho del sectarismo y la antidemocracia, para su más rápida y eficaz represión.
Por otra parte, el diario argentino Clarín, en el afán de situar geográficamente a sus lectores, los confunde definitivamente cuando muestra un mapa donde el pequeño Haití se ubica a la izquierda de otro país más grande, que llama "Santo Domingo". En verdad, ese otro país fronterizo es República Dominicana, cuya capital, sí, es Santo Domingo. En todo caso, Santo Domingo es el nombre de esa extensa porción de territorio, una isla, donde se encuentran ambas naciones, pero no el país enorme al lado del diminuto espacio donde se desarrolla el conflicto. Pero de ello Clarín no dice nada. Al gran diario argentino, el de mayor tirada y circulación en la América latina hispanoparlante, se le permite la licencia de obviar tan groseramente los detalles porque, total, se trata del país más pobre del continente y la noticia referida no es más que una revuelta popular.
No obstante, ese país pequeño y menesteroso, colgado del extremo oeste del archipiélago de las Antillas, insignificante a la hora de las grandes decisiones del mundo, fue el primero en América en liberarse del yugo colonial, exactamente en 1804. El dato es crucial, debido a que la actual rebelión prendió sus nacientes fuegos en Gonaives, precisamente donde fuera proclamada hace doscientos años la primera república negra de América, tras una sublevación de los esclavos dirigida por Toussaint Louverture contra los franceses napoleónicos que los sometían. Después se sucedieron guerras con los dominicanos pro españoles, anexiones de territorio y disputas internas, que "saldaría" ejemplarmente Estados Unidos con sus habituales invasiones militares. La primera, en 1915 y hasta 1934. La última, en 1994, justamente para reponer en su cargo presidencial a Jean Bertrand Aristide, el mismo que ahora es repudiado a machetazos por la población.
Es decir, he aquí la cuestión, el viejo y siempre renovado asunto del continente: el imperialismo y su maldita práctica de desprecio y miseria. La prepotencia de los supermachos mundiales contra los machetes de los pobres, saqueadores de containers donde se pudre el alimento que falta en las mesas de los negros que sobreviven o duran en los suburbios de las ciudades ahora incendiadas. Como en Bolivia y Ecuador, como en Mosconi y Ruca-Che, como en Paraguay y Brasil sin tierra. Otra vez los pobres, el mismo imperialismo, y siempre, siempre, la rebeldía.